Los tacones resuenan en el mármol pulido mientras cruzo el vestíbulo del bar. El brillo de las luces y el murmullo de las conversaciones llenan el aire, pero mi mente está en otro lugar. Me llamo ,Adeline Brown, y estoy aquí porque no tengo otra opción.
Es mi primer día trabajando en este lugar, un bar exclusivo para personas con bastante dinero. Al entrar, el ambiente me abruma: las luces tenues, los muebles lujosos y el olor a perfume caro me hacen sentir como si estuviera en un mundo completamente diferente al mío. Mi estómago está revuelto de nervios y dudas. Ayer, me desvelé intentando justificarme por aceptar este trabajo, pero cada vez que pensaba en mi tía Marta y en sus medicamentos caros, la culpa se disipaba un poco.
Mis padres murieron cuando yo tenía diecisiete años. Un accidente de coche los arrancó de mi vida, dejándome sola y sin más familia que mi tía Marta. Recuerdo ese día con una claridad dolorosa. La llamada de la policía, el viaje al hospital, la frialdad de las morgues. Mis padres eran todo lo que tenía, y de repente, ya no estaban. La vida se volvió una serie de decisiones difíciles y responsabilidades que caían sobre mis hombros demasiado jóvenes para soportarlas.
Marta me acogió y me cuidó como pudo, pero nunca fue fácil. Siempre estuvimos al borde del abismo financiero. Cada día era una lucha para pagar las facturas, poner comida en la mesa y mantener un techo sobre nuestras cabezas. Cuando salí de la escuela, supe que la universidad era un lujo inalcanzable. No había becas ni préstamos que pudieran cubrir todos los gastos, y mi tía no tenía los medios para ayudarme.
A los veintiún años, todo lo que hago es trabajar. Me deslizo de un empleo mal pagado a otro, tratando de mantenernos a flote. He trabajado como cajera en un supermercado, limpiadora en oficinas, camarera en cafés baratos... ningún trabajo era demasiado humilde para mí. Pero cuando la salud de mi tía empezó a deteriorarse, supe que necesitaba encontrar algo más. Su diagnóstico fue un golpe devastador: una enfermedad crónica que requería medicamentos caros y constantes visitas al médico. Los costos eran astronómicos, y el seguro no cubría todo. Necesitaba dinero rápido y en grandes cantidades, así que cuando vi el anuncio del bar, no lo pensé dos veces.
Este lugar es exclusivo para millonarios, un refugio de lujo y excesos donde las personas ricas vienen a gastar fortunas en una noche. Las paredes están adornadas con terciopelo y oro, los asientos son de cuero suave, y todo en el lugar grita opulencia. Mi trabajo aquí es simple: sirvo bebidas y entretengo a los clientes, haciendo que se sientan especiales. No es algo de lo que esté orgullosa, pero pagar bien y necesito cada centavo.
Me siento fuera de lugar con mi uniforme ajustado y mis zapatos de tacón alto. Las otras chicas, que parecen tan cómodas y seguras, me miran con curiosidad. Carla, una de las chicas que lleva más tiempo trabajando aquí, se me acerca con una sonrisa amable.
—Hola, tú debes ser Ana, ¿verdad?— dice. Asiento, tratando de no parecer demasiado nerviosa. —Soy Carla. Ven, te mostraré cómo funciona todo por aquí.
La sigo, agradecida por la guía. Carla me lleva a través del bar, explicándome cada detalle. —Nuestro trabajo es mantener a los clientes felices. Eso significa servir bebidas, charlar con ellos y, a veces, bailar un poco. No te preocupes, no tienes que hacer nada que no quieras hacer. Pero cuanto más cómoda te sientas, mejores propinas recibirás.
Asiento, intentando absorber toda la información. Carla me muestra dónde están las bebidas, cómo tomar pedidos y cómo manejar las cuentas. También me presenta a algunas de las otras chicas: Mariana, una bailarina increíble; Sofía, una experta en cócteles; y Moana, que parece conocer a todos los clientes habituales.
—Recuerda, siempre sonríe y sé amable.— dice Carla — Y si alguna vez te sientes incómoda o no sabes qué hacer, ven a buscarme. Estoy aquí para ayudarte.
La noche comienza lentamente. Al principio, hay pocos clientes, y tengo tiempo para acostumbrarme al ritmo del trabajo. Pero a medida que pasan las horas, el lugar se llena. Los clientes son hombres y mujeres vestidos con trajes caros y joyas brillantes. Algunos son amables, incluso simpáticos, pero la mayoría son indiferentes o, peor aún, condescendientes. A veces, tengo que soportar comentarios inapropiados o miradas lascivas, pero aprendo a ignorarlos. Todo es parte del trabajo.
