“Al menos ya produce”, dijo para sí mismo. “Perfecto, vámonos.” Odiaba esperar. Quería terminar de una vez por todas con esto. Presentar a Luisa como la nieta recogida de su abuelo y luego empezar su juego de seducción.
Cuando pensó en Alondra, miró en su dirección. Al verla soltando el cabello de Luisa para que luciera más hermosa, se dijo para sí: “Está de más esa señora. Debo enviarla de regreso a Italia”.
Francesco pensó en ingresar al coche, pero si se comportaba grosero desde el inicio, su cambio repentino podría levantar sospechas. Entonces decidió esperar a Luisa y Alondra para que ingresaran y, luego, ingresar él. Primero entró Alondra, de último Luisa. Cuando esta le miró para agradecerle, Francesco le guiñó el ojo derecho. Luisa sonrió e ingresó.
Ocupando el asiento delantero, Francesco, el chofer, arrancó. Al llegar a la planta de dispositivos, volvió a esperar que salieran y caminó a la par de ellas. La prensa ya esperaba. Francesco les indicó que siguieran delante. Cuando estaban por salir, Luisa se detuvo; su espalda chocó con Francesco. Se giró a mirarlo y, ante la intensa mirada, esquivó la suya.
—¿Algún problema? —preguntó Francesco.
—Estoy muy nerviosa —las manos de Francesco se posaron sobre los hombros de Luisa, provocando tensión en ella.
—Tranquila, solo son personas con cámaras —apartó las manos de ahí, las posó en la cadera y desde ahí la guió. Luisa se las retiró porque no le gustaba que nadie la tocara. “Muy pronto no querrás que aparte mis manos de tu cuerpo”.
El rostro de Luisa en Grecia estaba en todas las revistas. Ahora su abuela no miraba hombres desnudos con buenos paquetes, sino a su querida nieta, siendo la sensación de todo un país. Había una revista completa de fotografías de aquel momento. Se detuvo a contemplar una que le llamó mucho la atención y fue esa en la que se encontraba Francesco y Luisa. Juraba que hacían una hermosa pareja, pero ese hombre no era lo que aparentaba, por lo tanto, no lo quería para su nieta.
Francesco llegó a la sala, se sirvió una copa y observó a la mujer. Sorbió del licor contemplando a Alondra. La mujer le miró, observándole directo a los ojos. Esos ojos le recordaban al demonio que destruyó a su hija. Ahora no permitiría que ese hombre destruyera a su nieta. Los Baek llevaban en la sangre al demonio.
Francesco se acercó, agarró la revista y sonriendo contempló la fotografía.
—Hacemos linda pareja, ¿no? —dijo.
—Discrepo.
—¿Por qué? ¿Es que me cree poca cosa para su nieta? —con elegancia batió el vino y lentamente lo llevó a sus gruesos labios.
—Ella no es el tipo de mujer que usted acostumbra a frecuentar.
—En eso tiene razón. Ella es muy diferente; eso la hace más atractiva —Alondra achicó los ojos. No entendía qué era lo que trataba de insinuar Francesco—. Ella es única entre todas. Es mi esposa.
Luisa bajó. Al ver a su abuela con esa cara, cuestionó:
—¿Sucede algo?
Francesco se apresuró a decir:
—Nada, solo le decía a tu abuela que salimos bien en esa fotografía —indicó la revista abierta, seguido posó la copa en la mesa de estar y se retiró.
Luisa agarró la revista, observó su imagen y sonrió. En serio que se veía bien, incluso se sintió bien al momento que todos la miraban. Ella lució hermosa, muy hermosa. Estaba pensando en cambiar definitivamente su armario, porque verdaderamente la Luisa de antes era tan diferente a la de la revista, y esta Luisa era la que le gustaba.
—¿Por qué sonríes? ¿Acaso te gusta ese hombre?
—Abuela, ¿qué cosas dices? Sonrío porque me veo bien —volvió a sonreír—. ¿Y si vamos de compras?
—¿De compras?
—Sí, Francesco me dio una tarjeta, dijo que puedo usarla hasta que se arregle lo de la herencia, porque no se entregará inmediatamente.
—Mmmm, no quiero que confíes en ese hombre.
—¿Por qué, abuela?
—Conoces su fama de mujeriego.
—Tranquila, abuelita, que ni siendo el último hombre de la faz de la tierra pondría mis ojos en él. Solo estando loca podría hacer eso —le dio un beso a Alondra y subió corriendo a la habitación para prepararse.
Alondra negó. Su nieta, en un par de años, cumpliría los treinta, pero parecía una chiquilla. Era muy inocente; temía que su ingenuidad la llevara nuevamente a sufrir.
Luisa bajó; junto a su abuela fueron de compras. Le compró unas cuantas prendas a su abuela y unas para ella. No compró mucho porque la ropa estaba sumamente cara.
Cuando a Francesco le llegó el correo del descuento de su tarjeta, ladeó la cabeza. “¿Solo eso? Qué ahorrativa me salió”. Alguna que otra vez llevó de compras a sus amantes, y todas le gastaron diez veces más de lo que Luisa gastó.
Francesco llamó a la empleada para que ingresara a su despacho. Esta se paró delante del escritorio y levantó la mirada cuando Francesco le extendió el frasco.
—Pónselo en la comida de la mayor —sorprendida por esa petición, la empleada se quedó gélida.
—No es veneno. Solo medicamento para dormir. Quiero que se sienta agotada y deje de seguir a su nieta donde esta va. Si usas lo adecuado, no pasará nada.
—Señor…
—Escucha bien, lo haces y punto. De lo contrario, te vas —la mujer asintió.
Desde que habían llegado, Alondra seguía los pasos de Luisa; no la dejaba sola en ningún momento y eso impedía que pudiera acercarse a Luisa. Se notaba que esa señora no lo tragaba y eso se debía al pasado, pero como no era ella la que se lo tiraría, no le importaba. Mientras Luisa le permitiera acercarse, no habría problemas. Estaba llevando las cosas por el lado bueno, pero si se resistía mucho tiempo, debía tomar otras medidas, aunque estaba seguro de que no tendría que llegar a eso para llevársela a la cama.
En Grecia, Luisa debía dar un recorrido por la planta de cosméticos. Pensaba hacerlo con su abuela, pero al estar aún en cama, decidió ir sola con Francesco.
—Abuela, ¿seguro estás bien? —la mayor asintió.
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