El goblin me había tomado por sorpresa; la criatura con apariencia de lagarto me había golpeado y yo yacía en el suelo, a merced de ambos.
¿Moriría? No me venía nada más a la cabeza; poco a poco todo se fue poniendo en blanco. Había perdido mucha sangre; me estaba desmayando. Con la vista borrosa extendí la mano otra vez: no veía claramente, todo era un desenfoque. Sostuve el mango de mi espada sólo con la punta de los dedos y la fui acercando lentamente hasta que, por fin, pude tomarla.
Intenté incorporarme apoyándome en la espada, pero me tumbaron de nuevo. Se escuchaban las carcajadas del maldito goblin y las risas entrecortadas del lagarto; a éste último le costaba reír por la herida que le hice en la cara, y cada vez que se reía salpicaba sangre.
Estaba tan agotado que estuve a punto de cerrar los ojos. Decidí que sería mejor morir: desde ese día sólo pensaba en eso. Pero recordé la promesa que hice a mis primeros compañeros. No moriría sin haber dado todo de mí. Con lo poco que me quedaba de fuerza apoyé la punta de la espada en el suelo y, poco a poco, la usé para impulsarme hasta levantarme.
Me puse en pie tan rápido como pude. Empuñé la espada y los miré con frialdad; no dije ni una sola palabra. Noté que el goblin era mucho más pequeño que yo, así que decidí acabar con él primero: llevaba una bolsa en el abdomen; lo más seguro es que trajera una poción de curación o de regeneración, justo lo que necesitaba.
No lo dudé. El goblin sería mi primera víctima esta vez.
Corrí hacia él; con mi pie derecho le di una patada en la cara. Cayó hecho un saco de sangre y miró al techo. Cuando la cabeza del goblin descendió, moví la mano con la rapidez que me quedaba y hundí la espada entre sus cejas.
Intentó agarrarme con las manos; trató de formar palabras, pero no se le entendía nada.
—Gagft...
Sólo se entendió eso. La sangre saltó hasta la suela de mi bota. Saqué la espada de su cara y la hundí de nuevo, esta vez en su abdomen, para asegurarlo. La hoja dejó un brillo carmesí. Doblé las rodillas y recogí la bolsa del goblin, que ya yacía sin vida.
Dentro traía unos huesos, yerbas, una barra y, por fin, las dos pociones que necesitaba.
Por fin podría curarme el brazo roto. Abrí la botella con la boca, levanté la mano e incliné la cabeza esperando que la poción llegara a mi garganta. Cuando por fin pude llevarla a los labios, escuché a mi izquierda un grito de rabia:
—¡GOUOHH!
Era de nuevo la maldita lagartija. Bebí la poción con prisas, pero su efecto tardaría unos minutos. Extendí el brazo y traté de recuperar mi postura de combate.
Un choque recorrió todo mi cuerpo; no entendía qué había pasado. De pronto noté que algo me removían desde dentro: miré hacia abajo y vi cómo la lagartija sacaba lentamente su arma clavada en mi pecho. Al incorporarla, no pude evitar escupir sangre y toser.
—Gagh... gagh... cof, cof...
El suelo estaba empapado en sangre. Perdí el equilibrio y caí; mis ojos se cerraban lentamente cuando escuché una voz tras de mí, tierna y femenina.
—¿Y dices que yo soy la débil por perder contra alguien como él?
La voz pertenecía a la aventurera que intenté rescatar: la chica. Tenía una espada y un escudo, aunque el escudo estaba destrozado; apenas podía moverse por las heridas.
—Es correcto —le dije burlón—. Tú eres la débil; perdiste antes que yo. ¿No sabes pelear en espacios pequeños como este?
Burlar me calma; es mi manera de convencerme de que todo estará bien.
—Entonces, ¿por qué estás tan herido y al borde de la muerte? —contestó ella.
—Escucha... —empecé—. Antes de venir a salvarte tuve que matar a otras estúpidas lagartijas y escapar de unos locos. ¿Sabes cómo se sient...
—Gagft, gagft... cof, cof.
La niña volvió a toser y escupir sangre; mis palabras se cortaron de golpe. La maldita lagartija había atravesado mi pecho con la espada del otro aventurero que yacía muerto en el suelo. Esa espada había estado allí desde el inicio y no la había visto.
—¿Esas... malditas lagartijas de las que hablas son mi familia? —balbuceó la criatura con dificultad—. ¿Tú mataste a mi familia?
Hablaba entre jadeos, torpe. Las lagartijas que maté antes de rescatar a la chica resultaron ser parientes de esa cosa. No tendría piedad conmigo; quería que muriera. Clavó la espada, una y otra vez, con una agresividad que no había mostrado antes. Me atravesó alrededor de cuatro veces más; mis ojos quedaron en blanco y una lágrima brotó del derecho.
Agarre la espada rota que me quedaba. No pensaba permitir que algo tan débil me matara. Hice el movimiento más rápido y brusco que pude: encerré la punta de mi hoja en su pierna derecha. Al impactar, casi se la arrancé; quedó colgando.
La lagartija gritó y tropezó. Me alcé de inmediato; era mi oportunidad para matarla y no la iba a desperdiciar.
—¡Aghhhh! —grité con todo lo que me quedaba mientras mi espada descendía hacia su cuello.
Mis recuerdos volvían en flashes. La punta de mi espada empezó a vibrar como si un rayo la hubiera tocado; costaba cortar. Grité de nuevo, con rabia y desesperación, y forcé el corte. La cabeza cedió: rodó por los aires, separándose del cuerpo.
Sabía que había terminado. Bajé la espada y giré hacia la chica.
—Lo ves —dije, con voz débil—. Fue sencillo, demasiado fácil...
El peso del cansancio me alcanzó. Caí desmayado. En mi rostro se dibujó una sonrisa que se fue borrando lentamente.
—¿Señor aventurero? —la chica preguntó, extrañada y con miedo en la voz.
El aventurero yacía tirado, desangrándose.
***¡Descarga NovelToon para disfrutar de una mejor experiencia de lectura!***
Updated 26 Episodes
Comments