Los días fueron transcurriendo, y Abril ya llevaba un mes trabajando en PGE Internacional. El cambio de vida aún le resultaba difícil, pero poco a poco comenzaba a adaptarse.
Ahora al menos sabía cocinar para sí misma, y su departamento —que al inicio le parecía una prisión— se había convertido en un refugio de paz y tranquilidad tras cada agotadora jornada laboral. Porque, si algo era seguro, era que Alfonso no se lo ponía nada fácil.
Abril pasó todo el mes corriendo por los pasillos de la empresa, interceptando a jefes de área, revisando archivos y hasta sacándole información a un empleado que casi se derrite ante su sonrisa coqueta.
Boris, que la observaba desde lejos, no podía creerlo: aquella mujer, sin experiencia alguna, estaba logrando en horas lo que otros no harían ni en una semana.
Durante ese mes, entre Abril y Alfonso se fue construyendo un vínculo extraño, hecho de discusiones, miradas desafiantes y silencios cargados de tensión.
Una relación entre amor y odio, donde ninguno de los dos quería admitir lo evidente: que, detrás de cada enfrentamiento, sus corazones empezaban a latir con una intensidad diferente, revelando sentimientos que ya no podían ignorar por mucho tiempo.
Abril entró a la oficina con paso firme, como si el cansancio del día anterior no hubiera existido.
Alfonso, detrás de su escritorio, la observó en silencio. Su mirada era fría, calculadora, como un ajedrecista que prepara la próxima jugada.
Un legajo perfectamente organizado. Lo dejó sobre el escritorio, sin perder la oportunidad de provocarlo.
—Aquí tiene, jefe. Todo lo que pidió. Con índices, gráficas y hasta conclusiones.
Alfonso hojeó el informe, frunciendo el ceño. Estaba impecable.
—¿Quién te ayudó? —preguntó, desconfiado.
—Mis neuronas —contestó ella, sonriendo con malicia—. Aunque ya sé que le cuesta creer que esta “mocosa” tiene cerebro.
El comentario fue como una daga en el orgullo de Alfonso. Con la mandíbula apretada expreso.
—No creas que un golpe de suerte cambia las reglas.
Abril lo miró con picardía.
—¿Golpe de suerte? No, señor Brescia… se llama talento. Algo que no se compra con dinero.
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Esa noche, Alfonso bebía whisky en su oficina, observando las luces de la ciudad. Murmuraba entre dientes el nombre que lo atormentaba:
—Abril Arias…
No sabía si odiarla o desearla. Y ese conflicto lo enfurecía aún más.
Mientras tanto, Abril, tirada en el sofá de su departamento, enviaba un mensaje a su hermano:
Sobreviví a otro día. Ese hombre no sabe con quién se metió.
Y, por primera vez, sonrió de verdad.
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Los días siguieron pasando y Alfonso comenzó a aceptar que, detrás de la arrogancia y los caprichos de Abril, se escondía una mujer inteligente y audaz para los negocios. Esa faceta lo sorprendía y, poco a poco, su actitud hacia ella empezó a cambiar.
Se esmeraba en enseñarle todo lo relacionado con el mundo empresarial, y aunque era un maestro exigente, también sabía transmitir su experiencia.
Frecuentemente, la llevaba a reuniones con sus socios, aunque esas salidas terminaban en discusiones: Alfonso no soportaba los celos que le despertaban las insinuaciones de algún socio hacia Abril.
Una tarde, mientras revisaba unos contratos, el celular de Alfonso comenzó a sonar. Sonrió al ver el nombre de su madre en la pantalla.
—Hola, mamá —respondió, pero la sonrisa se le borró de inmediato.
—Madre, este tema no está en discusión. No pienso casarme, y si algún día lo hago será con quien yo elija. Que sea la nieta de tu nana no la hace especial. —Cortó la llamada con brusquedad, molesto por aquella insistencia absurda.
A sus treinta años, no entendía la manía de la gente de creer que era una obligación tener esposa e hijos.
Enojado, guardó los documentos en su maletín y decidió ir a la mansión para dejar claras las cosas con su madre… y con esa mujer oportunista que buscaba estatus, muy distinta a la nobleza de su abuela.
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Abril, por su parte, recogía sus cosas para regresar a casa. Poco a poco había empezado a sentir el departamento donde vivió su madre antes de casarse como un verdadero hogar.
La relación con sus padres seguía frágil tras la pelea, pero gracias a Dereck se mantenía al tanto de ellos y ellos de ella.
Entró al ascensor exclusivo del CEO. Aunque muchos empleados la miraban con desagrado cada vez que lo usaba, nadie se atrevía a decirle nada, así que ella simplemente lo ignoraba.
Las puertas estaban a punto de cerrarse cuando Alfonso entró, con el ceño fruncido y aún cargado de la rabia de la llamada.
—Señorita Arias —dijo con voz áspera—, ¿se le han explicado las normas de esta empresa?
Abril apretó los dientes y, con una sonrisa fingida, respondió:
—Si habla de la estupidez de que este ascensor es “exclusivo” para usted, sí, me lo dijeron. Pero me importa poco y nada. Si quiere, despídame. Aquí nadie es mejor que nadie. Tener más dinero no convierte a nadie en superior.
