NEGRO y BLANCO
Vemos a un joven de cabello negro y piel trigueña flotando en una inmensa oscuridad, donde el tiempo, la gravedad y cualquier otro factor eran nulos.
Mientras piensa:
"Hace mucho tiempo que no llegaba tarde al trabajo. Nunca me gustó trabajar, o al menos no me gustaba ese trabajo. El campo es lindo, pero se vuelve tedioso y frustrante dedicar tu vida a algo que apenas te mantiene a flote. Y pese a todo lo malo, siempre me presenté a horario. No podía darme el lujo de perderlo. Me vestí mientras lavaba mis dientes, pasé corriendo por la cocina evitando mirar el termo y el mate —no tenía tiempo para unos matesitos—. Tomé mis llaves de la mesita en el pasillo y, al abrir la puerta, sin poder frenar el paso frenético que llevaba, caí a un vacío en el cual solo podía flotar. El apuro que tenía se desvanecía poco a poco. Igual era inútil seguir con eso en un lugar donde el tiempo no existía. Quizás pasaron segundos o tal vez ya llevo días flotando. Para colmo, no siento ni hambre ni sueño, tampoco ganas de ir al baño. Parece que alguien le puso pausa a todo lo relevante de la vida."
Poco a poco el joven empezaba a sentirse paranoico. Su rostro no mostraba ni una mueca y pasaba largos períodos sin parpadear. Cuando ya estaba llegando al borde de la locura, una luz muy brillante, de tono azulado, apareció debajo de él. Y así, como si alguien soltara una piedra, comenzó a caer en dirección a la luz misteriosa.
El joven ya no tenía pensamientos ni palabras; simplemente se dejó caer hacia esa luz, que tomaba forma a medida que él se acercaba. Se podía notar que era un círculo, decorado con símbolos y formas que parecían sacadas de un libro de fantasía. Cuando atravesó ese círculo extraño, se encontró de pie, con la sensación de que siempre había estado justo allí, frente a una mujer pálida, pelirroja, vestida de blanco y descalza, en un lugar totalmente opuesto al anterior: un espacio completamente blanco, excepto por el suelo, que parecía una vista aérea de la tierra.
Intrigado y aún sobrepasado por todo lo que sentía, Ayanos logró finalmente saludarla con voz temblorosa:
—Hola...
No obtuvo respuesta. La mujer permanecía inmutable, observándolo en silencio, sin mostrar emoción alguna. Ayanos tragó saliva, incómodo por el silencio y la inmensidad blanca que los rodeaba. Con cautela, comenzó a avanzar hacia ella, quien estaba a unos veinte metros de distancia.
—Me llamo Ayanos... ¿Tú vives aquí? ¿Qué es este lugar?
Pero antes de que pudiera dar un solo paso más, en un simple parpadeo, la distancia entre ambos desapareció. Ahora ella estaba a solo centímetros de su rostro. Ayanos quedó congelado por la sorpresa, incapaz de reaccionar. Era imposible no quedar absorto en su belleza etérea: su cabello rojo parecía arder suavemente bajo la luz blanca, y sus ojos, de un azul tan profundo como un océano sin fin, lo miraban sin parpadear.
Ella no tocaba el suelo; flotaba apenas sobre la superficie, como si el suelo no fuera digno de su contacto. Sin emitir palabra, alzó las manos con una delicadeza sobrenatural, tomando el rostro sonrojado de Ayanos entre sus dedos. Antes de que pudiera siquiera respirar, la joven lo besó.
Fue un beso dulce, cálido, lleno de vida. Ayanos sintió cómo el calor de ese contacto recorría todo su cuerpo, llenándolo de una energía vibrante, como si cada célula de su ser despertara de un sueño milenario. Permaneció inmóvil, prisionero de esa sensación, sin siquiera atreverse a cerrar los ojos.
Cuando el beso terminó, ella mantuvo sus manos suaves en su rostro y, por primera vez, sonrió. Una sonrisa serena, casi maternal, y con voz suave como el susurro de un viento lejano, le dijo:
—Hola, Ayanos. A partir de ahora... te bendigo, mucha suerte.
