Respiro hondo y termino de relatarle lo sucedido a un hombre uniformado. Este asiente a cada palabra que sale de mi boca, pero no pregunta, ni hace expresiones extrañas, solo se limita escribir en su libreta y asentir con la cabeza. Luego, cuando no hay nada más que decir, se despide amablemente y se marcha.
Suspiro y vuelvo a recostarme.
¿Cómo te sentirías si al abrir los ojos lo primero que ves es una habitación blanca, a un hombre de mediana edad, desconocido, con uniforme de policía, sentado a un lado en un sillón individual en una esquina? ¿Qué harías cuando descubres un desgarrador dolor en tu cuerpo? ¿Cómo reaccionarias si te encuentras con la mirada nítida de tu padre, observándote sin expresión alguna, cruzado de brazos, bajo el marco de la puerta?
Bueno, la única reacción que tuve fue: falta de oxígeno y un intento desesperado para recuperarlo. Ahora, el que acabe de despertar, desconcertada y con un nudo en la garganta, solo me lleva a una sola pregunta: ¿Qué paso?
―Ya vuelvo ―escuché la voz de Robert en alguna parte de la habitación. No le respondo.
Presiento como sus pasos se alejan de la silla donde estaba sentado y se aproxima a la puerta. La madera chocando con el marco me avisa que ya se ha ido.
Flexioné mi brazo derecho sobre mi cabeza y apoyé el dorso de la mano en mi frente. Inhalo y exhalo varias veces el aire que penetra en mis pulmones y sale con mera dificultad, en un desesperado, pero controlado, intento de desatar ese nudo incomodo que se me ha formado en la garganta desde que ese policía me ha pedido declaraciones de lo sucedido.
Robert, mi padre, permaneció sentado escuchando cada palabra con total atención, apretando los puños y tensando la mandíbula. En esos minutos, mientras hablaba como una máquina grabadora a la que le han puesto play para que repita todo, en mi caso, lo que vi, es cuando la tensión en el ambiente entre mi padre y yo se hacía cada vez más notorio.
No obstante, lo que le contaba al oficial no fue del todo seguro. Tengo lagunas, no recuerdo que fue lo que me llevó a estar aquí, con una pierna enyesada y parte de mis muslos y cintura, del lado izquierdo de mi cuerpo, con quemaduras. Por eso lo único que le dije fue que vi unas luces, luces que se hicieron nítidas y que me llevaron a sentir un dolor desgarrador, fue en esa parte del relato en que Robert se puso tétrico.
Apartado el recuerdo de hace minutos, fijo mi mirada en los focos de la lámpara sobre mi cabeza, esperando transportarme hacia otra dirección, otro momento, para ser específica, en el lugar de los hechos. Ver y encontrar otras luces, no la de una lámpara sino... las de una camioneta. Lo encuentro, descubro esa luz, y, como si chocara contra la realidad, vuelvo a sentir el ruido del impacto, el ardor de mi dolor y a observar la sangre ajena a la mía. Por último un nombre, dicho por mi voz pero de una forma desesperada, llega mi mente: Ivana.
¿Qué fue lo que paso con ella?
Lo último que recuerdo de esa noche es que Ivana pateó mi tanque de gasolina e hizo que perdiera el control y cayera a un lado de la calle. El lado izquierdo de mi cuerpo, tanto brazo y pierna, estaban quemadas y raspadas. Me dolía mucho la pierna que se encontraba debajo de mi moto, creí que se me había quebrado, bueno tal parece que lo está porque es la que ahora se encuentra envuelta en yeso, y mi cabeza giraba como una calesita. Después viene el recuerdo del ruido de un fuerte impacto, como pude levanté mi cabeza y pude visualizar dificultosamente la moto de Ivi tirada a unos kilómetros del accidente. Repase un poco más en mi memoria y lo último que dije fue su nombre, luego viene la neblina negra que tapa lo demás.
Ivana, ella fue quien me hecho su moto encima ¿Por qué? ¿Esa era la forma en que quería que la perdonara? ¿Arriesgando su vida por mi perdón?
Ahora que lo pienso ya había despertado antes ¿O habrá sido un sueño?, lo dudo, porque me sentía un vegetal, no podía mover ninguna articulación de mi cuerpo, solo mis ojos, teniendo a la vista una habitación de hospital. Mis cinco sentidos estaban intactos, aun así, no podía moverme. Mis parpados pesaban como si no hubiese dormido en meses, mis labios más secos y partidos que una sequía; mi hermoso y delicado cuerpo estaba totalmente adolorido.
Siento ese nudo en mi pecho, el mismo que se creó tras la mirada inexpresiva de Robert, ni siquiera me preguntó cómo me sentía. Ni se alegró de verme estable. Sino que decidió ignorarme y lanzarme palabras secas. Como suele ser cuando está más que enojado conmigo, furioso es la palabra que lo describe aunque no lo haya demostrado directamente con gritos y regaños.
A veces llego a creer que nunca me quiso, que solo decidió hacerse cargo de mi porque así debía ser: por responsabilidad, pero no por cariño.
¿Alguna vez alguien me ha querido o ha sido sincero conmigo? Lo dudo.
