Capítulo tres - Boda exprés

Su madre había tenido razón al no querer dejar que Belén fuera sola a encontrarse con su padre. Era un demonio en la tierra, una persona sin corazón y despreciable, capaz de hacer cualquier cosa por dinero. Belén aún no entendía como su vida había cambiado tan rápido.

—Señorita, disculpe, pero si no deja de llorar no podré terminar de maquillarla —dijo la mujer que la estaba preparando.

—¿Y que si la dejas como un payaso? El novio no puede verla después de todo —dijo la mucama que las acompañaba.

—¿Podrías irte y dejarnos solas? Demasiado está pasando esta chica para tener que soportarte a ti —dijo la maquilladora enojada.

Una vez que la mucama se fue Belén sonrió. Con un hilo de voz le dio las gracias por ser amable con ella.

—No hay de qué, cariño. He estado en muchas de estas bodas, donde la novia o el novio no se quieren casar. Me da una pena tremenda, por lo que lo único que puedo hacer por ti es que luzcas hermosa —dijo la mujer amablemente—. Aun así, tienes suerte. El joven David es muy lindo y dulce con quienes son cercanos a él.

—Me dijeron que era frío y mal humorado —Belén parecía sorprendida.

—Es una máscara que usa, como todas las personas que han sufrido mucho en su vida. Conozco a su madre, ella me pidió que te maquillara, es una buena mujer. Aún no entiendo por qué arreglaron este matrimonio para él. Su padre murió cuando él era pequeño y su tío tomó la empresa hasta que él cumplió los dieciocho años. Desde entonces no ha parado de trabajar —dijo la mujer con cariño.

—Gracias, tus palabras me ayudan a calmarme un poco —dijo Belén sabiendo que era lo único que la mujer pretendía.

Una vez que quedó lista se miró al espejo vestida de blanco, se habia convertido en una novia. Se preguntaba qué tan de acuerdo estaba ese muchacho con todo esto. Al entrar al gran salón lleno de flores entendió que su padre no bromeaba, había mucha gente. No conocía a nadie, pero todos la miraban como si fuera una oveja yendo al matadero. Belén estaba nerviosa. Esa mañana jamás pensó que terminaría casada.

Sin embargo, al mirar al final del camino frente a ella había un hombre, más que un hombre era un niño. ¿Qué edad tenía ese muchacho? No parecía tener más de veinte años, si llegaba. Por dios, reflexionó Belén. Ella estaba por cumplir veintiocho años, si bien no los aparentaba. No podían casarla con ese niño.

—Disculpa ¿Cuántos años tienes? —le preguntó al oído de manera descarada delante de todos en la ceremonia. Aunque para ella no era relevante lo que hacía.

—¿Eres mi prometida? —preguntó él con seriedad. De su rostro no salía una sonrisa ni por qué le pagarán.

—Sí, lo siento. Soy Belén, mucho gusto —dijo ella y tomó la mano del muchacho y lo saludo—. Te di mi mano.

—Estoy ciego, no perdí la cordura aún —dijo él de manera cortante y ella le pidió disculpas.

—¿Podemos continuar con la ceremonia? —preguntó el juez y Belén tomó el brazo de su futuro esposo.

—Así sabrás que estoy aquí —dijo ella, aunque era la que temblaba.

Mientras el juez hablaba con la gente explicando de lo que se trataba la celebración, cosa que era una pantomima, ya que esa boda era solo un contrato; Belén no podía dejar de ver a su prometido. Su rostro era pálido como el de un muerto o un muñeco de porcelana. Y sus ojos, si bien Belén no deseaba estar mirándolo con su vista de búho, no podía evitarlo porque eran muy bonitos. Si tuviera que decirles un color no podría, era una mezcla entre gris y celeste. Sin embargo, era un joven muy atractivo.

—¿Aceptas a Belén Isaurralde como tu legítima esposa? —preguntó el juez.

—Acepto —dijo el muchacho sin titubear. Belén estaba sorprendida de la seguridad del mismo.

—¿Aceptas? —preguntó nuevamente el juez y ella se quedó mirando sin entender.

—Te está hablando a ti —dijo el joven a su lado.

—Sí, lo siento —dijo ella y se sonrojó.

Una vez que terminó de hablar venía la parte del beso. Belén estaba asustada. No sabía si él se enojaría con ella, ambos eran conscientes de que todo esto era una farsa. Sin embargo, ante la presión de la gente, ella acercó su rostro a él y colocó las manos del joven en sus mejillas.

—Puedes besarme —dijo ella y se acercó a él ayudándolo a encontrar su boca. ¿De que se trataba todo esto?

Las personas en el lugar aplaudieron; sin embargo, un hombre que Belén conocía se acercó a ellos y le dio unos lentes de sol a David. Ese hombre había estado en la empresa de su padre.

—Gracias, Emiliano. Ahora sácanos de aquí —dijo David y los dos salieron por la parte de atrás acompañados por su asistente.

Una vez que estuvieron dentro del coche, David sintió la mano de Belén aún aferrada a la suya. Aunque no deseaba soltarla, sabía que al principio debía ser distante.

—¿Puedes soltarme? No me voy a perder —dijo de malos modos y ella se disculpó.

—Lo siento, es que todo esto es tan extraño —dijo ella con algo de angustia.

—Lamento que te obligaran a casarte conmigo, nadie quiere tener que cuidar de un ciego —dijo él como si estuviera enojado.

—No, no es eso. Si te amara no me importaría que no pudieras verme —dijo ella mientras miraba por la ventana.

Belén había salido temprano ese día. Su madre la había llamado varias veces y le había escrito por mensaje que estaba ocupada. Si seguía negándole la comunicación a su madre, esta se preocuparía.

—Disculpa, debo atender el teléfono —dijo Belén a su esposo.

—Hazlo tranquila —le respondió él mientras se quitaba los lentes de sol y cerraba los ojos.

—Hola, mamá —dijo Belén sabiendo que del otro lado había una fiera.

—¿Por qué me llamas a esta hora? ¿Quieres que tu madre se muera de un infarto? —preguntó la mujer con angustia y tratando de generar culpa en ella.

—Lo sé, pero estoy bien. La reunión estuvo … Tranquila, diría yo —mintió a su madre esperando que esta no se diera cuenta.

—Dime la verdad ¿Qué quiere ese maldito desgraciado de ti? Voy a asesinarlo —dijo la madre de Belén y esta miró a su lado. Su esposo no se inmutaba.

—No quería nada importante, los documentos tardarán en estar porque quiere pasar la casa a mi nombre. Así que despreocúpate mamá —Belén deseaba cortar la llamada, pero esto recién estaba empezando.

Autora: Osaku

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