Al final, logró hacer que la chica confesara bajo presión, tal como pensaba, que era la culpable del asesinato.
— Solo buscaba venganza — suspira, mordiéndose los labios. — Aunque trabajo en el burdel, a diferencia de las otras chicas, solo les hacía compañía sirviendo el vino, nada más. Pero ese hombre... — Baja la cabeza. — Un día me tocó sin mi consentimiento y no se contentó con eso; hizo que uno de sus compañeros hiciera lo mismo. — Rompe en llanto al recordar aquella noche. — Esa noche, ambos hicieron lo que quisieron conmigo. A pesar de mis gritos, nadie apareció; nadie me ayudó. Se creyeron superiores por ser del palacio imperial y por eso hicieron lo que les dio la gana conmigo. Yo no podía hacer nada. Después de todo, ¿quién tomaría en serio la palabra de una mujer que trabaja en un burdel? Ese hombre, junto con su compañero, me quitó todo: mi dignidad y el hombre que amaba. Él me dejó al saber todo eso. A pesar de tener un hijo, me había aceptado así. Pero al saber lo que pasó, me miró con repugnancia y me llamó sucia.
— ¿Ese hombre es el hijo del barón? — La chica asiente ante la pregunta de Aelin.
— ¿Cómo explicas las huellas que están en el techo?
— Mi sueño siempre fue aprender artes marciales; entrené duro para poder vencer a ese hombre. Nunca fue mi intención matarlo; solo quería darle una lección para que jamás volviera a tocar a una mujer y que se aprendiera lo que es un "no".
— Sigue — le pide Aelin.
— Esa noche, le tocó a una de mis compañeras atenderlo. Me colé en el techo, esperándolos. Él pretendía hacerle lo mismo a mi compañera; su compañero salió por un momento y comenzó a tocarla. — Se muerde los labios. — Creo que perdí los estribos porque no quería que le volviera a hacer lo mismo a una mujer. Lo ataque sin dudarlo. Mientras ella salió corriendo, pero no esperaba que ese hombre fuera tan fuerte y ni siquiera le había dado un golpe cuando me estaba ahorcando. Y sin darme cuenta, la daga se había caído lejos de donde pudiera tomarla. No tuve más opción que apuñalarlo con mi horquilla. Pero no importa cuántas veces lo hiciera, él no soltaba. Entonces lo apuñalé nuevamente y esta vez no lo saqué; lo arrastré hasta abajo.
— Entonces, ¿por qué me inculpastes? — pregunta Aelin.
— No era mi intención. Justo cuando terminé de matar a ese hombre, tú entraste y no sabía qué hacer. Si tú dijeras algo, estaría acabada. Por eso manipulé todo.
Aelin suspira tras escuchar la confesión de la chica.
— ¿Y qué hay de la aguja que encontramos atrás de su cabeza? — le pregunta.
— Se la clavé mientras luchaba con él porque lo haría dormir, pero no funcionó tan rápido como pensaba.
— Aunque ese hombre realmente merecía la muerte, sigue siendo un asesinato — dice Aelin, mirando la confesión de la chica. Pero sabía que en esa época no le importaban esas cosas y más cuando ella no era más que una simple dama de compañía. La vida de ese guardián imperial valía mucho en esa época.
— Aquí está la confesión — le dice Aelin al ministro, quien mira el papel sorprendido. No creía que la chica pudiera descubrir al culpable tan rápido.
— Su nombre es Liana — dice Aelin. — ¿Cuántos años de cárcel recibirá? — pregunta mirando al ministro.
— Según las leyes, debería ser ejecutada al matar al guardián imperial. Es un acto de traición hacia el emperador.
— ¿Muerte? — pregunta sorprendida. — Aunque ese hombre fuera un guardia imperial, esa escoria ni siquiera merece llamarse hombre después de todo. Aunque Liana había matado a ese hombre, ella no merecía morir por esa escoria.
— Usted tiene toda la razón, pero el emperador pone las reglas, no yo. No puedo hacer nada, y aunque él realmente era un bastardo y le hizo algo tan inhumano, es un grave delito intentar manipular las pruebas mintiendo. —Asiente escuchando las palabras del ministro, sabía que este tenía razón y más ahora que ella se encontraba en la antigüedad, no en su mundo. — El emperador es un hombre justo, y de seguro tomará una buena decisión al ver las pruebas. — Eso quería pensar. Y esperaba que el ministro tuviera razón y el emperador sea alguien razonable.
