C I N C O |Verde|

Regresé mi vista al cielo, las estrellas se quedaron quietas, como si estuvieran observándome como si prestaran atención a cada movimiento mío. Me acurruqué bajo un árbol, acomodé mi abrigo y esperé otro rato.

Ayer cuando regresé a casa de Luca, odié con todas mis fuerzas volver a subirme a aquel cacharro y despedirme de Tesa. Pero si hubo algo que me gustó de todo esto: Salir del castillo.

No me mal entiendan, el palacio era hermoso, el único lugar así de grande que yo había pisado era el bosque.

Había caído la noche, tan solo unas horas después de que salí del palacio corrí al bosque, Luca se veía cada noche con Tesa mientras yo vagaba sola en mi único lugar seguro.

Las copas de los árboles se mecían tratando de arrullarme entre el frío que empezaba a azotar Oesered, quizás era mi imaginación pero nunca antes las calles y el bosque del reino habían sufrido tal helada, ya empezaba a nevar, el bosque ya empezaba a teñirse de blanco.

—Quien demonios sea que seas, sal de una vez.—No despegué la vista de las estrellas, quien fuera el intruso, no me importaba—Das asco escondiéndote ¿No te lo habían dicho antes?

Nahel se sentó a un lado de mí, de nuevo llevaba ropa parecida a la que traía cuando nos conocimos, aunque era elegante, sin duda era diferente a su ropa de príncipe.

—Luca me dijo que estabas aquí.

Alcé una ceja, un aire frío volvió a mover las copas de los árboles, quizás eso anunciaba que pronto nevaría, volví a arroparme con mi abrigo para atacar el frío, no fue suficiente para mí desgracia. Espero que Luca no tarde tanto, empezaba a calmarme el frío.

—Sigo sin entender por qué tanta insistencia en verme.

— Aún me debes el pago por mi pierna, chica del arco.—Sonrió y me codeó.

La actitud que tenía ahora era diferente a la que mostraba en el palacio.

Cosas de príncipes, supongo.

—Pero te curé y estoy segura de que la cicatriz que te quedará será mínima—Sonreí de vuelta, mi mundo estaba siendo un caos pero Nahel me había echo sonreír después de tiempo—Mi hermana está recayendo de nuevo.

No sabía por qué le estaba contando de repente mi vida a las personas, yo no era mucho de hablar, mucho menos después de la muerte de mi padre, pero eso era lo malo, me sentía sola sin él.

—No quiero casarme, Nahel, Luca es mi amigo, él está enamorado de otra persona.

—Si te hace sentir mejor, yo tampoco quiero casarme con Becca.

Está vez fui yo quien atrapó su mirada.

—Eso no me hace sentir mejor.

—Tus ojos me dicen que por lo menos ya no te sientes sola.

—¿Desde cuándo sabes leer mis ojos?

—No lo sé, pero tú hermosa mirada café te delata.

No me había percatado del rubor que subió a mis mejillas hasta que Nahel sonrió, se levantó y me ofreció la mano.

—Encontré una salida a tus problemas—Comenzó a caminar como todo un príncipe, sin dudar en cada paso, con las manos detrás de él y recto, cómo siempre.— Quizás no te guste pero podrás escaparte del matrimonio por lo menos.

A pesar de la oscuridad de la noche, mis ojos brillaron de emoción cuando mencionó que podía librarme del matrimonio con Luca.

—Venga, su majestad, ¿Con cuántos años de esclavitud voy a tener que pagar su bondad?

—Jamás te mantendría cómo esclava—Dijo deteniéndose y mirándome como si realmente mis palabras lo hubieran ofendido.—Te conseguí un trabajo como aprendiz de médico, además, tu primera paga puede adelantarse.

Procesé poco a poco cada palabra que salía de los perfectos labios de Nahel, sonrió orgulloso de si mismo al ver la emoción en mis ojos.

—Además

—¿Hay más?

