Esta sería la última vez.
Sabía que mis palabras eran huecas mientras me las repetía mentalmente, pero curiosamente encontraba cierto consuelo al recurrir a ellas. No importaba que ya las había usado en el pasado, no importaba que no fueran ciertas; porque, en el fondo, me reconfortaba fantasear con que, de hecho, esta sería la última vez.
Miré hacia el otro lado de la calle, mi figura oculta en las penumbras del callejón que había elegido con sumo cuidado, desde aquí tenía una vista privilegiada a las puertas de un bar con el que me había familiarizado en la última semana. Esta zona de la ciudad no tenía buena reputación, pero eso no me preocupaba, no cuando eras experto en mi trabajo.
Y yo era la mejor.
El bar se encontraba concurrido, aunque fuera mitad de semana, pero ya conocía este dato. También sabía que varias de esas personas adentrándose en ese agujero infernal no eran conscientes del peligro al que se exponían.
Estaban entrando, de buena gana, a la boca del lobo.
Sonreí ante mi broma privada, después de todo, el dueño de Howl era, en efecto, un licántropo.
Pero no era por él por quién me encontraba aquí esta noche. Observé a un grupo de universitarias abandonando el lugar, riendo y dando pasos desequilibrados; todas en avanzados estados de embriaguez, ajenas a lo que les acechaba en las sombras.
En ese momento, un hombre salió del bar, su atención puesta en el grupo de mujeres; no, me recordé, en una de ellas. Era la más menuda del grupo; apenas pasando el metro y medio, a pesar de vestir zapatos con plataformas esta noche.
Una médium.
Todavía me impresionaba, y estremecía, al ver a una en persona. Eran almas impredecibles, contrario al resto de criaturas mágicas que conocía, los médiums podían nacer sin necesidad de linaje. Cualquier humano podía dar a luz a un médium sin saberlo, ese hecho me impactaba tanto como el tipo de poder que poseían. Era magia… muerta. O al menos, así es como había decidido denominarla años atrás. Podían predecir la muerte de alguien si ésta era muy… violenta. Además del siniestro asunto de ver fantasmas. Me estremecí al imaginar presenciar algo así de oscuro, ese tipo de magia siempre me hacía ser consciente de mi propia mortalidad.
Pero no era sólo por esto por lo que los médiums eran conocidos…
Eran presa fácil.
Muchos de ellos ni siquiera descubrían lo que eran hasta que era demasiado tarde. Mi mirada se dirigió nuevamente hacia el hombre, se había arreglado para presentarse al grupo de mujeres mientras ellas soltaban risitas borrachas. Quise gritar ante la estupidez de las humanas, ¿no tenían instintos? ¿no veían las intenciones de aquel monstruo? Pero entonces me recordé que no podían, porque ante sus ojos, él sólo era un humano más; un tipo bien parecido que se había acercado a flirtear. Pero yo lo sabía mejor.
Un hechicero.
Sanguijuelas, criaturas creadas a partir del robo de magia; a partir del asesinato. Hice una mueca de asco cuando una de las mujeres se acercó interesada en lo que el monstruo le decía con una sonrisa seductora en su rostro; no importaba que fuera atractivo, al verlo sólo podía ver muerte en sus ojos. La muerte de la pequeña mujer a la que planeaba robarle su magia.
Los hechiceros no nacían, eran transformados; los humanos y las criaturas mágicas solían coexistir en relativa paz, hasta que un humano decidió que no quería estar en el final de la jerarquía de magia, mató para tener poder; y así el caos volvió a desatarse. Mientras existiera un hechicero vagando por esta tierra, ninguna criatura portadora de magia estaría a salvo; así que era mi trabajo exterminar esta plaga.
Aunque no fuera un trabajo que disfrutara.
Me obligué a pensar en lo que este monstruo le haría a la pobre chica, ya había visto la crueldad de estas bestias. No era sólo el asesinato, había ciertos rituales que debían cumplirse primero, rituales que involucraban torturas indescriptibles para la víctima. Mi mano se dirigió de forma automática hacia la cicatriz que surcaba mi rostro; trazando una línea directa desde mi frente hasta mi barbilla, esquivando por poco mi ojo derecho. Había tenido suerte, después de todo, pude haber perdido ese ojo; pude haber muerto.
El grupo de mujeres se había dispersado, alejándose calle abajo mientras dejaban a la pequeña médium con el hechicero; sus amigas ignorantes lanzando sonrisas y gestos de aliento sin comprender que quizás esta sería la última vez que verían a su amiga con vida.
Tomé un fuerte aliento, cubriendo mi rostro con la capa oscura que descansaba en mis hombros, desapareciendo aún más en las sombras.
Esta sería la última vez, me repetí una vez más.
