Como caminante de la Academia de Blackthorn mi trabajo no consistía sólo en acabar con la amenaza que los hechiceros representaban para las criaturas mágicas; también teníamos como tarea encontrar a los médiums, la mayoría desconociendo su verdadera identidad, y llevarlos a un lugar seguro para que pudieran aprender a dominar su magia y así lograr defenderse.
Y no había lugar más seguro que la Academia Blackthorn.
Aún recordaba el primer vistazo que tuve, cuatro años atrás, de la imponente estructura de piedra que llevaba oculta de la vista de los humanos por más de mil años. Escondida entre los extensos campos de Oxfordshire, reinando majestuosamente en silencio, se encontraba un castillo de piedra medieval que podría haber salido de cualquier película de caballeros. Me había quitado el aliento, en aquel primer vistazo, y lo seguía haciendo incluso ahora.
Siempre me sentía aturdida después de salir al mundo real, de caminar entre calles ruidosas custodiadas por brillantes carteles de neón; volver a este lugar bien podría compararse con viajar en el tiempo hacia el pasado.
Desafortunadamente, estaba tan ensimismada en mi fracaso como para apreciar la impresionante vista mientras me acercaba a las altas puertas; los guardias me notaron a la distancia y una voz que conocía bien acarició los bordes de mi mente, pidiendo la entrada.
—Me preguntaba cuando volverías, estoy seguro que me echaste de menos.
Giré los ojos, aunque sabía que era imposible que me viera a esa distancia y con mi niqab ya asegurado alrededor de mi rostro, bloqueando cualquier vistazo de mi rostro marcado.
—Echarte de menos fue lo último en mi lista; de hecho, ni siquiera formó parte de ésta.
Sentí su risa a través del vínculo.
—Abre la puerta y deja de holgazanear.
Cerré el vínculo, bloqueando cualquier intrusión, antes de que tuviera oportunidad de responder. Aceleré los últimos metros mientras las grandes puertas se abrían y mi motocicleta atravesaba el portal; sentí la magia de las deidades bañándome en ese segundo donde la barrera acaricio mi alma, dándome la bienvenida.
Estaba en casa.
Mi alivio fue leve mientras la realidad de mi situación volvía a hacerme frente, debía ir con los altos jefes y decirles que había fallado en mi misión.
Maldita, maldita sea.
Decidí que bien podría darme un baño antes de tener que enfrentarme a la furia de mis superiores. La cobardía nada tenía que ver con mi decisión. Por supuesto.
Dejé que las calientes aguas bañaran mi piel, suspirando cuando los músculos rígidos por el largo viaje se relajaron al fin. Apoyé mi cabeza en el borde liso de la roca detrás de mí, dejando que mi mirada vagara por los altos techos tallados. Eran pasada la medianoche; los baños estaban vacíos y disfrute de este pequeño milagro. El estanque permanecía caliente por la magia, y aunque podía encender las luces preferí mantenerme en las penumbras por si alguien decidía hacer un viaje tardío a la zona de lavado.
Sentí su presencia antes de que tocara el agua, sonriendo a mi pesar.
—Te oí a una milla de distancia —susurré roncamente.
El agua se alteró cuando su cuerpo rompió la superficie, segundos más tarde sentí el roce febril de su carne contra la mía, mi cuerpo se estremeció en contra de mi voluntad.
—Quería asegurarme que estabas bien —dijo antes de sentir sus labios acariciando mi hombro.
—¿Y eso no podía esperar a que tu turno en las puertas terminara? —o a que estuviera vestida.
Murmuró algo ininteligible contra el hueco de mi hombro, sus manos apoderándose de mis caderas, pegándome a la fría roca detrás de mí mientras se instalaba en mi contra.
—Le pagué a Harry para que me cubriera quince minutos —dijo deslizando una de sus manos por las leves ondulaciones de mi vientre, la anticipación me invadió —pensé que me necesitarías aquí.
Sonreí, alzando mis manos hasta los rizos de su nuca, enredando mis dedos en ellos. No podía notar su color en esta penumbra, pero podía visualizar los hilos dorados, brillando incandescentes con cada rayo de luz.
—¿Quince minutos serán suficientes para ti?
Esta vez, sentí su sonrisa engreída en la comisura de mi boca.
—Me tomará sólo cinco, cariño. Te abrazaré los diez restantes.
Su boca se tragó mi risa mientras su mano, al fin, llegaba a su destino en la unión de mis piernas. Alcé una, envolviéndola alrededor de su grueso muslo; dándole espacio para explorar. Sus dedos no tardaron mucho en ponerme suave y cálida en esa zona; me conocía bien. Pero yo lo conocía mejor.