La música es siempre alta, un ritmo constante de jazz suave o ritmos electrónicos que resuenan en el fondo. Las luces son tenues, creando una atmósfera íntima y relajada. En el escenario, las chicas bailan, moviéndose con una gracia y sensualidad que a menudo envidio. Yo no soy bailarina, pero hago lo que puedo para mantener a los clientes entretenidos y felices.
A lo largo de la noche, Carla y las otras chicas me echan una mano, ayudándome a sentirme más cómoda. Aun así, no puedo evitar sentirme fuera de lugar. Este mundo de lujo y exceso no es el mío. Pienso en mi tía Marta, sola en casa, y me esfuerzo por concentrarme en el trabajo.
Finalmente, la noche llega a su fin. Los clientes comienzan a irse, y nosotras empezamos a limpiar el bar. Estoy agotada, física y emocionalmente. Carla se acerca y me da una palmada en la espalda.
—Lo hiciste bien para tu primera noche— dice con una sonrisa. —No es fácil, pero te acostumbrarás.
—Gracias— digo, tratando de sonreír. —Es un poco abrumador, pero agradezco tu ayuda.
Salgo del bar y camino hacia mi casa. La noche es fresca y tranquila, un contraste marcado con el bullicio del bar. Mientras camino, no puedo evitar pensar en si realmente debería seguir trabajando allí. Necesito el dinero, eso está claro, pero ¿a qué costo?
Llego a casa y encuentro a mi tía Marta dormida en su sillón. La cubro con una manta y me siento a su lado, mirando su rostro cansado y preocupado. Mi corazón se aprieta al verla así. Ella ha hecho tanto por mí, y ahora es mi turno de cuidarla. Pero, ¿cómo puedo hacerlo si me siento tan perdida y fuera de lugar en mi nuevo trabajo?
Me dirijo a mi habitación y me tumbo en la cama, sin poder conciliar el sueño. Las imágenes de la noche en el bar pasan por mi mente, mezclándose con mis preocupaciones y dudas. ¿Qué tipo de persona me estoy convirtiendo? ¿Podré seguir adelante con esto?
Finalmente, el cansancio me vence, y caigo en un sueño inquieto. Sueño con el bar, con los clientes y con la mirada de Carla, que parece saber más de lo que dice. En mi sueño, corro tras una sombra que siempre está fuera de mi alcance, una figura que me llama con una voz familiar pero desconocida.
—
Despierto temprano, con el sonido del despertador rompiendo el silencio. Me preparo para otro día, sintiendo el peso de la responsabilidad sobre mis hombros. Antes de salir, paso por la habitación de mi tía y le dejo un beso en la frente. Ella se despierta y me sonríe débilmente.
—¿Cómo fue tu primer día?, pregunta.
—Bien— miento. —Es un trabajo duro, pero lo manejaré.
—Estoy orgullosa de ti, Adeline— dice ella, y sus palabras me llenan de una mezcla de orgullo y tristeza. Ella no sabe la verdad, no sabe lo difícil que es para mí enfrentarme a este nuevo mundo. Pero lo hago por ella, y eso es lo único que importa.
Salgo de casa y camino hacia el bar, mi mente llena de dudas y temores. Pero también hay una determinación creciente dentro de mí. Tengo que hacer esto. No hay otra opción. Por mi tía, por mí misma, por un futuro que todavía está lleno de incertidumbres, pero también de esperanza.
A medida que me acerco al bar, tomo una respiración profunda y me preparo para enfrentar otro día. Este trabajo puede ser difícil y desalentador, pero sé que soy más fuerte de lo que creo.
Al entrar al bar, el mismo ambiente opulento y ruidoso me envuelve de nuevo. Es una sensación extraña, como si estuviera atrapada entre dos mundos: el de la necesidad y el del lujo desmesurado. Es mi segundo día aquí, y aunque debería sentirme más cómoda, la ansiedad sigue presente.
Carla me ve entrar y me saluda con una sonrisa. A pesar de la incomodidad del primer día, siento un leve alivio al ver una cara conocida. —Hola, Adeline ¿Lista para otra noche? — me pregunta con un tono amable pero profesional.
—Sí, lista— respondo, aunque mi voz tiembla ligeramente. Carla parece notar mi nerviosismo y me da una palmada en la espalda.
—No te preocupes, te acostumbrarás. Cada día será más fácil.— asegura. Quiero creerle, pero la ansiedad todavía se retuerce en mi estómago.
Me dirijo al vestuario y me cambio rápidamente. Me pongo el uniforme ajustado y los tacones, y me miro en el espejo. La imagen que me devuelve la mirada es la de una chica diferente a la que solía ser. Me veo más adulta, más endurecida. Quizás es solo una ilusión, pero me da una pequeña dosis de coraje para enfrentar la noche.
