III. Una casa azul [editado]

"El azul profundo es un color que denota prestigio y elegancia desde la antigüedad. Así lo podemos apreciar en los mantos teñidos con indigo que lucen las mujeres y los hombres bien vestidos de Camerún a Senegal en África, al igual que en China, en Japón y en el México prehispánico (donde cubrirse con un xiuhtlalpilli tilmàtli saturado de añil era prerrogativa exclusiva del tlàtoāni). La molécula que impregna a las fibras de esas prendas, para que nuestros ojos perciban tanto azul, es la misma en Asia, África, Europa y América, pero las plantas de donde se obtiene varían de región a región." *

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La habitación en sí era simple, paredes crema y piso oscuro, ventanales y vitrales decorados con cortinas azul celeste, mi cama justo enfrente, un escritorio de madera con una lámpara negra, donde acomodaba todos mis libros y cuadernos era un librero grande de madera negra decorado con un par de bustos y curiosidades, un gran armario muy antiguo azul cian, de mi tatarabuela o algo así, por último un pequeño sillón francés también azul con muchos años en mi familia, con su almohadón circular de seda blanca con detalles dorados. La habitación, al igual que toda la casa, era al gusto de mi madre, con una paleta de azules con un poco de negro y cremas, los cuadros que la decoraban eran temáticos del mar y el cielo. A veces me perdía mirando aquellas pinturas, imaginando que entraba y me hundía en toda la inmensidad azul que me rodeaba y abrazaba, en su quietud y tranquilidad, su paz y silencio, la frialdad del mar y la soledad del cielo, estaba rodeado de un azul tranquilo que me recordaba mi falta de paz.

Las sábanas eran de seda oscura y los almohadones rellenos de plumas, pesados y mullidos. De pequeño, a veces, imaginaba que sucedería lo mismo que en cierto relato con este elemento, morir en tu cama suena lamentable y solitario, pero muy tentador, la colcha con bordados de peces dorados y plateados era fría y ligera como el agua, el colchón se hundía bajo mi peso con la suave sensación de flotar, era agradable y tranquilo, me gustaba recostar mi cuerpo cuan largo era para mirar el claro y pulcro techo por un par de horas, hasta que sentía que debía dejar de procrastinar o me aburría de este, esa habitación era muy grande y solitaria para una sola persona, al igual que la casa, tan fría y solitaria.

Mis padres, adictos al trabajo y a ellos, estaban pocas veces en casa, preferían dormir en el hotel, en su propio lodge privado o en la oficina de mamá, entiendo que quieran privacidad, pero la casa era muy grande y yo ya era mayor, nuestro apego familiar nunca se desarrolló del todo, a veces los encontraba desayunando en el comedor después de un evento muy importante que les había llevado mucho tiempo (meses por lo general) y estaban en unas cortas vacaciones de un par de días, aún así, teniendo eventos grandes e importantes de manera seguida no solían tomar vacaciones, pero después de un colapso nervioso por una combinación de estrés y una mala alimentación bajaron un poco el ritmo de trabajo que llevaban, más que nada por la preocupación mutua por los negocios y su estilo de vida.

Igual la habitación (y la casa en general) seguía siendo solitaria, el azul la representa muy bien, es un color tranquilo y frío, que te relaja y enfría, te arrastra a las profundidades y te hace admirar la calma del abismo, el bosque que rodea la casa solo hace que el lugar se sienta aún más abandonado y frío, pareciera el lugar más solitario y lejano al mundo, un lugar apartado y una maravilla natural, en efecto hermoso pero despiadado.

Las pinturas que decoraban mi habitación eran muy atrapantes, hacían que me perdiera en mis turbulentos pensamientos, como una tormenta en el mar, el mar enojado y el cielo también, uno agitado y el otro llorando, si las veías por mucho tiempo daban la sensación de entrar en la pintura en su totalidad, sentías el agua rodeandote, cubriendote y obstruyendo el paso de aire a tus pulmones, ahogándote en sensaciones, emociones y problemas, esas sensaciones evocaban mi desesperación, y parecían advertirme que no importa se cuanto nadar hacia la luz o luchará para salir a la superficie, ya estaba muy profundo como para poder salir por mis propios medios o con ayuda.

Al ver el cielo pintado al óleo en las paredes me invadía la tristeza, tan basto y amplio, con los brazos abiertos, dispuesto a recibirme, pero yo estoy viéndolo, desde abajo, desde mi jaula, no tengo alas para volar, fueron cortadas, no tengo forma de salir de la jaula, no tengo nada. Lejano e inmenso, quisiera que sus brazos me tomaran con fuerza y me llevarán por todos lados.

Tan bastos el cielo y el mar, bailando juntos a lo lejos, pero jamás tocándose, uniéndose en el lejano horizonte, siempre el uno frente al otro, mirándose a los ojos, viendo sus más profundos secretos y misterios, deseosos de tocarse y conocer que hay más allá, tan cerca y tan lejos, tan fríos y cálidos.

Así que mí habitación azul solo me mareaba, no me sentía aristocrático, cómo era la intención original del diseño y decoración, solo me sentía enfermo, me sentía fuera de lugar y muy abrumado, todos los elementos del lugar solo me recordaban las altas expectativas que todos tenían en mí, mis padres eran prominentes y reconocidos en su campo, mis familiares son personas importantes y con poder, mis amigos también provenían de buenas y ricas familias, todos los demás eran excepcionales y perfectos, solo quedaba yo, el chico que solo podía llorar y reprimirse, solo hacia lo que me pedían, no lo que me gustaba, no lo que quería, pero no tenía opción, no veía más allá, no sentía nada más allá de lo que siempre me mostraban, estaba encerrado en mi habitación azul, entre todos los tonos azules que veía, deseaba entrar al papel tapiz y perderme en sus diseños y patrones, en la decoración y su soledad, una maldita habitación azul era todo mi mundo.

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*Este es un fragmento de un artículo de Alejandro de Ávila que habla de uno de los tintes naturales más utilizados en el mundo, el Azul Añil.

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