— Ey... Ey... calma... —levantó sus manos a la altura de sus hombros— No hay necesidad de eso.
— ¿Por qué me estás siguiendo? —el arma en sus manos se tambaleó y activó las alertas del hombre— ¿Quién eres?
— Solo soy un chico que vive la vida. —intentó sonreír, manteniendo la calma en su respiración— Nada más.
— Eso sí lo sé —lo interrumpió en diligencia—. Eres un vividor y por eso mismo no te quiero ver.
— Está bien, no hay problema... —dio un paso al frente.
— ¡Retrocede!
— Está bien, está bien. —se detuvo en seco, encorvando su figura— Baja el arma. Estás temblando. Créeme, un tiro y me matas. No es eso lo que quieres.
Ella dio un paso al frente, a punto de llorar. Se enfurruñó de labios y la valentía corrió por sus venas. Él se asustó cuando sus dedos casi presionaron el gatillo.
— Déjame en paz.
El llanto inundó sus ojos y perdió la retaguardia. Se acercó tanto que le dio la medida perfecta para quitarle el arma, golpear su muñeca y aguantarle de manos para que no huyera.
— ¡No! ¡Suéltame!
La llevó contra el muro, cubriendo sus labios bajo los bisbiseos de los suyos.
— Shh. Shh. Cálmate.
Ella cerró los ojos, perdiendo las fuerzas para mantenerse en pie.
— No me mates...
— No te voy a hacer nada. —pegó su cuerpo al de ella.
— No quiero terminar como una puta. —lo miró aterrorizada— No me mates, por favor.
Él intentó entenderla.
— ¿Quién dijo que te voy a matar? —aflojó el agarre— No soy un asesino.
Ella lo miró a los ojos.
— Sí. Eres el magnate, ya me lo dijeron. —lloriqueó, dejándose caer y llevando sus manos a cubrir su rostro—. Dicen que matas a todas las putas que están contigo. ¡YO NO SOY UNA DE ELLAS!
Forsajeó, pero él le impidió safarse. A pesar de parecer un animalito acorralado, le encantaba sentirla cerca. Oler su aroma a vainilla.
— Es verdad, no lo eres.
— No lo soy...—le afirmó en un hipido y apoyó su cabeza en el muro— No lo soy.
— Yo tampoco soy un asesino. No tienes que tenerme miedo.
— ¿Y por qué haces esto?
Tembló tanto de manos, de cabellos despeinados, que el terror en sus ojos asustó a Carl.
— Abby, relájate Te enfermarás de los nervios por un simple chisme.
— Suéltame... —le volteó la mirada.
— Promete que no te irás corriendo, solo quiero entablar una conversación contigo.
Ella se mantuvo en silencio y vio una luz al final del tunel. Una mental.
— Lo prometo...
— ¿De verdad?
— Sí... —bajó la mirada.
La soltó con lentitud y ella, apenas tuvo el chance, salió corriendo al auto. Aceleró y se fue a toda velocidad sin una pizca de control en sus manos.
Él sonrió, encantado con esa flor que tanto deseaba tener en su casa.
Arrancó y comenzó la persecución, otra vez. Una fuerza extraña lo llamó para no dejarla ir así.
Ella le dio la vuelta al anillo, se dirigió en dirección contraria a la ciudad hasta que se dio cuenta y dobló izquierda sin pensar encontrarse con un carro de frente. Las gomas chillaron en un freno brusco, mas ella por su parte siguió en dirección contraria.
Los claxones la asustaron. Gritó como si eso los fuera a apartar de su camino. Un auto que venía de frente la esquivó a tiempo.
Carl intentó alcanzarla, pero un auto se le atravesó.
Abby tembló de hombros al ver a los otros detenidos al pasarlos. Tembló de hombros más de dos veces hasta que la suerte la llevó a la avenida y pudo cambiar de senda.
Carl exhaló y se las arregló para bloquear el acceso de los autos de atrás. Se posicionó a su lado, justo en su ventanilla.
— ¡Abby, detén el auto!
— ¡Déjame en paz, lunático obsesivo!
De un timonazo se le adelantó a un auto frente a ella. Él volvió a su lado. Ella lo miró de reojo y las luces de la otra senda la fulminaron. Una mancha negra quedó en su vista, pero pudo mirar al frente en un punto fijo.
