Los gritos de los contrayentes asustaron hasta a los animales de corral que rodeaban el castillo de Miraflores.
--Jamás me casaré con ese marica mujeriego e inútil ! Gritaba Juana en el escritorio del castillo a su padre que la miraba impasible.
_ Quieres que tu único hijo se case con una loca! Ni cristo crucificado podrá lograr que yo acepte! - gritaba a su madre Álvaro en la cocina del castillo.
Ambos padres emplearon técnicas diferentes para convencer a sus engendros de hijos.
_ Bien Juana. No puedo obligarte.Ya mismo te enviaré con un poder a tu tía la Marquesa Martina para que organice tu boda con quién sea de su mejor interés y conveniencia - decía a su hija el Barón Alfonso de Miraflores.
_ Está bien hijo mío. Solo tenías que domar a esa fiera esta noche y luego seguirías viviendo feliz y tranquilo en nuestro castillo. Pero si no eres capaz, no insistiré. Mañana cuando llegue la turba de asaltantes extenderé una bandera blanca y entregaré nuestras posesiones - decía la Baronesa Oriana de Torre Alta.
--¿Solo una noche? ¿Y las posesiones serían salvas? ¿Cada uno viviría como hasta ahora? -
_ Está bien - dijeron ambos.
_ Pobre infeliz mujeriego! No sabes lo que te espera! - pensaba Juana.
_ Te haré gemir como una loba! - pensaba Álvaro.
Y fue así cuando esa tarde de verano, cuando casi terminaba el mes de junio del año 1088 de nuestro señor, en el patio de piedras mugrientas que rodeaban el castillo de Miraflores, frente a una mesa ornamentada solo con un crucifijo de madera, el padre Toribio de Calazan, unió el sagrado matrimonio a la Baronesa Juana Maria Cristina de Miraflor y a Álvaro Pelayo de Roca Alta, ante la mirada asombrada de los vasallos de ambos feudos.
Ludovica y Sancho sacrificaban pollos, patos y hasta faisanes para la cena que tendrían como era costumbre los vasallos junto a los señores feudales en el patio del castillo.
Del feudo vecino llegó una carreta colmada de panes y vino. El festín estaba armado y era lo suficientemente abundante para la espera del populacho frente a la ventana de los aposentos de la pareja recientemente casada. Cómo era costumbre debían observar todos por la ventana de la habitación la sábana manchada de rojo que indicaría la consumación del matrimonio.
Ambos esposos seguro estaban muy enamorados. Las miradas de fuego que se dirigían en la fiesta eran el la confirmación del pensamiento de todos los humildes agricultores.
Un juglar del reino que fue convocado comenzó a cantar con un laid, las hazañas del guerrero más famoso de todos los tiempos, amor imposible de Juana, el Cid Campeador.
Los maravillosos versos fueron coreados por los presentes, pero los novios no salieron a bailar como era costumbre. Solo se miraban con brillos incendiarios en sus pupilas.
Los padres de los contrayentes los miraban con sorna mientras comían.
Antes de la media noche el barón agradeció su presencia y les dijo que al otro día su yerno y su hija acompañados de todo el personal Saldrían a proteger las fronteras de ambos feudos.
Los novios ingresaron a la alcoba nupcial. Álvaro estaba bastante entusiasmado. Revolcaría a esa loca mujer que ahora era su esposa y revolcar a una mujer era lo suyo. Pero apenas se acercó a la loca extendiendo sus brazos hasta ella sintió la peor patada de la historia en sus partes nobles. Y mientras se torcía de dolor, la loca le empujó hacia la puerta y cayó rodando las escalinatas de piedras.
El dolor lo mantuvo aullando bastante rato en el piso. Su suegro que venía entrando lo vio y sacudió la cabeza.
Mientras esto sucedía Juana manchaba sus sábanas con sangre de patos y pollos y extendía el lienzo en la ventana.
El aullido de felicidad de los humildes trabajadores coronó el éxito de la consumación matrimonial.
La viuda miró la sábana donde pareciera que hubo una masacre y una pluma voló por efecto del viento de la noche. Supo que su hijo esta vez no la tendría fácil y decidió ella también buscar a su paje para volver a su casa.
El barón Álvaro Pelayo de Roca Alta calmó su dolor con bastante aguardiente y se durmió en el suelo de la gran sala.
Al otro día, vestidos para la guerra, con el corazón rebosante de odio, hicieron frente a la turba de asaltantes y no lo hicieron yendo al este o al oeste. Tuvieron que decidir la mejor estrategia y esperaron con sus campesinos en el centro, unas cuantas leguas antes del límite de ambos feudos.
Los atacantes vieron a la multitud de lejos y se dieron en retirada sin pelear.
Eso fue bastante decepcionante para ambos esposos que deseaban con alma y cuerpo quedar viudos. Pero el destino los hizo salir indemnes de la refriega.
Volvieron vitoreados por sus súbditos que cantaban felices deseándoles larga vida a los recién casados.
Eso parecía una burla horrenda del destino. Se casaron por una amenaza que no fue tal. Lo único que consolaba a ambos era que cada cual volvería a su vida de siempre. Quizás con suerte alguna desgracia del destino atacaría a su respectivo cónyuge y el estado de viudez calmarla sus ansias asesinas.
Mientras los campesinos de ambos feudos con azadas y hoces avanzaban cantando hacia el castillo , los recién casados volvían notablemente serios. Cada uno rumbeo a su hogar sin siquiera despedirse.
Ambos pensaban en la forma de destruir este maldito casamiento, pero el tema no sería fácil. Solo el Papa disolvía las bodas de los nobles. Reyes, duques, marqueses, barones y señoríos no podían terminar las nupcias sin la aprobación del Santo Padre y las bulas papales de anulación no salían muy fácilmente de Roma.
Esto para solucionarse requería un verdadero milagro.
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Comments
Anastasia Quintero
no puedo con tanto 🤣🤣🤣🤣🤣🤣🤣🤣🤣🤣🤣🤣 super genial
2024-09-07
1
Melisuga
Bue... Una buena solución, Juanita. Pero yo esperaba con ansias el lanzamiento del candelabro que haría manchar la sábana de sangre.
2024-08-31
2
Melisuga
Puede que haya sangre en la sábana, no lo dudo. Pero me atrevería a pensar que será de la partidura de cabeza que le propinará la dulce señorita de Miraflor al distinguido Barón de Roca Alta.
🤣🤣🤣
2024-08-31
2