CAPITULO 1

Una nueva historia.

Meses antes...

Axel (Hijo)

Hundí el acelerador un poco más, sintiendo la adrenalina recorrer mis venas mientras esquivaba el tráfico ajetreado de la ciudad como un piloto experimentado. La vorágine urbana parecía oscilar entre un caos familiar y un ritmo vertiginoso que siempre lograba activarme.

Un rato después, me detuve frente a la clínica y miré a mi hermosa hermana, que se giró hacia mí con una sonrisa dulce, como siempre.

—Gracias por traerme, hermanito —dijo mientras se acercaba para darme un beso suave en la mejilla

—De nada, Cariño, siempre será un placer —le aseguré con ternura. Podría irme a vivir a la luna, pero si ella o alguna de las otras chicas me necesitaban, siempre estaría allí para ayudarles.

—Te adoro —me dijo, liberándose de mis brazos con una sonrisa que iluminó su rostro.

La veo perderse a través de las puertas giratorias y justo cuando estoy por arrancar, algo en el asiento de al lado llama mi atención: su móvil.    

Me apresuro a tomarlo y bajar a entregárselo; conozco a mi hermana y sé que lo necesitará. 

Apuré mis pasos hacia la entrada, intentando alcanzarla, cuando de repente...

—¡Ay! —chilló una chica al tropezar conmigo, perdiendo el equilibrio.

Gracias a mis reflejos, logré sostenerla antes de que cayera al suelo, y le extendí mi mano para ayudarla a incorporarse.

Una mata de cabello rubio cayó como una cascada brillante frente a mí cuando la chica giró para mirar hacia arriba.

Nuestros ojos se cruzaron y, en ese instante, el mundo pareció detenerse.

Sus ojos eran de un azul intenso y vibrante, que destellaban como zafiros bajo la luz del sol; su rostro parecía perfectamente esculpido por ángeles, una belleza que me dejó sin aliento.

—¿Acaso eres ciego? —preguntó, malhumorada, mientras un suave rubor teñía sus mejillas.

__Me he disculpado, señorita —respondí, aún absorto en su esplendor—. Venía distraído y estaba apurado, eso fue todo

—Bueno, ¡más te vale fijarte la próxima vez! O podrías causar un accidente —se quejó, alisando las arrugas que se habían formado en su vestido rojo vibrante

—Por supuesto que lo haré —le aseguré, aún maravillado por su presencia. Jamás había conocido a nadie así; hasta ese momento creía que la mujer más hermosa del mundo era mi madre.

Sin decir más, ella se dio la vuelta y se marchó, dejándome allí, prisionero de su hechizo.

La voz de mi hermana me sacó de mi ensueño.

—¡Axel! —gritó desde el pasillo—. Me he dejado el móvil.

Sacudí el teléfono para liberarlo de mis pensamientos. Ella se acercó rápidamente, volvió a darme un beso en la mejilla y, con una sonrisa luminosa, giró sobre sus talones y se marchó.

Salí lo más pronto que pude, con la esperanza de encontrar otra vez a ese hermoso ángel, pero, por desgracia, ese día no parecía ser el mío.

Con cierto disgusto, volví a mi auto. Al poner el motor en marcha, el móvil comenzó a sonar. Atendí el llamado con el auricular en la oreja.

—¿Dónde carajos estás, Axel? —retumbó la voz de mi querida hermana Aithana, la que parecía desayunarse cada día una canasta entera de limones.

—¿Qué sucede? —pregunté

—Papá no pudo venir hoy, así que tienes que entrar en su representación a la junta —me informa, visiblemente molesta—. Es en diez minutos —se queja.    

—Vale, cariño, ya estoy en camino —la tranquilizo, pero eso en ella es algo imposible. Entre ella y papá, no sé quién es más intenso en el trabajo.    

Termino la llamada y me apresuro a llegar a la empresa. La estructura de fachada oscura se levanta frente a mí unos minutos después; por suerte, la clínica no quedaba tan lejos.    

Al entrar y dirigirme a la sala de juntas, me encuentro con mi hermana. El traje negro que lleva le hace estar muy mona.    

—Por suerte llegas a tiempo —resopla. Me apresuro a acercarme y, cuando estoy frente a ella, no puedo evitar apretarle las mejillas, logrando que me dé un manotón en el brazo.    

—¡No me gusta que hagan eso! —se queja, y yo solo me río.  

—Anda, vamos ya —la tomo del brazo y la hago caminar hasta el interior de la sala de juntas, donde ya están todos.    

La reunión inicia poco después. Hago exactamente lo que se supone que haría mi padre, y el hecho de que Aithana me mire como lo hace me deja saber que está conforme. La condenada es tan perfeccionista que mantenerla contenta es algo casi imposible.  

Una hora después, todos se retiran satisfechos. Los acuerdos cerrados son nuevos proyectos de mi padre y mi abuelo; la empresa ha crecido a tal punto que nuevos socios han querido unirse.  

—¡Eso fue maravilloso! —exclama Aithana—. No puedo decidir quién de los dos es mejor, si papá o tú. __Como cosa rara, una sonrisa le cubre el rostro.  

—Creo que soy yo —interrumpe una voz gruesa, llamando nuestra atención.    

Ambos nos volteamos y nos encontramos con la figura de Alessandro Al Jaramane, nuestro abuelo. Su cabello oscuro está bañado en canas plateadas, y los rasgos de su rostro están más marcados por la edad, pero eso no le quita que siga viéndose imponente, casi como mi padre.    

—¡Abuelo! —dice mi hermana, acercándose a él para abrazarlo—. ¡Qué gusto verte!.

—Lo mismo digo, princesa mía —asegura él—. ¿Cómo están? —pregunta cuando se separan y fija sus ojos en mí.

—Estamos muy bien, abuelo. ¿Y la abuela, cómo ha estado? —pregunta ella.  

—Con muchas ganas de verlos. Hemos pensado organizar una cena el fin de semana —dice, y me parece fenomenal la idea.    

—Allí estaremos, sin duda alguna —aseguro, y mi hermana asiente.  

—¿Qué tal van las cosas aquí? —pregunta.    

—Abuelo, me encantaría quedarme a conversar y contarle todo, pero... tengo que ir a reunirme con unos extranjeros —dice Aithana—. Iré a verte muy pronto —asegura, y él asiente. Ella se acerca a él y le da otro abrazo antes de perderse entre las puertas del ascensor.    

—Es igual que su padre —dice él—. Así mismo era Axel cuando tenía su edad; solo vivía por el trabajo —recuerda, nostálgico.

—Y por mi madre —le recuerdo.    

—Oh, claro, por supuesto, de eso no hay ninguna duda.  

Juntos nos dirigimos a mi oficina. Estando allí, comienzo a contarle cómo han ido las cosas. Hablamos de todo un poco durante un largo rato; pasar tiempo con él es algo muy valioso para mí.    

—Ve a ver a tu abuela; le hará muy bien tu visita —me dice con una sonrisa cuando lo acompaño a la puerta.  

—Iré a la hora de la comida, abuelo —le aseguro.

—Yo iré a ver a tus padres —dice.    

—Vale, abuelo, nos vemos luego.    

Nos despedimos y yo vuelvo a mi oficina. Me siento detrás de mi escritorio y las dos horas siguientes me las paso inmerso en el trabajo. Pero, estúpidamente, me sorprendo pensando en la preciosa chica de ojos azules.    

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