Capítulo 3 La despedida

Después de que se llevaron al padre de Isabela, llegó su madre, Camila, de trabajar. Al ver a los oficiales en la casa, se sorprendió.

—¿Hija, qué está pasando? —preguntó Camila, alarmada.

—¡Madre, qué bueno que llegaste! Intenté llamarte, pero sonaba la contestadora —dijo Isabela, abrazándola con fuerza. 

—¿Por qué lloras, hija? —preguntó preocupada.

—Mi papá acaba de morir —dijo Isabela con la voz entrecortada, tratando de recuperar el aire. Respiró profundamente antes de continuar—. Se lo llevaron para prepararlo. 

—¿Por qué no me avisaste para despedirme de tu padre? —preguntó Camila, asimilando la noticia.

—¡Las llamadas no salían, me mandaba a buzón! —exclamó Isabela, angustiada.

—Vamos a ordenar todo para el velatorio —dispuso su madre con determinación.

Isabela sentía una tristeza profunda, sabía que una parte muy importante de su vida se había ido y nunca volvería… Esa ausencia dejó un vacío imposible de llenar. 

Poco después, llegaron los de la funeraria con el ataúd. Muchas personas conocidas del padre de Isabela se presentaron para ofrecer su apoyo. Le brindaron compañía en esos momentos difíciles.

Esa noche, después de que se fueron los amigos, Isabela se quedó al lado del ataúd, llorando desconsoladamente. Su madre, aunque todavía triste, estaba más calmada; había comenzado a aceptar la dolorosa realidad.

Camila, al ver a su hija devastada, tomó medidas drásticas.

—Hija, ve a descansar esta noche, necesitas dormir —dijo con preocupación.

—¡No quiero dormir! —protestó Isabela, más furiosa que triste—. ¡Quiero a mi papá de regreso! 

La enfermera que cuidaba a su padre ayudó a Camila a llevarla al cuarto y le administraron un calmante. 

Poco después, Isabela se quedó dormida, aún bajo el cuidado de la enfermera.

Al día siguiente, al despertar, Isabela se dio cuenta de que tenía vías donde le habían puesto el medicamento la noche anterior.

—¡Buenos días, señorita! —saludó amablemente la enfermera.

—¡Buenos días, Lupita! —respondió Isabela, un poco mareada.

—Le ofrezco disculpas por haberla tenido que traer anoche. Su madre y yo estábamos muy preocupadas —dijo la enfermera, apenada.

—No te preocupes, Lupita. Gracias —respondió Isabela con cariño.

(Unos minutos después…)

La enfermera bajó de la habitación y regresó con comida para que Isabela recuperara fuerzas. 

Después de comer, Isabela bajó a acompañar a su madre. La última voluntad de su padre había sido ser llevado a Barranquilla y ser cremado allí.

Ambas hicieron todos los trámites necesarios para la cremación y luego se dirigieron hacia Barranquilla. 

Al llegar al aeropuerto, Isabela se acercó a comprar los pasajes.

—¡Buenos días! Señorita, ¿en qué puedo ayudarla? —preguntó una de las agentes.

—¡Buenos días! Quisiera un pasaje para Barranquilla, Colombia —dijo Isabela.

—Sí, señorita Isabela, tenemos disponibilidad. Su vuelo sale esta noche a las 7:40 —informó la agente, cortés.

—¡Gracias! —se despidió Isabela con un leve suspiro de alivio. 

Al llegar a casa, Isabela empezó a preparar su maleta, asegurándose de que todo estuviera en orden. Su madre la acompañaría para llevar los restos de su esposo y luego regresaría al trabajo.

Poco después, Isabela decidió llamar a su tía Laura.

—¡Buenos días, tía! —saludó Isabela con voz temblorosa.

—¡Buenos días, mi niña! —respondió Laura con alegría.

—Tía, te llamo para contarte algo —expresó, sintiendo un nudo en el corazón.

—¿Qué ocurre, sobrina? —indagó Laura, preocupada.

—Mi padre murió —reveló Isabela, luchando contra las lágrimas. —Voy a llevar sus restos a Barranquilla. Quiero pedirte si puedo quedarme contigo. 

—Pobre mi hermano, no puedo despedirme de él... —lloró Laura.

—Tranquila, tía, todo fue tan rápido —intentó consolarla Isabela.

—¿Cuándo vienes? —preguntó Laura, inquieta.

—Llego mañana, si Dios permite —respondió Isabela.

—Voy a preparar el cuarto para ti, mi niña. Nos vemos mañana —concluyó Laura. 

 

El lugar donde su padre solía sentarse a comer ahora estaba vacío y no la acompañaría más. Una profunda tristeza llenaba el ambiente. 

La comida terminó envuelta en un silencio abrumador. 

Isabella se levantó, recogió los platos y subió a la biblioteca a leer. 

Allí encontró el testamento que su padre había escrito antes de fallecer, donde decía: 

Yo, Fernando Luciano Martínez, con plena capacidad, dejo constancia de lo siguiente: una cuenta bancaria con mis ahorros destinada a mi hija Isabella, una parte del dinero a mi esposa Mileydi y nuestra hija. 

El resto se destina a mi exesposa Camila. 

En Barranquilla, mi despacho de abogados queda bajo la responsabilidad de mi hija Isabella, quien asumirá el cargo de presidenta. 

Carta 

10/11/2021. 

Para Isabella, mi hija. 

De Fernando. 

Querida Isabella, espero que estés bien. ¡Te quiero mucho! No quería irme; luché contra esta enfermedad, pero lamentablemente me venció. 

Cuida de Mileydi, tu hermana. Te ama tu papá, Fernando. 

Las palabras de la carta le traían a Isabella paz y tranquilidad. Ahora debía cuidar de su hermana y velar por ambas. 

Las horas pasaron y llegó el momento de ir al aeropuerto. 

Isabella bajó con las maletas hacia la sala donde su madre la esperaba. Llamaron a un taxi que las llevaría al aeropuerto. 

Al llegar, se escuchó por los altavoces: 

—Pasajeros con destino a Barranquilla, preparen su abordaje. 

Isabella y su madre se dirigieron a la puerta de embarque junto a los demás pasajeros. 

La azafata recibió sus boletos y las llevó a sus asientos. 

—¡Ahora solo queda esperar! —dijo Isabella, nerviosa. 

—¡Duerme, mi niña, el viaje es largo! Te avisaré cuando lleguemos —respondió Camila con una sonrisa. 

Isabella se quedó dormida mientras su madre la arropaba con una manta. 

Uno de los pilotos cerró las puertas del avión, apagaron las luces para mayor comodidad de los pasajeros y comenzó el despegue. 

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Helen

Helen

Me enganché

2023-07-22

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