Arrastré mis uñas por los músculos de su espalda, clavándolas en el tenso globo de su trasero; sonreí cuando lo sentí estremecerse en mi contra. Mordí su labio inferior y al fin dejó de contenerse. Ya no era cuidadoso, ya no éramos amables; un frenesí entusiasta nos consumió mientras se adentraba en mi interior y nos movíamos en perfecta sincronía ensayada, salpicando riachuelos fuera de la piscina.
—¿Lo sincronizaste? —pregunté, saciada después de nuestra actividad reciente.
Casi pude escuchar su sonrisa, su mano apartó mimosamente los cabellos pegados a mi frente.
—Tienes diez minutos para abrazarme todo lo que quieras, cariño —dijo Mason, envolviendo sus fuertes brazos a mi alrededor.
Fingí fastidio mientras me desenredaba, pero sólo le tomó otro minuto acercarme nuevamente, esta vez lo dejé mientras apoyaba mi cabeza en su pecho y suspiraba.
—Lo sabía —dijo orgulloso, sus labios rozando mi frente; esperé en silencio a que continuara —. Realmente me extrañaste.
Pensé en ahogarlo en las tibias aguas, pero me tomaría demasiada energía que mejor reservaba para enfrentarme a los jefes. Como si sintiera el rumbo de mis pensamientos, añadió.
—¿Fue demasiado tarde?
Sabía a lo que se refería, ¿el hechicero la había matado? Irónicamente eso hubiera sido mejor aceptado que lo que tenía para reportar.
—Ella está bien —al menos lo esperaba, Londres bien podría ser la Comic-con de hechiceros de toda UK, había demasiados de ellos sueltos por ahí, en busca de su próxima presa —. Maté a dos, pero la chica huyó antes de que pudiera explicarle lo que sucedía.
Eso era todavía peor, no sólo había perdido a la médium, sino que también se había escapado antes de que pudiera explicarle lo que sucedía y cómo su vida corría peligro. Probablemente había una pobre chica traumatizada recorriendo las bulliciosas calles ahora mismo. Hice una mueca con esa imagen.
Mason acarició mi brazo, dándome apoyo, aunque dudaba que sirviera ante la inminente reunión con el concejo. Estaba jodida, y ambos lo sabíamos.
El concejo era un grupo selecto de personajes importantes dentro de la Academia, todos ellos escupidos por la más prestigiosa élite mágica de Europa, algunos incluso pertenecían a la realeza humana, aunque los mismos humanos lo ignoraran.
Doce asientos se alineaban frente a mí, uno al lado del otro, en una larga mesa. Todos estaban ocupados. Sobre ellos, de los altos muros de piedra, colgaba un tapiz de hilos dorados, el escudo de la Academia bordado en el centro; una espada y una rosa entrecruzadas.
Los doce rostros me observaban impasibles, me mantuve firme, aunque sabía que sólo mis ojos eran visibles para ellos. Mi velo estaba de vuelta en su lugar. Noté como los labios del conde Wentworth se fruncían, pero lo ignoré. El hombre creía que ocultaba mi rostro debido a principios religiosos, y yo no me molesté en negar sus creencias.
Afortunadamente, fue Sarah Fairfax quien tomó la palabra.
—Marin Blackthorn, te encuentras ante tu concejo para reportar los resultados de tu reciente misión.
Una sonrisa burlona reemplazó la mueca del conde y deseé poder borrarla a golpes. Sabía cuál era el objeto de su burla.
Yo era una Blackthorn.
Contrario a lo que se creería, llevar el nombre de la prestigiosa academia no era razón de orgullo, no. Era una sentencia. Cualquiera que escuchara mi nombre sólo pensaría una cosa: bastarda.
No es que los demás caminantes no fueran bastardos de las deidades, todos lo éramos. Nacidos de la unión de dioses y humanos, condenados por nuestra herencia a servir a nuestros creadores, siempre siendo sus siervos leales. Pero, quizás aludiendo a una generosidad que no sentían, las deidades concedían el incomparable honor de otorgarle su nombre a su descendencia.
Nadie me había reconocido a mí.
Encontraron mi cuerpo en las puertas de un convento, al borde de morir a causa de una fuerte tormenta; las monjas me adoptaron y me nombraron Marin, diciendo que llegué del mar con la lluvia, pero ellas no tenían el derecho de darme un apellido y no lo hicieron. Así que cuando la academia me encontró, yo seguía siendo una don nadie. Ninguna deidad se alzó y me reclamó, nadie me dio el honor de llevar su nombre. Por lo que me marcaron con el nombre Blackthorn, que bien podría traducirse como “hija de nadie”.
