CAP 20. ESTOY LISTA

El sábado Rebeca fue a mi casa. Nos quedamos acostados leyendo revistas y recordando su locura en la jardinera de la secundaria.

—¿Te gustó? —preguntó cuando ambas teníamos la mirada en el techo.

—Fue mucho. Te pusieron un reporte.

—No me importa.

—¿En serio? —la miré. Ella se volteó hacia mí.

—Me gustó hacerlo, fue liberador.

Nos reímos. También me giré, para tenerla cerca.

—Quiero que no dudes de lo que siento por ti —jugueteó con los cabellos que caían en mi blusa.

—Con eso me queda claro — me burlé. Me dio un ligero empujón en el hombro.

—Siento mucho no haberle puesto un alto a Edgar como se lo merecía. No sé qué me pasó, yo...

—Está bien, tenías miedo, yo también lo tengo.

—La próxima ves que pase, nos defenderé.

—¿La próxima?

—Sí, pienso estar contigo varios años, quiza toda mi vida —mi cara se vistió de sorpresa.

— ¿Toda la vida?

—Y si no fuera porque me rechazaste llevaríamos más tiempo.

—¿Nunca me lo perdonarás?

—Quizá con un año de besos.

Sonreí.

—Acepto —dije.

Se rio.

—Arabela, sé que nuestra relación no va a ser fácil, las personas hablan sin saber y eso duele, pero quiero aprender a defender mi amor por ti.

Cada que mencionaba la palabra amor mi estómago se regocijaba.

—¿Estás tan enamorada? —me acomodé en mi almohada.

—Mucho, y ¿tú?

—¿No te parece suficiente prueba con que haya ido a pedirle permiso a tu mamá de andar contigo?

—Casi le da algo cuando se enteró.

—¿Qué te dijo después de que me fui? Nunca me contaste.

—Me abrazó.

—¿Solo eso?

—Dijo que pondría todo su esfuerzo en comprenderme. Además he mejorado en la escuela gracias a ti — me dio un beso — por eso cree que me haces bien.

—Bueno, tengo que confesar que tu mamá fue a hablar con papá al local de fruta. Mi papá la tranquilizó, abogando a nuestro favor.

Se comenzó a reír.

—¿Qué?

—Sabía que en algún momento sacarías una de tus palabras.

—Es mejor saber más vocabulario.

—¿Qué me estás tratando de decir? —me abrazo fuerte por la cintura.

—Que deberías estudiar más.

Su cara se convirtió en una ventana abierta.

—Sabías ¿que aún así me gustas?

—Aún así, ¿cómo?

—Tan directa y sincera, y ojete.

—¡Oye! Tú también te has vuelto así. ¿Recuerdas que me llamaste ñoña? Y ni siquiera soy el mejor promedio.

—Para mí lo eres.

Intenté aguantarme la vergüenza mordiéndome el labio.

—Así te ves muy guapa. ¿Puedo mordelo?

—¿Qué se sentiría andar con la Rebeca de antes?

Arrugó el entrecejo.

—Lo sabrías sino...

—sino te hubiera tratado mal —terminé su frase —. Lo sé.

Se rio.

—¿Quieres saber? —Se acercó para decírmelo en secreto. Asentí —Aunque la Rebeca de ese tiempo era muy inocente.

—A mí me agradaba.

Me fulminó con la mirada.

—Bien —remilgué— Pero sí me agradabas, solo que nunca nadie me había hablado de la nada. Me descolocaste. Estaba acostumbrada a estar sola

—Tanto, que a la primera oportunidad, Claudia se volvió tu amiga.

—Eso es otra historia. Ahora lo que me interesa es conocer a la versión de novia de la antigua Rebeca.

—¿Puedo sentarme contigo? —Rebeca en ningún momento me soltó. Seguía abrazada a mí hablando muy cerca de mi boca.

—Estamos acostadas.

—Estoy volviendo a ese momento.

—Ah, entiendo.

Me quedó viendo.

—Responde.

—Oh, sí, claro.

—Me gusta tu mochila, ¿dónde la compraste?

—Papá me la compró junto con todos mis cuadernos. Es normal que traegamos mochila a la escuela.

Entrecerró los ojos molesta. La risa quería escapar de mí.

—Estoy metiéndome en mi versión de ese tiempo.

—Está bien.

Se quedó pensando, tratando de retomar.

—¿Me acompañas al baño? Es la primera vez que voy y no sé dónde quedan.

—¿Eso te pasó?

Alzó los hombros.

—Claro, con gusto. Te espero afuera para que termines de secar las manos.

—No, espera. Puedes esperarme aquí, me gusta platicar contigo.

—¿En serio? Siento que soy aburrida.

—No, a mí me caes bien.

—Seguro te sonreí— interrumpió nuestra reconstrucción del tiempo.

—Seguro que sí.

—Ahí te hubiera pedido que fueras mi novia.

—Vaya, ¿en el baño?, muy romántico.

—No en el baño, quizá de camino al salón.

—¿Qué? ¿Tan pronto?

—No me gusta perder el tiempo.

—Pero si dijiste que no te diste cuenta de que te gustaba hasta mucho después.

—No me di cuenta porque no convivía contigo. El día que vine a tu casa por regularización, no perdí tiempo. Me gustabas, lo supe en cuanto te tuve sentada a mi lado. Y ¿yo?, ¿cuándo te comencé a gustar?

—Justo después de besarme.

—Así que mis besos son los que te atraparon. Eso y tu voz tierna, que ahora ya no la usas.

—Esa voz fue la que me alejó de ti.

Negué con la cabeza.

—Créeme, no es así.

—¿En serio?—usó ese tono, el dulce y amigable tono que me agradaba.

—Con él me dan más ganas de besarte.

—Y ¿qué esperas?

Tomé su mejilla y mordí su labio, no lo solté hasta que escapó de mí.

Mi mirada embelesada quería consumirse en las sensaciones que me provocaban morder su piel.

—Te quiero —pronunció y mis suspiros escaparon de mí.

—Quisiera escuchar esas palabras el resto de mi vida, y en otras vidas y en otros universos.

—Si existimos en otros universos, yo pido ser la ruda y sombría desde el principio —aclaró alzando la mano.

Me reí, pero ella no me dejó terminar de hacerlo porque capturó mis labios con su boca, haciéndome olvidar la risa y dándome el placer de sentir su sabor. Rebeca fue acariciando mi torso con sus dedos, levantó con sutileza la tela de mi blusa, su lengua buscó la mía por primera vez, jadeos interminables invadían el espacio, roses deliciosos culminaban en nuestros brazos, nuestras piernas se entrelazaron, ¿cómo ocurrió? No tengo idea, solo pasó, igual que como se crean las islas en medio del mar.

Me levanté de prisa y cerré la puerta, por si llegaba papá. Rebe a se quedó expectante desde la cama.

—Estoy lista —confesé parada frente a la cama.

Ella me regaló una sonrisa delicada y me ayudó a quitarme la blusa.

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