Sin darle tiempo a reaccionar, el cuerpo de la mujer comenzó a deshacerse en partículas de luz, como si fuera hecha de polvo de estrellas, desapareciendo lentamente en el aire, dejando a Ayanos solo en el vasto blanco infinito, con los labios aún tibios y el corazón latiendo con una fuerza renovada.
Ayanos, aturdido, se dejó caer hacia atrás, sentándose pesadamente en aquel suelo que parecía una postal perfecta de la Tierra.
—¿Qué fue eso...? —murmuró, llevándose los dedos temblorosos a los labios aún tibios.
Pero no tuvo tiempo de reflexionar. Como un latido sordo, sintió de pronto un dolor punzante en su pecho. Palabras en una escritura desconocida comenzaron a acumularse en su mente, acompañadas de símbolos que se grababan como fuego en su memoria. Sin saber cómo, empezó a absorber todo lo que lo rodeaba: partículas de luz azul se arremolinaban en el aire y se precipitaban hacia su cuerpo.
El vasto blanco que lo envolvía empezó a tornarse negro, como si la existencia misma se deshiciera y se reescribiera dentro de él. Ayanos, sentado en el suelo, se estremecía; el proceso parecía desgarrarlo desde adentro, era un dolor que trascendía lo físico.
Finalmente, incapaz de soportarlo más, cayó de lado, desplomándose como un muñeco de trapo. Su consciencia se desvaneció en la negrura, arrastrada por el shock.
UNA DIOSA, UN ERROR Y VARIAS RESPUES
Un latido.
Otro más.
La consciencia regresó de golpe.
Ayanos se incorporó con un sobresalto, el corazón aún desbocado. Miró a su alrededor, parpadeando varias veces. Estaba en su sala de estar, reconocible aunque ligeramente desordenada: unos cuantos libros abiertos sobre la mesa, una taza vacía a medio caer en el borde, y su consola de videojuegos todavía encendida.
Todo parecía normal, casi demasiado normal.
Frente a él, el televisor proyectaba con colores vivos el primer capítulo de Tensei Shitara Slime Datta Ken, su anime favorito. La risa animada de Rimuru resonaba en la habitación, llenando el silencio incómodo que lo envolvía. Por un instante pensó que tal vez todo había sido un sueño, una alucinación causada por otra noche de desvelo viendo anime... pero entonces la sintió.
Una calidez en su pecho.
Bajó la mirada y allí estaba: una muchacha pelirroja, acurrucada contra él, con sus ojos brillando de emoción mientras seguía atenta el anime. Era la misma que había visto en aquel vasto mundo blanco.
Ayanos se quedó inmóvil, la garganta seca. El peso de su cuerpo, el roce de su cabello, la sutil presión de su respiración contra su costado... todo era real.
No fue un sueño.
Respiró hondo, tratando de calmar la avalancha de pensamientos. Luego, con la tranquilidad forzada de quien se adueña de su propia casa después de un terremoto, le habló:
—Espero que esta vez hables un poco más.
La muchacha levantó la cabeza, sonriéndole con dulzura. Cerró los ojos un instante y, como si hubieran compartido mil charlas antes, respondió con voz melodiosa y cálida:
—Por supuesto que sí, Ayanos.
Ambos usaban un tono informal, natural, como si ya hubieran vivido juntos mil vidas en ese pequeño rincón del mundo.
Ayanos la miró de nuevo, luego recorrió con la vista su sala de estar... y volvió a mirarla, frunciendo ligeramente el ceño.
—Supongo que esta no es mi sala de estar —dijo, medio en broma, esperando confirmar su sospecha.
La muchacha se rió suavemente, llevándose una mano a la boca como si hubiera escuchado el chiste más encantador del mundo.
—Nop... estamos en tu subconsciente —explicó, sus ojos brillando con un destello de diversión—. O mejor dicho, en la manifestación de él.
Ayanos parpadeó, procesando lo que acababa de oír. Luego, con una calma tensa, preguntó:
—Ya veo... ¿y puedes explicarme qué me pasó? ¿Acaso morí?
