ANÓMALOS
¡Ring, ring!; ¡ring, ring!
Ese es el sonido que me acompaña cada mañana al despertar, aquel que me indica la hora de dejar el calor y la comodidad de mi cama; aquí es donde empieza mi rutina diaria: primero debía levantarme para apagar el reloj despertador, luego dirigirme a abrir las persianas de la ventana para apreciar el hermoso azul del cielo y que los rayos del sol iluminen mi habitación, pero ninguna de las dos cosas anteriores sucederían; hoy había amanecido nublado y, no podría apreciar el cielo y no sentiría el calor del sol. Habiéndome llevado tal decepción, simplemente cerré las persianas y me aleje de la ventana.
Ahora me dirigía al baño, donde me cepillaría los dientes, realizaría mis necesidades y tomaría un baño. Después de haber realizado todo lo anterior, tocaba el momento de vestirme, y mí siguiente objetivo es el armario.
Hoy tocaría llevarme unos pantalones negros, con una camisa de botones blanca, una corbata azul marino, un chaleco gris, y un abrigo por encima, este era del mismo color que el chaleco, mientras que mi calzado eran simplemente unos zapatos negros. Además, no podía faltar mi reloj de muñeca, aunque algunos lo conocen de pulsera, pero eso ya depende de la región.
El siguiente paso es el desayuno, que por lo general es simplemente un plato de cereal, pero hoy podrían ser unos huevos estrellados con un pan tostado y un café de acompañante. «Creo que lo decidiré al llegar a la cocina»
Al final me decidí por los huevos, el pan tostado y el café para el desayuno. Ahora solo me toca acomodar mi maletín y esperar la hora para partir a mi trabajo.
Mientras esperaba a que diera la hora, escuché un estruendo fuera de mi departamento, y estaba muy seguro de que lo había provocado, así que decidí acercarme una vez más a la ventana y poder observar como comenzaba a llover, siendo visibles las primeras gotas de lluvia.
—¡Genial, ahora comenzará a llover!— diciéndolo de forma sarcástica.
Ahora debía buscar el paraguas en el armario, no quería llegar empapado al trabajo, y mucho menos enfermarme.
Habiendo dado la hora, abrí la puerta de mi departamento y salí al pasillo; es un pasillo bastante simple, siendo sus paredes de un color crema y el suelo de madera clara, con varias puertas a sus lados, y todas estaban marcadas con un pequeño número en el centro.
Mi departamento se ubica en el piso más alto del edificio donde resido, teniendo un máximo de seis pisos, y teniendo que bajar y subir por las malditas escaleras todos los días; aunque no podía pedir demasiado, pues el alquiler que debo pagar esta bastante bien, aún así, siento demasiada envidia de aquellos que tienen un elevador en sus edificios, pero por ser un invención demasiado nueva, es normal que unos pocos edificios lo puedan empezar a implementar, en específico los que están siendo construidos.
Dejando mi lamento por no tener un elevador en mí edificio, y no tener suficiente dinero para mudarme a un mejor lugar; había llegado al primer piso, estando frente al vestíbulo.
En la recepción se encontraba Erika, una chica de 22 años, teniendo el pelo corto y de un color castaño, una piel de color ámbar y unos ojos marrones claros; llevando puesto su uniforme de trabajo.
Erika es una chica muy alegre y amable, pero ésas características no se apreciaban el día de hoy; teniendo una cara muy seria en estos momentos, y parece estar completamente atenta a la hoja de papel que está entre sus manos.
—Buenos días.
—Buenos días, señor Lian.— respondiendo con una pequeña sonrisa en su rostro.
Habiéndome regresado el saludo, ella simplemente volvió a centrar su atención en la hoja de papel que sostenía, pareciendo ser algo realmente importante, así que, no la molestaré más.
Habiendo dejado a Erika atrás, había llegado a la puerta del edificio. Ahora debía preparar el paraguas, pues ya llovía con más intensidad.
Tal vez el lugar donde vivía tenía un punto a favor, y eso era el transporte público, teniendo una estación del tranvía justo enfrente de mi edificio, solo teniendo que caminar unos pocos metros desde la entrada del edificio a la estación.
«Sí, este es un buen punto a favor, al menos puedo presumir de eso»
¡Titín, titín!; ¡tintín, tintín!