Salgo al bar y empiezo a trabajar. Al principio, todo va bien. Sirvo algunas bebidas, sonrío a los clientes y trato de ignorar las miradas lascivas y los comentarios inapropiados. Sigo los consejos de Carla y me concentro en hacer mi trabajo lo mejor posible. Cada vez que empiezo a sentirme abrumada, pienso en mi tía Marta y en los medicamentos que necesita. Eso me ayuda a seguir adelante.
La noche avanza y el bar se llena de gente. Hay una sensación de energía en el aire, una mezcla de euforia y decadencia. Los clientes ríen y conversan, gastando dinero como si no tuviera valor. En este lugar, el dinero fluye como el alcohol, y ambas cosas parecen perder su importancia en medio del lujo y el exceso.
Mientras sirvo una mesa, noto a un hombre sentado solo en una esquina. No es un cliente habitual; su rostro es nuevo para mí. Está bien vestido, con un traje caro y un aire de despreocupación que parece natural en este entorno. Sus ojos se encuentran con los míos por un momento, y siento un escalofrío recorrer mi espalda. Hay algo en su mirada, una intensidad que me resulta inquietante.
Sigo con mi trabajo, pero no puedo evitar mirar de reojo al hombre solitario. Cada vez que nuestros ojos se encuentran, me siento más intranquila. Finalmente, decido ignorarlo y concentrarme en mis tareas. No necesito más complicaciones esta noche.
Carla se acerca a mí en un momento de calma y me pregunta cómo estoy. Le digo que todo va bien, aunque mi sonrisa se siente forzada. Ella asiente y me da algunos consejos más sobre cómo manejar a los clientes difíciles.
—Recuerda, Adeline, ellos vienen aquí a gastar dinero y a sentirse importantes. Nuestro trabajo es hacer que se sientan así. Pero nunca olvides que tú también eres importante. No dejes que te falten el respeto— me dice con seriedad.
Aprecio sus palabras y trato de mantenerlas en mente mientras continúo trabajando. La noche sigue su curso y, aunque estoy agotada, me siento un poco más segura de mí misma.
Cuando finalmente llega la hora de cerrar, me siento aliviada. La noche ha sido larga y agotadora, pero he sobrevivido. Carla y yo limpiamos el bar junto con las otras chicas, y luego nos cambiamos en el vestuario. Mientras me quito el uniforme y me pongo mi ropa, pienso en lo que me dijo Carla. Tengo que recordarme que soy fuerte y que estoy haciendo esto por una razón importante.
Salgo del bar y camino hacia casa. La noche es fresca y tranquila, y el aire frío me ayuda a despejar mi mente. Mientras camino, no puedo evitar pensar en el hombre solitario en la esquina. ¿Quién era? ¿Por qué su mirada me afectó tanto? Pero desecho esos pensamientos rápidamente. No necesito distracciones en este momento.
Llego a casa y encuentro a mi tía Marta dormida en su sillón, como la noche anterior. La cubro con una manta y me siento a su lado, observando su rostro cansado. La preocupación me invade de nuevo. ¿Cuánto tiempo más podrá resistir sin el tratamiento adecuado? Tengo que hacer todo lo posible para asegurarme de que reciba los medicamentos que necesita.
Voy a mi habitación y me tumbo en la cama, agotada pero incapaz de dormir. Las imágenes de la noche en el bar siguen pasando por mi mente. Pienso en los clientes, en el ambiente opulento y en la presión constante de parecer perfecta. Pero también pienso en las palabras de Carla y en la fuerza que necesito encontrar dentro de mí.
Al entrar al bar, el ambiente de lujo y exceso me envuelve una vez más. Otra día más aquí, y aunque ya conozco mejor los procedimientos, la ansiedad sigue presente. Me preparo mentalmente para otra noche larga y desafiante.
Carla me recibe con una sonrisa alentadora.
—Hola, Adeline. ¿Lista para una noche intensa? —pregunta con un tono amistoso.
—Eh sí, lista —respondo, tratando de proyectar más confianza de la que siento.
Me dirijo al vestuario y me cambio rápidamente. Me pongo el uniforme ajustado y los tacones, y me miro en el espejo. A pesar de la incomodidad, trato de encontrar seguridad en mi apariencia. Me recuerdo a mí misma por qué estoy aquí y qué está en juego.
Salgo al bar y empiezo a trabajar. Los primeros clientes comienzan a llegar, y el lugar se llena lentamente. Sirvo algunas bebidas, sonrío a los clientes y trato de mantener una actitud positiva. A pesar de las miradas y los comentarios inapropiados, sigo adelante.
La noche avanza y el bar se llena de gente. El ruido y la energía en el aire son casi palpables. Mientras sirvo una mesa, noto que el hombre solitario de las noches anteriores está allí de nuevo. Está sentado en la misma esquina, con el mismo aire de despreocupación, observándome con una intensidad que me desconcierta.
