Con cada día que pasaba en el cuerpo de Sofía, Anaís se sentía más cómoda en su nueva piel, pero también más inquieta. Sabía que la venganza no podía esperar mucho más, pero necesitaba moverse con cautela. No solo se enfrentaba a su antiguo padre, sino también a los enemigos de Sofía, y estaba dispuesta a desenterrar todos los secretos de esa familia.
Esa mañana, decidió que el primer paso en su plan de venganza debía comenzar con la persona que sabía más sobre su propia muerte: su antiguo amigo y confidente, Nicolás, que había trabajado como abogado para su padre. Él fue quien gestionó la coartada de su padre tras el accidente. Si alguien podía darle información crucial sobre los planes de su padre y su círculo, era él.
El Encuentro
Anaís, ahora Sofía, localizó a Nicolás en una cafetería en el centro de la ciudad. Vestida con el uniforme escolar de Sofía, su apariencia juvenil le daba la ventaja de no ser reconocida de inmediato. Al entrar, lo vio sentado solo, con una carpeta de documentos frente a él, absorto en su trabajo. No había cambiado mucho; su cabello comenzaba a mostrar algunas canas, pero su porte serio y elegante seguía intacto.
Tomó asiento a una distancia prudente y esperó. Quería que él la notara, pero no demasiado pronto. El tiempo era clave.
Finalmente, sus ojos se encontraron. La mirada de Nicolás se detuvo en ella, como si algo le resultara familiar, pero no podía ubicarla. Anaís sonrió ligeramente y se levantó para acercarse a su mesa.
—¿Te importa si me siento aquí? —preguntó con una voz dulce y juvenil, actuando como la adolescente que ahora era.
Nicolás pareció dudar, pero luego asintió. Anaís tomó asiento, manteniendo su postura relajada, pero con una mirada aguda. Ella no podía permitirse un error en este momento.
—Me recuerdas a alguien —dijo Nicolás, frunciendo el ceño. Anaís notó la confusión en su rostro, y le hizo gracia. Si supiera quién era en realidad…
—No lo creo —respondió ella, sonriendo de manera inocente—. Solo soy Sofía.
Él asintió, aunque seguía observándola con curiosidad. Anaís supo que era momento de lanzar su anzuelo.
—He oído tu nombre antes. Eres el abogado de los Novac, ¿no?
Nicolás frunció el ceño, incómodo. Era un tema del que claramente no le gustaba hablar en público.
—Lo fui —respondió con cautela—. Ya no trabajo para ellos.
Anaís inclinó la cabeza, fingiendo sorpresa. —Oh, pensé que todavía tenías contacto con ellos… mi padre hablaba mucho de ti. Decía que sabías todo sobre los secretos de los ricos.
Nicolás soltó una pequeña risa, pero ella notó la tensión en sus ojos. Estaba logrando su objetivo.
—Bueno, todos los abogados sabemos más de lo que deberíamos —respondió él, tratando de evitar profundizar.
Pero Anaís no iba a dejarlo ir tan fácilmente. —¿Y qué tipo de secretos sabes sobre los Novac? Mi padre siempre decía que había cosas que era mejor no contar.
Nicolás se removió en su asiento, incómodo. Anaís podía sentir que estaba tocando una fibra sensible, pero no quería apretar demasiado todavía.
—Mira, jovencita, no sé por qué te interesa tanto la familia Novac, pero te aconsejo que te alejes de ellos. No son personas con las que quieras involucrarte.
Anaís sonrió para sus adentros. Lo que Nicolás no sabía es que ella ya estaba más involucrada de lo que él jamás imaginaría.
El Despertar de la Memoria
Mientras charlaban, algo dentro de Nicolás parecía ir despertando, como si, en el fondo de su mente, algo comenzara a conectar las piezas. Anaís sabía que, eventualmente, él se daría cuenta de quién era realmente, pero hasta entonces, usaría su inocente disfraz de Sofía para extraer la información que necesitaba.
Después de unos minutos más de conversación, Anaís se levantó de la mesa. Había plantado las semillas necesarias. Antes de irse, le dejó una última frase para que quedara rondando en la mente de Nicolás.
—Es curioso cómo algunos secretos nunca permanecen enterrados, ¿no crees?
Nicolás la miró con una mezcla de confusión y sospecha mientras se alejaba, pero Anaís sabía que pronto, muy pronto, él la buscaría.
De camino a casa, Anaís sabía que la partida acababa de comenzar. Nicolás era solo la primera pieza. Aún le quedaban muchas más por mover en el tablero, y esta vez, no cometería errores.
Pero mientras tanto, había algo más que la estaba molestando. Un recuerdo persistente de Sofía, algo que ella no había pedido. Había otra historia en este cuerpo, otra vida que también exigía justicia. Y Anaís no podría ignorarla por mucho tiempo.
Estaba claro: la venganza no solo sería suya, sino también de Sofía.
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