El edificio de prácticas de Lucía era todo lo que el piso compartido no era: silencioso, ordenado y con olor a café recién molido sin quemar en lugar de a pizza recalentada.
Por fin, pensó, un espacio civilizado y tranquilo.
Su jefa, una mujer estricta pero amable de gafas cuadradas, le había asignado tareas básicas: ordenar expedientes, preparar informes y aprender el sistema interno. Lucía no se quejaba, estaba feliz. Era su primer día, y lo único que quería era no meter la pata.
Al mediodía, bajó a la cafetería del edificio. La cola era larga, y mientras repasaba en su cabeza la lista de cosas por hacer durante lo que quedaba de su jornada laboral, escuchó una voz familiar:
—Lucía, ¿tú aquí?
Se giró. Y ahí estaba.
Diego. Con la misma sonrisa descarada de siempre, camiseta negra y auriculares colgados al cuello. Parecía fuera de lugar en aquel ambiente serio, como si hubiese escapado de un bar bohemio y aterrizado en un edificio corporativo por accidente.
Lucía parpadeó.
—¿Me estás siguiendo?
—Ojalá. —Diego levantó un pedido de café—. Trabajo aquí algunas mañanas.
—¿Tú? ¿Trabajando? —Lucía arqueó una ceja.
—Qué poca fe me tienes. Soy camarero suplente, barista ocasional, maestro del latte art… —Dibujó un corazón con el dedo en el aire—. Aunque todavía no me sale tan perfecto como en Instagram.
Lucía negó con la cabeza, pero no pudo evitar reír.
—Esto es surrealista.
La cola avanzó. Diego se colocó tras la barra y tomó el pedido de la persona delante de ella. Movía las manos con soltura, y aunque bromeaba, había algo eficiente en sus gestos. Lucía se sorprendió observándolo más de la cuenta, hasta que él la miro y ella apartó la vista rápidamente hacia el menú, como si necesitará urgentemente saber cuántos tipos de croissant existían.
Cuando llegó su turno, la miró con una seriedad impostada.
—¿Qué va a llevar la señorita?
—Un café solo, por favor. —Lucía respondió en el mismo tono, como si jugaran al mismo teatro.
—¿Nombre para el vaso? —preguntó él, ya con la taza en la mano.
—Lucía.
Diego sonrió y escribió algo con rotulador. Cuando ella recogió el vaso, lo leyó: “La gruñona más guapa del piso 4B”.
Lucía sintió el calor subirle a las mejillas.
—Eres un idiota.
—Lo sé. Pero uno encantador —replicó, apoyándose en la barra, como si tuviera todo el tiempo del mundo.
Lucía rodó los ojos y dió un sorbo a su café, intentando no sonreír demasiado. Aun así, el gesto se le escapó. Y, por un instante, el día gris de oficina pareció menos pesado.
—Bueno, disfruta tu break corporativo —añadió Diego, inclinándose un poco hacia ella—. Y si sobrevives a tu jefa de gafas cuadradas, te invito una tostada mañana. Prometo escribir un apodo aún peor en tu vaso.
Lucía negó con la cabeza, pero su sonrisa ya no se podía disimular.
Salió de la cafetería con el café en la mano y un pensamiento incómodo rondando en su cabeza: Pero en el fondo, supo que odiaba admitir que Diego hacía que sus días fueran un poco menos aburridos.
________________________
***¡Descarga NovelToon para disfrutar de una mejor experiencia de lectura!***
Updated 123 Episodes
Comments