Intento concentrarme en mi trabajo, pero su presencia me afecta. Cada vez que miro en su dirección, lo encuentro observándome. Finalmente, decido no dejar que me intimide. Me acerco a su mesa con una sonrisa profesional.
—Buenas noches. ¿Qué le gustaría beber hoy? —pregunto, tratando de sonar amigable pero distante.
—Un whisky, por favor —responde con voz tranquila. Sus ojos no se apartan de los míos.
Asiento y me dirijo al bar para preparar su bebida. Mientras lo hago, no puedo evitar sentirme inquieta. ¿Qué quiere de mí? ¿Por qué siempre está solo y observándome? Vuelvo a su mesa y le entrego el whisky.
—Aquí tiene. Si necesita algo más, estaré cerca —digo, tratando de mantener la compostura.
—Gracias, Adeline —responde. Me sorprende que sepa mi nombre, pero no digo nada. Asiento y me alejo, sintiendo su mirada en mi espalda.
La noche sigue su curso y trato de evitar mirar en su dirección. Me concentro en atender a otros clientes, sirviendo bebidas y sonriendo a pesar de la incomodidad. Carla me observa de vez en cuando y me da señales de ánimo.
Durante un momento de calma, Carla se acerca a mí.
—¿Todo bien? —pregunta, notando mi tensión.
—Sí, solo... ese hombre en la esquina. Me pone nerviosa —admito.
—¿El que siempre está solo? No te preocupes por él. Es un cliente regular, pero nunca ha causado problemas. Solo asegúrate de mantener la distancia si te sientes incómoda —aconseja Carla.
Agradezco su consejo y trato de seguir trabajando sin dejar que él me afecte. Sin embargo, su presencia sigue siendo una sombra constante en mi mente.
Hacia la mitad de la noche, el bar está lleno de clientes que ríen, beben y conversan. La música suena alta y el ambiente está cargado de energía. Carla se acerca de nuevo y me da una noticia inesperada.
—Adeline, esta noche tendrás una tarea especial. Hay un cliente importante en la sección VIP, y quiero que trabajes con Laura para atenderlo. Es una buena oportunidad para aprender a lidiar con este tipo de clientes —dice Carla.
Me siento nerviosa pero también emocionada.
—¿Quién es este cliente? —pregunto.
—Es un hombre muy influyente. Nadie aquí ha visto su rostro, siempre envía a su mano derecha para hacer todos los pedidos y las transacciones.
—Esta bien.
Me dirijo a la sección VIP con Laura, sintiendo una mezcla de emoción y nerviosismo. Laura me da algunas indicaciones rápidas sobre cómo comportarme y qué esperar.
—Siempre sigue las instrucciones que te den. No hagas preguntas innecesarias y asegúrate de que todo esté perfecto —me dice Laura.
Asiento, tratando de asimilar toda la información. Entramos en la lujosa sala VIP y allí está el hombre solitario, acompañado por otros hombres trajeados. No hay señales del cliente misterioso.
El hombre solitario me mira y asiente levemente en reconocimiento.
—Buenas noches. Esta noche estaremos aquí por un buen rato. Asegúrense de que todo esté a la altura —dice con voz firme.
—Por supuesto —respondo, tratando de mantener la compostura—. ¿Puedo traerles algo para comenzar?
El hombre solitario da algunas órdenes y Laura y yo nos ponemos a trabajar. A medida que la noche avanza, sigo las instrucciones al pie de la letra, asegurándome de que todo esté perfecto. El hombre solitario me observa de cerca, pero no hace nada para incomodarme.
Durante un momento de calma, no puedo evitar preguntarle a Laura.
—¿Por qué crees que este cliente nunca se deja ver? ¿Por qué siempre envía a su mano derecha? —pregunto en voz baja.
Laura me mira pensativa.
—Hay muchos rumores, pero nadie sabe la verdad. Algunos dicen que es por seguridad, otros que prefiere mantener el misterio. Lo importante es que hagamos bien nuestro trabajo y no hagamos preguntas —responde.
Asiento, tratando de no pensar demasiado en ello. Sigo atendiendo a los clientes, asegurándome de que todo esté perfecto. La noche avanza lentamente y el ambiente en la sala VIP es tenso pero controlado.
Finalmente, después de varias horas, el hombre solitario se levanta y se dirige hacia la salida. Antes de irse, se detiene a hablar conmigo de nuevo.
—Gracias por tu excelente servicio esta noche. Hiciste un buen trabajo —dice con una leve sonrisa.
—Gracias —respondo, sintiéndome aliviada de que no haya hecho ningún gesto extraño—. Que tenga una buena noche también.