Ella, en lugar de responder de inmediato, señaló el televisor, donde Rimuru seguía sonriendo en su aventura animada.
—Digamos que es algo parecido a eso —dijo, refiriéndose al anime—. Aunque tranquilo... no moriste ni vas a reencarnar.
Ayanos soltó una carcajada nerviosa, que se disolvió en un suspiro resignado.
"Por alguna razón, no me tranquiliza esa explicación..." pensó, sintiendo que apenas estaba rascando la superficie de algo mucho, mucho más grande.
Ella pareció ponerse un poco más seria, aunque sin perder ese brillo juguetón en la mirada.
—Escucha, mi nombre es Fildi, y soy la gran diosa del Paso —anunció, como si fuera la mayor obviedad del mundo—. Lo puedes ver por mi belleza incomparable. Y... por un error mío serás enviado a otro mundo —concluyó con una sinceridad tan descarada que casi resultaba graciosa.
Ayanos la miró como quien observa a un comediante intentando ser serio. Hubo una pausa incómoda entre ambos, hasta que finalmente explotó:
—¿¡Quéeee!? ¿Quién en sus cabales podría cometer un error así? —exclamó, casi indignado.
Pero apenas terminó de hablar, se dejó caer de espaldas sobre el sofá, rindiéndose, y clavó la vista en el techo. Con un tono más calmado, casi resignado, suspiró:
—Gracias por no darle vueltas al asunto...
Luego, con una sonrisa irónica y algo cómica, agrego.
—Al menos no tendré que trabajar más. Es un alivio.
Incorporándose un poco, miró a Fildi, quien jugueteaba avergonzada con uno de sus mechones rojizos, claramente sintiéndose culpable.
—Sé que mi vida no era perfecta —admitió Ayanos, inclinando la cabeza hacia atrás, mirando el techo con una expresión melancólica—. A veces parecía una tortura... pero tampoco era tan mala.
Fildi abrió la boca, queriendo decir algo, pero Ayanos, de pronto, volvió a mirarla, esta vez con una expresión serena, animada, casi desafiante, como si quisiera enfrentar la situación de la única forma que conocía: con actitud tranquila y animada.
—Ya no importa... —dijo, encarándola—. Explícame todo, Fildi.
Fildi, al notar la disposición de Ayanos, pareció relajarse aún más. Inspiró profundamente y, con un pequeño y elegante flotar, se puso de pie. Su expresión cambió: ahora tenía la seriedad meticulosa de una profesora dedicada, a punto de explicar un complicado pero fascinante tema a un alumno hambriento de conocimiento.
—Pues mira, existen tres diosas que conectamos tu mundo con el que te dirigirás —empezó, moviendo suavemente las manos como si dibujara los conceptos en el aire—: la diosa de la humanidad, la diosa de las almas y yo, la diosa del paso.
La primera se encarga de los invocados mediante rituales mortales, la segunda guía a las almas de los fallecidos aptos para reencarnar... y yo soy responsable de los portales que conectan a los invocados y a las almas con esas dos diosas, para luego enviarlos al otro mundo según lo que ellas indiquen.
Por eso recibí el título de "Gran Diosa del Paso".
Hizo una pausa, mirando de reojo a Ayanos para asegurarse de que seguía atento, y luego continuó, su voz un poco más baja, casi avergonzada:
—Pero... accidentalmente, mientras probaba unas cosas, abrí un portal justo frente a ti, cuando salías de tu casa.
Y una vez que entras en un portal, no hay forma de volver. Funcionan en un solo sentido... así que devolverte a tu mundo es imposible, incluso para mí.
Terminado su discurso, Fildi flotó ligeramente hacia abajo y se dejó caer con suavidad sobre la mesa ratona. Bajó la cabeza, como una niña regañada, mientras su voz se volvía un susurro triste:
—Y si pidiera ayuda a las demás... tal vez perdería mi puesto como diosa. Podría incluso... desaparecer.