—Por supuesto, soy tu amigo y sigo siendo el príncipe de Oesered.—Estiró el cuello juguetón exagerando sus movimientos, yo reí ante sus actos—Evitaste que una cicatriz horrible quedará en mi pierna y tengo que recompensártelo.

Nahel tomó mi mano entre las suyas, sentí un metal frío. Cuando el calor de sus manos se alejó yo abrí la palma de mi mano derecha.

Había ahí 2 Reales, las monedas eran casi del tamaño de mi palma, de oro, pesadas, cada una valía una fortuna. Podía alimentar a mi familia con esas dos monedas durante 2 años, podía pagar la deuda con los Parisi, incluso podía salir de Oesered y mudarme a otro reino, comprar otra casa.

—Nahel.—Mi voz fue un susurro, no sabía que demonios hacer.

En mi vida había sostenido tal cantidad de dinero en mis manos, esas monedas con la marca y la corona del rey pudieron salvar a mi padre tiempo atrás. Se empezaron a acumular lágrimas en mis ojos, Nahel lo notó y se acercó preocupado a mi.

—¿Pasó algo, Ali? ¿Estás bien?

—¿Porque haces esto?

Intenté reprimir mis lágrimas pero me llegó el recuerdo de mi papá, mi hermana enferma, mi madre deprimida, mi matrimonio forzado. Hasta que me sorprendí yo misma llorando por todo aquello que había reprimido durante mucho tiempo. Nahel me envolvió en sus brazos, no lo aparté, hacía mucho tiempo que no recibía un abrazo, ni siquiera de mi mamá, sollocé en silencio contra el pecho de Nahel, me transmitió calor, un tipo de calor que no había sentido desde que papá murió.

Abracé a Nahel, lo apreté a mi, temiendo que si lo soltaba mis miedos regresarían.

—Yo me encargaré de tu mudanza al palacio—Susurró cuando mis sollozos disminuyeron— Y trasladaré a tu madre junto a tu hermana a una casa del primer sector, ya eres un médico del palacio, tu familia merece ser reconocida por el honor.

Nahel tomó mi rostro en sus manos y busco mi mirada, limpió con sus pulgares las lágrimas que aún rodaban en mis mejillas. Estaba segura de que el rubor aún no desaparecía y a causa del frío y mi llanto seguramente mi nariz parecía en estos momentos a la de Rodolfo El reno.

El príncipe se quitó su cazadora de cuero y la posó en mis hombros, estaba caliente gracias a él, salimos del bosque en silencio, titubeé cuando me di cuenta que íbamos directo al palacio.

—Si me ven entrando así contigo pensaran lo peor—Dije parándome en seco antes de quedar al frente del castillo—La reina y tu prometida me matarán.

—No pasa nada—Me empujó con él para seguir caminando—Ellas están durmiendo y los guardias son fieles a mi, no a ellas.

—No puedo quedarme esta noche, mi hermana recayó, lo sabes, tengo que ir a cuidarla.

—Mandaré a un médico, vamos, descansa, Ali.

Había estado en el castillo ayer por la tarde, a pesar del montón de guardias y las pinturas que adornaban sus paredes se veía solo, y por la noche incluso adquiría un aspecto que me daba un poco de miedo. Nahel me condujo por otro pasillo, arriba donde supuse que se quedaban los reyes hasta que pronto llegamos a una habitación.

La adornaba una cama que se veía muy cómoda, al frente había una puerta que supongo llevaba al baño.

lado a lado de la cama habían dos mueblecitos son velas muy bonitas y a la derecha de la cama había una unas puertas de madera que llevaban a un balcón.

Nahel se despidió de mí y me dejó ahí sola en la habitación, era muy bonita. Deseé por un momento traer ahí a mi hermana y protegerla en el castillo.

Las cobijas eran tan cómodas que me atraparon de inmediato, por fin después de tantos años tenía un pequeño rayo de esperanza.

Y todo se lo debía a Nahel.

Bendita flecha que cruzó su perfecta pierna.

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