Él asiente y se va, dejándome con una sensación de intriga y alivio. No sé qué pensar de él, pero al menos esta vez no hizo nada que me incomodara.
Cuando la noche llega a su fin, Carla se acerca a mí mientras estamos limpiando.
—Vi que ese hombre te habló de nuevo. ¿Todo bien? —pregunta con una sonrisa.
—Sí, todo bien. Solo me agradeció por el servicio —respondo.
Carla asiente.
—Me alegra escuchar eso. Sigue así y te irás acostumbrando. Hoy hiciste un gran trabajo, Adeline.
Termino de limpiar y me cambio rápidamente en el vestuario. Cuando salgo del bar, la noche es fresca y tranquila. El aire frío me ayuda a despejar la mente mientras camino hacia casa.
Llego a casa y encuentro a mi tía Marta dormida. La preocupación me invade de nuevo. ¿Cuánto tiempo más podrá resistir sin el tratamiento adecuado? Tengo que hacer todo lo posible para asegurarme de que reciba los medicamentos que necesita.
Camino hacia la cocina con pasos lentos, sintiendo el cansancio de la jornada en cada músculo. La tenue luz de la lámpara en la sala apenas ilumina el camino, pero ya conozco cada rincón de esta casa. Abro la nevera y saco algunos ingredientes. No tengo mucha hambre, pero sé que debo comer algo.
Preparo un sándwich simple, el sonido del cuchillo cortando el pan y el leve crujido de la lechuga son lo único que rompe el silencio. Me sirvo un vaso de agua y me dirijo al comedor. Me siento en la mesa y empiezo a comer, dejando que el sabor familiar me reconforte un poco.
Saco mi teléfono del bolsillo y lo miro un momento. Mario, mi novio, no me ha llamado en todo el día. No es que me sorprenda; nuestra relación se ha convertido en algo rutinario, casi una costumbre. No hay pasión, no hay emoción, solo una especie de obligación mutua de mantenernos en contacto.
Decido llamarlo yo. Marco su número y espero a que conteste. Al tercer timbrazo, escucho su voz al otro lado de la línea.
—Hola, Adeline —dice con voz suave.
—Hola, Mario. ¿Cómo estás? —respondo, tratando de sonar más animada de lo que realmente me siento.
—Bien, todo bien. ¿Y tú? —pregunta, aunque su tono sugiere que realmente no le importa la respuesta.
—También bien. Solo cansada del trabajo —digo, intentando mantener la conversación ligera.
Hay un breve silencio antes de que Mario hable de nuevo.
—Adeline, ¿dónde estás trabajando exactamente? Me tienes preocupado con tanto misterio. Nunca me dices nada claro —dice, con un tono que mezcla curiosidad y preocupación.
Siento un nudo en el estómago. Sabía que esta pregunta llegaría tarde o temprano, pero no estoy lista para enfrentarla. Respiro hondo antes de responder.
—Mario, es complicado. No quiero hablar de eso ahora. Te prometo que te lo contaré cuando sea el momento adecuado —digo, tratando de sonar convincente.
—Adeline, llevamos tiempo juntos. No entiendo por qué tantos secretos. ¿Es algo ilegal? —pregunta, su tono se vuelve un poco más serio.
—No, no es ilegal. Solo... no es fácil de explicar. Necesito tiempo —respondo, sintiendo la presión aumentar.
—Está bien. Te daré tiempo, pero espero que pronto me lo digas. No quiero que haya secretos entre nosotros —dice, aunque su tono indica que no está del todo satisfecho con mi respuesta.
—Lo entiendo. Gracias por comprender —respondo, aunque sé que nuestra conversación no ha resuelto nada.
Hay un breve silencio antes de que decida cambiar de tema.
—Bueno, ¿y tú? ¿Cómo te ha ido en el trabajo? —pregunto, tratando de desviar la atención de mí.
—Bien, luego de salir fui con mis amigos a beber.—responde, y la conversación se desliza hacia temas más superficiales.
Hablamos unos minutos más antes de despedirnos. Cuelgo el teléfono y me quedo mirando la pantalla en silencio. Me siento atrapada entre la necesidad de proteger a mi tía y mi deseo de ser honesta con Mario. Pero no puedo contarle la verdad, no todavía. No estoy lista para enfrentar su juicio, su posible decepción.
La noche cae con ese tinte de misterio que parece envolver siempre al bar. Las luces de neón iluminan la entrada, proyectando sombras largas y colores eléctricos en el asfalto. Entro y me pongo el uniforme, sintiendo el peso de la tela sobre mis hombros como un recordatorio de la incomodidad que aún persiste, esa misma incomodidad que me acompaña cada vez que piso este lugar. Hago una última inspección en el espejo: maquillaje impecable, pelo perfectamente recogido, un aspecto que poco tiene que ver con quién soy en realidad.
