A la mañana siguiente Claudia me alcanzó cuando apenas había cruzado el portón de la escuela.
—Espera —dijo y volteé extrañada.
—¿Qué pasa? ¿Estás bien?
—Sí, mira, traje estas galletas para dárselas a Monserrat.
—¿Ya tiene nombre? —me mostró una bolsita de celofán con galletas de chispitas amarradas con un moño azul.
—Sí, ayer después de salir, pasé a verla, le hice la plática y le regalé el pasador. Algo casual.
—¡Qué bien!
—Tengo una bolsa para ti —puso las galletas frente a mí. Rebeca pasó por atrás de Claudia echando un vistazo a las galletas en mi mano y luego me regaló una sonrisa sin detenerse.
—¿No son para Monserrat? ¿Por qué me las das?
—No importa, tengo más aquí.
—No, no la quiero. ¿Por qué traes tantas?
—Quería invitarte.
—Pero las compraste pensando en esa chica ¿no?
—Ah sí, y luego pensé en un detalle para ti.
—No me tienes que dar nada.
—Pero quiero hacerlo.
—¿Por qué? solo somos amigas.
—Por eso.
—¿Segura?
—¿Qué tratas de decir?
—¿Qué significan estas galletas? ¿este collar? ¿Monserrat al menos existe?
—¿De qué estás hablando? Claro que existe.
—Claudia, ¿yo te sigo gustando?
Se quedó quieta como esas figuras de cartón de gente famosa y desvió la mirada.
—Contesta.
—Está bien, lo admito. Sí me gustas un poco.
No le quité la vista de encima.
—Lo intenté, ¡de acuerdo! Todo este tiempo —exhalo— ya no quería que me gustaras. Has sido un excelente amiga y por eso buscaba no incomodarte. Cada que te tenía cerca trataba de reprimir mis sentimientos. Sé que hice mal. Debí alejarme, ser sincera contigo pero no pude, disfrutaba mucho estar a tu lado, creí, bueno, tenía la esperanza de...— jugó con sus manos. Sé que me lo dejaste claro, Yo no te gusto, sé que nunca sentirás nada por mí como lo que sientes por Rebeca —me miró con firmeza.
—¿Monserrat es una mentira?
Negó con la cabeza.
—Ella en serio trabaja en la papelería.
Le regresé a las galletas.
—Agradezco tus detalles,agradezco todo lo que hiciste y haces por mí pero no...
—Lo sé, estás con Rebeca. No negaré que estoy molesta con ella, sabía que me gustabas, lo sabía y aún así no pensó dos veces en besarte en semana inglesa, fingió ayudarme a acercarme a ti, si le gustabas podría haberme lo dicho y no arrebatarme la ilusión de esa forma tan detestable.
—¿Qué hubieras hecho? ¿La tratarías como si nada pasara?
—¿Qué?
—Al final te alejaste de ella en cuanto supiste que le gustaba.
—¿Por qué fingirías ayudar a una persona y luego le arrebatas lo más preciado, eso es muy bajo ¿no crees?
Claudia tenía razón, ¿por qué lo haría? si yo le gustaba no hubiera sido mejor alejarse desde un principio, sin embargo continuó con su mentira hasta terminar de novia de Edgar. ¿Si Rebeca no hubiera sido transferida a esta escuela, yo estaría con Claudia? después de todas sus atenciones ¿podría haber desarrollado sentimientos por ella?
Claudia guardó las galletas que le devolví.
—Ya no te molestaré más.
—¿Qué quieres decir?
—Eso, me apartaré del camino.
—Pero somos amigas, ¿no?
—Ambas sabemos que esto no va a ninguna parte. Por más que intente ser tu amiga, tú seguirás dudando y yo lo seguiré haciendo, prefiero dejarlo por la paz —me abrazó.
—Clau —era la primera vez que le decía así —, no me gustaría que nos dejáramos de hablar, en serio, eres mi amiga, disfruto mucho estar contigo como amiga, claro, que me cuentes tus anécdotas y tus inseguridades. Es divertido salir juntas.
—Pero...se apartó.
—No hay peros, me gusta que seas mi amiga, antes no podía haber imaginado el congenear contigo, eres la única persona con la que he podido entablar una amistad.
Se limpió las lágrimas a punto de salir.
—Por qué no pudiste serlo de Rebeca —se rio con el llanto retenido.
La vi con mala cara.
—Sí, me contó que la dejaste plantada evitándola a toda costa.
Se dio cuenta, creí que sabía fingir.
—No me caía bien la gente.
—Arabela, tienes apenas 14 años, no te puedes amargar así.
—Ves, por eso somos amigas. A ti te gusta ser amiga de personas amargadas como yo.
Se rio.
—No eres amargada.
—¿No que sí?
—Eres graciosa, mucho.
—Dime que no me dejarás de hablar. ¿Me seguirás contando de Monserrat?
Observó mi cabello, luego mi frente y por último su vista se clavó en mis pupilas. Suspiró.
—Espero no arrepentirme —comenzamos a caminar.
—Prometo no volver a mencionar el tema —dije.
—¿Qué tal si lo haces?
—Me castigarás.
—Y ¿si te coqueteo un poco como castigo?
—No creo que eso le agrade a Rebeca.
—Te tiene que agradar a ti no a ella.
La condené con la mirada. Alzó las cejas socarrona y se rio.
—Basta
—Está bien no voy a provocar una pelea entre las tórtolas.
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