*Nueva edición*
"Hago cosas malas, no estoy orgulloso".
Dos semanas más tardes.
—¡Por favor, señor, yo no hice nada!—Grita Jake malhumorado y a la defensiva cuando un sujeto castaño con hoyuelos en las mejillas y ojos cafés obscuros lo toma de los hombros llevándolo a la fuerza hacia la comisaría del Distrito Central de la ciudad.— ¡Suélteme o voy a denunciarlo con la policía! Esto es abuso de poder.
— Puedes denunciarme con la policía en cuanto también le digas dónde dejaste la mancuernilla de diamante que robaste unas semanas atrás.— Acusa el sujeto de gabardina negra y boina negra sobre la cabeza que luce tan elegante como sombrío mientras arrastra a Jake en contra de su voluntad porque se ha quedado enmudecido y entumecido con los ojos llenos de miedo.— Mi cliente dice que está evaluada en trescientos mil lunas y al menos que tengas esa cantidad o la mancuernilla, no queda otra que llevarte a prisión.
— ¿Ah, sí?— Dice Jake tratando de no sonar tan sorprendido, aunque tiene toda la expresión como un poema, él se quita el cabello de la cara y lo acomoda tratando de aparentar tranquilidad, aunque por dentro está muerto de miedo más porque cada vez están más cerca de las escaleras de la comisaría.— Pues no diré nada sin la asistencia de un abogado.
— Mira, niño, evítate los cargos y entrega lo que te robaste ahora mismo.—Dice el sujeto de piel blanca y cabello castaño claro con algunos rizos dorados que agarra fuertemente del brazo a Jake y acerca su cara de forma amenazante hacia él, provocando el efecto esperado cuando este traga saliva más nervioso.— De lo contrario iremos con la policía y le entregaré todas las pruebas para que te arresten.
— ¡No, mejor llévame con tu cliente para que lleguemos a un acuerdo porque ya no tengo esa mancuernilla, hace días que la vendí!— Se defiende Jake siendo tan sincero porque está muerto del miedo y frena sus pasos deteniéndose de subir los grandes escalones que llevan a las enormes puertas de cristal de la estación de policía donde varios uniformados entran y salen aquella mañana nublada.— Y no me importa si tiene que romperme todos los dientes o quebrarme cada dedo de la mano! Estoy dispuesto a pagar cualquier precio.
El detective privado se detiene al pie del primer escalón y mira desde arriba a Jake que valerosamente alza la cabeza para ver directamente a esos ojos cafés obscuros, él tiembla de pies a cabeza, pero se mantiene recio y firme tratando de verse seguro ante aquel hombre castaño claro que lo juzga, este se lleva la mano al auricular escondido entre su oreja y su boina luego asiente con la cabeza mirando atrás por encima del hombro de Jake que traga saliva estando muy nervioso y asustado.
— Bien, mi cliente está dispuesto a negociar contigo, camina, ladronzuelo.—El sujeto castaño claro baja del escalón y agarra fuertemente del brazo a Jake, llevándolo arrastrado hacia el borde la banqueta, alejándose de la estación de policía para mezclarse entre los transeúntes.— Al señor Melnikov no le gusta esperar a nadie.
— ¡Carajo, es ruso! Juro que pensé que era italiano. ¡Joder, joder! No le hubiera robado si hubiera sabido eso de antemano, lo juro, no quiero esa clase de problemas.—Confiesa Jake con aprehensión con los vellos erizados y la garganta seca, mientras el detective a su lado lo guía por toda la fina y delgada línea del borde la banqueta hacia un coche negro de lujo.— No es que no tema a la mafia italiana, pero la mayoría de los rusos ricos son peligrosos porque pertenecen a la mafia roja, más si estos están en un club nocturno.
—Guarda silencio, niño, a mi cliente no le gusta la gente parlanchina y fastidiosa, no es un hombre de mucha tolerancia con nadie.— Advierte el hombre de boina negra, mirada fríamente calculadora que hace tragar saliva a Jake que se encoge de hombros y sigue marchando a lado del sujeto.
El viento frío hace de lo suyo al agitarles a ambos los mechones de cabellos y darles mucho frío, más a Jake que carga una sudadera gris vieja, un pantalón deslavado que tienen algunos pequeños agujeros en las partes de las pantorrillas y la parte inferior rasgada, las vans desgastadas y sucias y un ojo morado al igual que todo el cabello castaño ondulado despeinado y grasoso, él está todo desaliñado y parece un andrajoso vagabundo de la calle.
De nuevo él tiene ese vacío en el estómago, tiene mucha hambre y apenas recuerda el sabor de su último bocado hace dos días, lo único que le da fuerza a Jake para tener la panza vacía es el recuerdo del sabor de aquella hamburguesa deliciosa de tres dólares que fue un manjar para su paladar y ahora que camina por la calle en aquella mañana nublada y fría, no tiene arrepentimiento alguno por eso es capaz de caminar con la cabeza alzada con orgullo y una pizca de soberbia pese a su aspecto deplorable.
Jake se ve como si fuese un sinvergüenza ladronzuelo cuando camina acompañado de ese hombre bien vestido que marcha a su lado hasta el final de la cuadra y después se detiene frente a la puerta de aquel coche negro, él se queda unos pasos atrás y Jake se detiene muerto del susto cuando ve que ya no va a acompañarlo más.
El detective mira hacia la puerta del coche como señal, y a él le tiemblan las piernas ferozmente sin saber que es por el pavor o por el cansancio, pero se siente tan lleno de pánico cuando el detective se gira sobre su eje y se va perdiéndose entre la multitud de transeúntes que marchan en el Distrito Central de la ciudad, ese lugar siempre está lleno de muchas clases de personas, desde ricas hasta pobres así que Jake pasa por completo desapercibido y más en aquella mañana nublada donde las personas solo están apuradas de llegar a su destino antes de que caiga la tormenta prevista para el final del día.
Jake se arma de valor y agarra la manecilla de la puerta, luego entra al coche y la cierra quedándose sentado en el asiento del copiloto de aquel carro lujoso, escucha el motor rugir del coche siendo encendido y el automático del cinturón de seguridad cuando este se coloca por sí mismo, una herramienta ideal para aprisionarlo aun si quisiese escapar, ya el coche ha arrancado y se ha metido en tráfico de aquella calle tan transitada, a él un miedo feroz lo invade, pero traga saliva y finge ser valiente.
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