La vida escolar no es un color de rosas . Señora.

Lo malo es que ese entrenamiento letal era parte de un mundo al que ya no pertenecía. Cuando el Clan me echó, me vi obligada a fingir ser alguien más.Tuve que meterme en el mundo humano. Y créeme, si alguien piensa que las criaturas sobrenaturales son crueles, es porque nunca sobrevivió a una secundaria humana.

Allí todo era distinto:

Los cuchillos se cambiaban por lápices.

Las peleas cuerpo a cuerpo se reemplazaban con indirectas en redes sociales.

Y las traiciones eran mucho más sutiles, pero igual de venenosas.

En el mundo humano tuve que ocultar lo que era. No podía romperle la cara a la típica chica popular que me llamaba “rara”. Tampoco podía volar a patadas a los imbéciles que pensaban que mi cuerpo era un tema de debate público. Aprendí a tragarme la rabia, a sonreír con sarcasmo y a dejar que creyeran que yo era solo “esa chica extraña que no encaja”.

Pero dentro de mí… dentro de mí seguía la bestia. Yo no era una víctima, nunca lo había sido. Solo estaba jugando el papel que me convenía para sobrevivir.

Y aunque intentaba adaptarme, nunca encajé. El uniforme de estudiante me quedaba como un disfraz barato, las fiestas escolares me parecían una tortura, y los dramas adolescentes… por favor, yo había visto hombres arrancarse la garganta por honor, así que los chismes sobre quién besó a quién me parecían el mayor chiste del mundo.

Mi vida había cambiado, sí. Pero no me malinterpretes: yo no era una chica rota intentando encontrar un lugar. Yo era un arma escondida bajo una máscara. Y aunque nadie lo sabía todavía, algún día esa máscara iba a caer.

Y ese día, el mundo iba a sangrar.

Decían que con el tiempo uno se acostumbra. Que las heridas sanan, que el pasado queda atrás. Mentira. Pura mierda de libro de autoayuda. El pasado no se olvida, te persigue como un perro hambriento que no suelta el hueso.

En mi caso, tenía nombre y voz.

La voz del Rey Vampiro, fría, implacable, aún resonaba en mi cabeza:

—Nunca debiste existir. Eres la ruina de lo sagrado. Un error.

Y después venían las demás. Las del pueblo, las del Clan, cuchicheando, riendo, señalándome como si fuera una maldita enfermedad:

—Monstruo.

—Impura.

—Ni bruja ni vampira, solo un engendro.

Podía sonreír, podía fingir indiferencia, pero esas palabras se me habían tatuado en el cráneo. Y cuando estaba demasiado cansada para luchar contra ellas, se repetían como un eco maldito que me hacía hervir la sangre.

Esa tarde en la escuela, justo cuando pensaba que iba a tener un día normal (lo cual nunca me pasa, porque si existe una mala suerte personalizada, soy yo), pasó.

Estaba en el pasillo, intentando ignorar a las risitas estúpidas de las chicas populares —esas que creen que la vida es una pasarela de Instagram—, cuando uno de los tipos del equipo de básquet se acercó demasiado. Ya sabes, de esos que piensan que su camiseta deportiva es un pase libre para ser idiotas, y te derretirse por ellos con un " Hola" suyo.

—Ey, rarita —dijo, con esa sonrisa idiota que me daban ganas de arrancarle de la cara—. ¿Por qué no sonríes más? Seguro que serias linda si no tuvieras esa cara de funeral.

Yo intenté seguir caminando. Pero entonces, otra voz —la del Rey— se mezcló con la suya en mi cabeza:

“Una abominación.. Algo que nunca debió nacer.…”

El idiota me tocó el hombro, y fue como encender una bomba.

Giré tan rápido que ni vio venir el golpe. Mi rodilla se estampó contra su estómago, y el aire salió de él con un sonido patético, como globo desinflándose. Se dobló, y yo ya tenía el puño levantado para dejarlo seco de un solo golpe.

Y ahí me detuve.

Porque todos me miraban. Porque estaba en una escuela humana, no en los campos de entrenamiento con mis hermanos. Porque si soltaba ese golpe, no iba a poder esconder quién era.

Me quedé congelada, la respiración acelerada, la sangre latiéndome en los oídos, mientras en mi cabeza los insultos seguían repitiéndose como un maldito mantra.

—Monstruo.

—Impura.

—Error.

Tragué saliva, bajé el puño y lo empujé al suelo con un sarcasmo que apenas me salió controlado:

—Ups, parece que no eres tan duro sin tu pelotita naranja, ¿eh?. No me hables, tienes a tus zorras ,Neith.

Las chicas rieron nerviosasy furiosas,los demás se quedaron en shock, y yo me alejé antes de que mi autocontrol decidiera irse a la mierda.

Pero en mi interior lo sabía: no podía seguir conteniendo esa bestia. No por mucho tiempo.

Y peor aún… parte de mí ya no quería contenerla.

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