Yo cerré los ojos, disfrutando de esa cercanía prohibida. La verdad es que no sentía frío, solo buscaba una excusa tonta para estar así de cómoda, envuelta en su calor. Su aroma a loción y el leve olor a harina quemada de nuestra desastrosa aventura en la cocina era un combo extrañamente tranquilizador.
De repente, la película en la pantalla grande se desdibujó. Ya no me importaban los efectos especiales, ni el drama de los protagonistas; mi atención estaba fija en el latido rítmico bajo mi oreja. Me giré un poco, quedando de lado y apoyando mi cabeza en su hombro. Al hacerlo, nuestros rostros quedaron más cerca de lo que deberían. Demasiado cerca.
Él estaba tan quieto que por un segundo pensé que se había dormido. Pero no. Su mirada estaba fija en mí. Podía ver sus ojos, normalmente juguetones y llenos de sorna, ahora serios, profundos, con un brillo que no supe descifrar. La distancia entre su boca y la mía se sentía como una barrera frágil, a punto de romperse.
El recuerdo de mi regaño mental de hace solo unas horas ("Dios mío, Samanta Thomson, ¿qué estás pensando?") se esfumó como el humo. Lo único que existía en ese momento era el calor de su cuerpo, la manta suave y ese par de labios rojos tan cerca.
Tragué saliva, intentando disimular el nudo que se formaba en mi estómago. Necesitaba romper el silencio, decir algo inteligente, algo que nos devolviera al territorio seguro de "amigos de la infancia". Pero mi cerebro había entrado en modo pánico.
“¿Cris…?” mi voz salió apenas como un susurro, temblorosa, como si tuviera miedo de asustarlo.
Cristian no respondió con palabras. Su mano, que hasta ese momento había estado acariciando mi cabello, se deslizó suavemente hacia mi mejilla. El contacto fue lento, inesperado y eléctrico. Su pulgar rozó el borde de mi labio inferior con una delicadeza que me hizo temblar de nuevo, pero esta vez no era de frío.
"No pienses, Sam", me murmuró. Su voz era tan grave y baja que parecía venir de un lugar muy íntimo. "Solo déjate llevar".
Y antes de que pudiera analizar el significado de esa frase, antes de que pudiera evocar una sola razón para detenerlo, Cristian inclinó su cabeza y, finalmente, sus labios encontraron los míos.
No fue un beso torpe o rápido. Fue firme, casi interrogante al principio, y luego se volvió seguro, posesivo. La manta se deslizó a un lado sin que ninguno de los dos lo notara. Mis manos viajaron instintivamente a su cuello, profundizando el beso y atrayéndolo más hacia mí.
La película, la calefacción, la dieta, el modelaje, James Thomson, los panqueques desastrosos... todo desapareció. Solo quedamos Cristian y yo, en el sofá de la sala de cine, rompiendo la regla no escrita de los "mejores amigos" que habíamos mantenido por años. En medio del caos de harina y el recuerdo de esa mañana llena de tensiones tontas, este beso se sentía inexplicablemente correcto.
Él se separó apenas un centímetro, respirando pesadamente, pero manteniendo su frente pegada a la mía. Sentí el calor de su aliento y el tamborileo acelerado de mi propio corazón. Sus ojos brillaban en la penumbra de la sala de cine, todavía serios, pero con un matiz de sorpresa y... ¿satisfacción?
"Samanta," susurró, y esta vez mi nombre sonó como una pregunta, un reclamo, y una rendición al mismo tiempo.
Yo no podía hablar. Estaba demasiado ocupada tratando de procesar la avalancha de sensaciones. Ese beso no era como los que había visto en las películas. No fue una declaración épica; fue más bien el fin de una guerra silenciosa que ni siquiera sabía que estábamos librando. La tensión juguetona, la molestia superficial, los años de ser 'solo amigos'—todo se había roto.
"Tú... tú me besaste," logré balbucear, sintiendo el rubor recorrer mis mejillas de nuevo, pero esta vez no era vergüenza, era excitación.
Cristian sonrió, una sonrisa lenta y seductora que me hizo saber que el chico juguetón había regresado, pero con una intención mucho más peligrosa.
"Tú no te quejaste," replicó, ladeando la cabeza. Su mano en mi mejilla se movió para sujetar mi nuca con firmeza. "Y lo estabas pidiendo desde que te vi rodar los ojos esta mañana. Desde que te vi con esa cara de tomate en el pasillo."
Me reí, nerviosa, tratando de empujarlo levemente para recuperar algo de mi espacio. Pero él no se movió. La cercanía era abrumadora, pero por primera vez, no quería huir.
"¿Qué estás diciendo, idiota? Yo nunca..." Empecé a negar, volviendo a la defensiva, a la versión de Sam que no se dejaba impresionar por el bonito de Cristian.
Me interrumpió, no con otro beso, sino con una mirada que me obligó a callar. "Claro que sí, Sam. Por eso estabas nerviosa hoy. Por eso no me mirabas a los ojos. Porque algo en esto ha estado cambiando para ti también, no solo para mí."
La confesión me golpeó con la fuerza de un cojín bien lanzado. ¿Había estado cambiando para él?
"¿Para ti?" pregunté, mi voz se debilitó.
Él asintió. "Sí, Sam. Estoy cansado de ser tu amigo. Cansado de fingir que tu dieta me importa, cansado de que te escapes. Eres la mujer más hermosa y obstinada que conozco, y sí, me molesta que me saques de quicio... pero es la única manera de acercarme a ti, ¿no es así?"
Me quedé sin aliento. Él no solo me había besado; había expuesto todo el tablero de juego. Había años de frustración y afecto contenido en esas palabras.
El silencio se instaló de nuevo, pero esta vez era un silencio cálido, lleno de posibilidades. Me acerqué y apoyé mi cabeza en su pecho. Escuchaba su corazón latir aún más fuerte que el mío.
"¿Qué hacemos ahora, Cris?" pregunté en un susurro.
Él me abrazó con fuerza, hundiendo su rostro en mi cabello. "Ahora terminamos la película, pedimos uns pizza y no pensamos en nada más que en esto," dijo, atrayéndome de nuevo bajo la manta suave.
Nos quedamos en esa posición, viendo la película sin verla realmente. La tensión no se había ido; ahora era una corriente subterránea, una promesa. El desastre de los panqueques se sentía como un recuerdo dulce, la primera vez que habíamos roto algo juntos. Y en ese momento, envuelta en sus brazos, supe que dejar de ser modelo para empezar a "estudiar" era solo la excusa. La verdadera razón para quedarme en este apartamento de lujo era él.
***¡Descarga NovelToon para disfrutar de una mejor experiencia de lectura!***
Updated 61 Episodes
Comments
Raquel Cardenas
Si ya hasta las anginas te vio
2023-11-08
1
Elide Rubio
uff 😅 que dolor 😩
2023-08-11
1
Nancy Aguiar
Hay nada más para hablar del sexo igual que las amigas, no sé respetan🥴🥴🥴🤭🤭🤭
2022-09-23
1