○○○
El doctor me dijo todo lo que el accidente había provocado en mi cuerpo y que si no hubiese tenido el casco puesto no viviría para contarlo.
Odio admitirlo, pero en cierto punto, el estúpido de Frank me salvo. En parte porque fue su asquerosa moto la que fallo.
Dirijo mi mirada hacia la pantalla del televisor, la fecha indica finales de octubre y la hora el inicio de un nuevo día.
Es de tarde, Robert no ha vuelto desde la mañana y ahora, con la ayuda del doctor, me siento un poco mejor.
No sé nada de Ivana, debería averiguarlo, pero no me animo, no me atrevo. Tampoco es que lo haya preguntado, fue apenas ayer que desperté con menos dificultad y que hoy me estoy adaptando a todo esto. Aunque me cuesta horrores dormirme, soñar que estoy en casa, en mi cama, y despertarme y volver a la puta realidad donde mi cuerpo tiene heridas y mi corazón sufre de pena y de culpa.
¿Sera que no quiero enterarme de algo que afecte mi conciencia?
Dejo de lado mis pensamientos cuando escucho que alguien abre la puerta.
― ¿Qué haces aquí? ―Mascullé entre dientes al ver a la persona que menos esperaba entrando a mi habitación. Quería que mi voz saliera intimidante y segura, pero el ardor en mi garganta la hizo salir rasposa y poco audible.
―No vine a preguntarte como estas, sino que vine a averiguar si estas consciente de lo que tus actos provocaron.
― ¿De qué hablas infeliz?
Por la poca paciencia retenida no me limito a ser educada, mucho menos con señor mentiroso.
― ¿Cómo de que hablo Andy? ―Inquirió en tono nítido, adentrándose lentamente en la habitación y cerrando la puerta a sus espaldas ―. Primero: aceptaste correr una carrera contra una chica que tiene escasos conocimientos de ello; segundo ―cuenta con los dedos―, destruiste mi moto, me debes una por cierto ―informa y gruño en respuesta.
»Y tercero... ―se detiene, mirando hacia la ventana, suspira dejando caer los hombros y dirige una mirada furtiva hacia mí ― I-Ivana ―su voz se quiebra. Mi corazón se detiene al escuchar ese nombre ―ella... ―traga saliva y dice las palabras que temí oír: ― No puede despertar. Está en coma, por tu culpa ¡Por tu maldita culpa! ―Me acusó sin reparar en mi estado. Sus ojos se hacen rojos al compás de las lágrimas que comienzan a brotar de ellos.
Niego levemente con la cabeza. Estoy atónita.
Si antes quería saber que había pasado con ella, ahora me arrepiento de saberlo y más cuando mi conciencia se señala como la culpable.
¡No, no es mi culpa, ella... ella fue ella quien... quien...!
―Por culpa de lo obstinada que eres es que ella está así ―señaló ― ¡Tu puta culpa!
―Cállate Frank ―pido en un leve susurro, sosteniéndome la cabeza porque la frente comienza a hervirme.
―No lo hare ―repuso. Cierro los ojos con fuerza, sintiendo el ardor de mis lágrimas en mi rostro, tapo mis oídos con las palmas de mis manos y niego con la cabeza.
No quiero seguir oyéndolo, quiero que se vaya, pero su voz es como una cuchilla que traspasa la piel de mis manos y se clava en mis tímpanos. Por más que lo intento sigo escuchando sus acusaciones e insultos.
―Tus acciones a veces lastiman a las personas ¿sabías? ―Continúa ―. Por tu culpa ella está así y yo ¿sintiéndome tan culpable por haberte engañado? pero si alejarme de ti es lo mejor que puedo hacer. Tu madre tenía razón: tú solo sirves para destruir, eres una bomba difícil de desactivar. Por eso el irse y dejarte fue la mejor decisión que ha tuvo, tu madre sí que fue inteligente.
Lo miré abrumada, ese fue un duro golpe bajo. Además ¿Cómo es que está enterado de las palabras repetitivas y exactas que mi madre me dijo antes de irse?
― ¡Ya cállate! ¡No creas que el nombrar a esa mujer me provocas más daño del que siento!―Elevé la voz, ignorando el ardor en mi garganta. Dejé de cubrir mis oídos para lanzarle una mirada furiosa.
Si antes la garganta me ardía, ahora me quema.
Frank relamió su labio con indiferencia y repugnancia.
―Dime Andrea ¿Qué se siente que las personas se te alejen? ¿Qué se siente que tu novio y tu mejor amiga desvelen tus secretos a tus espaldas?
Quiero vomitar. Lo odio, lo odio.
― ¡Vete ya! ―Grité desesperada.
No quería llorar, pero las lágrimas no me obedecen y bajan como un agua cero por mis ojos.
Frank se carcajea de mi reacción. Si él esperaba que el dolor en mi alma se agrande por todo lo que dijo, mejor dicho, escupió verbalmente, pues lo ha logrado.
― ¡¿Qué pasa aquí?! ― Cuestionó Robert entrando confundido y molesto a la habitación, seguido de dos enfermeras―. Frank, creí haberte dicho que Andrea no está en condiciones de recibir visitas. Quiero que te vayas.
