A la mañana siguiente, un radiante sol iluminaba la ciudad. Alfonso, impecable en un traje a medida, llegó a su oficina. Notó la ausencia de su nueva secretaria.
—¿Dónde está esa mujer? —preguntó con molestia.
—Buenos días, señor Brescia. La señorita Arias aún no ha llegado —respondió Boris, sin inmutarse.
—¡Mocosa impuntual! —gruñó Alfonso, sacando su teléfono, pero al recordar que no tenía su número, lo lanzó sobre el escritorio—. Llámala. Dile que si no está aquí en diez minutos, que mejor no regrese nunca más.
Boris asintió.
En ese momento, el celular de Abril sonaba sin parar. Ella, enredada entre sábanas, gruñó:
—Maldita sea… ¿Quién me molesta a esta hora?
Al contestar, escuchó la voz calmada de Boris:
—Buenos días, señorita Arias. El CEO la espera. Ya lleva veinte minutos de retraso. Si no llega en diez, mejor ni venga.
Abril abrió los ojos como platos al mirar la hora.
—¡Ay, no! ¡Es tardísimo! Señor Dávila, cúbrame un poco más, ya voy… —cortó la llamada, corrió al baño y se metió bajo la ducha como un rayo.
Abril salió corriendo de su departamento, apenas con el cabello húmedo y el maquillaje a medio terminar. Maldiciendo cada paso, llegó jadeante a la empresa, ignorando las miradas burlonas de algunos empleados. Entró al ascensor exclusivo del CEO, sin importarle que varios se quedaran boquiabiertos.
En el piso treinta, Boris la esperaba con una expresión mezcla de paciencia y diversión.
—Justo a tiempo para que no la crucifiquen —murmuró, mientras abría la puerta de la oficina del CEO.
Alfonso estaba de pie, de espaldas, observando la ciudad desde su ventanal. Apenas escuchó el taconeo apresurado de Abril, su voz retumbó, fría y cortante:
—Veintinueve minutos tarde. —Se giró lentamente, sus ojos azules clavándose en los de ella—. ¿Me puede decir, señorita Arias, qué clase de secretaria cree usted que es?
Abril respiró hondo y lo enfrentó con descaro.
—Una que sabe llegar con estilo.
Alfonso apretó la mandíbula, y su pluma casi se partió en sus manos.
—Aquí no contratamos “estilo”, contratamos eficiencia.
El silencio se volvió denso. Boris, testigo incómodo de la escena, no pudo evitar ocultar una sonrisa detrás de un falso carraspeo.
Alfonso lo fulminó con la mirada, obligándolo a salir y cerrar la puerta.
Ahora estaban solos.
—Bien, señorita Arias —la voz de Alfonso retumbó con arrogancia—. Me informaron que está causando disturbios dentro de mi empresa, y eso no se lo voy a permitir. Que esté en este puesto por influencia no significa que pueda hacer lo que le dé la gana. Aquí es una empleada más, y como tal exijo respeto y buena actitud.
Abril arqueó una ceja y, con una media sonrisa de descaro, replicó con la misma prepotencia:
—Felicidades, señor perfecto. Me importa muy poco de quién sea esta empresa. Trabajar para usted no es precisamente mi sueño, pero no tengo otra opción. Y que sea su secretaria no significa que voy a tolerar sus desprecios… y mucho menos por el chisme barato de cierta mujer hueca y de plástico. Si quiere despedirme, adelante. No me importa.
Un silencio espeso cayó sobre la oficina. Sus miradas se enfrentaron como dagas, ninguno dispuesto a retroceder. La tensión era tan fuerte que parecía que el resto del mundo había desaparecido.
Alfonso ni siquiera se había tomado la molestia de revisar las cámaras para comprobar si Paula le había dicho la verdad.
El CEO dio un paso hacia Abril, reduciendo la distancia entre ambos.
—Mocosa insolente —dijo en voz baja, casi susurrando, pero cargado de veneno—.Aquí eres nadie. Y nadie me desafía en mi propia empresa.
Abril lo miró directo a los ojos, sin titubear.
—¿Nadie? Pues entonces felicidades, señor Brescia. Yo seré la primera.
La rabia y la atracción se mezclaron en el aire como una chispa peligrosa. Alfonso se inclinó apenas hacia ella, con una sonrisa que no llegaba a los ojos.
—¿Sabes lo que pasa con los que me desafían, Abril? No duran mucho.
—¿Y sabes lo que pasa con los que intentan aplastarme? —replicó ella, acercándose también—. Terminan descubriendo que no soy tan fácil de romper.
Por un segundo, los dos quedaron frente a frente, respirando el mismo aire, mirándose como dos depredadores a punto de atacar. La tensión era tan fuerte que podía cortarse con un cuchillo.
Alfonso se apartó de golpe, girando hacia su escritorio.
—Muy bien. Si quieres demostrar que no eres un estorbo, tendrás que resistir lo que yo te ponga. Y no esperes compasión.
Abril sonrió con descaro.
—Perfecto. No soy de cristal. Sorpréndame – dijo saliendo de la oficina. _____________________________________
Ese día, Alfonso la llenó de encargos imposibles: llamadas interminables, agendas cruzadas, documentos urgentes, cafés que debía preparar en cuestión de minutos. Abril resoplaba, pero no se rendía.
Cada vez que regresaba con una tarea completada, lo hacía con un brillo desafiante en la mirada, como si le dijera: aquí estoy, y no me moverás.
Alfonso, en su despacho, empezaba a irritarse consigo mismo. No entendía cómo aquella mocosa lograba sacarlo de su eje. Había visto caer a empresarios, políticos, incluso a hombres de poder, con solo una palabra suya. Pero ella… ella lo enfrentaba sin miedo.
—Maldita sea, Abril Arias —susurró entre dientes—. No sabes con quién te estás metiendo.
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Nancy Scheherezada Perez Perez
Es la horma de tu zapato, así que caerás redondito a sus pies. Los dos recibirán una lección de humildad al estar enfrentados
2025-09-20
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