Capítulo 4

—Lo estoy, solo que ahora me pasé de vaga al querer pasar más en cama.

Luisa no se preocupó porque antes de viajar a Grecia le había realizado unos exámenes de rutina y todo estaba bien con su abuela. Tenía una buena salud, por ello le restó importancia que Alondra quisiera seguir durmiendo.

Antes de bajar, fue de nuevo a su habitación, se miró al espejo y, al ver lo hermosa que estaba, sonrió. Roció algo de perfume en sus prendas y bajó. Al salir, vio a Francesco recostado en el auto fumando un cigarro. Cuando este la vio, el cigarro rodó de sus labios, seguido se enderezó y le abrió la puerta del coche. Cuando Luisa ingresó, lanzó la escotilla en el suelo, lo pisó e ingresó.

Había decidido manejar él, porque así no habría terceros en esa salida. De primero, la llevó a la planta de implantes, porque debía conocer la fábrica y familiarizarse con ella. Luisa recorrió junto a Francesco todos los departamentos de la planta, donde encontró diferentes tipos de implantes, desde los más pequeños hasta los más grandes. No pudo evitar tocar el material con el que se elaboraban los distintos tipos de prótesis de senos y nalgas, los cuales Francesco utilizaba para sus grandiosas cirugías plásticas.

—¿Y esto? ¿Dónde se utiliza? —preguntó.

—Dentro del busto —Luisa llevó la mano a sus senos—. Tú no los necesitas —le observó fijamente el busto—. Lo tienes grande y creo que firme.

Ese comentario le pareció fuera de lugar; se giró y continuó contemplando el proceso. Tras culminar el recorrido, Francesco la invitó a comer, pero ella se negó—. Comeré con la abuela.

—Estamos cerca. Yo no creo poder aguantar hasta ir a casa —estaban lejos, muy lejos de la mansión, entonces Luisa aceptó la invitación—. Cuéntame más de ti. ¿Has tenido pareja? —Luisa levantó la mirada conectándola con la de Francesco.

—¿A qué se debe esa pregunta? —aseguró que solo quería conocer más sobre ella, pero Luisa no quería hablar de su pasado. Ese pasado que dolió. Dolió tanto que casi la mata de depresión.

—¿Te rompieron el corazón? ¿Fue eso? —Luisa bajó la mirada, continuó comiendo. Tras beber algo de jugo, dijo:

—Hay hombres que solo toman a las mujeres como un juguete, del cual se cansan y tras romperla la desechan.

—Sí que te rompieron el corazón —pasó la servilleta por sus labios—. Pero así es la vida… Dolorosa, destructora. Pero con cada golpe que recibes aprendes.

—Veo que a usted aún no le dan golpes, porque aún no aprende.

—¿Usted? Quedamos en que me llamarías por mi nombre. Y te digo que sí, si he tenido golpes fuertes. De niño perdí a mi padre, mi madre fue a prisión. Me enamoré de una chica a los catorce años y me rompió el corazón cuando sus padres se la llevaron a otro país. No fue la única que me partió el corazón, fueron muchas más. Por eso, llegando a cierta edad, donde la ingenuidad se termina, tomé la decisión de no entregar el corazón, así me protegía de ese momento doloroso —comentó y bebió del vino—. A ti te falta mucho para aprender.

—No creí que Francesco Nikolauo hubiera pasado por esas tristezas.

—¿Por qué? ¿Crees que siempre fui de hierro? También tengo mi corazoncito, el cual es de carne y hueso y, en cualquier momento volverá a enamorarse —Luisa arqueó la ceja.

Cambiando de tema, cuestionó:

—¿Cuándo podemos volver a Italia?

—En unos meses.

—¿Cuántos meses?

—¿Cuál es la prisa? ¿No te gusta Grecia? Es tu país natal, ¿no?

—No tengo amigos aquí.

