LISTA PARA PARTIR

Evie se encontraba guardando las pocas prendas que había logrado adquirir en sus quince años dentro de la milicia, ya que su entrada en esta se debió a motivos excepcionales, no había aceptado pago alguno. Solo alguna que otra recompensa que se le daba. La orden que recibió era clara: antes de irse debía dejar todo, incluyendo su uniforme. Solo se llevaría sus pijamas, alguna que otra ropa de civil y demás prendas.

Aunque en realidad no necesitaba mucho tiempo para desprenderse de todo, en una pequeña valija guardó todo incluyendo sus implementos de dibujo y escritura, ya que por mucho tiempo deshago el estrés postraumático que había obtenido de la guerra en sus libros e ilustraciones. Lista para partir, permitió que las mucamas se llevaran el resto de sus cosas, incluyendo sus documentos que hasta ese entonces la identificaban como Rosalyn, para que estas fueran al patio y se dispusieran a quemarla.

—Aún me cuesta creer que dejarás de ser mi superiora—la voz del príncipe se escuchó a sus espaldas.

—Saludos, príncipe Edward, discúlpeme por mi descortesía al no haber notado su presencia—hizo una leve inclinación aunque casi pierde el equilibrio, debido a que aún se encontraba muy débil.

—Estamos solos—dijo ayudándola a enderezarse—no tienes que ser tan formal, recuerda que aún no te recuperas del todo.

Cuando el príncipe la ayudó a levantarse, pudo notar un leve rastro de su antiguo poder dentro de él, lo que provocó que Evie sonriera ante tal hecho. Le dolía desprenderse de algo con lo que trabajó por casi toda su vida; sin embargo, siendo que ahora su heredero sería el mismo hombre el cual entrenó desde su infancia y que pronto asumiría el trono, podía respirar tranquila de que su poder quedaba en buenas manos.

—Prometo cuidar tu trabajo—dijo el príncipe al notar que su antigua entrenadora sabía que él poseía su cristal mágico—lo que has hecho no será en vano, tienes mi palabra real.

Evie asintió ante la promesa del príncipe, sabía que la palabra real no podía retractarse por nada en el mundo. El joven príncipe le pasó un sobre con varios documentos, entre ellos su nueva identificación que la nombraban como Evie Bell.

—Ahora eres lady Evie Bell—explicó su alteza—una huérfana de guerra que creció en el orfanato de la capital y que se enamoró de Sir Thomas Lasky, contrayendo matrimonio después de la muerte de su anterior esposa. Por eso es que cuando firmes tus documentos matrimoniales, tu nuevo apellido será Lasky.

—Ante cualquier cosa debo creerme mi pasado como Evie Bell—respondió sin apartar su vista del sobre—y actuar como la segunda esposa del conde de Versalles, Evie Lasky. ¿Cierto?

—Sí, así es. No importa que, no puedes olvidar tu apellido de soltera por más que cambie cuando te cases, ya que será un recordatorio de tu "identidad" anterior—el príncipe se dispuso a irse—te deseo suerte en tu nueva vida.

Evie se inclinó un poco ante la salida de su anterior aprendiz, sintiendo como un nudo amargo se formaba en su garganta. Un poco pálida se sentó en su cama, dejando a su lado el sobre dado por el príncipe. Se llevó sus manos a su cabeza, intentando calmarse, pero ahora que sentía la totalidad del peso de lo que significaba haberse desprendido de su anterior ser, no podía dejar de sentir una sensación de inquietud y estrés.

No solo debía desprenderse de los manerismos que había adquirido todos esos años en el ejército, sino que tenía que ocultar su cuerpo tonificado hasta que este poco a poco perdiera su musculatura marcada. Por lo que debería usar siempre prendas de manga larga, algo que de por sí odiaba. Aquella sensación de perder algo valioso para su ser, como lo era su verdadera identidad, empezaba a agobiarle más que la falta que su cuerpo sentía por la ausencia de su cristal mágico.

—Es lo mejor, Evie—sonrió al notar que por primera vez se llamó así misma con su nuevo nombre—es mejor esto que ser usada para amenazar a miles de inocentes.

En lo que esperaba que el conde de Versalles pasara por ella en su carruaje, se sentó en un pequeño jardín que tenía vista a casi todo el palacio, mientras las mucamas le servían un poco de té y galletas. No pudo evitar sentir nostalgia al ver aquel lugar, intentando contener sus lágrimas. Soltó una pequeña sonrisa, al recordar su primer encuentro con el rey y como fue que marcó su entrada a la milicia.

Suspirando pesadamente, tomó un cuaderno de su pequeña valija y escribió en este una idea que se le ocurrió apenas pensaba en como conoció al monarca. Mientras escribía no pudo evitar sentir una sensación de alivio inmediato, ya que era de las pocas que relacionaba la escritura con algo terapéutico:

Lo que una vez perdí

Anastasia, hija de un antiguo pionero médico, juró venganza luego de ver como su padre es asesinado por un grupo de personas entre las cuales estaba su mejor amigo. Sin dinero o un hogar donde refugiarse, marcha a las montañas para entrenar su poder mágico e idear su venganza contra quienes le arrebataron todo lo que tenía, sin pensar que su primera víctima le revelaría una verdad que la haría replantearse todo lo que una vez presenció. 

Limpiándose una pequeña lágrima que se le escapó, pasó sus dedos por encima del grafito que había usado para escribir esa idea. En definitiva la continuaría, algo en su interior la empujaba a terminar la historia y aunque tuviera que publicarla con un pseudónimo, podría liberarse de toda esa tristeza que sentía encima.

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