Frank asiente, sin objeciones, y sale sin mirarme.
Siento el vómito llegar a mi boca, me inclino hacia un lado de la cama y expulso lo poco que comí ese día, en resumen nada, por lo tanto era solo el líquido acido de mi hígado. La boca me queda asqueada y agria.
Esas nauseas no fueron porque algo que comí u olí y me haya caído mal, sino porque el escuchar tanta indiscreción junta se fue acumulando en mi interior hasta que no podía seguir resistiéndolo.
Las enfermeras no tardan en correr hacia mí. Una de ellas me da palmadas en la espalda y quita los mechones de cabello que caen en mi rostro, la otra busca en su bolsillo unas pastillas, llena mi vaso y, cuando me reincorporo, me pasa ambas cosas. Los acepto, lo ingiero y le devuelvo el vaso.
Me preguntan si estoy mejor, les respondo asintiendo con la cabeza. Luego me ayudan a recostarme, limpian el desastre que deje en el piso, abren la ventana, con la excusa de que hace calor y no por el desagradable olor a vomito que se desprendió, y salen dejándome sola con Robert, el cual no movió ni una pestaña durante lo que paso hace segundos. Sin embargo, cuando la puerta se cierra, camina hacia la ventana y se cruza de brazos mirando hacia afuera.
La luz del sol refleja claramente su rostro cansado. Las bolsas grises que se resaltan bajo sus azulados ojos acusan sus noches de desvelo.
―Se puede saber ¿por qué Frank y tú discutían? ―Cuestionó desde su lugar, después de unos incómodos minutos de silencio.
Suspiré, cerrando los ojos con fuerza y negando con la cabeza, por más que no me esté mirando.
¿Debería contarle lo que Frank y Ivana me hicieron e excusarme de mi huida? No, no quiero volver a hablar del tema. No es por orgullo, sino por resguardar la poca dignidad que me queda. Además me señalara como una niñita histérica y no quiero que eso pase, porque sé que no lo soy.
―Frank y yo terminamos ―respondí. Agarré la botella de agua sobre la mesita de luz, le di un largo trago para calmar mi rasposa garganta. La voz me sale ronca ― y... si no te molesta, prefiero no hablar del tema.
―Si no me molesta ―repitió tras una sonrisa amarga. Me estremecí inevitablemente y miré mis manos para que su reacción no me afecte, aunque haya sido tarde―. Está bien si no quieres contarme lo que pasó, no voy a obligarte. Es notorio que discutieron, pero haya tú con tus problemas amorosos. No vine aquí para hablar sobre tu novio.
―Ex novio―aclaré. Y luego me arrepentí de haberlo dicho bajo su mirada escrutadora.
Removiéndome incomoda en mi lugar, vuelvo la vista a mis manos.
¿Acaso seré la única persona que se siente nerviosa cuando está en compañía del tono de voz severo de su padre y se supone, o eso pienso, debería estar gritándome? Espero más que demuestre su enfado en vez de que demuestre tranquilidad enigmática, porque de ese modo me es imposible detectar lo que piensa en verdad. Sino que temo a cómo será su reacción después.
―Como sea ―dice luego de mi corrección―. Solo vine a saber cómo te siente.
Una luz llamada esperanza se enciende en mi interior. ¿En serio está preocupado por mí?
―Pues me siento bien, aunque me arden algunas quemaduras y bueno, no creo que me acostumbre a caminar con esto ― señalé el yeso. En mi respuesta sintetizo mis dolores internos, casi espirituales y difíciles de curar.
―Te acostumbraras ―dijo sin darle importancia. La luz interior acaba de apagarse. Vuelve a ser el mismo hombre frio y distante ―. Espero que esto te ayude a madurar y a darte cuenta que tus actos lastiman a los demás.
Otro que me acusa de lo mismo.
― ¿Los demás? Pero si la que está internada y con una pierna quebrada soy yo ¿a quién lastimo? ―Cuestioné sin entender ―. Lo que le paso a Ivana no...―entonces se me acorta la voz.
¿Será que Frank y mi madre tengan razón, solo sirvo para destruir? No, se equivocan, yo no soy culpable de nada yo... Tengo la culpa de todo.
―A mi me lastimas Andrea ―me sorprendo por la respuesta de mi padre. Lo miro absorta de que haya cambiado al segundo idioma que sabemos manipular. Él hace una mueca y da unos pasos hasta llegar a los pies de la camilla ―. A mí me lastimas con tus travesuras, ya no eres una niña y creo, creo que la culpa es mía por darte mucha libertad y no ser un padre responsable.
―Eres un gran padre Robert ―digo sin pensarlo.
¿En verdad lo pienso así? Oh, vaya que es cierto. Y yo soy una pésima hija por pensar lo contrario.
― ¿Ves? ni siquiera tienes la educación de llamarme papá ―señaló cansado ―. Me pasa por no haberte conseguido una madre hace tiempo, si hubiese tenido un poco de ayuda de mi madre tu serias otra mujer. Pero tuve la mala suerte de perder a mis padres cuando tú a penas eras una bebé, me ayudaron lo que pudieron contigo. Pero no supe cómo seguir sus consejos para criarte ―se detiene. Mira nuevamente hacia la ventana y relame sus labios antes de continuar: ― O permitir que tu abuela Soraya estuviese presente en tu crianza
»Pero eso se termina aquí.