— Me follaste. ¿Qué más quieres?
— ¡Quiero que detengas el puto auto!
Los claxones de otros autos empezaron a resonar como orquesta descompuesta. CJ los ignoró.
— ¡Solo detente! ¡Te vas a estrellar!
Ella lloró sobre el lomo de sus manos. Siendo presa del pánico, cedió a los gritos y se aparcó después de la raya amarilla. Casi sobre las piedras.
Él se detuvo frente a ella, dejando las gomas quemadas en el asfalto.
— ¡SI NO SABES CONDUCIR QUÉDATE EN CASA, PENDEJA! —bramó un camionero y Carl lo escuchó.
— ¡MÁS TE VALE QUE NO TE ENCUENTRE! ¡VI TU PLACA! ¡YA VERÁS, IDIOTA!
El claxon del camión se escuchó como una burla y siguió su recorrido. Carl trotó hasta el coche de ella e intentó abrir la puerta. Estaba bloqueada.
— Déjame conducir. Te llevo a casa.
— ¡VETE! —gritó, apoyada en el volante.
Sabía que debía calmarse, pero con él cerca y sabiendo lo que era... ¿Cómo hacerlo?
Él fue paciente, respiró hondo y dejó de pelear con la manilla.
— Mira... o te llevo o llamas a alguien conocido para que venga a buscarte. Sola no irás, no te dejaré.
Ella se mantuvo sin mover un dedo, recogida de hombros y aferrada al volante como si eso la fuera a hacer invisible ante sus ojos.
— Venga, Abby, tu casa está como a veinte kilómetros de aquí. Casi del otro lado de la ciudad.
— ¡Diecinueve! —le corrigió.
Él asintió.
— Diecinueve kilómetros.
Ella asintió, se limpió el rostro con las mangas de su camisa y enfocó su celular. Marcó el último número, el de su mejor amiga y los tonos se detuvieron.
— Estoy con un cliente ahora, habla rápido.
— Necesito tu ayuda... —su voz tembló, pero se recompuso antes de parecer desesperada— ¿Demoras mucho?
— Recién llegamos al hotel... —susurró del otro lado de la línea— Se qué no te gusta lo que estoy haciendo, pero ofrece buena pasta. La necesito.
Abby asintió, suspirando y calmando el llanto.
— Vale, no te preocupes...
— ¿Segura?
— Estaré bien.
— Vale.
Y la llamada se cortó. Sopesó toda la situación. Su familia estaba del otro lado del continente. No tenía a más nadie a quien acudir.
Vio a Carl apoyado en el capot, a un metro de ella. Parecía estar tranquilo mientras mordía el tallo de una hojita nueva de primavera. Su conversión en el trabajo la acaloró de orejas.
...FlashBack....
— O sea que te violó.
— No... —negó, cabizbaja— ¿Si me excité cuenta como violación?
Las compañeras de trabajo rieron, lavando los trastes sucios en la cocina.
— Eres más lista de lo que pensaba. —comentó una, llevaba una olla en manos— ¿Le cobraste al menos?
Abby se quedó en silencio.
— Yo solo quería ayudarle. No tiene casa aquí.
— Si querías solo ser amable con él, el hecho de no denunciarlo era sufciente porque eso que hizo se llama acoso.
— No. —habló su mejor amiga, quien la conoce desde lo ocurrido con su ex pareja— Le gusta.
La de ojos avellana se sonrojó y las mujeres rieron a tripa suelta.
— ¡Te gusta, Abby!
— ¡No es cierto! —se colocó el delantal, viendo el orden de pedido a repartir.
— ¡Sí que sí!
— Es atractivo, cómo no negarlo; pero nada más.
Su mejor amiga se acercó, colocando dos platos en una bandeja.
— ¿Y quién es? ¿Ha venido aquí? —habló otra chica, la que aun sostenía la olla con sopa.
Su amiga abrió los ojos en asombro.
— No me digas que es Carl Johnson.
Abby se enmudeció y las otras se miraron en susto.
— ¿Es importante? —preguntó en dudas.
— ¿Qué si es importante? —la amiga saltó en gritos, dejando la bandeja a un lado— Es un hombre peligroso. Quiso robarle esto al señor Loera, le atacó a tiros.
