*⚠️Advertencia de contenido⚠️*:
Este capítulo contiene temáticas sensibles que pueden resultar incómodas para algunos lectores, incluyendo escenas subidas de tono, lenguaje obsceno, salud mental, autolesiones y violencia. Se recomienda discreción. 🔞
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...A I N A...
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Lo primero que hice al salir del aula fue lavarme las manos. Literalmente. Había algo simbólico en eso, como si pudiera quitarme de encima la energía absurda de Manuelle Moretti.
¿Quién demonios responde a una advertencia con una metáfora sobre columnas de hormigón?
Y con una sonrisa, para colmo.
Tenía ganas de estrellar mi libreta contra la pared, pero sabía que mi madre detestaría encontrar las tapas dobladas, y eso derivaría en una conversación larga y pasivo-agresiva sobre “el cuidado de los objetos como reflejo del orden mental”. Así que simplemente salí del campus, tomé el tranvía de vuelta a mi casa y traté de concentrarme en algo que no fuera su risa sarcástica, o lo mucho que me molestaba que fuera… gracioso.
Y molesto. Y atractivo.
Pero molesto.
—¿Ya estás en casa? —escuché desde el taller apenas crucé la puerta.
Mi madre. ireti Adébáyọ̀, escultora de renombre internacional, feminista de primera hora y madre de métodos alternativos.
No entiendo cómo se casó con mi padre…esos dos son polos opuestos.
Usaba un delantal manchado con arcilla y tenía un cincel en la mano como si fuera una extensión natural de su brazo.
—Sí. Sobreviví al primer día —dije, lanzando la mochila al sofá—. Apenas.
—¿Qué pasó?
—Tengo que hacer un proyecto en pareja —dije, hundiéndome en el sofá como si eso pudiera enterrarme en el olvido—. Y me tocó con un espécimen que tiene el ego del tamaño de un Coliseo y el doble de arrogancia.
—¿Nombre?
—Manuelle. Manuelle Moretti.
El cincel cayó. Mi madre se enderezó como si le hubieran dado una descarga eléctrica.
—¿Moretti?
—Sí —dije, dándole dramatismo al asunto, sabiendo perfectamente que ese apellido era dinamita en esta casa—. Como los empresarios de Milán o como los mafiosos, si le preguntas a papá.
—¿Y tú te vas a pasar el semestre trabajando con él?
—Eso parece. También tengo otra clase con él y el profesor cree que discutir apasionadamente frente a todos es… encantador.
—¿Ya le dijiste a tu padre?
—¿Y suicidarme de una vez? Estoy esperando el momento perfecto. Tipo: “Papá, ¿qué opinas de que tu hija haga equipo con el hijo de la familia que probablemente blanquea dinero con cadenas hoteleras?”
Mi madre me miró con esa expresión que hace cuando sabe que oculto algo.
—¿Es guapo?
—¿Qué? —abrí los ojos
—¿El chico? —repitió ella, limpiándose las manos en un trapo lleno de polvo de mármol—. Pregunto por razones antropológicas, por supuesto.
Rodé los ojos.
—Es guapo en el sentido en que se me hace fastidioso el solo tener que hablarle. Tiene una sonrisa que parece que está planeando una travesura todo el tiempo y habla como si le hiciera un favor al mundo existiendo.
Mi madre sonrió.
—Suena a problema.
—Eso me preocupa. Me gustan los problemas, mamá. Sobre todo si tienen cabello negro y cejas oscuras.
—Doble problema. —hace una mímica como si estuviese pensando—o más bien triple, recuerda que tienes novio.
Me cubrí el rostro con una almohada mientras escuchaba su risa.
Esa noche, durante la cena —tofu con curry, por si alguien se pregunta cómo se cría a una joven arquitecta activista—, mi padre llegó del trabajo.
—¿Cómo estuvo la universidad, hija? —preguntó, colgando su abrigo en el perchero.
—Productiva —dije, evitando contacto visual.
—¿Alguna novedad?
Tragué saliva.
—Tengo compañero nuevo para un proyecto. Manuelle Moretti.
El tenedor se detuvo en el aire.
Silencio.
El tipo de silencio que da paso a discursos larguísimos sobre justicia, honor y cómo el sistema judicial italiano está infestado de corrupción.
—¿Moretti? —repitió con esa voz templada que usaba antes de estrangular a alguien con argumentos legales—. ¿Alguna relación con Gael Moretti?
Dios…a esa familia le deben de estar teniendo comezón en las orejas de lo tanto que se ha mencionado ese apellido en esta casa.