― ¿Qué? ¿A qué te refieres con que se termina aquí? ¿Vas a matarme? ―Inquirí incomprendida y sin meditar mis palabras antes.
Sé que no he sido la mejor de las hijas, pero sé que Robert no sería capaz.
―Te amo demasiado como para matarte ―sonrió melancólicamente.
― ¿Entonces? ¿A qué te refieres con que esto se termina aquí?
―Soraya, tu abuela, quiere conocerte. En realidad siempre deseó verte nuevamente. Pero yo nunca se lo permití, al estar muy enojado con su hija... Ella no tiene la culpa de que tu madre nos abandonara.
― ¿La abuela Soraya? ―Cuestioné confusa, es la segunda vez en mi vida que escucho ese nombre. La primera fue cuando tenía once años y me llego un sobre con ese nombre. Robert me lo quitó y lo rompió en mis narices, no le tome importancia porque no conocía a nadie con ese nombre. Ahora tengo mis teorías de quien puede ser― ¿La mamá del engendro que me dio la vida?
―No hables así de tu madre―regañó sin fastidio ―. Aunque ella haya cometido muchos errores, no deja de ser la persona que te dio la vida.
―Su error fui yo ―refuté ―, debió haberme abortado si no quería tenerme.
― ¡Andrea basta!―Di un respingo ante su exclamación. La vena furiosa en su frente se palpa notoriamente. Me siento una partícula diminuta en esta habitación ―. Es de esto de lo que te hablo, hablas y dices cosas sin medir tus palabras, hiriendo a los demás.
― ¿A quién mierda hiero ahora? ―Inquirí exasperada.
Siempre tengo la culpa de todo, sea lo que sea, me señalaran como la culpable de los golpes y los accidentes. Que piensen lo que quieran, solo yo sé a quién hiero con mis palabras y lo que pienso de ellas, a mí.
―A esta mierda ― respondió furioso, señalándose con el dedo índice ―. A mi me dañas con lo que dices y haces ¿crees que no sentí que casi muero cuando me dijeron que estabas aquí? ¿Qué mi respiración dejaba de pasar cuando te vi toda golpeada y ensangrentada? ¿Crees que me gusta verte así? ―se le corta la voz.
De momento me siento miserable.
―Robert yo...
―Tú nada Andrea ―interrumpe, dándose un respiro ―. A penas salgas de este hospital te irás a casa de tu abuela Soraya, ella sabrá que hacer contigo, porque yo ya no sé qué hacer con tu descontrol, eres toda una adolecente rebelde y difícil de entender.
No puede ser.
― ¿Para ti mandarme con esa mujer resulta ser la respuesta a tus problemas? ―Pregunte perturbada―. Ve sabiendo que eso nunca pasara. No hay quien me cambie y tú solo haces esto para deshacerte de mí, para que al fin tengas tu hermosa familia junto a Julia, Lourdes y... Ivana ―se me dificulta decir ese nombre ― ¿Crees que no sé qué las quieres como la hija que nunca tuviste? ¡Pues al diablo con ustedes!
― ¡Ya para Andrea! tú siempre serás mi hija, eso no lo cambia nada, ni nadie. Pero tu comportamiento si puede modificarse. Haz un intento. ¿No crees que tu melodrama ya ha ido demasiado lejos?
¿Melodrama?
―No hago ningún melodrama ―aseguré osada―. Pero si esa fue tu grandiosa excusa para que me vaya sin pensar que quieres deshacerte de mi pues bien, lo haré.
Robert se sorprende, luego da unos pasos hacia mí, se detiene justo a mi lado.
― ¿Es en serio? ―Inquirió confuso.
―Sí, pero no iré a meterme en casa de nadie, sino a otro lugar en donde no vea tu estúpida cara ―espeté.
A continuación, sin previo aviso, Robert eleva su mano y estampa su palma en mi mejilla derecha. Estoy perpleja, es la primera vez que me pone una mano encima, por lo tanto, esta nueva experiencia ha reanimado todos mis dolores.
Una lágrima de dolor y tristeza baja por mi caliente mejilla. Lo miro, notando su expresión sorprendida.
Lo que acaba de hacer, nunca, jamás, se lo voy a perdonar.
Robert abre mucho los ojos, tan absorto como sorprendido.
―Andrea yo...
― ¡Vete, no te quiero volver a ver en mi vida!
Robert niega con la cabeza y trata de tocar mi rostro, me aparté inmediatamente. Llorosa.
―Hija lo siento –dice volviendo a su lugar tras mi reacción ―yo no quise hacerte daño.
―Pero lo hiciste ―refuté comprimiendo las lágrimas ― ¡Vete de aquí!
La garganta me raspa como si estuvieran pasando una lija por sus bordes internos.