Ayanos, omitiendo darle un regaño innecesario a esas alturas, asumió una postura pensativa, analizando en profundidad toda la información que Fildi le había brindado. Permaneció en silencio unos momentos, como si intentara encajar cada pieza del rompecabezas en su mente. Finalmente, rompió su trance con una voz tranquila:
—Entiendo... —dijo, asintiendo ligeramente—. Haber visto tantos isekai me ayuda a comprender mejor la situación. Además, me sentiría mal si desapareciera una diosa tan bonita por mi culpa.
Fildi, al escuchar el comentario, no pudo evitar sonrojarse, flotando un poco más bajo, como si quisiera ocultarse tras su cabello. Ayanos, con una leve sonrisa, añadió:
—Bonita, pero tonta...
Fildi soltó un pequeño bufido avergonzado mientras él continuaba, con la misma calma inquisitiva:
—Entonces explícame... ¿qué fue todo lo de la sala blanca?
Fildi se acomodó en el aire, moviendo sus piernas como si estuviera sentada en algo invisible, antes de hablar con una risita nerviosa:
—Ahh, eso... —comenzó, bajando la mirada un segundo antes de volver a verlo—. La sala blanca es un espacio entre ambos mundos. En ella te proporcioné poder y habilidades que necesitarías... ya que en el otro mundo, la magia y la fantasía son reales, y sin esas mejoras no durarías mucho.
Ayanos la observaba en silencio, sin interrumpirla, mientras Fildi continuaba, moviendo las manos como si dibujara en el aire las ideas que explicaba:
—Y... también agregué un regalo, como forma de disculpas —dijo, inflando ligeramente las mejillas, aún un poco avergonzada—. Te permití absorber ese lugar en tu interior, porque vi que tu potencial para reservar maná —que es la energía que mueve toda la magia allá— era enorme.
Se detuvo un momento, mirándolo como para asegurarse de que seguía entendiendo.
—Pensé que absorber todo el espacio, que estaba hecho completamente de maná, sería un gran regalo. —Sonrió, aunque su expresión se tornó un poco más asombrada al recordar—. Lo que jamás pensé es que tus reservas serían tan grandes que... ¡hasta te sobró espacio para almacenar todavía más!
Ayanos, aún recostado en el respaldo del sofa, soltó un breve silbido, impresionado.
—¿Así que no solo me diste un power-up, sino también una especie de batería mágica infinita? —comentó, medio en broma.
Fildi asintió con entusiasmo, flotando un poco más alto, como si su orgullo de "diosa" hubiera vuelto a inflarse.
—¡Exactamente! Bueno, infinita no, pero... muy, muy, muy grande y con entrenamiento podria volverse aun mas grande—corrigió, haciendo un gesto de tamaño exagerado con las manos.
Ayanos rió suavemente, su sonrisa ladeada.
—Ya veo... bonita, tonta, peligrosa... y generosa. —La miró de reojo—. Espero que no haya más sorpresas ocultas.
Fildi miró hacia otro lado, silbando de forma inocente.
Ayanos cerró los ojos un segundo, exhalando con resignación.
—Eso fue un "sí", ¿verdad?
Fildi, acelerada y agitando las manos, intentó convencerlo:
—¡Sí, sí! No quise intervenir más de la cuenta para no volver a meter la pata —confesó, inflando las mejillas.
Ayanos suspiró, tratando de creerle, y comentó en tono humorístico:
—Mejor así, entonces. Si sigues metiendo cosas en mí, quizás termine explotando.
Ella soltó una risita nerviosa, flotando cada vez un poco más arriba.
—Bueno, Ayanos, el tiempo se está agotando... Ya estás por despertar de verdad. Pronto nos volveremos a ver, tenlo por seguro. ¡Estaré esperando ansiosa ese día!
Ayanos, poniéndose de pie mientras la miraba elevarse más y más, le sonrió de lado:
—Es una pena no volver a verte, hermosa diosa... Pero seguro nos cruzaremos de nuevo. Aunque espero que no sea por otro errorcito —rió.
Ella, ya brillando con un tenue resplandor, le respondió desde arriba:
—Disfruta esta segunda vida al máximo... y cuídate mucho.