Entonces seguí a la pareja que se alejaba en dirección contraria a donde se habían marchado el resto del grupo; mi mano aferrándose al primer cuchillo descansando en la funda contra mi pecho.
Recorrí las calles en silencio, atenta a lo que pasaba frente a mí. Varios metros por delante, pero nunca fuera de mi vista, la pareja reía y se abrazaban, los pasos de ella cada vez más tambaleantes, me sorprendía que no se hubiera estrellado contra el pavimento aún. Por otro lado, el brazo de él se aferraba a la estrecha cintura como si fuese una cadena, supuse que eso evitaba las caídas, y que escapara. Ninguno me notó mientras los seguía, tenía que ser un hechicero principiante, quizás esta fuese su segunda víctima.
Los humanos no nacían de la magia, por lo que sus cuerpos no estaban preparados para portar ningún gramo de poder; los hechiceros con el tiempo descubrieron que la magia que robaban no permanecía almacenada en ellos, se desvanecía. Lo que les obligaba a volver a matar si deseaban seguir teniendo poder en su sistema.
La pareja tomó un desvío y fruncí el ceño cuando me percaté de a qué altura íbamos, si recordaba bien la zona, esa callejuela no tenía salida. Me apresuré en silencio, doblando al mismo tiempo que observaba como una segunda sombra se unía a ellos.
Eran dos.
Quise gruñir ante la cobardía de estos monstruos, habían acorralado a una confundida y pequeña médium, iban a torturarla y matarla, y ella no podría escapar. No cuando no sólo la superaban en número, sino que eran más fuertes que su diminuta forma. Un grito asustado escapó de la menuda mujer cuando comprendió que había caído en una trampa, me adentré más en la callejuela, era momento de hacer mi gran entrada.
—Parece una fiesta dispareja, ¿puedo unirme?
Las tres figuras detuvieron el forcejeo mientras se giraban para notarme, sabía que no podían ver mis facciones debido a la capa y eso estaba bien, porque mi rostro sería lo último que verían estos monstruos, verían mi cara y sabrían que la muerte había llegado por ellos.
Puede que no disfrutara mi trabajo, pero era malditamente buena en ello.
El primer hechicero, el del bar, se movió un paso más cerca, quizás intentando conseguir un mejor vistazo; saboreé su frustración cuando no lo consiguió, su rostro se deformó en una mueca grotesca mientras daba otro amenazador paso en mi dirección. Me mantuve indiferente en mi sitio, mi mano aferrándose al cuchillo en mi palma.
—Vete de aquí. O terminaras como ella.
Un roce helado viajó por mi columna, si este hombre no tuviera su sentencia marcada a fuego, lo habría conseguido ahora con esas palabras. Terminaras como ella. Resistí el impulso de alzar mi mano a mi cicatriz, aferrándome al metal contra mi palma para serenarme. Iba a matarlos a ambos, e iba a jodidamente disfrutar de hacerlo.
Antes de que pudieran advertir lo que sucedía, eché mi brazo hacia atrás, en un arco ensayado a la perfección; y lancé el cuchillo. Voló por los aires, rozando al primer hechicero y clavándose en mi objetivo. Un gruñido, medio quejido, sacó del estupor a todos mientras el segundo hombre se doblaba a la mitad, mi cuchillo sobresaliendo de su tórax.
—Yo que tú no me lo arrancaría —dije con tono alegre —es una zona peligrosa, la que apunté. Verás esas son tus costillas, creo que la quinta y sexta si mis cálculos no son erróneos, y mi cuchillo atravesó tu intercostal izquierdo por lo que diría que tienes como, un minuto o menos luego de que te lo saques, antes de morir.
—Voy a matarte —gimió mientras se dejaba caer sobre una rodilla, sus manos aferrado al cuchillo, pero sin hacer ademán de quitárselo.
—Claro que lo harás —dije burlonamente —pero antes, ¿cariño? —la médium me miró asustada, sus ojos iban de mí al hombre estremeciéndose de dolor a sus pies —¿puedes alejarte hacia esos basureros? Quédate sentadita hasta que termine aquí, ¿sí?
No respondió, pero se alejó en la dirección que le indiqué. Satisfecha volví mi atención a los hombres nuevamente; el del cuchillo se hallaba casi desmayado del todo; supuse que podía encargarme del otro primero.
—No sabes con quien te estás metiendo, maldita zorra —dijo el tipo del bar al comprender que lo había elegido sobre su amigo.
Sonreí, esta vez cediendo a mi lado dramático y dejando que la capa cayera de mi cabeza, enseñándole mi rostro marcado. Lo último que vería antes de su final.
—Acabas de robarme la línea —dije mientras dejaba mi poder fluir, al fin.
