Simplemente Una Mujer

Simplemente Una Mujer

1 soy

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Me presento, soy Rosanella Carusi, tengo cuarenta y tres años y soy de la generación del 78. Soy soñadora y aventurera. Desde muy niña estuve enamorada de la fantasía y de la vida; siempre soñé ser protagonista de alguna historia, sin pensar que soy protagonista de mi propia historia de amor.

Durante el año escolar, vivía con mis padres, una tía abuela y una abuela. Por cuestiones de dinero, fuimos pobres, no lo voy a negar. Lo que más recuerdo de mi infancia es la voz de mi mamá, escucharla cantar música de época era como tener a un cantante internacional en casa. Siempre sonaba música romántica, que hoy en día es considerada antigua. Hasta el año 82, tenía dos hermanos, Natalia y Dario; ellos eran más jóvenes que yo y siempre estaban juntos. Lorena jugaba y hacía diabluras con Dario, y siempre me regañaban a mí solo porque era la mayor. Yo miraba novelas todos los días y vivía inmersa en la trama de esas historias de amor, tal vez porque me sentía fea y gorda, apenas mido metro cincuenta, tal vez me sentía sola. Mi hermana melliza falleció un día después de nacer, en mi alma inconsciente siento que algo me falta y solo aquel que lo ha experimentado sabe de lo que hablo.

Pasaron los ochenta, los mejores años. La infancia tenía sus sinsabores, pero no se compara con la infancia de hoy. Cortar ciruelas del árbol que mamá tenía en el fondo no tiene precio, sentir la libertad de jugar en las calles de tierra, eso es algo que no volverá.

En la adolescencia, no me fue muy bien; siempre estaba sola. Como no estudié cuando debía, estaba en casa hasta que cumplí los quince. Mi papá tenía un negocio de galletitas y junto con Natalia ayudábamos, aprendimos a andar en buses, en una palabra, comenzamos a independizarnos.

En el verano, cuando visitaba a mis abuelos, vivía la vida que quería junto a mi prima, que era como una hermana, Lucía Noemí. En ese lugar era mío, tenía muchos amigos, pero uno solo era mi mejor amigo, Lean. Nos entendíamos con solo mirarnos, y aún sin mirarse, él tenía tres hermanos mayores, dos de ellos de ojos verdes, esbeltos chicos que las chicas del barrio querían salir con ellos, y yo no era la excepción. Gastón era el más lindo y yo moría por él, como todas las tontas. Era un librano apenas un año mayor que yo. Pero lamentablemente nos llevábamos como el carajo, siempre me estaba molestando y burlándose de mí. Yo moría por dentro, él era mi amor secreto de siempre, aunque no tan secreto, éramos amigos antes que nada, y desde que tenía uso de razón, era mi amor, pero él jamás me entendió y yo a él.

Gastón era amigo de mi papá y de mi tío Chiquitín. Ellos tenían un grupo de música folclórica y él empezaba con algunos instrumentos como el bombo. Nunca me voy a olvidar la primera vez que tocó en la radio y nos mandó saludos a sus fans, Rosanella y Luciana, sus primeras fans, eran cosas de chicos. Chiqui, mi tío, era una persona muy burlona, bromista; era el tío que siempre estaba presente para regañarte, llevarte o traerte de casa a la casa de la abuela. El padre de Lucía Noemí, profesión Músico, era común ver al chico lindo del barrio en la casa de la abuela. Una vez fue mi héroe, me salvó de que un perro me mordiera, y por bruto terminamos peleando. Éramos así.

No sé si ya se habrán dado cuenta de que a ella le gustaba o solo era el afán de molestarla tanto así que siempre terminábamos peleando. Yo tenía un carácter de los mil demonios. Era enamoradiza y tenía miedo de que al crecer se quedara sola. Recuerdos que vienen como si se abriera un baúl, algunos traen lágrimas a mis ojos. Una tarde tocaba reunión de grupo. Estaba Mathías, Eduardo, Papucho como le puso la abuela, el vecino de adelante, el Rulo le decían por su cabellera con rulos coquetos. Ese era más y nariz parada, carnaval era el tema mientras Noa tiraba bombuchas de agua con sal hasta que lo agarramos con la abuela que nos ayudó a meterlo en un fuentón con agua. Allí quedó sentado empapado, éramos dos chicas contra cuatro varones. Siempre hacíamos guerras de agua en carnaval. Pasaba los tres meses de vacaciones, de diciembre a marzo, en casa de mi abuela Ana.

Así como tuvimos momentos hermosos inolvidables, también en 1987 se nos llevó el cáncer de mamas a la abuela, la más buena, cariñosa y protectora. Una mujer a la que hoy, a mis cuarenta y tres años, le debo que mi papá dejara de pegarme por cosas que hacían los demás. Tenía ocho cuando se fue, sé que está en esa estrella que brilla más, como nos dijo mi mamá, y unos cuantos años más tarde, se nos fue la tía abuela. Ellas fueron personas que marcaron el corazón de los demás.

Al ir creciendo, las cosas cambiaron. Comencé a darme cuenta de que me gustaba Gastón más de lo que creía, pero también sabía que era un mujeriego empedernido, lo que me sorprendió a los dieciséis años. Y no iba a ser la excepción una noche después de comer salí a la vereda porque él me llamó según para hablar conmigo, y allí estaba él, me apretó contra la pared, tomó mi cintura y me besó. No lo podía creer, me tomó por sorpresa porque él era el chico más lindo del barrio, imagínense, ojos verdes, pelo castaño, alto, boca sensual y peligrosa, y vaya que era peligrosa. Después de ese beso, su primer beso, nada

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Elizabeth Leale

Elizabeth Leale

Editada

2022-03-26

0

cristina sarzosa

cristina sarzosa

xh

2021-11-04

2

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