AVENTURERO EN UN MUNDO CRUEL

AVENTURERO EN UN MUNDO CRUEL

CAPITULO 1: Aquella chica de la mazmorra

He estado solo tanto tiempo que ya no recuerdo bien cuándo empezó todo. Tal vez eso da igual ahora: en este momento mi cuerpo arde, mi brazo derecho está roto y mi cara no es más que un mapa de sangre y suciedad. Detrás de mí, una chica yace desmayada; la atacaron monstruos con apariencia de lagarto y varios goblins. Mis manos tiemblan; con la que me queda intento sostener la espada, aunque está partida por la mitad y su hoja gris claro ya no refleja nada más que rojo seco.

¿Por qué estoy así? ¿Qué me trajo hasta este abismo?

Mi corazón late con la violencia de un tambor —cada latido duele más que el anterior— y el mango de la espada me quema como si guardara en su interior el calor de mi cólera. Ya no quedan pociones de fuerza ni de regeneración. He luchado dos horas sin descanso. Tengo la voz áspera, los pulmones ocupados por el humo de la rabia y el cansancio.

—¡Carajo!

Al pronunciarlo, la cavernosa respuesta del lugar hace eco. Me inclino hacia la chica desmayada. Quiero llevarla al pueblo. Quiero que despierte, que se recupere lejos de esta peste de garras y risas burlonas.

—Perdóname... te fallé. No pude salvarte —susurro, aunque sé que no me escucha.

Levanto la vista y me devuelven una defensa inesperada: la calma en mi propia voz. No es culpa suya; soy yo quien carga con esto. Soy un aventurero, y todavía respiro cuando otros ya no lo hacen. Es el único consuelo que tengo.

La criatura que nos observa se ríe. Esa risa —vacía, filosa— me corta más que cualquier espada.

—¿Qué carajos te parece divertido? —grito, sin pensar.

La lagartija se acerca con pasos medidos, burlona, como saboreando la derrota. En su costado noto algo: una pequeña espada oculta que no había visto antes. ¿Siempre estuvo allí?

En un parpadeo, salta. Su cuerpo se lanza como el de un cadáver viviente, chorreando con fuerza desproporcionada. Grita con voz de otro mundo:

—Bien... ¿quieres jugar? Entonces juguemos.

Signo de desafío. Siento el instinto afilarse, esa vieja costumbre que me salvó tantas veces. Contengo la respiración, abro los ojos poco a poco y veo la silueta frente a mí. Moví el pie, me agaché y logré un tajo superficial en su vientre. No fue profundo, no lo mató. Pero dejó rastro carmesí.

—¡Haaaaaggggg! —su grito retumba.

No me detengo. La sangre en su cara se vuelve mi guía. Alcé la mano y, con un tiro rápido, le abro la mejilla: otro surco rojo. Se tambalea, cae de espaldas, intenta incorporarse. Yo me acerco; lo veo hincado, derrotado... por un instante.

—¿Y bien? ¿Eso fue suficiente? —le escupo— Quiero que recuerdes el nombre de quien te mató: mi nombre es AGTH.

No hay gloria en mi voz, sólo promesa. La espada vuelve a mi espalda y, casi sin aviso, un goblin salta para atacarme por sorpresa.

—¡¡Gashinn!!

Un impacto me hace girar. Siento la espalda arder cuando el lagarto me golpea; caigo de bruces. La cabeza me da contra la piedra y todo estalla. No bastan los golpes; tampoco su sed de hacerme daño. Me perforan las piernas, las manos; el dolor se descompone en un coro de gritos que no cesa.

—¡Aaaaaghhh!

Grito. Grito con todo lo que me queda. Y en medio del dolor, algo frío y hiriente prende dentro de mí: la rabia se convierte en promesa homicida.

—¡Los mataré! —las palabras surgen salvajes— Malditos hijos de perra, los mataré. No tendré compasión; jugaré con sus entrañas. Usaré sus cabezas como trofeos. Les arrancaré la piel y la haré tapete...

Mi cuerpo intenta levantarse, pero mi fuerza es poca. Cada intento se vuelve más débil, cada respiración es un peso. Mis manos tiemblan; mis ojos ya no miran el mundo con claridad. Algo en mí se rompe y, con esa rotura, una sonrisa retorcida se dibuja en mi rostro lleno de sangre.

—Ja, ja, ja... morirán. No permitiré que nadie me quite esto.

La palabra repetir: matar. Es un mantra que me consume. Repite, sube, grita, estalla.

Extiendo la mano, busco la espada que yace a mi alcance. Mi brazo cae, pesado y frío. La sangre se esparce por la piedra. Estoy a merced de las criaturas, sí; pero mientras respire, una cosa queda clara: AGTH no morirá sin llevarse algo consigo.

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