Saliendo de mis pensamientos por la campanilla tan característica del tranvía, la cual anunciaba su llegada a la estación.
Al llegar el tranvía a la estación, en ese momento debía prepararme para abordarlo lo más rápido posible y poder conseguir un asiento; aunque este se compusiera de cuatro vagones con dieciocho asientos cada uno, aún con ese tamaño, no era suficiente para todas las personas que lo llegan a abordar durante el día.
Y aquí estaba el momento. En el instante en que se detuviera completamente el tranvía debía entrar y buscar asientos libres, esto se convertía en una batalla contra las demás personas por esos asientos.
Y ahí me veían, abordando el tranvía y dirigiendo al primer asiento libre que captó mi visión, esto sucedió en cuestión de segundos.
Simplemente era perfecto, otro día más en que no perdía un asiento. Además, estos eran cómodos, tal vez tenga que ver con lo nuevo que es el tranvía, habiendo pasado solamente dos meses desde que fue abierto al público.
Y la campanilla volvió a sonar, avisando de la partida del tranvía a la próxima estación. Por suerte, yo simplemente debo esperar hasta la última estación que tiene esta línea, pudiendo relajarme el resto del trayecto.
Después de unos quince minutos había llegado a la última estación, ahora solo tenía que caminar tres cuadras desde la estación hasta lo que sería mi trabajo, realmente siendo de gran ayuda el tranvía, antes tardando el doble del tiempo desde mi departamento al trabajo.
Y por fin había llegado a mi destino. siendo una pastelería lo que se encontraba enfrente de mí.
Así es, este es mi trabajo, era el dueño de esta pastelería, habiendo pasado de generación en generación.
Aunque siendo sinceros, nunca fue de mi interés el heredarla; por ahora soy el dueño, pero en cuanto mi hermana cumpla la mayoría de edad, le cederé la pastelería; ella por el momento solo ayuda al pastelero a elaborar los pasteles, y yo me encargo de todas las cuentas y demás cosas legales, pero después deberá encargarse de todas esas cosas.
Habiendo entrado a la pastelería, deje mi maletín y el paraguas en la silla del mostrador para poder sacar del armario congelador los pasteles que sobraron del día anterior, pasándolos a las vitrinas expositoras, y de esta forma poder tener todo listo para abrir la pastelería.
—Muy bien, solo me falta este pastel.
Tras haber terminado de meter el último pastel en la vitrina, simplemente tome asiento y esperé a que llegarán los demás. Mi mirada se posó en el reloj que llevaba puesto en mi muñeca, el cual marcaba las 8:25 am.
«No falta mucho para que lleguen esos dos»
Tras unos minutos de estar en completo silencio, decidí encender la radio y poder escuchar las noticias.
"Y en otras noticias. El Departamento de Control de Anómalos detuvo esta mañana a un hombre de 35 años en Itzá. Debido a que presentaba altos niveles de Kuxtal, presentando una potencial amenaza."
«Ya es el segundo anómalo que se registra esta semana»
"El DCA soltó un comunicado esta tarde, en el cual se aclara la situación y la presenta como controlada por sus agentes. El sujeto será liberado esta misma noche, después de que haya recibido el tratamiento adecuado para reducir los altos niveles de Kuxtal presentes en su cuerpo."
«Parece que esté tipo no terminará como el sujeto de hace dos días»
"Ahora nos vamos a Arteri. En donde hace una hora se registro un incendio en un edificio de departamentos de cinco pisos. Las causas del incendio no se han especificado, pero podría tratarse de algún anómalo, según las palabras de algunos residentes. Por el momento, se reporta el fallecimiento de siete personas, entre ellos dos niños, mientras el saldo de heridos sigue aumentando, siendo trece las personas hasta ahora..."
—Buenos días.
Interrumpido por el saludo de una voz familiar, apagué la radio y gire mi cabeza en dirección a la puerta de la pastelería, viendo a una joven entrar al local.
—Buenos días, Lucía.
La chica de 17 años que estaba delante de mí era mi hermana Lucía; Lucía es una chica con el color de piel apiñonada, y su cabello era largo y de color negro; hoy vestía con una camisa de mangas largas de color blanco, con una falda negra que le llegaba hasta las rodillas y unas zapatillas de un color azul marino, y en su cuello se apreciaba una cadena de oro.