―Que son esos gritos ―Intervino un doctor que entró repentinamente a la habitación. Observó el panorama y se detuvo en Robert ―. Señor su hija no está del todo recuperada. Será mejor que salga y para la próxima vez tendré que preguntarle a su hija si le permite el acceso.
Eso no pasara
Robert me mira con culpabilidad en sus ojos, siento como un puñal invisible se me clava en el pecho, aparto la mirada y trago fuerte. Tratando de ahogar mis penas.
No veo a Robert cuando se va, pero si escucho sus pasos y la puerta cerrándose. Suspiro, no de tranquilidad, sino de pesar.
― ¿Te sientes bien? ―Cuestionó el doctor con amabilidad.
Es definitivo, Robert se fue y mis ganas de llorar incrementaron.
Asentí en respuesta, porque no me siento capaz de hablar. La laringe, donde se encuentran mis cuerdas vocales, arde horrores por lo mucho que las he forzado a hablar.
―Le pediría que descanse, pero necesito llevarla conmigo a la sala de rayos x, para saber cómo está su pierna. Serán unos minutos, luego puede volver y descansar.
O llorar...
Accedí sin objetar.
Joseph, como se llama el médico, sale unos segundos y luego vuelve con una silla de ruedas, a su vez entran dos enfermeras que me sonríen afectuosamente antes de acercarse a la cama de junto y colocarle unas sábanas.
―Las habitaciones están repletas ―comentó Joseph. Deteniendo la silla de ruedas a un lado de la camilla, luego me quita las sábanas de encima, pasa una mano por debajo de mis rodillas, la otra la deja en mi espalda y, por último, me alza ―. Espero no te incomode que te tome en brazos como a una niña.
―Descuide ―la voz me duele. Tragué en seco y, una vez que me deja en la silla especial para poder transportarme vuelvo a mirar a las enfermeras que casi terminan con su trabajo ―. El que las habitaciones estén repletas quiere decir que ¿tendré compañera de habitación? ―Pregunté distraídamente observando a las enfermeras.
―Compañero ―corrigió. Enarqué una ceja. ¿Cómo pueden dejar que un hombre y una mujer duerman en la misma habitación? ¿Qué pasa si es un psicópata asesino o peor aún, un violador? ―. No te preocupes por ello, él es inofensivo. Ya verás que ni notaras su presencia.
Eso espero.
○○○
―Bien Beatriz ―dice el doctor, mientras revisa las radiografías ―. Tu pierna se recuperará. Asique podremos sacarte el yeso en dos meses. Lo único que nos falta son los análisis de sangre. Si todo sale bien, te daré el alta y al fin serás libre ―sonrió divertido.
¿Libertad? Defina libertad para mi doc. Con una chica en terapia intensiva por mi culpa y con un padre que me desprecia ¿en dónde encontraría mi libertad?
―Bien ―dije sin ánimos.
― ¿Pasa algo? ―Inquirió, apartando su mirada de las radiografías y centrándola en mí.
―No pasa nada, solo quiero irme a descansar.
Joseph se cruzó de brazos y apoyó su cadera en la camilla de enfrente.
―Beatriz... ―continúa con el mismo tono severo de siempre. Joseph me llama por mi segundo nombre ya que Robert, por el susto que se llevó cuando se enteró que estaba aquí, relleno los papeles con mis datos colocando solo mi segundo nombre junto con el apellido Bianchi. Por eso es que todo el personal me llama Beatriz o Bea.
»Como tendrás que convivir con ese yeso por dos largos meses, te sugiero que uses otro medio de transporte, en este caso, otro soporte que te ayude a mantenerte en pie ―se acerca a un armario metálico, le quita el candado al introducir una pequeña llave que lo abre y saca de allí unas muletas ―. No creas que una silla de ruedas es la solución a tus problemas, además con las muletas podrás transportarte con mayor facilidad ―aseguró―. Ahora veamos cómo vas con la práctica.
Joseph pasa algunas horas instruyéndome con las muletas. No voy a negar que mantener mi peso sobre dos tablas bajo mis axilas sea por demás incómodo. Pero como mi humor está en los suelos y mi mente está bloqueada de pensamientos penosos, obedezco y aprendo. No soy una experta pero puedo sobrellevar el tiempo con las muletas.
Para olvidarme de lo que el futuro planeado por mi padre tiene para mí, por unos largos segundos, le pido a Joseph que me lleve hasta el jardín del hospital con la excusa de que en un lugar más espacioso se me hará más fácil adaptarme a las muletas. Cuando en realidad solo deseo tomar aire. Ya llevo dos semanas internada, es decir, mucho tiempo recostada y encerrada en una habitación.
Soy un alma libre. Por más cadenas que quieran rodearme para inmovilizarme, sigo siendo firme con mis decisiones.
Luego de una tarde llena de aprendizaje, tropiezos, risas y de robarle galletas mi amigable doctor de cuarenta años, Joseph se despide de mi frente al ascensor, no me escolta hacia mi habitación porque acaba de recibir una llamada de su esposa y porque no le veía el caso que lo hiciera, ya que puedo movilizarme sin inconveniente alguno gracias a la ayuda de los soportes de madera.