Hasta a ella misma la sorprendieron sus palabras. No hacía mucho tiempo, ella también pensaba que quienes tenían menos recursos eran inferiores. Pero convivir con sus compañeros había empezado a cambiar su manera de ver el mundo.
Alfonso no soportó la insolencia. Impulsivamente, la acorraló contra la pared metálica del ascensor, imponiendo su cuerpo sobre el de ella.
—Escúchame bien, mocosa —gruñó, con una voz cargada de rabia y deseo—. Aquí se hace lo que yo digo. Solo eres una asalariada que apenas sobrevive. Ustedes son hormigas ante mí, y claro que son inferiores.
El corazón de Abril se aceleró. Nunca en su vida la habían tratado así. Siempre fue la hija mimada, protegida de todo, jamás obligada a nada. Y por un instante pensó que Alfonso iba a golpearla.
El miedo la invadió, sus ojos se llenaron de lágrimas y, con la voz quebrada, suplicó:
—Está bien… no volveré a usar este ascensor. Solo… no me golpee. Haré las cosas bien, lo que usted diga.
Alfonso se quedó paralizado. Sintió el temblor del cuerpo de Abril y vio sus ojos negros inundados de lágrimas. Una punzada de dolor le atravesó el pecho: por primera vez en mucho tiempo se sintió la peor escoria del mundo.
—Ey… no llores, pequeña, ya no llores —susurró, acariciando torpemente sus mejillas—. Lo siento, mocosa… no fue mi intención. No estoy enojado contigo, sino con otras personas.
Abril asintió, aunque las lágrimas seguían cayendo sin control. En su mente revivían recuerdos dolorosos: por fin entendía cómo se habían sentido tantas personas a las que ella misma había humillado en el pasado.
El ascensor se detuvo en el primer piso. Sin pensarlo, Alfonso tomó la mano de Abril y habló con firmeza:
—Te llevo a tu casa.
Mientras caminaba a la salida el silencio del ascensor aún resonaba en la mente de Alfonso. Sentía la calidez de la mano de Abril entre la suya, pequeña, temblorosa, frágil. Nunca había visto a esa mujer —arrogante, altanera, siempre con una respuesta en los labios— de esa manera: con los ojos negros nublados por lágrimas, el cuerpo encogido por el miedo, la voz rota pidiéndole que no la lastimara.
Ese recuerdo lo golpeaba como una pesadilla despierta. ¿Qué demonios hice? pensaba mientras la conducía hacia la salida. Se había comportado como el mismo monstruo que tanto detestaba en los demás.
Siempre se había enorgullecido de ser fuerte, intocable, frío. Pero esa noche, en el reflejo de los ojos de Abril, no se vio a sí mismo como un líder… sino como un villano.
Y sin embargo, junto a esa culpa ardiente, nació algo que lo desconcertó aún más: un deseo incontrolable de protegerla. Había algo en esa vulnerabilidad que lo desarmaba, lo arrancaba de sus muros de acero. La quería ver sonreír, quería borrar de su piel el miedo que él mismo le había causado. Y eso lo enfurecía, porque significaba reconocer que Abril Arias lo estaba cambiando.
Ella, por su parte, caminaba a su lado en silencio, con la mirada baja, todavía secándose las lágrimas. Sentía rabia contra sí misma por haber mostrado debilidad frente a él, pero al mismo tiempo, su corazón latía con fuerza. Era incapaz de negar que, en ese instante en que la tocó con ternura y le susurró “pequeña, no llores”, había sentido algo diferente. No era el Alfonso arrogante y cruel de siempre, sino un hombre con grietas, con sombras, con un peso que intentaba ocultar.
Alfonso apretó su mano un poco más fuerte, como si temiera que ella se soltara y se perdiera entre la multitud. ¿Qué estás haciendo, Brescia? se reprochaba en silencio.
Nunca había necesitado de nadie, nunca había permitido que una mujer le desordenara la mente. Y ahora ahí estaba, caminando delante de todos sus empleados, arrastrado por el impulso de cuidar a esa secretaria insolente que se le había metido en la sangre sin permiso.
Los murmullos de los trabajadores lo rodeaban, cuchicheos que hablaban de favoritismo, de escándalo, de rumores que pronto correrían por toda la empresa. Pero Alfonso no escuchaba nada. Solo podía sentir la suavidad de esa mano pequeña que ardía como fuego en la suya.
En ese instante lo supo: Abril era su mayor error… y, al mismo tiempo, su mayor tentación.
Autora: Espero que le esté gustando mi queridos lectores... Que tengan un excelente dia... 🙃
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Updated 48 Episodes
Comments
Elia Barreto
Autora, gracias. Está buenísima tu Novela. Interesante, divertida y muy humana.
2025-09-19
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Monica Raquel Martin
ya cayo redondito pobre Alfonso le va s dar un soponcio cuando se entere quien ella
2025-09-20
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Nancy Cortes J
me encanta, gracias por los capítulos que nos regalas
2025-09-15
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