Capítulo 4 —

POV ELENA.

Los días recientes habían sido un caos, hospitales, corredores helados y un fuerte olor a desinfectante que parecía quedarse en la piel. Mamá había comenzado a deteriorarse. Aunque intentaba ocultarlo con una sonrisa, yo notaba su estado: sus manos temblaban más que antes, su piel era tan pálida como el papel y sus ojos, que siempre habían tenido un brillo intenso, se iban apagando lentamente.

Fue ingresada en un día nublado. Recuerdo el sonido de la lluvia golpeando los ventanales mientras firmaba documentos con las manos temblorosas. Una enfermera hablaba y mencionaba protocolos, pero su voz llegaba a mis oídos como un eco distante. Solo podía pensar que no quería dejarla sola ni por un instante.

Tenía ocho meses de gestación, y mi barriga se había convertido en una montaña que dificultaba mi respiración. Caminar se transformó en un desafío diario: cada paso causaba dolor, el peso me empujaba hacia adelante y las contracciones falsas aparecían cuando menos lo esperaba. Sin embargo, nada de eso importaba. Si mamá me necesitaba, yo estaría allí. Siempre estaría allí.

Tres días más tarde, estaba en la cocina de nuestro pequeño apartamento haciendo un té de manzanilla cuando el teléfono sonó. Al responder, una voz masculina y profunda me atravesó como una daga.

—¿Elena Vargas? —hizo una pausa breve, como si buscara el modo menos cruel de comunicarlo—. Debes venir al hospital… ahora. Es… tu madre.

El té se me cayó de las manos, rompiéndose en el suelo y formando un charco dorado. El vapor subió y me golpeó la cara, pero ni siquiera lo noté.  No recuerdo cómo me puse el abrigo ni cómo cerré la puerta. Afuera, el aire frío de la noche me cortaba como un cuchillo, y mis lágrimas nublaban todo a mi alrededor. Cada paso era una batalla contra el dolor en mi abdomen y el miedo que me devoraba por dentro.

En el hospital, el ascensor parecía tardar una eternidad. Mis piernas decidieron no esperar y subí las escaleras casi tropezando, sintiendo mi respiración agitada y el corazón latiendo fuertemente en mis sienes.

Al llegar a su habitación, mamá estaba acostada en la cama, tan frágil que parecía que un leve susurro podría romperla. Sus labios estaban secos, y su respiración era un esfuerzo. Le tomé la mano, helada como el mármol.

—Hija… —susurró con un hilo de voz—. Tienes que prometerme algo.

—No hables, mamá, por favor… descansa… —intenté tranquilizarla, pero me apretó la mano con una fuerza sorprendente para su estado.

—Prométeme que… cuando entregues a ese bebé… emplearás el dinero para hacer realidad tus aspiraciones, no permitas que la vida se te escape en sacrificios. Quiero que encuentres a un buen hombre… que formes una familia… —sus ojos se llenaron de lágrimas—. Lo único que me duele al irme… es que te quedarás sola.

El nudo en mi garganta me dificultaba respirar.

—No digas eso… no me dejes… —mi voz se rompió, y sentí como si mi corazón se rompiera en mil pedazos.

Ella me acarició la cara con cariño, como cuando era pequeña y me dormía en su regazo.

—Te quiero, hija… busca ser feliz…

El sonido intermitente de los aparatos se convirtió en un pitido incesante. El tiempo pareció detenerse.

—¡Doctora! —grité, aunque en el fondo ya sabía que se había marchado. Me quedé abrazándola, intentando recordar su olor, el peso de su mano, todo lo que pudiera quedarme de ella antes de que me la quitaran para siempre.

Al salir de la habitación, el pasillo se sintió como un túnel interminable. Entonces la vi: Amanda, apoyada en la pared, con el rostro cubierto por sus manos. Estaba llorando. Era la primera vez que la veía tan vulnerable; siempre había sido tan dura, tan inaccesible, que su debilidad me sorprendió.

—Amanda… ¿qué ocurrió? —pregunté, acercándome con precaución.

Ella levantó la mirada. Tenía los ojos hinchados, las mejillas mojadas, y su voz sonaba llena de rabia.

—Martina… —su voz se quiebra al mencionar su nombre—. Un idiota se pasó el semáforo… la atropelló mientras intentaba cruzar la calle.

Me quedé petrificada.

—No… no puede ser…

—Estaba decidida a salir a comprar más ropa y juguetes para ese bebé —Amanda cerró los puños, y sus lágrimas se mezclaron con un odio gélido—. Si me hubiera hecho caso… si hubiera permanecido en casa… estaría viva.

De repente, sus ojos se fijaron en mí, y vi algo que me heló: resentimiento.

—No quiero criar a ese niño. No me importa lo que decidas hacer con él. Te pagaré igual.

—No… no puedes decir eso… —balbuceé, sintiendo que mi voz se extinguía—. No tengo cómo cuidar a este niño.

—Entonces dalo en adopción —respondió de manera fría—. No me importa.

Se dio la vuelta y se marchó, dejándome con un silencio más pesado que cualquier palabra.

Mi teléfono vibró. Miré la pantalla: una notificación del banco. Se había depositado una cantidad que duplicaba lo acordado en el contrato.

Acaricié mi abdomen. Sentí un leve movimiento dentro de mí, como si el bebé reaccionara a mi toque. Cerré los ojos y recordé la sonrisa de Martina, la calidez de su voz, la emoción con la que preparaba cada detalle para su llegada.

No. No iba a abandonarlo. Él no tenía culpa de las injusticias que trajo el destino.

Hasta hace poco, me sentía desorientada, sin dirección, como si tuviese un gran vacío dentro. Pero en este momento… ahora tenía un nuevo objetivo. Ese pequeño, a pesar de no ser de mi familia, se convertirá en mi hijo. Y le ofreceré todo mi amor, porque era lo único que la vida me había otorgado… y lo único que me brindaba esperanza.

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Comments

Yusmery Gomez

Yusmery Gomez

buenas tardes autora disculpe pero por favor más capitulos...

2025-08-19

1

Yusmery Gomez

Yusmery Gomez

buenas noches autora gracias hermosa Novela..

2025-08-18

1

Yusmery Gomez

Yusmery Gomez

buenas tardes más capitulos por favor...

2025-08-19

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