—Supongo. No pregunté el árbol genealógico. Pero sí. Es hijo de Gael.
—Ese idiota…
—Papá —interrumpí, tomando agua—. Es solo un proyecto de clase. No me va a invitar a su casa, ni lo voy a acompañar a lavar dinero.
Mi padre cerró los ojos y suspiró.
—Prométeme que tendrás cuidado. Esa familia es peligrosa.
—Tranquilo, no me va a hipnotizar con su mandíbula cincelada y sus frases ridículamente ingeniosas —dije sarcásticamente, rodando los ojos con tanto entusiasmo que casi me veo el cerebro.
Mi madre rió desde la cocina, removiendo su infusión de jengibre como si no acabara de lanzar una bomba.
—Ya la hipnotizó —canturreó con su tono de “lo sé todo porque soy tu madre”.
La ignoré.
—¿Qué fue eso, Aina? —preguntó mi padre, entrecerrando los ojos como si acabara de detectar un virus en el sistema.
—Nada. Solo estaba respirando con desdén.
—Mira, yo solo quiero que te enfoques en lo importante. En tus clases, en tus proyectos, y en Vicent. Ese muchacho es bueno. Muy bueno. En la pasantía ya lo adoran. El otro día su tutor me comentó que va camino a convertirse en un verdadero profesional.
—Qué alegría, papá —respondí sin entusiasmo—. Un día me dejarán escribir su biografía: “Vicent Alström, el fiscal de los celos irracionales”.
—No hagas bromas con eso, Aina —me reprendió mi padre con un ceño fruncido.
—Es solo sarcasmo, papá. Si no lo usara como escudo ya estaría llorando por los rincones como una magdalena.
—Bueno, ya, basta —intervino mi madre, quitándose el delantal y dándome una mirada de esas que atraviesan hasta los huesos—. Ve a descansar. Ya discutieron suficiente por hoy. Dale espacio a tu padre para que respire antes de que le dé un infarto por pensar que estás a punto de fugarte con el hijo sexy de un mafioso.
—No está en mis planes, mamá, tranquila. Aunque, siendo sinceros, si algún día lo hiciera, me aseguraría de que al menos el mafioso tenga buen gusto en muebles.
Me levanté de la silla y tomé mi vaso de agua.
—¿A dónde vas? —preguntó mi padre, con ese tono que los padres adoptan cuando quieren parecer despreocupados, pero por dentro están a punto de activar un dron de vigilancia.
—A mi habitación. A estudiar, como adulta responsable. Recuerda que ya no soy una niña papá.
Subí las escaleras y cerré la puerta.
Solté el aire.
Silencio. Finalmente.
Me dejé caer sobre la cama y ese instante recibí un mensaje en mi teléfono:
Me quedé mirando la pantalla. Luego tecleé:
Me lancé la almohada a la cara.
Definitivamente, esto iba a ser un semestre largo.
Esa noche, después del último mensaje, me acomodé en la cama.
Bueno, lo intenté.
La almohada parecía tener una conspiración personal contra mi cervical y la luz parpadeante del poste afuera me daba directo en el párpado. Pero no era eso lo que me tenía incómoda. Era su maldito mensaje.
Se que lo hizo para molestarme la existencia. Le dejé mi parte del trabajo solo para que él lo único que haga es socializarla consigo mismo. No quiero responder a sus provocaciones pero…
¿A quién le gustaría que lo insultaran?
Tomé el celular otra vez, resignada a seguir con el jueguito.
Me reí. No en voz alta, pero sí en esa forma molesta en la que se te escapa aire por la nariz y te das cuenta de que el idiota te hizo gracia. Lo odié más por eso.
Bloqueé el teléfono.
Casi dos minutos después, volvió a vibrar.
Apagué la pantalla, dejé el celular en la mesita y cerré los ojos.
Y entonces, lo vi. Mentalmente, obvio. Su sonrisa ladeada. Sus malditos ojos fríos. Las manos manchadas de tinta negra del croquis que arruinó tres veces hasta que, con fastidio y desesperación, lo dejó bien.
No estaba soñando. Pero ya era preocupante.
El problema no era que tuviera a Manuelle Moretti en la cabeza.
El problema era que no iba a sacarlo tan pronto.
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Updated 91 Episodes
Comments
Linilda Tibisay Aguilera Romero
ya están en una relación de quién aguanta más jajajajaja
2025-06-14
0
Carmen Cañongo
yá Cupido hizo su flechazo
2025-06-11
1