Salió a buscarme y justo llegaba, no le quedó otra que caminar como si nada; la sangre y la tela del pantalón se me pegaron a la carne. Solo iba al frente de su casa, donde vivía Lean, y ahí se desinfectaba y podía, por lo menos, apachurrarse del dolor. Andy también estaba lastimado, pero eran golpes sin importancia. Yo no tenía dónde escapar, así que me la aguanté calladita.
A pesar de mis andares, siempre lloraba cuando estaba sola, aunque siempre tenía para mis amigos de siempre palabras de aliento o consejo. Hice una promesa a un santo para que me consiguiera un novio que me hiciera suspirar y perderme en sus brazos. Pasó el tiempo, pasó el tiempo.
En noviembre de 1997, fueron su grupete a la fiesta en casa de Mariano y Rodrigo, y como siempre, había más chicos que chicas. Cerveza va, cerveza viene, de repente se aparece Guillermo con unos amigos que no eran del colegio y que querían beber pero no ir a un boliche. Comenzaron a bailar.
Yo salí a sentarme en el balcón porque había chicos desconocidos y yo estaba muy provocativa, vestia pollerita muy corta, una remera pegada al cuerpo y el pelo largo y ondulado. Ya no era la chica que jugaba en la vereda, una mujer que quería a alguien a quien querer.
Entre tanto, los chicos mezclaban vodka a la sangría de vino tinto y más de uno se agarró una borrachera. Yo no. Uno de los nuevos invitados se puso a bailar con Elizabeth, pero no le llamó la atención.
Muy educado, compró helado para que se le pasara la curda y les convidó a las chicas. ¿A que no saben quién dijo que no? Yo.
Él me invitó a bailar insistentemente y no me quedó de otra que bailar.
La música de aquel entonces. Todos pensaron que le iba a comer la boca, hasta jugaron apuestas, pero yo no me iba a dejar, porque ya sabemos qué carácter tengo.
A las cinco de la mañana, terminando la fiesta. Él me saludó esperando volverme a ver. Me quiso ayudar a bajar la escalera, pero yo, un poco tomada, le dije que no. Igualmente, él me pidió volverme a ver.
Para ser sinceros, ella no tenía intenciones, pero al estar con Gastón prácticamente cada vez que había un baile, estaba él en el medio, lo que la cansaba un poco. En realidad, nunca había sido perseguida.
25 de octubre. Fiesta de cumpleaños de Andy, número 26. Yo estaba decidida a sacármelo de encima. Estaba el gordo, un muchacho que hizo cosas para que él se pusiera celoso, mal. Cristian hablaba con mis abuelos y les pedía que me hablaran para que lo aceptara. La verdad, mi abuelo lo adoraba, tanto que lo presentó al dueño de una empresa de agua para que le dieran trabajo. Y yo más me incomodaba y refunfuñaba. Un día me invitó a salir a tomar un helado. Imagínese, orgullosa, yo me pagué el helado. Era más un desprecio hacia él y no le importó. Siguió persiguiéndome, fiestas y fiestas. Como habrá sido que los chicos que rondaban empezaban a mostrar las garras. Cada vez que se acercaba, chaf, estaban sus amigos. Pero aún no lo aceptaba. Traía rosas, peluches, bombones, facturas. Para mi abuelito, era la excusa perfecta, pensaba él.
Era verano ya y, para colmo, sábado. Una cadena de mensajes...
--- ¡Hace calor! ---
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