...[Siempre hay una elección]...
El sonido del teléfono vibrando sobre la mesa me sacó de mis pensamientos. Estaba a solo unas calles de la casa de Katherine, maldiciendo el tráfico infernal que me había retrasado más de lo que esperaba. Revisé la pantalla, esperando ver un mensaje suyo reclamándome por la tardanza con ese tono dulce que solía usar. Pero lo que encontré fue algo que jamás habría imaginado.
Una fotografía.
El aire se me cortó en el pecho. Katherine. Golpeada. Su rostro hermoso estaba hinchado, con rastros de sangre en la comisura de sus labios y un ojo amoratado. Estaba atada a una silla en lo que parecía un almacén sucio, su mirada desbordada de miedo. Y debajo de la imagen, un mensaje breve, como si quienes lo hubieran escrito supieran exactamente cómo desgarrarme por dentro:
"Si quieres verla viva, ven solo. Te enviaremos la ubicación."
La furia se mezcló con el pánico, creando una tormenta que rugía dentro de mí. Mis manos temblaban mientras sostenía el teléfono. Sentí cómo el mundo a mi alrededor se desvanecía, dejando solo un pensamiento claro: la tenían a ella. Mi stellina.
Apreté los dientes hasta sentir dolor en la mandíbula. Esto era mi culpa. La había puesto en peligro por meterla en mi vida, por creer que podía tener algo normal, por pensar que podía protegerla de lo que soy. De lo que siempre he sido.
Sin pensarlo dos veces, marqué el número de Alexander.
—Areu, ¿dónde estás? —su voz sonaba relajada, pero yo no tenía tiempo para rodeos.
—La tienen. —Mi voz salió grave, cargada de rabia contenida—. Se llevaron a Katherine.
Hubo un silencio breve al otro lado de la línea, seguido por un cambio inmediato en su tono.
—¿Quién?
—La mafia rusa. —Mi respiración era un gruñido. —Me enviaron una foto. La golpearon. Me dieron una dirección y quieren que vaya solo. Prepárate.
Podía escuchar cómo Alexander se movía rápidamente, su voz transformada por la seriedad.
—¿Qué necesitas que haga?
—Llama a los hombres. Los quiero listos, pero que se mantengan ocultos hasta que yo dé la orden. Si me ven con refuerzos, podrían matarla. —Apreté el volante con tanta fuerza que sentí cómo el cuero crujía bajo mis dedos—. No hay margen para errores, Alex. Si le pasa algo, no me importa destruir esta ciudad entera para vengarla.
—Lo haremos bien. Te juro que la sacaremos de ahí.
Colgué sin responder. No había espacio para promesas. Solo acciones.
Conduje hasta el lugar indicado, mi mente repasando cada detalle. Los rusos nunca habían tenido una oportunidad de atacarme directamente. Siempre estuve un paso adelante. Era metódico, calculador. Pero Katherine… ella era la grieta en mi armadura. La debilidad que nunca quise admitir.
Cuando llegué cerca del almacén abandonado, disminuí la velocidad. No había luces, solo la oscuridad y el eco lejano del viento golpeando las láminas oxidadas. Aparqué el coche y salí, asegurándome de que mi arma estuviera bien oculta bajo la chaqueta. Sabía que podían registrarme, pero no pensaba ir desarmado.
Caminé hacia la entrada, sintiendo el peso del silencio. Dos hombres armados salieron de las sombras, sus rostros duros, sin una pizca de humanidad. Me revisaron rápidamente, quitándome el arma que llevaba en el tobillo. No puse resistencia. Quería mantenerlos tranquilos. Por ahora.
Me condujeron hacia el interior del edificio. El olor a humedad y metal oxidado llenaba el aire. Mis ojos se adaptaron rápidamente a la oscuridad, y ahí estaba ella.
Katherine.
Su cabeza colgaba hacia un lado, pero cuando escuchó mis pasos, levantó la vista. Su rostro golpeado, sus ojos llenos de miedo y dolor, me partieron en mil pedazos. Vi cómo sus labios se movieron ligeramente, murmurando mi nombre sin voz.
—Vaya, vaya… —dijo un hombre al fondo, saliendo de entre las sombras. Era Nikolai, uno de los líderes de la mafia rusa, alguien que pensé que nunca se atrevería a enfrentarse a mí de esta manera—. El gran Areu, reducido a esto por una simple mujer.
No respondí. Mi mirada estaba fija en Katherine. Cada segundo que pasaba sin poder sacarla de allí era un infierno.
—Pensamos que eras intocable, —continuó Nikolai, caminando alrededor de ella como un depredador—. Pero todos tienen un punto débil. Y tú… finalmente encontraste el tuyo.
Apreté los puños, controlando el impulso de arrancarle la garganta en ese instante. Sabía que si me precipitaba, Katherine pagaría el precio.
—¿Qué quieres? —mi voz fue un susurro helado.
—Un trato. Tu territorio. Tus operaciones en el puerto. Nos las cedes y ella sale viva.
Me reí, una risa sin humor, cargada de veneno.
—¿Crees que esto funcionará?
—No tienes elección.
Me acerqué un paso, mi expresión imperturbable, pero dentro de mí, el monstruo rugía con hambre de sangre.
—Siempre hay una elección.
Y la mía estaba por llegar. Solo necesitaba la señal para que Alexander y mis hombres entraran en acción.
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