Me apoyo sobre las muletas y muevo mi pierna derecha, la sana, hacia adelante, luego balanceo mi cuerpo en la misma dirección y así hasta llegar a la puerta de mi dormitorio.
Pero antes de agarrar el picaporte dirigí mi vista a las escaleras al final del pasillo y leo las señales al costado de la pared. La flecha que apunta hacia abajo dice: maternidad, y la que señala hacia arriba dice: terapia intensiva.
«Está en coma, por tu culpa ¡Por tu culpa!»
Las palabras de Frank causan calambres en mi cabeza. Trago en seco y vuelvo a afirmar mis manos en el soporte de las muletas.
Respiro hondo y giro por donde volví, obviamente, en dirección hacia el ascensor con una idea fija en la cabeza.
Necesito verlo por mi misma, necesito saber que tan grave es la situación, necesito saber cuánto daño le he hecho a mi familia.
○○○
Me encontraba en la cuarta habitación de la terapia intensiva. Arriba de una camilla grande con unas sábanas que moldeaban su cuerpo se encontraba una chica de diecisiete años, luchado por su vida y manteniéndose en este mundo con la ayuda de muchos cables inyectados en su cuerpo, ni hablar del tubo de oxígeno que sale de su garganta. Sus ojos marrones están acobijados bajo esos parpados pálidos que solía tener negros por el exceso de rímel.
Sus labios perdieron color y firmeza, ahora están partidos y secos; su rostro de niña buena y picara a la vez está lleno de rasguños y moretones. Y su antiguo cabello castaño, largo y brillante, es cubierto por una venda que cubre toda su cabeza. Dudo que hayan sentido piedad por su pelo cuando taparon su cabeza con esa tela áspera y blanca.
Esa maldita imagen borro todo lo que era una Ivi sana y feliz, ahora me tropiezo con una chica internada y sin signo de vitalidad a simple vista, solo una máquina que señala ese concepto como cierto.
Afligida y con un nudo en la garganta, me siento en la camilla junto a la suya, mirándola detenidamente y dejando que el llanto se apoderara de mi.
En estos momentos no siento nada, ni odio, ni dolor, ni tristeza, ni pena, solo... me siento un cuerpo sin alma, eso mismo, he recibido tantos golpes emocionales que ya no me siento viva.
Respiré profundo, elevé mi mano con la intención de acariciar la suya pero me arrepentí.
―Lo siento...―susurré en un hilo de voz ―. Sin embargo... por más que lo intente... n-no puedo perdonarte.
Apreté los dientes con intenciones de impedir un sollozo, pero se me es imposible resguardar las lágrimas que piden a gritos ser liberadas.
Al concluir esta afirmación, agarré las muletas y me paré rápidamente, tratando de no apoyar mi pierna enyesada en el suelo. Me preparé para salir, pero antes de hacerlo mis ojos llenos de lágrimas se fijaron en el brillo de una lámpara iluminando una carpeta azul sobre la mesita ubicada al lado de la camilla.
Enjuagué mi rostro con mis manos y caminé hacia esa carpeta, rodeando la camilla y tratando de no volver a mirar el estado en el que se encuentra la persona que fue mi amiga, pero que sigue siendo mi hermanastra.
Finalmente agarré la carpeta y al leerla noté que no es cualquier cosa la que tengo en mis manos, sino que es el historial clínico de Ivana. Sin pensarlo indago su interior.
Nombre de la paciente: Ivana Frontezco
Edad: 17 años
Observaciones clínicas: traumatismo craneoencefálico severo, conmoción cerebral, herida profunda en el brazo derecho, ningún órgano dañado, costilla 2 y 3 fracturadas...
Cerré los ojos con fuerza y trate de seguir leyendo, pero no podía, el dolor y la tristeza eran insoportables, ¿Cómo puede ser que tenga un traumatismo craneoencefálico si ella llevaba su casco puesto? mire el papel y continúe...
Quemaduras en la pierna derecha, aborto accidental....
Dejé de leer unos segundos. Tragué en seco y miré absorta a Ivana.
Tuve que dejar caer la carpeta para poder sostenerme con las muletas y no caerme de espaldas.
¿Aborto accidental?
¿Acaso Ivana estaba esperando un hijo?
Después de formularme esta pregunta mentalmente, las sospechas de su comportamiento inusual y su pelea con mi ex novio ese día en la escuela concuerdan y encajan en el rompecabezas que acabo de armarme mentalmente.
―No puede ser... ―susurré, cubriéndome la boca y viendo todo acuoso.
La puerta se abrió de golpe haciendo que de un respingo del susto.
― ¿Qué haces aquí? Creí que ibas a irte a tu habitación.
―Joseph, yo... No puedo creerlo ―musité inconscientemente. No tenía mis pensamientos claros y solo temblaba de perplejidad.
El doctor negó levemente con la cabeza, apenado.
―Lo siento Beatriz pero no puedes estar aquí.
Joseph da unos pasos hacia mí. Vuelvo mi vista distraída y acuosa a Ivana.
Ahora sé lo que siento por ella en este momento, y no es odio, sino culpa. Por mi culpa perdió al ser que llevaba en su vientre, por tratar de calmar mis impulsos, por tratar de ser escuchada.
