Capítulo 1 ( EL INICIO)

Mi nombre es: Isabella Martínez. Tengo 23 años y vivo en Venezuela con mis padres. Soy delgada, con piel clara, cabello negro y ojos color miel. Estoy en la recta final de mis estudios para convertirme en abogada.

Mi madre, Camila Martínez, es asistente de una doctora en un prestigioso hospital, mientras que mi padre, Fernando Martínez, es arquitecto y se ha ganado una gran reputación en un reconocido bufete de abogados por su capacidad para defender casos complejos.

Sin embargo, todo cambió un día cuando mi padre dejó de trabajar en el bufete. Se sentía mal y decidió acudir al médico. La doctora Arantza, tras realizarle varios exámenes, le dio un diagnóstico devastador: tenía cáncer en el corazón y le quedaba poco tiempo de vida.

Desde ese momento, la atmósfera en casa se volvió sombría. Mi padre cayó en una profunda depresión, sumergido en la angustia de su enfermedad y los problemas matrimoniales que tenía con mi madre. Ella, ocupada trabajando horas extras para poder cubrir los gastos de medicamentos y tratamientos, se mostraba exhausta y preocupada.

Ante esta situación, decidí ayudar a mi padre en el bufete, mientras por la noche continuaba mis estudios en la universidad. Me dolía verlo tan abatido y los calmantes que le recetaron apenas parecían calmar su sufrimiento.

Una semana después, recibí una llamada de la doctora Arantza solicitando que me presentara en el hospital con urgencia. Al llegar, la secretaria me trató con la misma cortesía que a todos los pacientes y me condujo al consultorio. El corazón me latía acelerado mientras esperaba.

—Buenas tardes, doctora —saludé al entrar.

—Buenas tardes, señorita Isabella —respondió la doctora con un tono serio pero amable.

—¿Para qué me mandó a llamar con tanta urgencia? —pregunté, la inquietud reflejada en mi voz.

—Su padre deberá recibir terapias —reveló.

—¿Terapias? ¿Por qué? —indagué, sintiendo que el miedo me invadía.

—Las terapias tienen una duración de seis meses. Le permitirán vivir un poco más —explicó la doctora, observando mi reacción.

—¿Seis meses? ¿Cuánto tiempo le queda a mi padre? —la pregunta salió de mis labios temblorosos.

—Menos de seis meses —respondió solemnemente la doctora.

El peso de sus palabras me hizo temblar.

—¡Pobre mi padre! —exclamé, sintiendo las lágrimas caerme por las mejillas.

La doctora, notando mi agitación, preguntó con preocupación:

—¿Se encuentra bien?

—Sí, disculpe doctora, me distraje —contesté, tratando de recomponerme en medio de la tormenta emocional.

Salí del hospital con la mente en blanco, buscando un lugar para sentarme y organizar mis pensamientos. La angustia me envolvía, y no quería imaginar la posibilidad de perder a mi padre. Decidí que debía buscar otros especialistas para tener una segunda opinión.

Después de calmarme un poco, me dirigí a la universidad. Tenía que presentar mi tesis ese día. Al llegar al salón, me acomodé en el pupitre, revisando mis documentos para la defensa. Justo en ese instante, la directora, Dilia, hizo su entrada.

—Buenas tardes, querida directora —saludaron mis compañeros.

—Buenas tardes, alumnos. Tomen asiento —dijo, con autoridad.

—Gracias —respondieron algunos.

—Quería informarles que la defensa será en el auditorio. Espero que estén listos —anunció, y el murmullo en el salón se intensificó mientras los estudiantes se preparaban para el desafío que los esperaba.

Con el corazón dividido entre la preocupación por mi padre y la exigente presentación de mi tesis, me preparé para enfrentar el día.

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