Recordaba vívidamente los últimos momentos antes de que la muerte llegara a él.
Cuando su padre le presentó a Christian, Drayce notó cómo el omega llevaba en el cuello la marca de pareja y, por las feromonas que desprendía, comprendió que pertenecía a su padre.
—Joven Drayce, la madre emperatriz lo está esperando en el harén —interrumpió una criada sus pensamientos.
—Guíame.
Habló con firmeza. En su vida pasada, los aposentos que le habían dado quedaban cerca de los cuarteles de los soldados, fríos y alejados, pero ahora lo habían instalado en una habitación distinta. Todo parecía reacomodarse en este nuevo destino.
Mientras caminaba, seguía pensando en aquel omega misterioso. No entendía por qué su padre lo había elegido a él, cuando tras tantos betas y omegas en el harén nunca había marcado a nadie más.
—¡Atención! —la voz de Joel, uno de los eunucos, resonó con fuerza—. ¡Su alteza, el príncipe Drayce!
El eco llenó la sala. A diferencia de su vida anterior, ahora lo recibían con el título que le pertenecía por derecho. Las sirvientas se inclinaron, los murmullos se apagaron, y él avanzó sin mirar a nadie hasta colocarse frente a la madre emperatriz.
—Saludos, madre emperatriz —dijo al inclinarse en reverencia.
—Veo que, a pesar de haber vivido en el Palacio Frío, sabes cómo comportarte ante tu gente —replicó ella con voz cortante. Estaba molesta; algo la carcomía por dentro. Curioso… la primera vez que la había visto en su vida pasada, no había mostrado esa ira.
—Sí, madre emperatriz. Aunque viví apartado, hubo concubinas nobles que me enseñaron cómo debía conducirme.
Se sentó, lejos de ella, como marcando su propio espacio.
—Algo anda mal… susurró la voz del dragón en su interior.
—¿De qué hablas? preguntó Drayce en silencio, cuidando de que nadie notara nada.
—En la copa de la que bebe tu abuela hay sangre de serpiente. Si la toma completa, caerá en trance y su voluntad quedará sometida a quien haya preparado esa bebida.
Drayce tensó el cuerpo. No necesitaba preguntar quién estaba detrás: Freya no dejaba de mirarlo, calculadora, como un halcón esperando el momento de atacar.
Sabía que si se acercaba sin permiso lo acusarían de insolencia o peor, de querer envenenarla él mismo. Tenía que actuar con inteligencia un solo tropiezo significaba el inicio de un sinfin de obstáculos.
Entonces recordó: en esa misma reunión, en su otra vida, una concubina había sugerido recitar poemas para animar a la madre emperatriz. En aquel tiempo Drayce no participó; estaba demasiado asustado. Ahora, sin embargo, comprendía que esa podía ser su oportunidad.
Se puso de pie y, con voz clara, habló:
—Madre emperatriz, si me lo permite, quisiera recitar un poema en su honor.
El murmullo recorrió el harén. Nadie esperaba que el príncipe bastardo se atreviera a hablar, sin embargo estaban atentos a lo que iba a decir.
...“Hubo un día en que dejaste tu hogar,...
...cuando aún la aurora apenas tocaba tus mejillas....
...Partiste con el corazón firme,...
...como quien lleva consigo la promesa de un futuro....
...La guerra quiso quebrarte,...
...pero tus manos no temblaron,...
...pues en tu pecho ardía un fuego antiguo...
...que ni el hierro ni el miedo pudieron apagar....
...No esperaste salvador ni espada ajena;...
...tú misma forjaste tu destino....
...En la soledad de las noches,...
...en el silencio de los muros hostiles,...
...tu voz se alzó y se convirtió en canto,...
...y tu paso en cimiento de un imperio....
...Conquistaste no con cadenas,...
...sino con la fuerza indomable de tu espíritu,...
...y junto a tu hijo, tu sangre, tu victoria,...
...levantaste Zaryon sobre los hombros del mundo....
...Hoy, madre del imperio,...
...quien contempla tu historia sabe que...
...ni el tiempo ni la traición podrán borrarla....
...Porque donde otros callaron,...
...tú fuiste la voz....
...Donde otros huyeron,...
...tú fuiste la espada.”...
El silencio que siguió fue tan espeso como el humo de un incendio. Drayce se inclinó levemente y volvió a tomar asiento.
La madre emperatriz lo miraba fijamente, con los ojos húmedos, aunque su rostro no perdió la dureza. En cambio, la copa que aún descansaba en su mano, intacta, se desvaneció en el momento en que una de las sirvientas se acercó para tomar la copa creyendo que nada tenía.
De repente todos guardaron silencio en cuanto la madre emperatriz le soltó una cachetada haciéndole temblar, haciéndole tirar la bebida que llevaba en sus ropas, era algo que la madre emperatriz no toleraba, la incompetencia, más aún cuando venía de alguien que ella misma había escogido para servirle.
Freya, en cambio, apretaba los labios con tal fuerza que casi se cortaba la piel, como es que era posible que sus planes no salieran como ella quería, nada le impedía ser quien era.
Drayce no sonrió, pero en su interior supo que había logrado algo más que distraer a la emperatriz. Miraba a Freya desde su asiento y como con el simple acto de una sirvienta es que sus planes se habían arruinado. Miro a su alrededor en busca de la sirvienta a la que había mandado a buscar a Christian, pero no la hayo, tal vez lo había encontrado.
La madre emperatriz, salió furiosa del harem directo a sus aposentos, algo era distinto en ese niño al que las criadas del palacio frío habían descrito como tímido, miedoso, ansioso y salvaje, en cambio era de carácter noble y a pesar de que llevaba en el la maldición no hacía caso a las habladurías de los sirvientes.
Mientras los concubinos y las concubinas celebraban la llegada del príncipe, este solo veía la cara desfigurada de Freya; quien esperaba una nueva oportunidad para darle el veneno a la madre emperatriz.
Pero eso era algo que Drayce no le permitiría, miró como la sirvienta buscadora había llegado y para su mala suerte no había encontrado al omega.
Si no estaba entre los sirvientes, ni entre los soldados, tal vez debería esperar un tiempo para que esté llegará.
La celebración continuaba y aunque todos celebraban, el emperador estaba trabajando para encontrar a los traidores en su reino.
Y mientras todo eso ocurría, había llegado un vendedor de esclavos al palacio y entre los esclavos venía alguien con deseos de venganza.
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