Al salir del vestuario, Carla, una de las chicas con las que mejor me llevo, me lanza una sonrisa cómplice.
—¿Lista Chica Vip? —me dice, en tono bromista, aunque ambas sabemos que hay un trasfondo de resignación en sus palabras. Aquí, la locura es el pan de cada noche; los clientes exclusivos, las propinas cuantiosas, el aire de secretismo… todo se mezcla en una atmósfera donde nada es lo que parece.
—Listísima —respondo, forzando una sonrisa. En realidad, quiero que la noche pase rápido, terminar y salir de aquí, como siempre.
El bar ya está en plena actividad. La música suave llena el ambiente, interrumpida solo por el murmullo de las conversaciones y las risas ocasionales de los clientes. Es un lugar elegante, con muebles de terciopelo oscuro, mesas bajas y una iluminación tenue que proyecta sombras sobre cada rincón. Las paredes están decoradas con arte abstracto, y el olor a licores finos y perfumes caros flota en el aire. Trato de concentrarme en mi trabajo, repitiéndome que este es solo un trabajo temporal, una vía para ganar el dinero que necesito para mi tía.
Me asignan a varias mesas al fondo del salón, y Carla se queda en otra sección, aunque sé que estará vigilándome. Durante el turno, mi trabajo es sencillo pero agotador: tomar órdenes, llevar bebidas, recoger los vasos vacíos y mantener la sonrisa, esa sonrisa falsa que cada vez cuesta más sostener.
Sin embargo, esta noche noto algo diferente. Algunas miradas persisten más de lo normal, se sienten invasivas. No todas, claro, pero hay ciertos clientes que no apartan la vista de mí. Siento como si me analizaran, como si intentaran descifrar algo en mi rostro o en mis gestos. Me incomoda, pero trato de disimular. Es parte del trabajo, me recuerdo, y sigo adelante.
Uno de esos clientes es el mismo hombre de siempre, el que suele sentarse en el rincón oscuro. Desde el primer día que lo vi, nunca dejó de mirarme de una manera que no consigo descifrar. No es como los demás; no busca llamar la atención ni interactuar con nadie. Solo se queda en su sitio, observando desde las sombras, con una expresión imperturbable que me provoca una inquietud constante. Hoy tampoco es la excepción: al pasar cerca de su mesa, siento su mirada fija en mí.
Mientras la noche avanza y el bar se llena aún más, trato de evitar el rincón donde él está. Mantengo mi distancia, enfocándome en mis tareas, pero en el fondo sigo pensando en él, en su mirada. Hay algo extraño en su presencia, algo que no logro entender. Por más que intento ignorarlo, la sensación de incomodidad no desaparece.
Finalmente, llega el momento de un descanso, y las clientas nos dirigimos al mostrador donde nos entregan las propinas que hemos hecho hasta ahora. Me acerco con las demás chicas, esperando mi turno. Cuando la encargada me llama y me pasa un sobre, siento una punzada de sorpresa. Miro el sobre con mi nombre escrito en él y, al abrirlo, veo una suma considerable de dinero. Mucho más de lo que cualquiera dejaría como propina.
—¡Dios mío, Adeline! ¿Quién te dio eso? —pregunta Carla, inclinándose sobre mi hombro para echar un vistazo. Sus ojos se abren con incredulidad.
—No… no lo sé —respondo, sintiendo un nudo de confusión en mi estómago mientras miro el dinero en mis manos.
—¿Estás segura de que no sabes? —otra de las chicas me mira con una sonrisa burlona, claramente envidiosa—. Seguro que alguien quiere algo a cambio.
Los murmullos de las demás chicas comienzan a girar a mi alrededor, especulando sobre quién pudo haber sido tan generoso. Trato de recordar si alguien mostró algún interés especial en mí esta noche, pero no puedo identificar a nadie en particular. Sin embargo, la incomodidad crece, y me siento cada vez más insegura. Esto no parece ser solo un gesto amable o de gratitud.
Vuelvo a pensar en el hombre en el rincón, en su forma de observarme. ¿Podría haber sido él? Carla, que parece notar mi inquietud, me toma del brazo con una expresión preocupada.
—Oye, Adeline, no te enredes con esto. Es solo dinero. Quizás fue uno de esos clientes excéntricos, ya sabes cómo son aquí —me dice, en tono comprensivo—. Tal vez simplemente querían que volvieras atenderlos la próxima vez.
Pero no puedo dejarlo pasar. Siento que debo aclarar las cosas. Aparto la mano de Carla suavemente y me dirijo hacia la sección donde el hombre sigue sentado. Carla intenta detenerme, pero me libero con decisión.
—¿Adeline, qué estás haciendo? —me susurra, alarmada.
