Capítulo cuatro - Mi espos@

—Mamá, ¿puedes dejarme hablar? —preguntó Belén después de escucharla a su madre quejarse de ella un buen rato—. No mamá, es muy tarde para atravesar toda la ciudad ahora e ir a contarte lo que me dijo mi padre.

Belén estaba viendo que salían de la ciudad. Tenía miedo de que su padre lastimara a su madre, pero no podía hacer nada hasta colgar. Tal vez su vampírico esposo le permitiría apartarse el primer día de la luna de miel para dejar a su madre tranquila.

—Escucha mamá, me iré a un hotel y cuando cargue el móvil te llamaré —dijo Belén dándose cuenta de que se estaba quedando sin batería. Por fin algo de su despiste la ayudaba—. Sí, te amo, si mamá. Lo sé, no le abriré la puerta a ningún extraño. Sí, voy a apagar y desenchufar todo antes de irme a dormir.

Empezaba a darle mucha vergüenza seguir hablando con ella.

—Mamá, de verdad me dejarás sin bateria en el móvil y necesito poder pagar el hotel —mintió Belén y por fin su madre colgó.

—¿Cuántos años tienes? ¿Quince? —preguntó su nuevo esposo.

—Tú no pareces ni de veinte y no dije nada —ella estaba molesta y se la había agarrado con él, aunque no tenía culpa—. Lo siento, no quise tratarte mal.

—¿Te disculpas porque soy discapacitado? —preguntó David con cierta ironía.

—Me disculpo porque fui descortés y no pretendía serlo. Aunque al parecer te lo mereces —dijo ella y le sacó la lengua. No era tan divertido si él no se daba cuenta, por lo que se lo confirmó—. Saqué la lengua. El chofer no pudo evitar reír.

—Bien, tu edad mental cada vez está más baja. ¿A caso tienes cinco años? —preguntó David serio, aunque empezaba a divertirle la conversación.

—Puede ser, ¿y tú tienes cien? —preguntó ella y se dio cuenta de que no debía pelear con el hombre porque debía pedirle un favor.

—¿Qué ocurre? ¿Te convertiste en un bebé y ya ni hablar sabes? —preguntó él, divertido, aunque no podía verla.

—Necesito pedirte un favor —dijo ella con una voz aniñada.

—Pensé que un anciano como yo no podría hacer nada por ti —no iba a hacérsela fácil.

—Por favor, mi padre me amenazó para que me casara contigo —dijo ella con algo de intranquilidad.

Aunque no debía, a David le dolió que ella le dijera eso.

—Me refiero a que me dijo que lastimaría a mi madre y tengo miedo de que alguien vaya a casa esta noche. Además, ella se preocupará por mí si no la llamo llegando al hotel —explicó Belén con temor a que a él no le importara.

—¿Qué deseas que haga? —preguntó David y eso entusiasmó a Belén.

—¿Podemos dormir esta noche en un hotel? Uno tranquilo, que no sea elegante o mamá supondrá que algo anda mal.

—Emiliano, busca un hotel con las características que mi esposa quiere —dijo David haciendo que Belén se sonrojara. Aunque todo era una farsa, él dijo esposa—. ¿Qué más quieres?

—No sé si es posible que me prestes tu cargador del móvil. Olvidé el mío en casa —dijo ella con cierta timidez. Emiliano volvió a reír.

—¿A caso sabes quién soy? —preguntó David a Belén.

—¿El hijo de un socio de mi padre? —preguntó ella confundida.

—Usted gana señor, ella no tiene idea —dijo Emiliano desde adelante del coche.

—¿De qué hablan? —preguntó Belén y Emiliano le pasó una revista.

—El hombre del país. El joven David Dufort, con tan solo veintitrés años, ha logrado lo que ninguno. Revolucionó los teléfonos móviles llevándolos a otro nivel—

—¿Ese eres tú? —preguntó Belén sorprendida.

—No lo sé, no puedo ver ¿Lo recuerdas? —preguntó David como si estuviera molesto. Aunque en realidad le gustaba saber que ella no lo conocía.

—Espera, ¿eso quiere decir que todos sabrán que nos casamos? —preguntó ella preocupada. No podía dejar que su madre se enterara de que su padre la había obligado a casarse con un joven empresario—. Dime que podemos ocultarlo de los demás.

—¿Por qué ocultaría que estoy casado? —preguntó David.

—Es que mi mamá no sabe nada y ella está enferma. No quiero darle un disgusto —dijo Belén más inquieta que antes.

—Señor, llegamos al hotel —dijo Emiliano esperando saber si su jefe le daría por su lado a su esposa o dejaría que todos supieran que él estaba ahí.

—Entra por el garaje —dijo David haciendo que su empleado sonriera. Al parecer su jefe sería el nuevo ciervo de la señora Dufort.

Al entrar al cuarto, Belén puso a cargar el móvil con el cargador de su nuevo esposo.

—Emiliano, ve a casa y tráenos ropa. No voy a dormir con un esmoquin —dijo David mientras se quitaba la corbata.

—Si señor —dijo Emiliano y se retiró.

—Espera, ¿tú te quedarás aquí conmigo? —preguntó Belén avergonzada. Solo había una cama en ese cuarto.

—¿A dónde más iría? Se supone que eres mi esposa —dijo David tratando de llegar a la cama.

Belén se paró frente a él y colocó la mano de David en su hombro. Ayudó a su esposo a poder contar a cuantos pasos de la cama estaba cada cosa en ese cuarto.

—Gracias —dijo él con los ojos cerrados, aunque había quedado frente a Belén, no mostraba emoción. Sin embargo, ella no había dejado de mirarlo, era muy apuesto, aunque pálido. Incluso su cabello oscuro resaltaba un poco más su tez.

—No es nada. Si quieres puedo llevarte al baño. Tal vez quieras darte una ducha —dijo ella sin pensar. Solo quería dejar de verlo como una tonta.

—¿Tanto deseas verme desnudo? —preguntó él y ella se sonrojó.

—No, es decir. No me di cuenta —ella se había puesto muy nerviosa—. Mejor espera a Emiliano y yo me ducharé primero.

—¿Cómo te quitarás el vestido de novia? Por todos los lazos que toqué, parece que será difícil —dijo él y ella se miró. Era cierto. Había necesitado ayuda de la maquilladora para colocárselo.

—Soy una tonta —dijo y se puso a llorar—. Lo siento, no quiero hacerte sentir mal. Debes odiarme.

Autora: Osaku

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