— Eso espero, me retiraré por hoy, ministro. — Mira al Hombre dado que hasta ahora no sabía ni su nombre.
— William.
— Ministro William, fue un placer haberlo podido ayudar en este caso. — Sonríe.
— También le agradezco, señorita —
sonriendo Aelin se retira. Aunque con el vacío de no poder ayudar a esa mujer, solo espera que el emperador haga justicia al ver su confesión.
— ¡Hermana! — Mira el carruaje a un metro de ella, en el que se encontraba su hermana saludándola por la ventana.
— Celia. — Se acerca contenta, sube al carruaje con la ayuda de uno de los guardias que acompañaban a su hermana. — ¿Qué haces aquí?
— Mamá estaba preocupada y me pidió que pasara a recogerte.
— Le dije que estaría bien, mira. — Abre sus brazos. — No me duele nada.
— Aun así, es imposible que mamá no se preocupe. El doctor ha dicho que tu enfermedad del corazón ha empeorado y no puedes hacer ningún esfuerzo. — Celia mira a su hermana preocupada, no solo mamá está preocupada, toda la familia lo está.
— Lo sé... Pero quiero vivir mi vida como cualquier persona normal, no quiero estar encerrada en casa esperando finalmente mi muerte.
— No digas eso. — Expresa la pelinegra a diferencia de Aelin, Celia tiene el cabello negro y es porque lo tomó de su padre, mientras que Aelin tomó el cabello castaño de su madre.
Durante todo el camino, estuvieron conversando hasta que finalmente llegaron a la mansión del general. La chica baja de un salto, yendo hacia Solene, quien la estaba esperando en la puerta.
— Madre.
— Niña traviesa, me tenías preocupada.
— Suspira aliviada.
— No te preocupes, estoy bien. Además, mi hermana me fue a buscar, mira a Celia, quien camina hacia ellas.
Habían pasado dos semanas desde que Blair había despertado en el cuerpo de la extraña Aelin. En esas dos semanas, se la pasó tratando de escapar, ya que sus padres no la dejaban salir, y había algo que ella odiaba: estar encerrada. Su espíritu siempre fue libre.
«Entiendo que estén preocupados por ese cuerpo que no le queda mucho, pero la cuidan demasiado.» Suspira frustrada.
— ¿Qué tanto piensas, pequeña? — Sus pensamientos se vieron interrumpidos por la voz de su padre. Toda la familia se encontraba cenando.
— Quiero salir, pero ustedes no me dejan.
— El doctor recomendó que descansara.
— Y han pasado dos semanas desde que estoy descansando. — Rueda los ojos. Mientras jugaba con la cuchara desanimada, mientras que el general y su esposa se miraron para luego mirar a Celia.
Había intentando escabullirse muchas veces pero de algún modo, siempre la atrapaban
— A este paso, voy a pasar toda mi vida aquí encerrada.
— No pensé que te importara tanto salir.
— Quiero salir, puedo ir al campo contigo. — Mira a su padre emocionada.
— No... — Aquella emoción se desvaneció en un segundo. — El ambiente de allí no te hará bien.
— Papá.
— Ya que quieres salir, ¿quieres ir a una fiesta de té conmigo mañana? — Celia finalmente habló.
— Fiesta de té. — Mira a su hermana, quien asiente.
— La princesa, la hermana del emperador, me invitó a su fiesta de té. — Aunque la idea de una fiesta de té no le gustaba, porque eso en esa época era un grupo de mujeres que se reunían para hablar de todos los chismes, pero al escuchar que esa fiesta sería realizada por la hermana del emperador le interesó, porque esto podría significar que llegue a ver al emperador y tal vez pueda llegar a convencerlo para que, al menos, no mate a Liana.
— Sí, sí quiero ir.
«Tengo que ver al emperador»
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Comments
Ari🥀✨
Gracias por actualizar 🫰🏻
2025-01-28
1
Liliana Barros
A pesar que esté enferma del corazón, no entiendo por qué no la dejan salir. Si va a morir de todas formas, no sería mejor acompañarla en sus paseos y que, de última, se lleve buenos recuerdos? La sobreprotección también ahoga y enferma.
2025-02-09
4
Lourdes Mateo Hernández
ojalá la dejen en salir para no verse tanma!mmmnkl
2025-02-05
1