—Hoy es un día realmente horrendo.— dijo Lucía, mientras su mirada se posaba en el cielo nublado.
—Sí.— respondí con cierto desinterés.
—Creía que a tí te gustaban los días lluviosos.
—No es que me desagraden, simplemente no me gustan cuando tengo que venir a trabajar.
—Ya veo.
—Sí, en estos momentos desearía estar metido en mi cama, y estar leyendo algún libro de los que tengo pendientes de terminar.
Ella simplemente me observó con esos ojos grisáceos tan característicos de nuestra familia. «Si, realmente eran hermosos nuestros ojos»
—Bien, como sea, tampoco espero que lleguen muchas personas con éste día.
—Así es, yo también lo creo.
—Y el pastelero me dijo que no vendría hoy.
—¿En serio?
Respondiendo con un ligero movimiento de cabeza de arriba hacia abajo.
—Por cierto, Lucía, ¿Cómo vas con tus estudios?
—Podria decirse que voy bien. Simplemente no he dormido bien estos días, pero no es nada de lo que preocuparte.
—Solo recuerda no esforzarte más de lo debido.
—Sí.
Mi hermana siempre ha sido de las mejores estudiantes, todo gracias al esfuerzo que realiza, pero a veces siento que se esfuerza demasiado, poniendo sus estudios por encima de su salud.
Tras la pequeña charla con mi hermana, ambos nos sentamos en silencio y esperamos a que él último trabajador llegará.
«Ya casi es la hora de abrir, ¿Dónde esta ese tipo?»
—¡Buenos días compañeros!
—Buenos días.— respondió Lucía con desinterés.
—Creo que Lucía sigue enojada por lo de ayer.— lo dijo con una muy visible sonrisa en su rostro.
Y este chico es Alan, un jóven de la misma edad que Lucía, quien se encarga de atender a los clientes en el mostrador.
-Sí, ella no es de las personas que les gusta perder.
—¡Ja, ja, ja, ja!— rio con fuerza Alan.
—Me voy a la parte trasera.— dijo Lucía con una expresión en el rostro de seriedad.
Claramente mi hermana estaba enfadada. No era simplemente que haya perdido, si no que perdió contra el sujeto que se encontraba riendo en estos momentos. Lucía considera a Alan como un idiota, porque siempre se toma todo a la ligera, llegando a ser todo un juego para él.
—Alan, llegaste tarde, ¿Por qué?
—¡Ah!, perdón, es que se me olvidó poner mi alarma.
Simplemente suspiré ante su excusa. Puedo entender porque mi hermana lo ve como un completo idiota.
—Si la próxima vez vuelves a llegar tarde por algo como eso, entonces tendré que despedirte Alan.
—¡No!, no, prometo que ya no volverá a ocurrir.
—Bien.
Aunque quisiera, no puedo simplemente despedir a Alan, después de todo sus padres acogieron a mi hermana cuando nuestros padres murieron por la guerra, y cuando yo no me encontraba para poderla cuidar. Les debo mucho a su familia.
—Así que hoy vienes con camiseta y jeans.
—Sí, pero mi madre creé que me volví un adolescente rebelde. Yo simplemente me visto de esta forma porque me es muy cómoda la ropa.
Es cierto, hoy en día está muy presente en adolescentes el uso de camisetas con jeans, considerándose un acto de rebeldía por algunas personas.
—Bueno, vamos a abrir la pastelería, que ya es la hora.
Y el resto del día paso con normalidad. Mientras Alan se encargaba de vender los pasteles, Lucía por su parte tomaba los pedidos de algunos clientes, y yo revisaba que las cuentas estuvieran bien. Todo transcurrió de igual forma que los días anteriores, aunque no recibimos tantos clientes por el clima lluvioso del día de hoy.
—¡Alan, Lucía, ya es la hora de cerrar!— dije mirando el reloj en mi muñeca.
—Sí, señor.— respondió Alan.
—Yo me tengo que ir antes. Debo prepararme para el examen que tendré mañana.
—Está bien, ten cuidado de regreso a casa.
Ella solo asintió con su cabeza a mis palabras, y procedió a recoger su paraguas, dirigiéndose así a la puerta de la pastelería.
