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Era una locura, ¿o había llegado a una tierra en donde la

locura se manifestaba burlándose de aquellos que se atrevían a dudar de ella?

Porque según su abuela, todo habitante del mundo tenía su locura, y la única

diferencia se basaba en que algunos la sabían esconder muy bien y ganaban mucho

dinero aprovechándose de ella, mientras otros la dejaban ver y terminaban sin

un centavo en el bolsillo o internados en un manicomio. ¿Pero cómo era posible

dar crédito a lo que estaba sucediendo? Definitivamente era cosa de locos:

Marize, su personaje ficticio, basado en las aventuras de su compañera de

colegio, se había convertido de un momento a otro en un ser de carne y hueso,

quien no solamente lucía igual, vestía igual, ¡pero que también se comportaba

igual! , le había dicho

después de haber sido presentados por Tomás y ella le había respondido:

. Fue cuando el mundo le empezó a dar vueltas en su cabeza:

los paquetes de alimento para mascotas, los cuales había visto a su derecha,

ahora se encontraban a su izquierda, y la antigua caja registradora, antes

situada a sus espaldas,  había pasado a

estar al frente suyo. Sin saber cómo, despertó sentado en una cómoda poltrona

en la trastienda del pequeño mercado mirando en la dirección de un

televisor,  que a esa hora transmitía un

juego de fútbol americano entre los British Columbia Lions y los Montreal Concordes.

Marize estaba sentada a su lado y apenas lo vio reaccionar no dudó un segundo

en brindarle un vaso con agua. Pero aparte de haber quedado en ridículo con la

encarnación de su personaje literario y de paso con su novio, al caer al piso

se había golpeado el codo de su brazo izquierdo y ahora llevaba una venda,

seguramente colocada por la angelical rubia mientras se encontraba

inconsciente.

     Ahora no paraba de

dar vueltas alrededor de su escritorio mientras el atardecer empezaba a dominar

el paisaje costero, y la luz de su vecino se encendía nuevamente para brindar

el mismo espectáculo de la noche anterior. Sintió imposible sacar de su cabeza

la necesidad de sentarse frente a ella, en condiciones menos espectaculares, y

tener una larga y detallada conversación con miras a encontrar respuestas. Pero

era consiente de no querer despertar los celos del hijo del tendero. Era un

recién llegado, casi que un forastero, casi que un turista, y no estaba en

condiciones ni con deseos de echarse a todo el pueblo encima. Sería

catastrófico si llegasen a percibir su comportamiento de manera errónea,

llegándolo a interpretar como un supuesto interés por la joven rubia. Y

fácilmente lo podría llegar a tener, aunque era bastante joven para él, pues no

pasaba de los diez y nueve años, al igual que la protagonista de su novela.

Pero era supremamente bella, con una forma de ser  extremadamente atractiva, de una simpatía sin

igual, exactamente igual a la Marize de su novela… Y pensó como todo iba mucho

más allá de las aptitudes de la muchacha a pesar de ser amable, bastante

simpática y supremamente linda. Sabía cómo la mayoría de autores plasmaban en

sus escritos sus ideas e imágenes  de la

mujer de la cual les gustaría o les hubiese gustado enamorarse, incluyendo

todas sus cualidades e inclusive algunos de sus defectos. Pero también sabían

cómo en el mundo real, así estas mujeres existiesen, sería bastante difícil

encontrarlas, y más complicado aún el poder llegar a conquistarlas o llegar a

tener una relación con ellas. Entonces muchos recurrían a inventarlas en sus

escritos, a darles vida, no siempre una vida fácil,  casi siempre una vida de heroínas; de mujeres

especiales, de aquellas alejadas de vidas normales o aburridas. Mujeres

quienes, aparte de su belleza o atractivo físico, reunían un conjunto de

cualidades especiales, obligadas a  vivir

una serie de situaciones adversas, complicadas, o salidas de lo común.  Y si esa mujer excepcional, creada por ellos

mismos, se les llegase a presentar de un momento a otro, ya no como producto de

la imaginación sino como persona de carne y hueso,  lo más lógico y lo más natural sería caer

rendidos a sus pies, sin dudar por un solo momento en la llegada de la mujer de

sus vidas, la que siempre habían querido, la que siempre habían deseado. Y

ahora lo estaba viviendo: la había tenido ante sus ojos, apenas unas horas más

temprano. Pero el problema no era solamente el de enamorarse o no de alguien

mucho más joven; el problema radicaba en lo anormal de los hechos. Era una

situación que no parecía real aunque lo era, y si nunca había creído en lo

sobrenatural, lo más lógico era el suponer que se tratara de una simple

coincidencia. Pero todo era demasiado parecido, tal vez ni siquiera parecido,

simplemente igual, y la única respuesta lógica obligaba a ver a una Marize

leyendo su novela y, aprovechando su similitud física con el personaje

literario. Podría haberse maquillado, peinado, vestido y actuado tal como lo

hacía la muchacha del libro. ¿Pero podía leer ella el castellano? Porque su

libro solo había sido publicado en la lengua castellana, y según tenía

entendido, solamente estaba a la venta en los países de habla hispana. Entonces

venía la otra pregunta: ¿Había Marize visitado España durante su gira europea y

había adquirido su libro en aquel país? Y venía la siguiente pregunta: ¿Cómo se

habría enterado de que el novel escritor, venido de Colombia o Columbia, como

erróneamente la llamaban algunos norteamericanos, iba a aterrizar de un momento

a otro en aquel pequeño pueblo ubicado en el medio de la nada? ¿O habría sido

reconocido por el dueño del pequeño supermercado la tarde anterior, y aunque

este no se lo hubiese mencionado, unas horas más tarde le habría llevado la

noticia a la novia de su hijo? Sería demasiada coincidencia, además de que él

no era ningún Michael Jackson como para llegar a ser reconocido por los

pobladores de un alejado pueblo del Canadá. La única solución era hablar con

ella, así fuera en la presencia de su novio; lo mejor era evitar malos

entendidos, y lo más importante: llegar al fondo de lo que estaba sucediendo.

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