Rose miró a Silvain quien continuaba parado luego de aceptar este absurdo matrimonio. Se sentía contrariada por todo esto, pero mucho más tensa el saber que tendría que permanecer en la misma casa que Silvain mientras duraba esta farsa, porque aunque lo negara vehementemente, le atraía mucho ese hombre. Su porte arrogante, su cinismo, incluso esas rabietas infantiles le atraían, pero sus desplantes y su desprecio le hacían alejarse. No quería admitirlo, pero le hacía recordar su infancia en el orfanato, y parte de su juventud en ese club de acompañantes con esos insultos que salían de esos labios sensuales.
Así que, por su salud mental no quería volver involucrarse con él, la noche anterior había sido un sueño, y no pasaría de nuevo, aun cuando estuvieran casados, vivirían en habitaciones separadas, y estaba segura que Silvain estaría de acuerdo.
-Ya lograste lo que querías – le dijo, haciéndola sentir cansada.
-Piensa lo que quieras – se levantó, tomó su bolso y se dirigió a la salida.
Ya no quería bromear ni tomarle el pelo, no era masoquista. Sus desplantes le cansaban mentalmente al no seguirle el juego. Ahora debía meditar las cosas que sucederían al casarse, porque estaba segura que se desataría el infierno, y no por su boda, sino por todo el complot que se vendría por esa estúpida herencia. Aunque, no sabía si el anciano heredaría en vida y si fuese así, las cosas se mancharían de sangre.
Silvain quiso discutir con esa mujer oportunista, aun se preguntaba cómo conocía a su abuelo, y su mente torcida incluso se inventó un drama de que su abuelo era sugar daddy de esa mujer. Enojado, la persiguió y la jaló del brazo.
-¿te has revolcado hasta con mi abuelo?
Rose sintió que la rabia le nubló la mente. Sin pensarlo dos veces, le propició una cachetada, tan fuerte que lo hizo soltarla.
-¡Eres un idiota! – masculló enojada – ¡No sé qué tienes en el cerebro para pensar en esos dramas! ¡El señor George James es como un abuelo para mí! ¡El abuelo que nunca tuve! ¡No lo calumnies! ¡Estúpido, imbécil!
Se dio la vuelta con el enojo aun reverberando en su interior. Sentía la furia acumularse en sus ojos, pero no dejó que cayeran. No sabía la razón del empeño del abuelo George en hacer que se casara con Silvain, pero el matrimonio estaba condenado desde el principio y no creía poder soportar que Silvain siguiera insultándola. Era un ser humano, también tenía emociones, dignidad y derechos, que ni crea que pasará todo ese tiempo dejándolo ser grosero con ella. Le haría ver, que ella no era una mujer sumisa ni blandengue. Llegó a la puerta y el auto negro del abuelo la esperaba, sin demora alguna, se subió para que la llevaran a su casa.
Silvain se quedó petrificado ante el golpe y los ojos de la pelirroja que escupían fuego. Se dio cuenta que había sido un reverendo imbécil. Cómo podía dudar de su abuelo, él hacía tiempo que se había recluido, casi no salía, estando ya muy anciano no podía estar viajando; además, como Rose había dicho, el abuelo parecía tratarla como una nieta más, aunque parecía quererla más a ella que a sus verdaderas nietas. Pero conociendo a esas arrogantes, malcriadas, entendía que se decantaba por una mujer que no gritaba ni era demandante ni era una grosera con su mayor.
Se sobó la mejilla mientras la veía entrar al coche lujoso de su abuelo y se sintió perdido. Ya de por sí tenían ciertos roces, ahora podría complicarse todo. Sin embargo, no se disculparía, su orgullo no le dejaba.
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Rose estaba cansada mentalmente con lo de la boda, no habría banquete ni nada por el estilo, ni invitados, solo una boda civil, pero el abuelo quería verla con un vestido blanco y un intercambio de anillos. El anciano, aunque terco, aun le hacía ceder, solo por el hecho de quererlo como un abuelo. Fue la única persona que la trató como un ser humano con dignidad, y que le procuró cariño que ni siquiera recibió en el orfanato. Así, como su único pariente, aunque postizo, cedía ante sus demandas, si eso lo hacía feliz y creer que ella estaba entusiasmada, lo haría.
