Capítulo IV

En el crepúsculo de la madrugada, Zander, el ladrón de mercados y protector de almas desamparadas, continuaba su errante peregrinaje por las calles empedradas de la ciudad. Sus manos, curtidas por el robo y la necesidad, se deslizaban con destreza entre los puestos, recolectando pequeños tesoros que luego se convertirían en pan y ron, su sustento y su consuelo.

Pero en el corazón de Zander, no todo era sombras. Al final de cada día, regresaba a un hogar lleno de vida y amor, un refugio para una anciana y dos niños huérfanos. La anciana, de mirada triste y manos arrugadas, era la señora Hanato, quien había perdido a su esposo en un accidente de barco hace unos años. Devastada por su pérdida, había buscado consuelo en la soledad de su hogar, hasta que las deudas se hicieron imposibles de pagar y lo consumió todo, dejándola sin nada más que la ropa que llevaba puesta. Zander, conmovido por su desolación, la había acogido en su humilde morada, ofreciéndole un techo y un hombro sobre el que llorar.

Kyo y Aiko, los niños que Zander había encontrado, eran hermanos que habían perdido a sus padres en un incendio devastador. Una noche fatídica, una vela olvidada en la habitación de Aiko encendió la cortina, y en cuestión de minutos, las llamas se propagaron con una ferocidad aterradora. Los gritos de sus padres resonaron en sus oídos mientras el humo llenaba el aire, obligándolos a escapar por la ventana, aterrorizados y desorientados. Cuando finalmente lograron salir, miraron hacia atrás y vieron cómo su hogar, el lugar donde habían crecido, se convertía en un infierno de llamas.

Zander, al ver a los niños vagando por las calles, desorientados y aterrorizados, no pudo dejarlos a su suerte. Con el corazón lleno de determinación, los llevó a su hogar, donde la señora Hanato los recibió con un abrazo cálido y lleno de compasión.

No compartían lazos de sangre, pero sí un vínculo más fuerte, forjado en la adversidad y la compasión. Zander, a pesar de su juventud, se había convertido en su protector, su salvador. La señora Amelia, a su vez, les ofrecía la sabiduría y el amor de una madre, mientras que Kyo y Aiko llenaban su vida de alegría y esperanza. Juntos, formaban una familia atípica, unida por el dolor compartido y la necesidad de encontrar consuelo en la compañía del otro, enfrentando juntos las cicatrices del pasado y construyendo un futuro lleno de luz y amor.

La vida en las calles había endurecido a Zander, había acelerado su madurez y le había enseñado lecciones que ningún niño debería aprender. Pero también le había mostrado la importancia de la bondad y la generosidad, incluso en los momentos más oscuros.

Esa noche, sin embargo, Zander se encontraba perdido en el abismo del alcohol. La luna brillaba en lo alto, pero su luz apenas lograba atravesar la densa neblina que envolvía las calles. Zander, con la ropa desaliñada y el cabello revuelto, había recorrido los bares del vecindario, buscando un alivio temporal para el dolor que lo consumía. Cada trago era un intento desesperado de ahogar los recuerdos que lo atormentaban, de silenciar las voces en su mente que le recordaban sus fracasos.

Finalmente, había encontrado un rincón oscuro en una zanja, un lugar donde podía sumergirse en su desesperación sin ser molestado. Su cuerpo yacía allí, inerte y olvidado, mientras las sombras de la noche se cernían sobre él. El frío del suelo se filtraba a través de sus ropas, pero no sentía nada. Era como si el mundo a su alrededor hubiera decidido ignorarlo, al igual que él había intentado ignorar su propio sufrimiento.

Los transeúntes pasaban de largo, absortos en sus propias vidas, sin detenerse a mirar a aquel joven que una vez fue lleno de sueños y esperanzas. Para ellos, era solo una figura borrosa en la penumbra, un recordatorio de lo que podría suceder cuando la tristeza se apodera de un corazón. Zander, atrapado en su propia pesadilla, no era consciente de su aislamiento. Sus pensamientos vagaban entre los fantasmas del pasado y las sombras del presente, lejos de la calidez del hogar que había construido para la señora Amelia y los niños.

En ese momento, el eco de risas y conversaciones festivas resonaba en la distancia, una vida que parecía tan ajena a él. Sin embargo, en su mente, un pequeño destello de esperanza luchaba por abrirse paso, como una chispa en medio de la oscuridad. Pero la borrachera lo mantenía atrapado, y la zanja se había convertido en su refugio, un lugar donde el dolor se mezclaba con la soledad en una danza trágica. En su sueño febril, se encontró atrapado en un lugar familiar pero aterrador, incapaz de moverse o hablar. Pero justo cuando la desesperación amenazaba con consumirlo, una presencia pacífica lo envolvió, llenándolo de una tranquilidad que no había sentido desde su infancia.

Al despertar, Zander se encontró confundido y desorientado. ¿Quién era esa presencia en su sueño? ¿Era real o simplemente un producto de su imaginación? Aunque no tenía respuestas, sabía que ese sueño había despertado en él emociones que creía olvidadas, y que no podría olvidarlo fácilmente.

A medida que el sol comenzaba a elevarse en el cielo, Zander se levantó de la zanja, sacudiendo el polvo de su ropa. A pesar de la resaca y la confusión, se sentía extrañamente renovado, como si el sueño hubiera lavado algunas de las sombras de su alma.

Con paso vacilante, comenzó a caminar hacia su hogar, hacia la anciana y los niños que dependían de él. A medida que avanzaba, no podía evitar pensar en el sueño, en la presencia pacífica que lo había envuelto. ¿Quién era? ¿Qué significaba? ¿Y por qué le había afectado tanto?

A lo largo del día, mientras robaba en el mercado y cuidaba de su familia adoptiva, Zander no podía sacar el sueño de su mente. Cada vez que cerraba los ojos, podía sentir la presencia pacífica, podía ver el lugar familiar pero aterrador. Y cada vez, se sentía más y más atraído hacia ella, como si fuera un faro en la oscuridad.

Esa noche, mientras los niños dormían y la anciana tejía en silencio, Zander se sentó solo en su habitación, perdido en sus pensamientos. Sabía que no podía ignorar el sueño, que tenía que entender lo que significaba. Y aunque no tenía idea de cómo hacerlo, estaba decidido a intentarlo.

Porque en el fondo, Zander sabía que el sueño era más que solo un sueño. Era una llamada, una invitación a un viaje que podría cambiar su vida para siempre. Y aunque no sabía a dónde lo llevaría, estaba listo para seguir la llamada, para descubrir lo que le esperaba al final del camino.

Hasta que por fin se dió cuenta de que el sueño no había Sido una coincidencia, el libro de aquel anciano que él había leído, había manifestado su más grande deseo pero con una trampa, el amor solo sería en sus sueños.

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