No había comparación, a la sensación de sentir toda esa fuerza bañándome desde mi interior; era como un bálsamo. Dejé que el instinto se hiciera cargo, era como respirar. Sabía que no podía indagar en su mente, su alma ya estaba lo suficientemente corrompida, aunque veía trozos aquí y allá, nada de eso me serviría para mantenerlos cautivos en su propia mente. No soñaban, las criaturas sin almas; y este hechicero había vendido su alma por poder.
Sabía lo que tenía que hacer, aunque siempre odiaba tener que recurrir a esto. Suspiré dejando escapar mi magia, casi podía visualizarla; hilos plateados escapando de mi cuerpo, formando una telaraña que se iba entretejiendo hasta hacerse más y más grande; alcanzando las formas alejadas de los hechiceros, envolviéndolos y atrapándolos conmigo. Acorralándoles en mi mente.
Dejé que imágenes reemplazaran los hilos, hasta formar un escenario que recordaba bien. De pronto ya no estábamos en esa sucia callejuela, estábamos en un gran salón, pisos y columnas robustas del más resplandeciente granito, una gran chimenea ornamentada en oro flameaba en una de las paredes; el fuego casi se sentía real, casi podía sentir su calor. Miré hacia los hechiceros, sabiendo que estarían aterrados, quizás sin comprender qué sucedía si eran tan inexpertos como sospechaba. Sus ojos iban de un lugar al otro, brillosos sin entender lo que veían. Sonreí cansadamente mientras me acerqué, entonces los vi.
Estaban en los bordes de mi recuerdo, acechándome entre las sombras; esperando. No eran real, lo sabía, no podían lastimarme. Pero lo habían sido, habían sido reales, y me habían lastimado. Llevaban capas oscuras, cubriendo sus rasgos, ocultándolos sabiendo que eso sólo atormentaría más a la joven que se encontraba atada frente al fuego, aterrada sin comprender lo que sucedía. Casi pude visualizarme allí, con tan sólo quince años, confundida y asustada sin saber quiénes eran estas personas, por qué querían hacerme daño, por qué me habían elegido a mí. Más tarde comprendí que había monstruos caminando en esta tierra, monstruos que no necesitaban porqués.
Alejé mi atención de las sombras encapuchadas, observando a los hechiceros intentando controlar lo que sus mentes les susurraba, pero era en vano; porque no eran sus mentes. Era la mía. Llegué al primero, mientras giraba para enfrentarme; sonreí ante sus desesperados intentos por no ceder a la alucinación; aunque fuesen intentos inútiles.
—¿Esto es lo que querías hacer con ella? —dije, dejando que mi voz fluyera con un susurro, acariciando los bordes de su mente desgarrada —. Querías torturarla, querías que suplicara piedad —me acerqué hasta rozar una mano sobre su mejilla derecha, recorrí con un dedo una línea imaginaria desde su barbilla a su frente —. Querías marcarla. Y entonces, sólo entonces, la matarías para quitarle algo que nunca te perteneció.
Gimió mientras dejé que mi magia avivara las llamas de la imponente chimenea. Me moví hasta detenerme detrás de él, una rápida mirada a su amigo me dijo que había muerto, mi cuchillo descansando junto a su cuerpo; no había seguido mi consejo.
—¿Sabes con cuántos como tú me he cruzado? Cientos —susurré en su nuca — ¿Sabes a cuántos he matado? A todos ellos.
Deslicé un segundo cuchillo, el frío metal dejando una sensación calmante en mi mano; las sombras todavía observándonos en los bordes de mi visión.
—Te hubiera permitido luchar, pero tú no ibas a dejar que ella luchara, ¿verdad? No ibas a arriesgarte —con un rápido movimiento clavé el cuchillo en su espalda, sabía que había atravesado uno de sus riñones —Ibas a matarla sin honor, entonces morirás sin él.
Torcí el cuchillo, desgarrando la herida, y lo retiré, con fuerza. Cayó apenas lo solté, su rostro distorsionado en un grito silencioso, su frente arrugada por el dolor. Esperé junto a él hasta que la última de las respiraciones abandonó su cuerpo, sólo entonces, apagué la alucinación, atrayendo la magia de regreso a mi interior.
Ahora sólo tenía que llevar a la chica a…
Me detuve a medio paso, mirando hacia los contenedores de basura que había señalado, a donde le había ordenado que esperara. No había nadie allí; miré alrededor para asegurarme de que eran los contenedores correctos, pero no había dudas. La médium había escapado.
Mierda.
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Comments
Grasiz Venegas Beroiza
Guauuu... Excelente. Me atrapó desde el primer párrafo. Lasigolasigolasigooo!!!😅💕🌹
2024-03-03
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