Capítulo 2
Un primer encuentro
En una de las extensiones de Torrien a los campos de concentración de arroz ubicados entre Texrra y el sur de Torrien, Matías fue enviado —junto a varios aspirantes admitidos al cuartel menor de Torrien— a hacer sus primeras prácticas en dichos campos. Esta era la primera prueba sorpresa que le estaría haciendo al pequeño pelotón el coronel Jack, quien no tenía piedad alguna por estos menores, dejándolos durante horas practicar las mismas rutinas básicas bajo el sol y con medio cuerpo bajo las pequeñas aguas fangosas donde el arroz nacía; lamentablemente, esta era una cosecha que estaba perdida a causa de que algunos animales la habían comenzado a morder, lo cual le ocasionó daños irreparables.
Jack no es que fuera cruel con aquellos señoritos, sino que debía comenzar a preparar sus cuerpos para los duros entrenamientos que vendrían en un futuro, por lo que el entrenamiento del campo de arroz era perfecto para comenzar a conocer las debilidades de estos pequeños aprendices de soldados y así saber a qué escuadrón podría asignarlos.
Los jóvenes cada vez estaban más cansados y sus cuerpos comenzaban a ponerse pesados y esto ralentizó los movimientos que debían ser ejecutados con las piernas y, así, a pleno sol ardiente, algunos empezaron a desfallecer, pues no soportaban la rutina. En efecto, sus extremidades dejaban de responder por el exceso de fuerza, de modo que los soldados que los acompañaban los llevaban a las tiendas de campaña para que pudieran reponer fuerzas y continuar cuando sus cuerpos estuvieran en mejores condiciones.
Matías comenzó a tomarse aquello muy en serio, hasta tal punto, que estando ya un poco deshidratado y empapado de sudor, no se detenía, pues él quería demostrarle a Jack que no habían perdido su tiempo al tener su tutela; y que, con ello, sabía que no le fallaría al rey Fabio a quien le tenía un gran cariño como si fuera su padre. Cada vez que comenzaba a cabecear y ver ilusiones ficticias donde le decían que no podía, tomaba un poco de aire, el cual al llenar sus pulmones, lo devolvía a la realidad, donde sus pensamientos estaban en los recuerdos con el rey cuando lo felicitaba o le decía que podía mejorar su calidad de vida si se lo proponía personalmente.
Jack veía la fuerza de voluntad que estaban demostrando no solo Matías, sino algunos otros jóvenes, que a pesar de su condición social no se rendían, y esto era algo que le llenaba de orgullo, pero trataba de no mostrarlo para que de este modo todos se sintieran tratados de igual manera…
Mientras tanto, al otro lado del campo escondido entre los matorrales, se encontraba Christian, heredero de Texrra, quien escapando de los delirios agobiantes que tenía su madre, se topó inesperadamente con aquel entrenamiento. Ocultándose de la vista de ellos, Christian se entretenía al ver cómo caían los jóvenes más débiles y se quedaban los más fuertes; aquello le recordaba a la representación de algún juego de ajedrez.
Al comenzar la tarde-noche, las prácticas se habían detenido en su totalidad, propiciando, de este modo, una pequeña velada entre alumnos y maestros, quienes daban alimentos a los jóvenes, además de ordenarles limpiar su cuerpo en la laguna más cercana al campo de entrenamiento; les indicaban que un cuerpo limpio es sinónimo de calidad y éxito, por lo que debían de hacer de aquella tarea un hábito permanente.
Christian comenzaba a admirar la fortaleza y valentía de aquellos jóvenes, de forma que los siguió hasta la laguna que él no conocía, quedando asombrado al constatar que muchos de ellos tenían grandes cicatrices en la espalda y deformidades generales, cosas tal vez tontas, pero normales entre soldados, que, sin embargo, para un joven como él eran de alto impacto; así, los vio bañarse rápidamente como si temieran del agua o quizás solo estaban cansados de un largo día.
Con lo que Christian no contaba era con ser visto por Matías, quien de inmediato y sin avisarle a nadie, comenzó a cazarlo como si este fuera algún enemigo peligroso; justo al momento en que Christian estaba por marcharse, fue noqueado con una piedra lanzada por Matías, quien de inmediato corrió a amordazarlo para interrogarlo por cuenta propia.
Cuando Christian abrió los ojos, Matías comenzó a preguntarle quién era y por qué los estaba espiando; Christian le contestó que él era un joven pueblerino que admiraba la forma en que ellos estaban entrenando. Entonces, Matías le inquirió si era un amigo o un enemigo, a lo cual Christian de inmediato y sin pensarlo le dijo:
—Considérame un amigo, considérame un hermano, considérame como tú quieras, pero no me trates como tu rival o como tu enemigo.
Así, ambos jóvenes comenzaron a hablar de manera más informal contando chistes y haciendo bromas entre sí, prometiendo Christian que traería al día siguiente dulces y algunos pequeños obsequios para compartir con él. Matías aceptó su oferta, diciendo a su vez que estarían entrenando hasta la próxima luna creciente.
Su amistad empezó a florecer día tras día, llegando después de cada entrenamiento a comenzar a esconderse de los guardias y soldados o de cualquier otro joven participante de las enseñanzas de guerra, para ellos así poder compartir y comer golosinas, jugar a la pelota, darse un chapuzón en la laguna mientras nadie estuviera cerca y demás travesuras propias de su edad.
Una vez terminado el plazo del entrenamiento, Matías no quería dejar su amistad con Christian y, por ello, le preguntó a dónde podía enviarle cartas para seguir en contacto, por si de repente en algún momento sus familiares le permitieran pasar unos días en Torrien o en Tox. Christian, recordando la venganza que su madre estaba planeando contra el rey de Tox, no sabía qué responder, por lo cual le dijo que no recordaba su dirección con exactitud, pero que le diera la de él y en cuanto estuviera de regreso a casa le escribiría sin falta…
¡El comienzo de una amistad que no era aceptada por la sociedad!
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