Me enfrenté a la mirada de la señorita Fairfax.
—Así es. Encontré a la médium en la ciudad de Londres, dos hechiceros, asumo que eran principiantes, la habían encontrado y la emboscaron en un callejón. Iban a matarla por lo que los eliminé.
Fairfax asintió con aprobación, los bordes de su boca arrugándose en repugnancia ante la mención de los hechiceros, no me relajé porque sabía que lo que venía ahora sería difícil. Sería peor.
Esta vez, fue Thomas Mahun quien habló.
—¿Y la médium? ¿por qué no está contigo ahora mismo?
Un silencio expectante siguió a la profunda voz del caminante de alto rango. Me negué a flaquear mientras me encontraba con los ojos de plomo del hijo de las tormentas.
—Ella escapó mientras me encargaba de los hechiceros.
El bullicio comenzó tan pronto la última palabra abandonó mis labios, me mantuve en silencio observando como el concejo se indignaba y despotricaba en mi dirección, sabía que esto sucedería; había fallado en mi misión y tenía que pagar por mi falla.
La voz de Fairfax se alzó sobre el tumulto, la médium volvió su atención a mí, ya no había orgullo silencioso en su expresión.
—Estamos preocupados por ti, Marin —el deseo de alzar las cejas incrédula era fuerte, pero me obligué a permanecer impasible —, no es tu primer error. Estamos al tanto de que aún no te comprometes a jurar lealtad, y ya transcurrió un año desde tu acto. Todos tus compañeros juraron lealtad entonces, sin embargo, entendimos que necesitabas un poco más de tiempo —sus ojos vagaron por la tela negra ocultando mi rostro —fuimos generosos y te concedimos una prórroga. Pero nuestra generosidad se acaba, y tu tiempo para jurar lealtad, también.
Jurar lealtad, donde además me marcarían con fuego. Quise enseñarles mi rostro, gritarles que no necesitaba ninguna otra marca. Mi cuerpo ya estaba marcado, no tenía deseos de marcar mi alma también.
Tampoco respondí ante su afirmación de que todos mis compañeros habían jurado lealtad hace un año, porque no era verdad. Pero sabía que ellos no hablarían de ellos, sabía que yo tampoco debería pensarlos. El rostro sonriente y pecoso de Gretta apareció en mi mente, ella no sonreía cuando la sacaban a rastras del gran salón.
Ante mi silencio, Fairfax continuó, esta vez dotando su voz de un falso timbre conciliador.
—Hemos considerado tu situación, y el concejo llegó a la conclusión de alejarte de las misiones individuales hasta que tu juramento se haya pactado —me tensé ante sus palabras, sin esas misiones estaría encerrada aquí para siempre, como una prisionera —mientras tanto, te asignamos a una nueva unidad grupal; estarás en el equipo asignado al caminante Alec Nuvis, seguirás sus órdenes y al terminar la misión, juraras tu lealtad.
No podía importarme menos lo que estuviera diciendo Fairfax porque en ese momento las puertas detrás de mí se abrieron y alguien entró; no tuve que girarme para saber de quién se trataba.
Alec Nuvis. Hijo del dios del fuego.
Lo sentí deteniéndose a mi lado, su brazo casi rozándome, me mantuve tensa como una cuerda a punto de estallar, todavía negándome a reconocer su presencia. La mirada de Fairfax brilló con algo muy parecido a la admiración mientras se desviaba hacia el recién llegado.
—Alec Nuvis, hemos asignado a la señorita Marin Blackthorn a tu equipo, estará bajo tus órdenes en esta misión, la última antes de su acto, ¿estás de acuerdo en instruirla con los principios de la Academia Blackthorn?
Sabía que sólo lo preguntaba por mera teatralidad, nadie podía negarse a los deseos del concejo. Sin embargo, todavía me estremecí cuando su voz inundó la habitación.
—Acepto mi tarea con honor, no defraudaré a mi Academia.
Sentí su mirada sobre mí y, en contra de mi buen juicio, alcé mis ojos al encuentro con los suyos.
Llamas doradas y brillantes me devolvieron la mirada. Entonces, volvió a hablar, esta vez sólo para mí.
—Bienvenida a mi tropa, Blackthorn.
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Comments
Grasiz Venegas Beroiza
Phaaaahhh!!! Qué le espera en ese grupo???😱🫵
2024-03-03
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