Mi enamorado se llama Marco. Es muy cariñoso, romántico, dulce y nos conocemos desde hace muchos años. Fue el único chico que no se hizo humo cuando ingresé a la policía. Los otros muchachos que me pretendían decían que es complicado tener como novia a una chica policía porque, afirman, no encajan nunca los horarios y la mujer se aboca, demasiado, a sus labores y por ello desaparecieron de mi vida como almas que se lleva el diablo. Antes de eso, era la chica más cotizada del barrio y los hombres hasta hacían cola para poder salir conmigo. Y es que además de hermosa, siempre he sido dicharachera, fiestera, me encanta bailar, las reuniones sociales, tengo buen diente y me gusta mucho el cine, el parque y la playa, es decir, soy la novia perfecta.
Pero entré a la policía y por arte de magia, todos los novios desaparecieron, excepto Marco.
No le importó mis horarios tan cambiantes, a veces dobles turno, madrugadas, fines de semana, y estoicamente estuvo allí siempre, fiel al castigo, tratando de enamorarme, llamándome por celular, mandándome mensajes de texto o esperándome largas horas, sentado a mi puerta. Su rostro se iluminaba y se coloreaba de felicidad apenas me veía aparecer cansada, exánime, sin fuerzas, luego de una intensa y maratónica jornada de labores. Y me daba besos, me repartía numerosas caricias y por supuesto muchos arrumacos que me devolvían el buen ánimo y encendían los fuegos en mis entrañas haciéndome sentir súper sexy y sensual.
Entonces nos hicimos enamorados y luego novios e hicimos planes para casarnos.
La noche que me hirieron y estuve muy grave, Marco no se apartó de mi lado ningún instante. Permaneció, incluso, sin comer, sin bañarse, ojeroso y legañoso, tumbado en una banqueta del hospital, queriendo saber noticias mías.
Cuando superé la crisis y salí del coma inducido lloró como una criatura, arrodillado junto a mi cama, tomando mis manos. Conmovida, también, me puse a llorar pese a que no tenía fuerzas y estaba, aún, toda entubada.
-Pensé que te ibas a morir-, me confesó, esa vez, que estábamos frente a la playa, viendo a las gaviotas flotando en el aire y las olas del mar acariciando la arena, dejando su chupina blanca.
-Hierba mala nunca muere-, le sonreí y lo besé apasionadamente. En ese instante me convencí, plenamente, que él me amaba y mucho.
Me apoyó decididamente, además, cuando fui dada de baja del servicio. Yo me encerré en mi casa, como les conté, me puse muy gorda comiendo frituras y no quise saber nada del mundo. Borraba los mensajes de texto de Marco, no contestaba sus llamadas y no me importaba que pasara horas de horas tocando la puerta de mi casa, gritándome para que saliera o sentado, en la acera, con la ilusión de que al fin recuperase mi existencia.
-Eres muy terco-, le dije después que había acordado con Vásquez hacer la agencia de detectives.
-Es que te amo mucho, Pamela-, dijo él, apretujando mis manos.
-Es difícil dejar lo que más quieres-, le confesé recostado a su pecho, refiriéndome a mi trabajo. La agencia, en realidad, no me motivaba mucho y lo que quería era volver al servicio.
-La vida son ciclos, Pamela, el éxito y la felicidad está en saber enfrentarlos-, fue lo que me dijo Marco convencido.
No es buen bailarín ni tampoco recitas poemas, no sabe nada de deportes, es muy malo jugando fútbol, pésimo en las matemáticas y demasiado confiado. Sin embargo, pese a todos esos defectos, me encanta porque es noble. Trabaja ya buen tiempo, en un supermercado donde es bien considerado. Es despensero pero se encarga, también, de solucionar todos los problemas de electricidad, gasfitería, carpintería, metal mecánica y habilitar los estantes. Lo adoro porque es entusiasta, optimista y está lleno de sueños y fantasías.
-Espero algún día tener mucho dinero y comprarte el palacio que te mereces-, me dijo esa vez caminando bajo las estrellas.
-A veces soñar no es bueno porque cuando no alcanzas las metas te desilusionas mucho-, le advertí colgada de sus brazos.
Marco sonrió y suspiró romántico. -Soñar es gratis, es bonito, y me hace feliz-, me aclaró estrujándome acaramelado.
Cuando me hincharon el ojo renegó furioso.
-Voy a matar a ese hombre-, echó humo de las narices, emitiendo un terrible bufido. Me dio risa.
-No eres capaz ni de matar a una mosca-, le aclaré divertida, besando su boca.
Le hablé de nuestro trabajo, de lo que estábamos haciendo y la cacería de infieles. Se divirtió.
-Van a tener mucho trabajo con tanto tramposo que hay en el mundo-, rompió en risotadas.
-El problema es el peligro, le conté, no va a ser nada fácil-
Era verdad. Vásquez había aceptado que estábamos jugando con fuego y habrían muchos más maridos enfurecidos tras ser descubiertos. Ellos, obviamente, intentarían salvar el honor eliminando a enemigos y peligros.
-Lo mejor es que tengan cuidado. No deben arriesgar la vida. Ese debe ser la consigna de ustedes-, me recomendó.
Compramos, entonces, una cámara fotográfica con lentes para captar escenas a larga distancia, un mejor celular con un video de alta gama y un selfie stick telescópico también para conseguir buenas imágenes y tomas. Además adquirimos chalecos antibalas.
-Ahora sí están listos para la guerra-, echó a reír Marco, alborozado viéndome con el chaleco puesto.
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