— Es mejor que no lo vuelvas a ver. —dijo una.
— Por tu bien. —comfirmó su amiga— Nos trató muy mal ese día, se vio muy violento.
...Fin del flashback....
— A ver, Abby... controlate... —se dijo a sí misma por lo bajito— ¿Dónde quedó tu valentía?
Se acomodó en el asiento, ubicando la palanca de velocidades abajo.
— Tengo fe en ti, Dios... —cerró los ojos en un suspiro—. Con suerte será la última vez que lo vea. Me iré de este lugar. Lo debí de hacer hace mucho tiempo y esta es tu señal.
Arrancó y Carl se paró del capot, llegando a su lado.
— ¿Qué harás?
Ella miró por el retrovisor, esperó que dos carros pasaran a toda velocidad y se les unió dejando una nube de polvo en la cara del mulato.
Se aseguró que no la siguiera y se perdió entre las cuadras de un vecindario alumbrado y lleno de personas por las aceras. Había salido adelante solita, no tenía porque volver a temer ahora.
Por otra parte, él suspiró. Dobló en U, dejando a varios con el corazón en la boca y se volvió a la propiedad más cercana que tenía. Su suite principal en uno de los hoteles en Strip.
...***...
Al día siguiente, entró a la casa de Millie y recogió todo lo de ella. Todas sus cosas de prostituta especializada las metió en una caja y llamó a Denise, aborreciendo el color de las paredes. Un rojo sangriento, no hacía contraste, no la vendería de ese modo. Tenía que conseguir pintura, a parte de demoler las paredes y conectar la sala y la cocina, para que hicieran una propiedad. Sin dejar rastros de la orgía que algún día existió ahí.
— Hola, nena. —habló cuando los tonos se desocuparon.
— Hola, guapo. No me llamaste anoche.
La voz melosa con acentos de su equipo pandillero los Grove le hizo gracia, mas no se dejó oír.
— Sí, lo sé. He estado ocupado. ¿Crees poder hacerme un favor?
— ¿Qué necesitas?
— Te voy a mandar unas cosas con mi hermano, vendelas y quédate con el dinero.
— No estás metiéndome en malos rollos, ¿verdad?
— No te pasará nada. Confía en mí. Necesito que sea en Los Santos, lejos de aquí.
— De acuerdo. Envíalas.
— Gracias, nena. Nos vemos.
— Adiós, CJ.
Guardó el celular en su bolsillo y se dirigió a la caja fuerte. Adivinar la contraseña fue fácil, escuchaba los beeps cuando ella pensaba que estaba dormido. Robarle dinero más de cuatro veces era pan comido.
El celular volvió a sonar y lo cogió sin ver el remitente. En tanto, leyó los documentos, la propiedad de la casa. Después de todo, le dejó las cosas fáciles.
— ¿Hola?
— Carl, ¿has estado disfrutando de una de mis chicas privilegiadas?
CJ echó la cabeza atrás al reconocer su voz.
— ¿Qué quieres, Loera?
— Háblame bien, niño. Solo quería decirte que no admito ausencias al trabajo.
— ¿Qué ausencias? —se puso de pie, echando vistazo al frente de la casa— No tengo nada que ver con tus chicas.
— Las chicas me dijeron que andaba contigo. Abby Wilson.
— Siento decirte que te informaron mal.
— No vino hoy y tengo personas importantes, necesito a todos mis trabajadores aquí. Traela o la despido.
— Ya te dije que no está conmigo.
Con el ceño fruncido, colgó sin dar oportunidad a respuesta. Dos segundos más y podría haber rastreado su llamada. Salió de la casa lo más pronto posible.
Que lo localizara ahí no le convenía. Sería presa viva para otro de sus chantajes. Al contrario, aprovechó la información que le dio.
Tenía claro su objetivo y no lo pensó dos veces para cuando se encontró en la parte posterior del casino. Desde abajo, la terraza de Loera se veía perfecto.
Estaba reunido con otros cuatro hombres de traje, más serios que el susodicho.
Les tiró una foto, haciendo zoom. Sus rostros no se definieron en la imagen, pero Zero haría de su magia.
El seguro de un arma sonó tras su cabeza. Carl se enderezó y levantó las manos.
— No eres más que un perro solitario.
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