Ya eran las cinco, necesitaba marcharse para empezar a empacar su ropa para cuando se casara. Ya le había informado a Dalia sobre su matrimonio. Dalia se quedó con la boca abierta ante la noticia.
-¡¿De verdad?! – sus ojos casi se le salían del rostro por la increíble noticia – Creí que no querías casarte.
-Bueno – desvió la mirada avergonzada – Las cosas se dieron y quiero que seas testigo en el registro civil.
-Oh, por supuesto – Dalia parecía feliz – No me perdería este evento.
-Sí…
Rose suspiró. Al menos de su lado habría una amiga, quien sería testigo del inicio de su ruina.
Pero saliendo del edificio un auto Lincoln se estacionó cerca de ella, el chofer se bajó para abrir la puerta y ver dentro a Silvain. Rose quería ignorarlo, pero Silvain la detuvo.
-El abuelo sugirió que compremos los anillos juntos.
Rose se detuvo y se resignó a la tarea, mientras más rápido terminara todo, pronto podría regresar a su casa. Sin más demora, se metió al coche, dejando un gran espacio entre ella y Silvain.
Silvain observó a la mujer, quien parecía querer estar lo más lejos posible de él, como si él fuese el que la obligaba a casarse.
-¿No estás feliz?
Rose lo miró confundida.
-¿Sobre qué?
-De casarte conmigo.
Rose soltó una risa burlona.
-Ay dios, no – negó – Si por mi fuera, jamás me hubiese casado, me va bien sola y podía tener al hombre que quisiera sin deberle nada a nadie.
Silvain apretó la mandíbula, pero esta vez, se aguantó de soltar una de sus tantas frases sarcásticas.
-Entonces tendrás que decepcionarte. Aun cuando esto sea un matrimonio de apariencias, no quiero tener los cuernos hasta los cielos.
-Lo mismo digo señor James – lo miró a los ojos con firmeza, como una dama bien educada de la alta sociedad – Si voy a sufrir la abstinencia, espero que mi querido esposo me acompañe.
Silvain sonrió y se acercó a ella y rápidamente la sentó en sus piernas, dejando a Rose sorprendida. No demoró en pasar su mano debajo de la falda de ella y tocar sus muslos, sintiendo cómo temblaba por su toque. Silvain sonrió con complacencia.
-Por supuesto que no voy a tolerar la abstinencia si tengo una flamante esposa a mi disposición.
Rose quería protestar y golpear su mano atrevida, pero Silvain sostuvo con firmeza su pierna.
-Piénsalo, ni tu ni yo podremos resistir la necesidad sexual de nuestros cuerpos, no le veo lo malo desfogarse entre nosotros si estamos casados.
Rose quería negarse. Él estaba jugando con ella, y eso le enojaba, pero lo que le enojaba más era que su cuerpo traidor se estremecía por las caricias de él. Apretó los labios, no queriendo ceder, pero fue besada con tanta pasión, que olvidó su convicción de no claudicar.
El calor en el auto rápidamente escaló, de solo un beso a devorarse y pronto a deleitarse con los senos rubios de la pelirroja, y la misma Rose no evitó su atrevimiento, dejó que la sentara a horcajadas en su regazo, sintiendo la protuberancia dura entre los pantalones de él. El centro de su deseo se estremeció ante el roce, empapándose.
-No creo resistir más – murmuró Silvain.
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Hola!!!
Soy Koh, y aquí les traigo la historia de Rose y Silvain. No odien tanto a Silvain, es un tonto pero se redimirá.
En este capítulo se describe una escena hot, pero saben de la censura y lo subiré en facebook. Encuentren el grupo privado que se llama "Erika Koh escritora".
No olviden dar me gusta y gracias por acompañarme en esta nueva historia.
Besos.
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