Rápidamente, Ayanos levantó la voz, curioso como buen fan del género isekai:
—¡Espera! ¿No tengo que salvar al mundo de un Rey Demonio o enfrentar alguna calamidad o algo así?
Fildi soltó una carcajada musical:
—¡Para nada! Tú no eres un héroe. Deja ese trabajo a los invocados. —Le guiñó un ojo—. Solo trata de vivir una vida de la que no te arrepientas... ¡y nunca dudes de esta bellísima diosa!
—Ah, y cuando despiertes, ¡no vayas a asustarla! —añadió con una sonrisa pícara, justo antes de deshacerse en un remolino de partículas de luz.
De pronto, Ayanos despertó de un sobresalto.
Con una sensacion de ya haber pasado por esto.
UN NUEVO COMIEZO
Cuando su vista se aclaro se encontró en una cama sencilla, en una habitación rústica de paredes de madera y suelo tambien de madera. Sentado a su lado, vio a una joven de cabello color miel y ojos marrones, vestida con un sencillo vestido celeste algo descolorido por el uso. Un pañuelo blanco recogía parte de su cabello, dejando ver su rostro de facciones suaves e inocentes.
Ayanos, aún aturdido y con un leve dolor en el pecho, se tranquilizó al ver la expresión preocupada y amable de la muchacha, que parecía tener más o menos su edad.
La muchacha parecía haberlo estado cuidando desde hacía un tiempo. Al ver un gesto de dolor en el muchacho, que intentaba reincorporarse, dijo con voz dulce:
—Tranquilo, no deberías levantarte tan repentinamente.
Antes de que pudiera agregar algo más, la voz de la joven fue interrumpida por el sonido de la puerta abriéndose. A través de ella entró un hombre de edad avanzada, de poco cabello y apariencia curtida por años de trabajo en el campo. Ayanos lo notó de inmediato; había trabajado en el campo en su vida anterior y reconocía bien esos rasgos.
El hombre, de voz clara pero incapaz de controlar su volumen —aunque su tono era pacífico—, exclamó:
—¡Al fin despertó nuestro huésped!
Se acercó a la cama y se colocó junto a la joven, que lo saludó con una sonrisa:
—Buenos días, abuelo.
Con notable cariño, el abuelo saludó gentilmente a su nieta y, con cortesía, al joven postrado en la cama. Este, haciendo un esfuerzo por incorporarse, les respondió con una leve reverencia:
—Buenos días. —Y, tras una breve pausa, agregó—: Muchas gracias por su hospitalidad, y perdón por las molestias que les he causado.
La muchacha sonrió, aceptando sus agradecimientos y disculpas, mientras el hombre soltaba una fuerte carcajada. Luego, colocando una mano robusta sobre el hombro de su nieta, se dirigió al muchacho:
—¡Es bueno ver a los jóvenes ser agradecidos y respetuosos!
Acto seguido, le dijo a su nieta que debían dejar al joven para que pudiera levantarse con calma.
—En el desayuno nos cuentas qué te sucedió —concluyó el abuelo.
El muchacho asintió en silencio y, quedando solo en la habitación, se levantó cuidadosamente. Notó entonces que, en una mesita en un rincón de la habitación, su ropa estaba limpia y cuidadosamente doblada.
"Que limpia esta" penso mientras tomaba con una sonrisa las prendas
La escena cambió a la cocina, tan rústica como la habitación, pero llena de una calidez especial, tal vez por el cariño entre el abuelo y su nieta, o quizás por el delicioso olor a pan recién horneado que impregnaba el aire. Se sentía acogedora.
El anciano esperaba sentado a la mesa, frente a un desayuno sencillo pero abundante: salchichas, huevos, pan, y una humeante taza de té de hierbas. La joven, mientras tanto, terminaba de servir el último plato.
En ese momento, el muchacho, ya vestido, entró en la cocina. El hombre sonrió ampliamente y le hizo un gesto invitándolo a sentarse con ellos.