—Hasta donde sé, en Italia tampoco, solo a la borracha que vomitó en mi zapato —Luisa sonrió al recordar esa noche. Francesco la miró fijamente, quedando en trance con esa sonrisa.

—Nunca olvidaré ese momento. La paliza que le metió la señorita Petrucci al desgraciado de Song fue muy buena.

—¿Tú estabas ahí? —asintió—. No recuerdo haberte visto.

—Fui quien sacó a la señorita Petrucci de ese lugar.

—Entonces sabes cómo fue que Alessandro se casó con ella.

—Sé toda la historia de ellos dos.

—Pues empieza a contármela, porque desconozco cómo se casaron y se enamoraron esos dos.

—¿No eres amigo del señor Alessandro? —asintió—. Entonces, ¿por qué no sabes sus cosas?

—Has trabajado para Alessandro, sabes cómo es de reservado.

—Creí que con los amigos no era así.

—Alessandro Lombardo no tiene amigos, más que solo yo. Y eso porque me considero su amigo, porque el tipo a mí no ya que no me cuenta sobre sus cosas.

—No siempre se les cuenta las cosas a los amigos, pero no por eso significa que no se considere amigos —hablaba por ella, porque no le dijo algunas cosas a Eliane, pero la consideraba como su amiga, su única amiga.

De reojo, Francesco miraba el trasero de la mesera que desde que llegó lo había estado provocando. En otro momento se habría levantado y la habría follado en el baño, pero estaba con Luisa y su propósito era conquistar a su esposa. Por ello evitaba hacer cosas que a esta pudieran desagradarle.

Salieron del restaurante y fueron a casa. Antes de llegar, Francesco dijo:

—Me ha gustado pasar tiempo contigo. ¿Crees que podamos seguirlo haciendo? Así no te aburres encerrada en esas cuatro paredes.

—También me agradó pasar tiempo contigo, pero no quiero quitarte tu tiempo.

—Para nada me quitas tiempo, al contrario, me haces compañía. Nos hacemos compañía —le miró fijamente. Luisa apartó la mirada y la posó en la casa.

—¡Gracias! —bajó del coche sin dar una respuesta. Francesco se quedó contemplando ese trasero moverse mientras caminaba. En sus pensamientos, Luisa caminaba en tanga y eso le produjo una erección.

Alessandro llamó constantemente a Eliane, pero ella no respondía. Cuando llegó a casa, la esperó sentado en la sala. Apenas la vio entrar por la puerta, cuestionó:

—¿Dónde estabas que no respondiste el celular?

—Estaba con el abogado que se encargará del caso de Amadeo.

—¿Amadeo? —resopló—. ¿Estás ayudando a ese hombre? —Eliane asintió—. ¿Por qué?

—Porque creo que es inocente.

—¿Es en serio? ¿Crees en su inocencia luego de cómo te trató esa familia y no puedes creer en mi abuelo?

—¿¡Qué tiene que ver tu abuelo aquí!? —se retaron con la mirada—. Amadeo Lucoto no me engañó. De frente me rechazó, él no estuvo a mis espaldas planificando quedarse con mi herencia.

—¡¿De qué herencia hablas si ya no tienes nada?! —dijo irritado, cansado de que tratara de ladrón a su abuelo.

Suspiró al darse cuenta de que había dicho palabras que subestimaban a su esposa—. Levantaré mi empresa, y tú te tragarás tus palabras —pasó por su lado. Alessandro intentó tomarla del brazo, pero ella lo esquivó.

—Lo haré —Luisa dejó de lado el celular, pensó en la situación de Eliane y quiso ayudarla. Tenía una herencia que cobrar, por lo tanto, mañana mismo hablaría con Francesco para saber cómo debía hacer uso de ese dinero y cuánto tiempo más debía esperar.

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Comments

Martha Ordoñez

Martha Ordoñez

interesantes los capítulos que eleido bendiciones

2025-08-26

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