—Quiero saber la verdad —le respondo, con un tono más serio del que esperaba.
Al acercarme al hombre, noto que me observa con la misma calma de siempre, como si mi presencia fuera una interrupción más de la noche. Saco el sobre con el dinero y, sin dudarlo, se lo arrojo en la mesa frente a él.
—No necesito tu dinero —le digo, con una voz que suena más desafiante de lo que realmente me siento—. Si tienes algo que decirme, dilo de frente. No me interesa que intentes comprarme con una propina exagerada.
Él me mira con una expresión indescifrable, aunque noto una leve curva en sus labios, como si encontrara la situación entretenida. Toma el sobre con calma y lo abre, y entonces veo que hay un pequeño papel adentro, algo que yo misma no había notado. El hombre lo saca y lo lee en silencio durante un momento antes de alzar la vista hacia mí.
—Este ni siquiera es mi nombre —dice en voz baja, alzando el papel para mostrármelo.
En el papel se lee un nombre que no reconozco, junto con una nota que simplemente dice: “Gracias por tu excelente servicio esta noche.” La vergüenza me inunda, sintiéndome como una tonta por no haber leído el mensaje antes. Mi error es evidente, y mi rostro arde mientras intento encontrar las palabras para disculparme.
—Lo… lo siento —murmuro, sin atreverme a mirarlo a los ojos. Me siento torpe y fuera de lugar, queriendo desaparecer en ese mismo instante.
El hombre no parece molesto. De hecho, parece… divertido.
—No hay necesidad de disculpas —dice, con una voz suave pero firme—. Aunque debo admitir que tienes una imaginación interesante. Parece que asumes cosas sin saber realmente quién soy o qué hago aquí.
No tengo respuesta. Sus palabras resuenan en mi cabeza y me siento aún más avergonzada. Quizás, sin darme cuenta, había creado toda una historia en mi mente sobre él y sus intenciones.
—Supongo que fui impulsiva, y de igual forma si quiere quédese con el dinero—logro decir al final, aunque mi voz apenas se escucha.
Él observa mi reacción sin decir nada, hasta que finalmente una leve sonrisa cruza su rostro.
—A veces, los malentendidos son más interesantes que la verdad —dice, inclinando ligeramente la cabeza y haciéndole señas a unas de las chicas para que recoja el dinero—. Que tengas buena noche.
Sin decir nada más, me doy la vuelta y me alejo de la mesa, sintiéndome más confundida que nunca. Siento sus ojos en mi espalda mientras me alejo, y la vergüenza sigue retumbando en mi pecho como un eco persistente. Cuando llego junto a Carla, sus ojos me escanean en busca de respuestas.
—¿Qué pasó? ¿Qué te dijo? —me pregunta.
—Nada, solo… me equivoqué —respondo, intentando sonar despreocupada.
Las chicas murmuran algunas cosas, aunque ya nadie parece tan interesado en la situación como antes. ¿Por qué siento que sus palabras me afectaron tanto?.
—
La noche es fresca, con una brisa ligera que se cuela entre los edificios altos y las calles semidesiertas. Las luces del bar aún parpadean detrás de mí mientras camino hacia mi casa. Las horas que paso en el bar siempre se sienten como una actuación interminable, y esta noche, entre la incómoda conversación con ese hombre y las miradas inquisitivas de mis compañeras, la jornada ha sido agotadora. Me repito que pronto podré ahorrar lo suficiente para dejar este lugar, para encontrar algo mejor. Algo que no me obligue a enfrentarme a situaciones como esta.
Entonces, escucho el sonido de un motor suave que se aproxima. Aun sin mirar, puedo sentir la presencia de un vehículo deslizándose en la acera junto a mí, siguiendo mi paso con una calma inquietante. Me detengo y, girando lentamente, me encuentro con un coche negro, de esos que parecen más una declaración de estatus que un simple medio de transporte. Es un modelo de lujo, pulcro y reluciente bajo las luces de la calle. Por un instante, pienso que debe ser solo una coincidencia… pero la ventanilla baja despacio, revelando un rostro que ya me resulta demasiado familiar.
Es él, el hombre del bar. Aquél que me observa cada noche desde el rincón oscuro, como si fuera su propio territorio. Sus ojos me miran con esa misma intensidad de siempre, como si no hubiera esperado que me negara a aceptar su presencia en este momento.
Siento una punzada de inquietud mezclada con algo de irritación. Me esfuerzo en mantener la compostura, sosteniendo su mirada sin mostrar un ápice de la incomodidad que me provoca.
—Sube. Te llevaré a casa.
Su tono es tan neutral que por un segundo me hace dudar, como si lo que me pide fuera lo más lógico y simple del mundo. Pero no, no voy a ceder tan fácil.