Antes de comer, la joven, sin decir palabra, tomó la mano de su abuelo y la del joven. Los dos hombres, entendiendo el gesto, se tomaron de las suyas, cerrando así el círculo. La muchacha, con una expresión serena, se dispuso a hacer una oración:
—Dios Creador, que lo has planeado todo, te agradecemos de corazón que nos hayas hecho parte de tu plan divino.
Luego, los tres guardaron un momento de oración en silencio, con los ojos cerrados y las cabezas gachas.
Aprovechando este instante, Ayanos pensó en su interior, como si sus palabras pudieran llegar a ella:
"Fildi, estoy bien. Espero que tú también lo estés. Mantén esa hermosa sonrisa brillando... diosa tonta."
Al concluir la oración, comenzaron a comer. Sin embargo, antes de probar bocado, el joven decidió hablar:
—Me llamo Ayanos. Y, si les soy sincero, lo que me pasó ni siquiera para mí está claro. Así que lamento no poder despejar sus dudas aún —dijo, con un tono tranquilo y seguro, como parecía ser costumbre en él—. Pero puedo asegurarles que pagaré su amabilidad con trabajo, ya que, por ahora, no poseo dinero.
Mientras decía eso, Ayanos pensaba que revelar información sobre lo que realmente le había sucedido era peligroso, y que, por el momento, una mentira piadosa era la mejor opción. Concluyó diciendo que provenía de un pueblo muy lejano, y que no recordaba qué había pasado ni cómo había llegado hasta allí.
La muchacha lo miraba con atención, al igual que el anciano. Entonces, ella le dijo:
—Está bien, pero Ayanos, debes comer. Te encontré inconsciente hace tres días y aún no has probado bocado. Debes de tener hambre, y con el estómago vacío no deberías hablar de trabajo —añadió con una risa amable.
El anciano asintió, coincidiendo con ella, y agregó:
—Mi nieta tiene razón. Come. Además, a quien debes agradecer y retribuir es a ella, no a mí.
Luego, subiendo la animosidad de su tono, alzó el vaso y exclamó:
—¡Aunque admito que es bueno oír a los jóvenes hablar de trabajo!
Los tres en la mesa rieron con el comentario, relajando aún más el ambiente.
Tres días atrás, en un salón de concreto áspero, la atmósfera era opresiva. La escasa iluminación, fría y mortecina, solo acentuaba las sombras que trepaban por las paredes. Un círculo de personas vestidas con túnicas oscuras rodeaba el centro del salón, sus manos extendidas hacia el vacío, canalizando una energía brillante que formaba un complejo círculo mágico en el suelo.
De aquella intensa luz emergieron cinco figuras: tres varones y dos mujeres, vestidos con ropas modernas. Sus edades variaban entre los dieciséis y los veinticuatro años. La confusión era evidente en sus rostros: ojos desorbitados, bocas entreabiertas, miradas errantes. El entorno les resultaba completamente ajeno.
Frente a ellos, sobre un estrado de piedra tallada, se erguía un hombre imponente, vestido con ropajes reales y una corona que resplandecía bajo la pálida luz mágica. Con voz solemne, les dirigió unas palabras:
—Bienvenidos, héroes. Hoy comienza su leyenda como los salvadores de este mundo.
La escena regresó al pequeño pueblo donde se encontraba nuestro protagonista. Ayanos estaba de pie junto al anciano, frente a un campo que estaba siendo trabajado para el cultivo de trigo. El hombre le entrego una azada y dijo:
—A mí no me debes nada, pero... hoy hace falta una mano en el campo.
Ayanos, que no era ajeno a esas labores y deseoso de agradecer, no titubeó: tomó la herramienta y comenzó a trabajar. Con el tiempo, la confianza entre él, el anciano y la muchacha había crecido. Supo entonces que se llamaban Ronan y Beatriz, y que vivían solos en aquella casa.
El pueblo de nombre Pilati era pequeño, estaba situado en el rincón más alejado del continente. Su gente dependía casi por completo del cultivo y la crianza de animales para subsistir. Muy de vez en cuando, una carreta llegaba desde otros lugares, trayendo productos que no podían obtener por sí mismos.
