Carton hizo un gesto leve con la mano, y dos guardias se adelantaron, abriendo paso entre la multitud que aún murmuraba por la captura de Bastia. Su sonrisa nunca se desdibujó, aunque en sus ojos había algo extraño, un brillo frío que parecía medir cada movimiento de Syra y Tora.
—Síganme —dijo con amabilidad forzada—. No todos los días se encuentran forasteros tan… curiosos.
Las calles cambiaban a medida que avanzaban. Del bullicio del mercado y los escaparates luminosos pasaron a pasillos angostos, iluminados por runas parpadeantes que parecían respirar. Las paredes estaban cubiertas de símbolos de contención, algunos aún frescos, otros tan antiguos que se agrietaban como huesos viejos.
Syra caminaba en silencio, apretando entre sus dedos el collar que Azul le había dado. Sentía que cada paso los llevaba más al fondo de un laberinto sin retorno.
—Dime, forastero —Carton giró la cabeza apenas, hablando con Tora sin dejar de avanzar—, ¿quién les habló de las brujas? ¿Por qué arriesgarse en un mundo que no conocen?
Tora no respondió. No quería delatar ni a Azul ni a Syra. Carton sonrió al interpretar el silencio como un juego de misterio.
Descendieron por unas escaleras de piedra húmeda. El aire cambió de golpe: pesado, frío, con un leve olor metálico que recordaba a sangre seca. Los guardias encendieron linternas de runa y las sombras cobraron forma.
Al fondo del pasillo, una celda se reveló tras barrotes forjados con inscripciones brillantes. Dentro, encadenada por grilletes que parecían demasiado grandes para su cuerpo, había una joven de cabello blanco con puntas negras, ojos morados y piel tan pálida que parecía transparente. Su respiración era lenta, pesada, pero sus ojos estaban abiertos, fijos en ellos.
Syra se estremeció. Había algo en esa mirada: no odio, no miedo, sino un silencio tan absoluto que parecía tragarse cualquier sonido.
—Aquí está —dijo Carton con un tono casi reverente—. La única bruja que no contamina el aire con su maná. Los espíritus no la rondan… los rehúyen.
Un guardia golpeó los barrotes con la culata de su lanza. El eco resonó en el pasillo. La bruja no se inmutó.
—Pueden acercarse —añadió Carton, volviéndose hacia ellos—. No hay peligro… siempre y cuando no toquen las cadenas.
Tora tragó saliva, sintiendo cómo el reloj en su muñeca vibraba débilmente, como si respondiera a la presencia de la muchacha. Syra dio un paso adelante, con el corazón en un puño.
La voz de la bruja, áspera y suave al mismo tiempo, quebró el silencio:
—Ustedes… no pertenecen a este lugar.
—Hola, bruja —dijo Tora con una calma forzada, tratando de suavizar la crudeza de la situación—. Me llamo Tora, y ella es mi compañera Syra. ¿Cómo te llamas?
Un silencio breve se extendió en el calabozo, roto enseguida por la risa seca de Carton.
—Con que tratando de encariñarse con la mercancía… —dijo con voz grave y una sonrisa torcida, cargada de desprecio.
La joven encadenada levantó la vista, y sus labios pálidos se movieron despacio.
—Mi nombre… es Meli.
El eco de su voz resonó en las paredes como si la piedra misma se estremeciera al escucharla.
—¿Y bien? —Tora ladeó la cabeza, buscando entender—. ¿Por qué a ella no la han sacrificado?
Carton suspiró, teatral, como si le pareciera obvio.
—¿No lo ves, Tora? Ella no atrae a los espíritus. Al contrario… los repele. Cuando alguno de esos entes aparece con demasiada fuerza, ella los hiere, los expulsa con ataques de luz que brotan de su cuerpo. Es… peculiar. Un recurso valioso.
Tora apretó los dientes.
—Esto significa que no me la vas a dar.
—No, claro que no. —Carton lo miró con frialdad, aunque mantenía esa sonrisa repulsiva que nunca abandonaba sus labios—. Solo quería presentártela. Ahora dime, ¿tienes más preguntas?
—Sí. —Tora lo miró desafiante—. Si la van a utilizar, mínimo deberían darle buena comida, ropas… algo digno. ¿No crees?
El eco de su voz cargó de tensión el pasillo. Syra lo observaba, nerviosa, temiendo que se estuviera metiendo demasiado hondo en la boca del lobo.
Carton soltó una risita breve.
—A pesar de que nos es útil, eso no significa que te la vayamos a ceder… ni que vayamos a tratarla como una princesa.
Pero Tora ya no lo escuchaba. Se había acercado lentamente a los barrotes, ignorando las miradas de los guardias y el gesto de advertencia de Carton. La luz de las runas se reflejaba en sus ojos oscuros.
Se inclinó hacia Meli, bajando la voz, como si hablara a un igual, no a una prisionera.
—Dime… ¿quieres ser libre?
Meli levantó la mirada. En sus pupilas brilló un destello extraño, como el reflejo de una llama oculta. Por primera vez, la cadena de silencio que la rodeaba pareció resquebrajarse.
Meli guardó silencio un instante, y en ese breve lapso pareció que el aire mismo se tensaba. Sus labios se entreabrieron con dificultad, como si cada palabra fuera una lucha contra las cadenas que la apretaban, no solo en su cuerpo, sino también en su espíritu.
—¿Libre…? —repitió con voz apenas audible, como si saboreara un concepto que había olvidado hacía demasiado tiempo—. No recuerdo lo que es eso…
Tora se inclinó un poco más, sus ojos fijos en ella.
—Yo puedo mostrártelo.
Ella lo miró entonces, directo, con una intensidad inesperada. Sus pupilas brillaron, no con desesperación, sino con algo más… un fuego contenido.
—No hablas como los otros —susurró—. Los que vienen aquí solo ven cadenas y utilidad… pero tú… tú hablas como si aún quedara esperanza en este mundo podrido.
Carton chasqueó la lengua, fastidiado.
—¿En serio vas a dejarte embaucar por las tonterías de una maldita? —gruñó, mirando a Tora—. Ten cuidado, muchacho. Sus palabras son tan peligrosas como su luz.
Meli no apartó la mirada de Tora, ignorando a Carton por completo.
—Si me preguntas si quiero ser libre… la respuesta es sí. —Su voz, aunque baja, retumbó como un juramento—. Pero no para mí. Lo deseo para todas.
Syra sintió un escalofrío recorrerle la espalda. Esa mujer encadenada, con el rostro marcado por el cansancio y la piel endurecida por la falta de cuidados, tenía una fuerza invisible que ni las cadenas ni las runas parecían poder contener.
Tora apretó el puño, comprendiendo que esa respuesta cambiaba todo.
—Por favor espérame
Tora alza su cabeza y se va, Carton mira con desprecio a la bruja y luego los sigue
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