"Capitulo 2: Llamas Azules"

"Capítulo 2: Llamas Azules"

El aire olía a ceniza y muerte. El cielo, cubierto por nubes oscuras, apenas dejaba filtrar la luz de la luna llena sobre los escombros de lo que alguna vez fue una ciudad llena de vida.

Alex caminaba tras el gato negro, observando con creciente angustia las manchas de sangre seca que adornaban los muros rotos de la casa frente a ellos. El lugar parecía congelado en el momento mismo de una masacre.

—¿Por qué estamos aquí? —preguntó, conteniendo el nudo en su garganta.

—Espera afuera —respondió el gato, entrando sin vacilar entre los escombros.

Alex se quedó solo, en silencio, en lo alto de la colina. Desde allí, podía ver el alcance de la destrucción: medio ReindHart estaba reducido a ruinas. Era difícil de asimilar. Aún se preguntaba si todo eso era real. ¿Realmente había salvado a un arcángel? ¿Era posible que existieran los demonios, los ángeles… y los gatos que hablaban?

El gato emergió minutos después, sosteniendo con los dientes un extraño objeto: un collar de plata con forma esférica, sujeto por cadenas finas. Sin decir palabra, caminó cuesta arriba hacia otra casa menos dañada.

—Entra. Ponte cómodo —dijo el gato con naturalidad mientras inspeccionaban el interior, que no tenía ni un solo sillón sano. La escena era tan absurda que Alex soltó una pequeña risa.

—Ya, basta de rodeos. ¿Qué está pasando realmente?

El gato se sentó sobre un pedazo de mesa rota, y su voz se volvió grave.

—Esta ciudad se llama ReindHart. Ha sido el centro secreto del entrenamiento de exorcistas durante mil años. Aquí, humanos con almas puras eran instruidos para luchar contra las fuerzas demoníacas. Por siglos, hubo paz... o algo parecido. Pero hace poco, esa tregua se rompió.

Hizo una pausa, como si reviviera el horror en su memoria.

—Durante un festival, mientras las familias paseaban y los niños jugaban, comenzaron a suceder cosas terribles. Algunas personas... comenzaron a hincharse y estallar. De sus cuerpos salieron monstruos y demonios, cientos de ellos, sedientos de sangre. Fue una emboscada. Nadie lo vio venir.

Alex apretó los dientes, sus puños cerrados con fuerza. El silencio entre ellos se volvió espeso, hasta que un rugido sacudió el suelo bajo sus pies.

Desde la colina, vieron una parte de la ciudad arder con violencia. Llamas negras se alzaban hacia el cielo.

—¡Quédate aquí! —gritó el gato, y se lanzó colina abajo con una velocidad imposible.

Alex dudó. Pero su cuerpo se movió por instinto. Corrió tras el gato, manteniéndose oculto, hasta llegar a la zona del caos. Allí, entre ruinas y fuego, vio una escena atemorizante.

Ante el sacerdote Temerio se alzaba una visión salida de las grietas del infierno.

Una criatura humanoide de dos metros, con el torso cubierto por un pelaje negro, envuelto en llamas oscuras que ardían con furia. Su cabeza era la de un toro colosal, coronada por dos cuernos rojos como sangre fresca, y en su rostro brillaban ocho ojos escarlata, fijos en un odio absoluto.

Cada músculo temblaba con la promesa de violencia. Un rugido brotó de su garganta —no un sonido animal, sino un grito antiguo, como si el universo recordara algo que jamás debió existir. En un instante, la bestia se lanzó hacia Temerio, con la furia de un dios caído decidido a aplastar lo divino. Aun herido y envejecido, Temerio irradiaba un resplandor blanco de energía sacra.

Un solo golpe bastó para lanzarlo por los aires, estrellándolo contra una casa.

El gato corrió hacia él, conjurando un débil hechizo de sanación. Pero su magia era limitada. El demonio rugió y alzó su puño envuelto en fuego negro y se lanzó hacia ellos.

Y entonces, ocurrió.

Alex se interpuso. No sabía cómo, solo lo hizo. Con los brazos cruzados, una luz azul envolvió su cuerpo. Llamas azules brotaron de sus piernas y pies. Detuvo el golpe con fuerza inesperada, la tierra tembló y se agrietó a sus pies.

El demonio rugió, pero Alex no se movió. Sus músculos se activaron por instinto, recordando los entrenamientos en artes marciales que tuvo con su padre en secreto. En un solo movimiento, impulsado por la energía de Rei, lanzó una patada directa al cráneo de la bestia.

El impacto fue brutal.

El fuego azul estalló, y la cabeza del demonio se desintegró como polvo bajo el fuego sagrado.

Silencio.

Los ciudadanos y los soldados que observaban la escena desde la distancia estallaron en vítores. Lágrimas de alivio recorrieron sus rostros. El sacerdote Temerio respiraba débilmente, pero vivo. El gato lo sostenía, sin apartar la mirada de Alex.

El muchacho permanecía de pie, jadeando, cubierto de polvo y sudor, con las llamas azules extinguiéndose poco a poco a su alrededor.

Acababa de ganar su primera batalla.

...XintaRo....

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