Era un lugar pacífico.
Mientras Ayanos trabajaba, observaba cómo todos eran amables entre sí y también con él. La disposición de ayudar era algo natural en aquella comunidad, y esa calidez le llenaba el alma de una paz que hacía mucho no sentia.
Entre días de trabajo, mañanas de paz y noches de fiestas en la taberna, el joven comenzó a tomarle un profundo cariño a este mundo que la tonta diosa Fildi le había regalado por accidente.
Una nueva mañana comenzaba, y Ayanos, como ya era costumbre, se levantó temprano para iniciar su rutina. Después de un ligero desayuno, salió a correr como cada dia por medio, adentrándose en lo más profundo del bosque, donde la vista de los pobladores no podía alcanzarlo.
Allí, lejos de las miradas curiosas, practicaba sus habilidades. Tras casi un mes, había comprendido casi todo lo que Fildi le había otorgado: una mejora abrumadora en su fuerza, agilidad, visión y reflejos, que combinaba con su conocimiento en artes marciales, adquirido durante su juventud le permitian pulir su propio estilo de combate.
La manipulación de mana era especialmente útil. Gracias a sus enormes reservas, prácticamente no tenía límites en lo que podía lograr. Además, había perfeccionado una habilidad crucial: Creador de Hechizos, que le permitía combinar atributos como fuego, agua, gravedad, oscuridad y rayo para inventar conjuros nuevos o mejorar los que aprendiera.
Otra de sus habilidades únicas era Amo Auténtico, que le permitía formar contratos con casi cualquier ser vivo, siempre y cuando este aceptara de forma voluntaria.
Ahora, podíamos verlo en un descampado junto a la entrada de una cueva, en medio del espeso bosque. Sentado con las piernas cruzadas, extendía una mano hacia el frente, manifestando pequeños círculos mágicos del tamaño de un plato. Los círculos se entrelazaban, cambiaban de color y de simbología mientras Ayanos experimentaba con nuevas fórmulas.
Crear hechizos no era sencillo. Conseguir la combinación correcta requería paciencia y precisión, pero gracias a su vasto mana podía permitirse probar sin preocupación. Además, gracias a su experiencia en la Sala Blanca, había aprendido a absorber mana del entorno —aunque en cantidades menores—, algo que le daba aún más libertad.
Después de un rato de "jugar" con combinaciones, se puso de pie, sacudiéndose el pantalón con entusiasmo, y exclamó:
—Bueno... ¡Ahora probemos si funcionan!
Ayanos relajó su cuerpo y limpió su mente. Mientras exhalaba, juntó la punta de los dedos de ambas manos, formando un triángulo frente a él. Casi en un susurro, pronunció:
—Multiplicar Barreras.
Un brillo verde tenue lo envolvió por un instante, seguido de uno azul, luego rojo, y finalmente púrpura. El hechizo que acababa de crear, al que llamó Multiplicar Barreras, le permitía cubrirse simultáneamente con múltiples protecciones: anulación de estados alterados, resistencia al dolor, sanación reactiva y defensa contra ataques de mana.
Sonriendo con satisfacción, murmuró:
—Con esto podré estar tranquilo. No necesito mantenerme concentrado para que funcionen. Mientras tenga mana, no habrá de qué preocuparse... Y al conectarlas con la absorción de mana, seguirán activas aunque esté dormido o inconsciente. Además, no me agotarán ni a mi ni a mis reservas de mana...
Ayanos reflexionó en silencio.
"Ojalá en el futuro pueda aumentar la cantidad de barreras... pero por ahora, esto será suficiente."
Regresando al pueblo, Ayanos reflexionaba en silencio. Quizá ya era hora de aventurarse en este mundo desconocido. Sentia que ya había saldado su deuda, había forjado grandes amistades, y ahora sentía que su lugar estaba más allá de las fronteras conocidas. El deseo de hacerse más fuerte latía con fuerza en su pecho, impulsado por un sueño que compartía con todo fanático del género isekai: convertirse en un auténtico aventurero y no ibaa desaprovechar esta inusual oportunidad.
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