—Hasta mañana, Lucía.
Lucía simplemente dirigió su mirada a Alan por unos segundos, pero no realizó ningún otro gesto hacia él. Entonces, su mirada se centro nuevamente en la puerta de la pastelería y la abrió para proceder a salir del lugar e irse.
—Espero y mañana esté de mejor humor.— dijo Alan con una pequeña sonrisa en su rostro.
Con lo que conozco a mi hermana, lo más probable es que el día de mañana esté de mejor humor, pero eso también dependerá de lo bien que le vaya en el examen que tendrá.
—Vamos, nosotros tenemos que limpiar todo el lugar.
Después de haber limpiado todo el establecimiento, acomodamos los pasteles que sobraron en el armario congelador para al final apagar todas las luces y desconectar los aparatos eléctricos, terminando así con lo que debíamos hacer.
—Y eso sería todo. Ya te puedes ir Alan, yo me encargaré de cerrar la pastelería.
—Bien, si eso es todo, entonces me voy ya. Hasta mañana jefe.
—Sí.
Habiéndose retirado Alan del lugar, simplemente cerré la pastelería y me dirigí hacia la estación del tranvía.
«Que frío está haciendo» pensé mientras me ponía el abrigo.
Al llegar a la estación solo debía esperar a que llegará el tranvía para poder abordarlo. Para mí suerte, durante el trayecto de vuelta a mi casa no hay muchas personas que ocupen el tranvía, por lo tanto, no debo de correr para conseguir algún asiento vacío.
Durante el trayecto de regreso no sucedió nada interesante, solo siendo un recorrido tranquilo, en el que pude apreciar la ciudad de noche, como lo hice otros tantos días.
Tras unos minutos de recorrido pude ver a unos metros la estación en la que debía bajar, así que, preparé mis cosas.
—Bien, llegamos.— dije para mí mismo.
Preparándome así para descender del vagón tan pronto se abrieran las puertas, y justo en el momento que uno de mis pies piso fuera del vagón caí de rodillas para poco después quedar completamente acostado en el suelo. «¿Qué me esta sucediendo?» pensé mientras trataba de entender lo que sucedía.
El tratar de levantarme me era imposible, pues ninguna de mis extremidades respondía, era como si no estuvieran ahí, aunque las pudiera ver. Además, una sensación de cansancio me invadió de un momento a otro.
Al entrar en pánico y sin saber que hacer, intenté gritar tan fuerte como fuera posible por ayuda, pero mi voz tampoco me respondía. Ahora solo podía observar tal situación tan desesperante, rezando a los dioses para que alguien viniera a ayudarme.
Si mí situación no fuera ya desconcertante, entonces, se le sumaría mi perdida de consciencia a raíz del cansancio que estaba experimentando. Por cada minuto que pasaba me era más difícil mantenerme despierto.
Tras varios intentos de tratar de levantarme del suelo, me había dado por vencido, ya habiendo aceptado que así sería mí muerte. Solo pensaba en que me hubiera gustado despedirme de mi hermana y amigos cercanos, y me lamentaba de cosas del pasado.
Entonces, fuí sacado de mis pensamientos al escuchar pisadas acercándose. Traté de girar mi cabeza para poder ver de quien se trataba, pero como era de esperarse, me fue imposible girarla.
Y todo quedó en silencio de un momento a otro. Las pisadas se habían detenido, y no entendía que hacía la persona que se había acercado. «¿Me estará observando?» pensé, pero realmente no lo sabía, y todo volvió a empeorar, pues mi visión se empezaba a nublar. «Mierda, quedaré inconsciente en cualquier momento»
La persona que se acercó seguía sin decir nada; y aunque no pudiera ver a dicha persona, podía sentir su presencia, la sensación de ser observado era mi mayor prueba de que alguien estaba ahí; queriendo gritarle porque no hacía nada para ayudarme, pasando de estar desconcertado y atemorizado por mi situación, a estar un tanto enfadado con el sujeto. Pero eso ya no importaba, todo se oscureció de un segundo a otro, perdiendo completamente el conocimiento en cuestión de segundos.
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Comments
HuertelMonoNoAware
Buen inicio , y bonita manera de narrar. Seguiré leyendo tu trabajo
2024-09-28
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