Del internet saqué el dibujo de una pareja besándose y con una lupa enorme espiándolos. Con el paint puse grandote ¡Fin a los cuernos! y abajo los detalles de nosotros: "agencia de detectives se encarga de detectar a maridos y esposas infieles, ¡¡¡llámenos!!!". A Hugo le encantó. Hicimos miles de copias fotostáticas y la pegamos en paredes, postes, en puestos de mercados y hasta en los buses. También invertimos una pequeña suma para que nos pongan avisos clasificados en los diarios más importantes del país.
-Pamela, una llamada-, me anunció Noemí desde su escritorio. Me emocioné. Arreglé mis pelos y afiné mi vocecita tan musical y dulce que tengo, je.
-Cazadoras de infieles-, dije riéndome. El nombrecito, en realidad me daba mucha risa, pero resumía en lo que quería especializarnos y hacernos famosos.
-Mi marido me engaña-, dijo, entonces, una mujer, arrastrando las palabras, decepcionada y con tilde lastimera.
-¿Podría venir a nuestra oficina?-, la invité.
-No. Quiero absoluta discreción. Este móvil es de una amiga. Le mando los detalles por whatsapp-, anunció.
Le envié la proforma del contrato y me la devolvió firmada electrónicamente. También las fotos de su marido y escribió los motivos de sus sospechas: salía siempre en las noches, muy perfumado, elegante y volvía de madrugada eufórico aunque cansado, tumbándose en la cama como una marioneta, exánime. Había cambiado de carácter, era frío con su mujer pero salía siempre radiante y efusivo del hogar. Lo había escuchado murmurar dormido, varias veces, el nombre Eva.
-Deséame suerte-, le dije a Hugo. Le di el contrato y él lo besó. ¡¡¡Nuestro primer caso!!!-, dijo eufórico. Arrastraba su pie inmovilizado parea siempre por el balazo y usaba un bastón, sin embargo su ánimo era siempre alegre, jovial y distendido. Él se encargaría de las cuentas y gastos y yo de los seguimientos. Eso fue lo que acordamos.
Fue más sencillo de lo que esperaba. Pese a los nervios y el temor de ser descubierta, hice las cosas bien. El tipo salió a la hora de siempre de su domicilio, bien vestido, la sonrisa grandota dibujada en su cara y se fue caminando sin apuro por una esquina transitada, incluso silbando y saludando a todo el mundo, hecho una fiesta.
Me había puesto un jean, zapatillas blancas y una blusa rosada desteñida. Tenía pelo suelto y llevaba mi celular en el bolsillo. Lucía absolutamente discreta, pensando en pasar desapercibida. Estaba emocionada.
En efecto, el tipo se vio con una mujer de su edad, bien arreglada, en una banca de un parque y se besaron con mucha pasión y emoción. Me acerqué bastante y grabé las imágenes con el móvil, haciendo ademanes como si yo hablara con alguien, para que no se sobresaltaran. Pero no era necesario tanta teatro. La pareja estaba muy acaramelada, besándose, acariciándose y disfrutando de su amor furtivo, sin que nada más importara en el mundo.
Revisé las imágenes. Eran perfectas. Se veían los dos muy nítidos, sin lugar a dudas ni equivocaciones y se las pasé al móvil que su mujer me había indicado.
-Misión cumplida-, le mandé un mensaje de texto.
No contestó.
Pensé quedarme un tiempito más cerca de la pareja pero ya era inútil. Las imágenes hablaban por mil palabras, resultaban contundentes y evidentes. Contenta me fui a la oficina y celebramos el éxito con Noemí y Hugo, con champán y abundantes papas fritas.
Esa misma noche nos dieron nuestro primer cheque firmado por una señora Martha y eso fue aún más emocionante pues nos pusimos a gritar y a vivar como locos.
Esa misma semana compramos nuestro primer carro: un modelo de segunda, año 2000. -Peor es nada-, le dije sonriente a Hugo mostrándole las llaves.
-¡Así empiezan las grandes empresas!-, estalló él en risotadas feliz y emocionado.
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