―Beatriz, ya vámonos ―pide Joseph. Deslizando delicadamente su mano por mi brazo hasta tomar mi muñeca―. Debes descansar pequeña, por favor vámonos. Por tu bien.
«Por mi bien»
Bajé la mirada, sintiéndome incapaz de seguir mirando a la chica recostada en esa camilla y alejándome dando saltitos con mi pierna sana hacia la puerta. Me detengo justo en el umbral y le dirijo una última mirada a quien creí era mi mejor amiga, ahora es solo una víctima más de mis fechorías.
―Sigue caminando Beatriz―pidió Joseph.
Respiro por la nariz y asiento. Vuelvo mi mirada hacia el frente y continúo con mi camino.
○○○
―Bea... ―volvió a hablar Joseph frente a la habitación 346, luego de un rato en silencio.
―Por favor doctor, solo quiero descansar y le agradecería que no digas nada de esto a nadie. Solo le haré una pregunta y espero que me respondas con total sinceridad―me moví hacia él y lo miré fijamente a los ojos, una combinación entre gris y lila. Muy hermosos y originales ― ¿Robert y Julia saben del... embarazo de Ivana? ―pasé saliva, me costó formular esa pregunta en voz alta.
Solté todo el aire contenido. Pero aun así no me siento aliviada, dudo que alguna vez vuelva a ser la misma.
―Lo saben ―responde luego de unos segundos de silencio ―. Y el muchacho que estuvo esta tarde se señaló como el padre del niño no nato ― carraspeó la voz y volvió a mirarme, severamente esta vez ―. Tu padre lo golpeó.
―Oh.
No estoy feliz porque Robert haya golpeado a Frank, ni tampoco porque él haya recibido la paliza que merecía. En realidad volví a ser ese ser que no siente pero si oye, respira y habla.
― ¿Cuándo pasó? ―Quise saber.
―Las enfermeras me lo comentaron. Fue cuando estuve examinando tu pierna. Después de que interviniera en la discusión que tenías con tu padre. Ese chico no se presentó hasta hoy.
―Bien... ―fue lo único que se me ocurrió decir, no, en realidad ni lo pensé, sino que salió por si solo de mi boca ―. Necesito descansar ―avisé distraídamente.
Joseph abre la puerta por mi, se despide y cierra a mis espaldas. Me adentré más al lugar, deteniéndome y dejando caer mi espalda sobre la pared. Cerré los ojos unos segundos y suspiré con fuerza.
Ojalá haya una medicina, hechizo o fórmula mágica que sirva para olvidar, que me enseñe quien soy y que me diga cuál es el verdadero propósito en esta vida. Porque solo me siento una sombra opacando la luz de las personas que se me acercan. Soy un problema, solo sirvo para destruir o dañar lo que toco.
Mi punto fijo es una mancha negra sobre mi cabeza. «Estoy maldita, soy letal»
Una tos se escucha en un lado de esta habitación. Ahora mis ojos se abren a más no poder.
¿Qué fue eso?
La tos vuelve a hacerse presente, esta vez más fuerte. Descendí lentamente mi mirada y me deslicé hacia atrás, como si quisiera huir traspasando la pared.
Pero que...
En la camilla junto a la mía, la cual estaba vacía cuando me fui, ahora es ocupada por una persona que no logro distinguir por la tenues luz de la luna. Ya que las luces de la habitación estaban apagadas.
Ahora que recuerdo esta tarde, antes de ir a hacerme radiografías, Joseph comentó que tendría compañero de habitación. Por todo lo sucedido lo había olvidado completamente.
Bien, ya estoy aquí y no pierdo nada con averiguar de quien se trata. Por lo tanto aferré las muletas a mis lados y di pequeños saltos hacia la camilla junto a la mía.
Puedo escuchar la respiración de esa persona cuando estoy cerca. Me lleno de valor antes de acercar mi mano al interruptor que enciende la luz sobre su cabeza, de la misma forma que está instalada en mi camilla. Suspiré y presioné rápidamente el botón, después de que se escuche el clic una luz brillante resplandece sobre un rostro.
Esa quijada rectangular, esa nariz empinada, esas mejillas que antes tenían rasguños y ahora solo son cicatrices diminutas, esos ojos que no han reaccionado ante la brillante luz sobre ellos por la obstrucción de una venda cubriéndolos y esos labios rosas que ahora están pálidos y secos. No he olvidado lo poco que conocí de su fisionomía, aunque ahora tenga un poco de barba crecida, sigue siendo él, no puedo equivocarme.
No puede ser, ¿O sí? ¿Acaso estoy frente al chico que fue víctima de mi temor hace unas semanas? ¿El mismo que besé por impulso?
Creí haberlo soñado, pero no es así. Yo lo besé, me aproveché de su inconsciencia con mi egoísmo por salvarme de una penosa situación.
Pero ¿Por qué él? ¿Por qué no me asignaron otro compañero de habitación?
¿Destino? No lo creo... ¿Coincidencia? Si, puede ser.
Doy unos pasos hacia atrás al escucharlo toser nuevamente. Relame sus labios y vuelve a respirar con normalidad. Señal clara de que está dormido.
