La noche cayó, y los cuatro se reunieron. El plan era claro: robar la casa rodante del Capitán.
—Mark, Robb y yo vamos al taller —dijo Joel—. Ana, vos por tu hermano.
Llegaron al taller por calles destruidas, esquivando escombros y autos volcados. Joel señaló un edificio oscuro.
El taller tiene bandera del cuervo ondea con orgullo, su diseño negro y desgastado simbolizando el dominio del Capitán.
—¿Ese es el taller?
Mark asintió.
—Veo a tres soldados en el tejado.
Robb, nervioso, preguntó:
—¿Cómo lo hacemos?
—Entramos por la puerta de atrás —sugirió Joel, mirando a Mark—. No quiero matar a nadie.
Corrieron hacia la puerta trasera y sorprendieron a dos guardias. Joel inmovilizó a uno por el cuello; Mark golpeó al otro con un palo. Los dejaron inconscientes en la oscuridad. Dentro, Joel vio la casa rodante justo donde Mark dijo que estaría. Mark abrió la puerta del conductor: las llaves estaban puestas.
—Esa es la que perdí hace meses —dijo Mark, sus ojos brillando—. Se la van a llevar.
Pero un guardia salió del baño de la casa rodante y se lanzó sobre Mark. Rodaron por el suelo, puños y patadas volando. Joel rompió el candado de la puerta del taller, pero un guardia lo golpeó por la espalda. Cayó de rodillas. El guardia levantó su arma, pero Joel se giró, lo derribó y le estrelló una pala en la cara. El hombre quedó inmóvil.
En el tejado, Robb luchaba contra otro guardia. Lo tiró contra un tanque de agua, esquivando un cuchillo. No lo mató, solo lo dejó fuera de combate, por respeto a Joel. Mark, mientras tanto, sacó al suyo a rastras y lo tiró afuera. Los tres se miraron, jadeando, sin decir una palabra. Cargaron armas, gasolina y herramientas en la casa rodante y arrancaron hacia la casa de Ana y León.
La casa estaba en un barrio medio derruido, pero con ventanas intactas. Joel bajó primero, hizo señas. Ana abrió la puerta, apuntando con su arco, pero al reconocerlos, lo bajó. León salió detrás. Habían conseguido la casa rodante.
—¿Podemos descansar un poco antes de salir? —preguntó Joel, exhausto—. Estoy cansado de pelear.
Mark miró alrededor.
—Tres minutos, no más.
Joel subió y encontró una Nota en la casa rodante: No os rindáis, hermanos. El pueblo no se entrega al Capitán. Firma: Los Rebeldes.
Robb se acercó a León, que limpiaba un hacha.
—¿Cómo te llamás?
—León. Qué bueno conocer gente nueva.
—Soy Robb, hijo de Mark. ¿Ana es tu hermana?
—Sí, es lo único que me queda —respondió León, con una mirada triste.
Nota 3
Nombre: Robb
Edad: 17
Ojos: Marrón
Pelo: Negro
Historia: El hijo de Mark. Parece un buen chico. Es una lástima que tenga que pasar por esto a su edad, pero va a estar bien.
Era hora de partir. Cargaron armas, comida y todo lo que había en la casa rodante. Mark insistió:
—Hay que salir del pueblo ya.
Joel frunció el ceño.
—¿Por qué tanta prisa?
Ana respondió, señalando la carretera:
—Seguro que es por él.
De repente, filas de autos bloqueaban la calle principal, con hombres armados apuntándoles. Una figura con una máscara anti-radiación y un traje verde oscuro gritó:
—¡Bájense del auto!
Joel murmuró:
—Supongo que es el Capitán.
—¿Es la única salida del pueblo? —preguntó.
Mark negó con la cabeza.
—Las demás están peor. No queda otra que hablar con él.
Joel bajó de la casa rodante y caminó hacia el Capitán.
—¿Cuál es tu nombre? —preguntó el Capitán.
—No lo sé.
El Capitán, confundido, alzó una ceja.
—¿No tenés nombre, chico?
—No, y no creo que importe.
El Capitán lo miró con desdén.
—Mirá, chico, la cosa es así. No tengo problemas con ustedes, pero ustedes conmigo sí, porque esa casa rodante es mía. Pertenece a mi pueblo y a mi gente.
Joel lo enfrentó.
—Era de Mark. Solo la recuperamos sin lastimar a tu gente. Dejanos ir.
El Capitán sonrió, frío.
—Era de él, ya no. Si dejo que un grupito me quite mis cosas, ¿qué diría el pueblo?
De repente, soldados entraron a la casa rodante, apuntando a todos. Antes de que Joel pudiera reaccionar, un golpe lo dejó inconsciente.
De repente, soldados irrumpen en la casa rodante, apuntando con rifles a todos los presentes. Antes de que Joel pueda reaccionar, un golpe en la cabeza lo deja inconsciente, su cuerpo desplomándose en el suelo polvoriento. Mark, con el hacha en mano, se resiste, lanzándose contra un soldado, pero son demasiados. Un culatazo en la cabeza lo hace caer al piso, la sangre goteando de una herida fresca en su frente.
—¡Hacia la muralla! —ordena el Capitán, su voz fría y autoritaria resonando en el caos.
León, Ana y Robb caminan escoltados por guardias hacia la muralla del pueblo, sus manos atadas y sus rostros marcados por el cansancio y la derrota. Ana, con la mirada fija en el suelo, Robb aprieta los puños, sus ojos nerviosos buscando una salida. León, caminando entre ellos, murmura con voz tensa:
—¿Y ahora qué?
Los guardias los empujan hacia adelante, el muro de Grayskull alzándose ominoso en la distancia.
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