Inocentemente Peligrosa

Inocentemente Peligrosa

Recordando

Desde hacía ya unos días, las clases habían terminado ya. Mientras algunos de sus compañeros se preparaban para iniciar la universidad al término del verano, Rita se estaba haciendo a la idea de que pronto comenzaría su primer empleo "en forma". Tal vez no era un trabajo deslumbrante, pero por lo menos, le iba a quedar la satisfacción de ayudar a mamá con sus gastos. Ya después habría tiempo para ponerse a pensar en la universidad. Y en parte, mejor, porque honestamente, ella no tenía idea alguna de qué le habría gustado estudiar. Sí, era buena para varias materia, pero no había alguna que le despertara ese fuego interno que muchos dicen sentir a la hora de pensar en su futuro trabajo.

La idea de partir a la ciudad después de las vacaciones, honestamente emocionaba a la joven, sin embargo, no podía evitar sentirse un poco melancólica en tardes como esa, mientras caminaba por las calles del pueblo en el que había crecido. Cada paso le traía un recuerdo. Al caminar por el jardín ubicado a unos cuantos pasos del centro del pueblo, ella pudo volver a vivir por un instante esa infantil alegría que la inundaba cuando jugaba con sus amigos a corretearse y a subirse a los juegos.

Mamá siempre la regañaba. Le decía cosas como. “Deberías de jugar con las demás chicas” o “¿No te da miedo que te vayas a lastimar al jugar cosas que no son pensadas para niñas como tú? Y ella, con toda la dignidad que podía caber en un diminuto cuerpo de niña, le respondía:”No temas, mamá. Soy demasiado valiente como para que me asusten esos juegos de niños”

Y era verdad. Mientras muchas de las compañeritas de Rita se sentían morir apenas estaban cerca de una aguja o veían un poco de sangre, ella ni siquiera parapadeaba. Antes de cumplir siquiera los once años de edad, ella ya se había roto el brazo tres veces y había necesitado puntadas en dos ocasiones como consecuencia de sus múltiples travesuras y juegos rudos con los chicos del pueblo. Mirando hacia atrás, le resultaba sorprendente cómo esa pequeña niña era mucho más valiente en ese entonces, que la joven mujer que ahora se encontraba con el corazón lleno de miedo ante la posibilidad de tener que alejarse por primera vez de todo aquello que ella conocía como su hogar.

En esas y mil cosas más estaba pensando Rita, en lo que se dirigía a casa después de haber tenido que viajar al pueblo de al lado para poder comprar unas cosas que le harían falta en su próximo viaje a la capital. Sin embargo, cuando llegó a casa, sus pensamientos fueron interrumpidos por el hecho de que su hogar lucía completamente vacío. De mamá ni de su hermanito había rastro alguno.

—¿Hola?¿ Hay alguien en casa?—exclamó la joven de negra cabellera, obteniendo como única respuesta el ladrido del perro de los vecinos.

Su corazón se empezó a acelerar, temiendo lo peor. Sin embargo, pronto la calma volvió a su cuerpo, cuando se dió cuenta de que en la mesa del comedor, había una pequeña nota que decía: “¡Hola, mi amor! Fuí con tu hermanito a comprarle unos dulces al kiosko. Regresamos en unos minutos.”

Sintiendo que el alma le regresaba lentamente al cuerpo, la joven de negra cabellera se dirigió a la cocina a beber un vaso de agua y prepararse un sándwich de jamón. Mientras untaba una rebanada de pan blanco con un poco de mayonesa, la chica sonrió.

Le daba una infinita ternura ver cómo mamá se dedicaba a ese pequeño. Ella no podía sentir alguna clase de envidia hacia él, ya que había venido a iluminar la casa con su alegría.

Después de prepararse un bocadillo, Rita encendió la televisión y se puso a ver una película que estaban dando en la televisión. Era una historia un poco cursi, acerca de una chica de origen humilde que conoce  a un joven mafioso y juntos tienen infinidad de aventuras, al tiempo que huyen de una pandilla rival

—¡Ay, por favor! ¡Como si esas cosas pasaran! —exclamó la joven para sí misma, mientras le daba una mordida al bocadillo de jamón.

La película estaba en una de las escenas más interesantes, justo cuando la chica y el mafioso saltan de un edificio para poder huir de aquellos que los estaban persiguiendo, y de pronto, alguien tocó con fuerza en la entrada de la casa.

Rita casi brincó hasta el techo de la impresión.

—¡Cariño! Ya regresamos—exclamó mamá desde el otro lado de la puerta.

La joven abrió la puerta con una sonrisa, acariciando la cabeza de su hermanito con ternura.

—Trajimos algo de pan para la cena—sonrió mamá mientras dejaba una bolsita sobre la mesa del comedor—Lávate las manos, Rita, en lo que yo preparo todo, y Max pone los platos. ¿De acuerdo?

—P-Pero má—tartamudeó la joven,señalando el sándwich a medio consumir que tenía en la mano

—Eso no importa, mi vida. Te lo terminas y nos acompañas a Max y a mí a cenar—sonrió mamá, dejando escuchar firmeza en el tono de su voz.

Los tres cenaron casi en calma total, un poco menos Max, quien se encontraba muy emocionado por la posibilidad de hincarles el diente a los caramelos de colores que le había comprado mamá durante la salida.

—Pero ya te dije que solamente sí te terminas todo—le dijo mamá a su retoño, notando la mirada hambrienta y un poco desesperada de este.

La pequeña familia se encontraban a punto de terminar de cenar cuando alguien llamó a la puerta con gran urgencia.

—¡Señora Pereira! ¿Se encuentra usted en casa? ¡Por favor, ábranos!—exclamó una voz de hombre con gran insistencia

—¡No abras,mamá!—dijo Max haciendo un pucherito—¿Qué tal si es gente mala?

—No te preocupes, mi cielo. Estoy segura que no es nada malo, pero voy a ver qué necesita esa persona con tanta insistencia.

Del otro lado de la puerta, la esperaban un par de hombres vestidos de traje y con expresiones de gran seriedad sobre sus rostros.

—¿Qué se les ofrece a estas horas?—les preguntó ella, ligeramente molesta con los que habían interrumpido tan agradable cena.

—Señora Pereira, ¿verdad? ¿Es usted la ex esposa de James Aaron Atwood, verdad? Lo lamentamos mucho, en verdad.—dijo en tono bajo uno de los hombres, que lucía una cabellera rubia y enmarañada.

—Sí, soy yo. ¿Q-qué es lo que sienten? Por favor, no me espanten—replicó ella, abriendo como platos sus ojos negros.

Lo que esos hombres le dijeron a mamá, resultó difícil de escuchar para Max y Rita, pero ambos sabían que debía de haber sido algo brutal, ya que al escucharlo ella comenzó a sollozar y poco le faltó para caer llorando al piso.

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