Apoyé mis muletas sobre la pared y me acerqué tímidamente, arrastrando la pierna enyesada, me detuve antes de tocar su brazo reposando sobre la orilla del colchón.
Puedo notar unos cuantos músculos bajo su camiseta blanca, en sus brazos, torso y abdomen, el cobertor solo le tapa del ombligo para abajo y esa zona no quiero examinarla, ni que fuera pervertida. Tampoco es una roca llena de músculos, sino que tiene los justos y necesarios. Las venas se le resaltan en el dorso de sus manos, mismas que son más grandes que las mías, puedo asegurarlo a simple vista.
Sigo subiendo mi mirada detallista hasta llegar, nuevamente, a su rostro. No obtengo una fácil visión de sus ojos ni parte de su tabique, pero si puedo señalar que parece un ángel durmiendo, su respiración es regular y tranquila. Su pecho sube y baja cada vez que lo hace.
Mi mano derecha viaja por si sola en el aire hasta llegar al rostro de ese chico, hasta detenerse a una escasa distancia de su mejilla. Comienzo a detallar su mandíbula, quijada y barbilla con la yema de mis dedos.
Oh Dios, ahora sí que me siento una pervertida. No obstante, pese al pensamiento, no puedo parar de hacerlo.
Mis dedos siguen subiendo por su mentón, hasta detenerse unos segundos bajo su labio inferior. Lo pienso unos segundos, pero no señalo como malo la oportunidad de definir esos carnosos y bien dibujados labios. Entonces sigo mi recorrido, pasando suavemente mi dedo índice por su labio inferior, luego detallo con mi dedo medio su labio superior.
Detengo mi mano, la quito de ese lugar prohibido y peligroso y me quedo mirando esa boca culpable de mi confusión y del que haya caminado pensativa, sin rumbo, durante horas esa misma noche que lo besé por primera vez.
Ahora me encuentro hundida en una necesidad que para mi resulta insípida, necesidad de volver a sentir esa sensación distante, lejana a todo esto, a todo lo que me rodea.
De un segundo a otro mi garganta se seca, mis labios comienzan a temblar y mis mejillas a arder.
¿Acaso me he sonrojado? Es el recuerdo de ese beso atrevido el que me hizo sonrojar. Pero ¿Por qué? Pues... debería averiguarlo ¿no?
Vuelvo a elevar mis manos, está vez siendo consciente de lo que estoy a punto de hacer, las dejo sobre sus mejillas. Las palmas me pican al sentir su barba de unos días bajo ellas, comienzo a acariciar su piel, me gusta la sensación.
Fijé mis ojos en ese fruto prohibido, encontrándome con sus labios semi abiertos, pareciese que estuviese incitándome a lo indebido. Pero siendo sincera ¿en estos tiempos quién se apega a las reglas?
Sin seguir pensándolo incliné mi rostro lentamente hacia su rostro, hasta que la distancia ya no fue problema para que mis labios comiencen a masajear los suyos y para que su cálida respiración se mezcle con la mía. Es un beso dulce y delicado, prohibido y robado. Me encanta, me revive y me ayuda a olvidar que es lo que más me importaba hace unos segundos, se podría decir que acabo de encontrar esa fórmula para olvidar.
Se me erizan los vellos que crecen en mis brazos, en mi estómago siento un cosquilleo nunca antes parecido.
¿Tanto puede provocar un simple rose de labios?
No es eso, sino que un beso, uno de los que no dejan huellas, pero sí que te da un gratuito viaje a la lejanía.
Frustrada, recordando que esto no está bien, me aparto a regañadientes de él.
Sonrío como tonta. ¿Qué me pasa? ¿Por qué esa reacción diferente? Nada me llevó a sonreír, pero de todas formas lo estoy haciendo.
Dios esto que hice está mal, muy mal. Aprovecharme de una persona inconsciente ¿Dónde se ha visto? ¿Qué pasa conmigo?
Será mejor que me olvide de lo que acaba de pasar y vuelva a mi cama, descanse mi mente y ruegue que mañana me olvide de todo lo que paso hoy día, absolutamente de todo.
Agarré mis muletas y las coloqué bajo mis axilas. Viré en dirección contraria con intenciones de alejarme de allí, hasta que un intrépido agarré en mi camisón me detiene y tira de la tela. Abro los ojos a más no poder, perdida y avergonzada.
― ¿Quién eres? ―Escuché una voz ronca y cansada a mis espaldas. Quedé rígida y con las manos cubriendo mi boca para no soltar una exclamación que me delate.
No puede ser es él, despertó. Corrijo, ¡fui yo quien lo despertó!
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Comments
Lolimar Mijares
pero que intrépida, atrevida, lanzada... realmente si que sigue sus instintos.
2022-08-13
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Alba Hurtado
ya tiene chispas química hormonas feromonas alborotadas 🤣😜 buenísima jijuemadre sigamos leyendo excelente
2022-08-13
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LUZ AMPARO SALINAS ANGULO
jjjjjjjjjjjj 🤣🤣😂🤣 que locura 🤚👏👏👏👍
2022-08-13
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