Martillos y acercamiento.
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Narra Rachely Villalobos
Estaba disfrutando de un sueño perfecto, ese que te envuelve como si estuvieras flotando en una nube, cuando de repente, el martilleo incesante me arrancó de mi paraíso. Abrí los ojos, chillé frustrada, y me quité el antifaz con un movimiento brusco. ¿Quién demonios tenía el descaro de hacer semejante escándalo un domingo por la mañana?
Entonces lo recordé. Daniel Montenegro. Ese hombre tenía que ser.
Furiosa, me levanté de la cama y ni siquiera me molesté en cambiarme. Con mi short diminuto y mi blusita semitransparente que apenas cubría algo, bajé las escaleras, crucé la puerta principal y me dirigí a la casa del lado. Él estaba ahí, como lo había imaginado, parado con toda la tranquilidad del mundo, sosteniendo una taza de café mientras supervisaba a los obreros que estaban desmantelando el tejado viejo de su casa.
—¡¿Qué demonios estás haciendo, Montenegro?! —grité, lo suficientemente fuerte como para que hasta los trabajadores se detuvieran a mirarme.
Daniel giró su cabeza lentamente, con esa expresión de diversión maliciosa que tanto me sacaba de quicio. Me recorrió con la mirada de arriba a abajo, sus ojos deteniéndose descaradamente en mis piernas y luego en mi pecho, lo que solo hizo hervir mi sangre.
—Buenos días para ti también, princesa —dijo con esa sonrisa arrogante que me hacía querer lanzarle algo a la cara.
—¡No me vengas con tonterías! —respondí furiosa, dando un paso hacia él. —¡Es domingo, Daniel! ¡Las personas normales duermen! Necesito mis horas de sueño de belleza, y tú las estás arruinando con este escándalo.
Por un segundo, su mirada se oscureció y apretó la mandíbula, pero la sonrisa volvió rápidamente a su rostro. Dio un paso hacia mí, dejando su taza de café en una mesa cercana, y antes de que pudiera reaccionar, me rodeó la cintura con una mano.
—¿Sueño de belleza, eh? —susurró, inclinándose lo suficiente como para que su aliento cálido rozara mi oreja. —No lo necesitas, princesa. Ya eres perfecta, incluso con ese pijama tan… revelador.
Sentí mi piel arder bajo su toque, pero no iba a dejar que me desarmara. Me aparté de un tirón, pero antes de que pudiera decir algo, noté las miradas de los obreros. Estaban prácticamente devorándome con los ojos, y eso solo empeoró mi enojo.
—¡Eres un idiota! —espeté, fulminándolo con la mirada mientras intentaba ignorar a los demás.
Pero Daniel no parecía preocupado en lo más mínimo. De hecho, su expresión cambió de diversión a algo mucho más intenso. Giró su cabeza hacia los trabajadores, y su voz se volvió fría como el hielo.
—¿Qué están mirando? —preguntó con un tono bajo y peligroso. —¿No tienen trabajo que hacer?
Los hombres desviaron la mirada de inmediato y volvieron a sus tareas, pero la tensión en el ambiente era palpable.
—¿Contenta? —preguntó, volviendo a mirarme con esos ojos oscuros que parecían atravesarme.
—¡No! —grité, sintiendo cómo mi enojo se desbordaba. —No puedo creer que te creas con el derecho de invadir mi paz solo porque decidiste remodelar esta casa vieja.
Sus labios se curvaron en una sonrisa casi burlona.
—¿Vieja? Esta casa tiene más historia que tú, Villalobos. Y además, tengo todo el derecho de remodelarla. Es mía, y estoy seguro de que pronto será la envidia de todo el vecindario… incluso de ti.
—¡Por favor! Como si me importara lo que hagas con tu estúpida casa —repliqué, cruzándome de brazos.
—Oh, estoy seguro de que te importa —respondió, dando un paso más cerca de mí. —De lo contrario, no estarías aquí, con ese pijama, gritándome como una loca frente a todos.
Abrí la boca para responder, pero las palabras se quedaron atascadas en mi garganta cuando su mano volvió a deslizarse hacia mi cintura, esta vez sosteniéndome con más firmeza.
—Deberías tener más cuidado, princesa —dijo en un susurro, inclinándose hasta que nuestros rostros quedaron a centímetros de distancia. —Saliendo así de tu casa, descalza, en pijama... podrías hacer que alguien pierda el control.
Mi corazón latía como loco, y por un segundo, no supe si quería golpearlo o… algo más. Pero la furia ganó. Lo empujé con ambas manos, aunque no se movió ni un centímetro.
—¡Eres un imbécil, Montenegro! —grité antes de girarme y regresar a mi casa, sintiéndome completamente descolocada.
Cuando crucé la puerta y me dejé caer en el sofá, sentí cómo mi rostro ardía. No sabía si era por el enojo o… algo más. Pero una cosa era segura: Daniel Montenegro era el hombre más exasperante que había conocido en mi vida, y no iba a dejar que se saliera con la suya.
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Updated 58 Episodes
Comments
Gisela Salinas
no avanza. me aburre
2025-02-12
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