CAPITULO 4: MI EQUIPO

Finalmente, aquel aventurero se reunió de nuevo con su equipo. Ya no estaría solo: por fin estaba con su grupo.

Entraron por la puerta del gremio y todos los presentes los miraron; se notaba que eran de un rango superior, aunque dentro del grupo yo era el de mayor rango. Esa idea me provocaba emociones encontradas que no me dejaban en paz… hasta que alguien gritó.

—¡Pero miren quién es!

Las palabras vinieron de un chico increíblemente atractivo de cabello amarillo: HARU. Su arma era una espada de longitud intermedia —lo bastante larga para ser notable, pero no exagerada—, guardada en una funda azul oscuro que colgaba de su cintura. Su habilidad permitía realizar cortes por el aire; los tajos alcanzaban al oponente antes de que la hoja lo tocara.

—¿Cuánto tiempo pasó, AGTH? —preguntó Haru—. Realmente estábamos preocupados. Lo último que supimos de ti fue que fuiste en busca de una aventurera.

—Digamos que me precipité demasiado y terminé herido en combate. Es algo normal —respondí, sonriendo y rascándome la cabeza.

Las palabras de una chica resonaron detrás de mí; me volví al escucharla.

—AGTH, junto a nosotros te graduaste en la academia de espadachines. Prácticamente tenemos más experiencia y ventaja en combate que cualquier otro aventurero; además, somos de rango Obsidiana.

Había escuchado eso más de una vez. Quien habló se llamaba YARU: aventurera de rango Obsidiana, de cabello rosa con matices morados. Su arma también era una espada, de color morado oscuro; su habilidad aumentaba la velocidad de quien la empuñara, así que para Yaru los combates solían ser sencillos.

—Ya sé, ya sé. Somos el rango más alto y tenemos que demostrarlo —dije—. Pero, siendo sincero, ustedes son más fuertes que yo.

—¡No digas eso! —exclamó Tay con alegría.

Tay era un poco más alto que yo, solo por un par de centímetros; tenía el cabello castaño y un lunar bajo el ojo izquierdo. Su arma era una espada algo más grande que las nuestras y con un hechizo especial: aumentaba reflejos y movimientos de quien la empuñara.

—Sabes, AGTH —continuó Tay—, pese a que tu espada no tenga habilidad especial o magia, eres muy hábil con ella. ¿Recuerdas cuando derrotaste a más de veinte soldados en cuarenta segundos? Así que deja de decir que no mereces el rango.

Las palabras de Tay me llenaron de una felicidad indescriptible. No pude evitar sonreír.

—Sí, ya entendí, Tay. Sé que no debo hablar así de mí. Perdón, no volverá a pasar.

—Me gusta que pienses así —dijo Dajasa con calma—. Mira, AGTH: cualquier otro equipo pagaría una fortuna por tenerte. Eres muy fuerte y, siendo sincero, a veces das miedo.

Dajasa era, quizá, el más atractivo del grupo: cabello gris con mechones blancos que le daban un aire refinado. Su espada tenía efectos de veneno y parálisis; cualquier enemigo a su alcance terminaba derrotado. Además, su arma podía reconstruirse cada vez que se rompía. Lo curioso era que todos esos efectos solo funcionaban con Dajasa: para cualquier otra persona, aquella espada no era más que una hoja común.

—Se ven bastante bien —les dije, cambiando de tema—. ¿No fueron a una misión?

—Sí —respondió Dajasa—. Fuimos a tres misiones y salimos victoriosos en todas. En la primera matamos a un rey de hielo; en la segunda, a un grupo de elfos; y en la última, aniquilamos un ejército de goblins. La verdad, serían como quince.

Quedé sorprendido. ¿De verdad habían hecho todo eso sin mí? En ese momento pensé que sobraba en el equipo: podían con todo sin mi ayuda. Mientras los miraba, repasé en mi mente las habilidades y hechizos de cada uno.

—Cortes por el aire, velocidad, reflejos y movimientos, y finalmente parálisis y regeneración del arma. ¿Y yo qué carajos tengo? —me pregunté internamente.

Me acerqué a la recepción, donde la recepcionista observaba en silencio, y señalé una hoja con una misión: una criatura larga capaz de atacar usando partes de su propio cuerpo. Se tenía registro de que esa bestia había secuestrado mujeres y niños.

—Tomaré esta misión —dije.

—Entendido. La misión es toda suya. Le deseo suerte, aventurero AGTH —respondió la recepcionista.

Hablé con voz seria y fría. Quería demostrar que podía actuar por mi cuenta, sin necesidad de una habilidad especial. Me dirigí a la puerta del gremio y les dije a mis compañeros una cosa.

—Iré a una posada. Quiero descansar un poco.

Era, en realidad, una mentira. Ellos la aceptaron sin dudar. Suspiré y susurré algo a la recepcionista: ahora partiría tras mi siguiente objetivo: un monstruo que atacaba con su propio cuerpo. Sonaba interesante. Había peleado con criaturas similares antes y, si sobrevivía, habría personas hermosas a las que me gustaría volver a ver.

[Caminando hacia las montañas, el aventurero AGTH se preparaba para su siguiente misión.]

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