—No, gracias —respondo con firmeza. Aclaro mi voz y trato de sonar despreocupada, aunque sé que mi tono oculta una mezcla de desafío y nerviosismo. No me gusta la sensación de ser observada, ni menos sentir que debo darle explicaciones a alguien que ni siquiera conozco.
Él ladea la cabeza y sus labios dibujan una media sonrisa, como si mi negativa le resultara entretenida.
—No deberías caminar sola a esta hora. No es seguro. —Su tono sigue siendo tranquilo, aunque su insistencia me inquieta.
Intento no mostrar que sus palabras me afectan. Tomo aire y doy un paso hacia adelante, intentando reanudar mi camino sin mirarlo.
—No necesito que me lleven, sé cuidarme sola —le respondo con una voz firme que, por dentro, me sorprende un poco.
Él no se mueve, y el coche continúa avanzando a la par de mis pasos, sin prisa, como si tuviera todo el tiempo del mundo para convencerme. Me empieza a poner nerviosa esta situación. Pero justo cuando estoy a punto de decir algo más, él vuelve a hablar, y esta vez su tono cambia.
—No te lo pido yo… se lo pide mi jefe.
Eso me detiene de golpe. Giro la cabeza y lo miro con cierta sorpresa. La palabra “jefe” resuena en mi mente, pero más que curiosidad, despierta en mí una desconfianza profunda. Miro hacia la parte trasera del coche, buscando algo que me dé una pista. Apenas puedo distinguir la silueta de alguien en el asiento trasero, una figura oscura que parece observarme desde la sombra. Por un momento, siento un escalofrío recorriendo mi columna, pero me mantengo firme, tratando de no mostrar el desconcierto que me invade.
Mi mente se llena de preguntas sin respuesta. ¿Por qué alguien que ni siquiera conozco estaría tan interesado en que acepte un simple viaje en coche? Y lo más inquietante de todo… ¿por qué este hombre actuaría como su intermediario, como si tuviera algún tipo de obligación hacia él?
Sin pensar demasiado, suelto una respuesta que brota de mi pecho como un acto de pura resistencia.
—Me vale una mierda lo que diga tu jefe. No necesito que me protejan ni mucho menos que me lleven.
Sus ojos se ensanchan apenas un milímetro, y por un instante parece a punto de reírse. Pero enseguida su expresión se apaga, y una sombra de tensión cruza su rostro. Es como si, de repente, recordara algo, y el impulso de risa se transformara en una mirada de advertencia. Desvía los ojos hacia la parte trasera del coche, y por su expresión, parece… temeroso. Como si le temiera a quienquiera que esté sentado en ese asiento.
El hombre se recupera rápidamente y vuelve a mirarme, ahora con una expresión seria, como si quisiera decirme algo importante, algo que aún no ha revelado.
—Esto no es un juego —dice finalmente, su voz mucho más baja y cargada de gravedad—. Puede que creas que tienes el control, pero… no sabes con quién estás tratando.
Su afirmación despierta algo en mí, una mezcla de ira y desconfianza que me hace dar un paso hacia atrás.
—Si crees que puedes intimidarme, estás perdiendo el tiempo. No me importa lo que tú o tu jefe quieran.
Las palabras salen de mis labios antes de que pueda detenerme. La frustración, la incomodidad acumulada y la sensación de ser observada como un objeto me impulsan a no ceder. Pero noto que mis palabras no tienen el efecto que esperaba. En lugar de molestarse o darme otra advertencia, el hombre simplemente me observa en silencio, como si intentara descifrar algo en mí, y de repente, se echa hacia atrás en su asiento.
En el silencio que se instala, la figura en el asiento trasero se mueve ligeramente. Mis ojos siguen el movimiento, intentando vislumbrar algún rasgo, pero la oscuridad del coche y el vidrio tintado me impiden distinguir nada más que una sombra. Sin embargo, siento que esos ojos anónimos están fijos en mí, como si evaluaran cada palabra, cada reacción.
El hombre del asiento delantero vuelve a mirarme y asiente brevemente, como si se resignara a algo. Baja el tono, y por primera vez noto una pizca de simpatía en su voz.
—No seas terca. Solo sube. Es más seguro para ti, créeme.
Hay algo en su tono que me hace dudar, pero me rehúso a ceder. No puedo dejarme llevar por la incertidumbre. No en este momento.
—No voy a subir, así que deja de insistir o voy a llamar a la puta policia.
El hombre suspira, como si se diera por vencido, y por un momento parece a punto de decirme algo más. Pero en lugar de eso, se limita a asentir con una expresión seria y cierra la ventanilla con un movimiento suave. El coche arranca lentamente, y la figura en la parte trasera se pierde en la oscuridad mientras el auto se aleja, dejándome sola en la calle vacía.
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