El Jardín De Las Hortensias Que Lloran

El Jardín De Las Hortensias Que Lloran

Acto 1: Capítulo Uno

Mi abuela solía contarme aquellas historias, ya sabes, de esas historias que son un legado familiar y que se transmiten en el tiempo; de generación en generación casi sin sufrir cambios porque todo de ellas es precioso y es casi un crimen si se modifican sus líneas. Ella me las solía contar en esos días largos de lluvia, después de ir a buscarme a la escuela y tras una larga caminata bajo aquel colorido paraguas.

Aquella mujer, ya entrada en sus años dorados de experiencia y sabiduría, contaba que entre nuestros ancestros hubo uno que marcó la historia familiar, uno que fué un personaje importante para la época en que había vivido; uno que había sido un importante general en un reino lejano. Esa persona había sido de esos hombres valientes y correctos que siempre son guardados en los libros de historia debido a su honor y su grandeza; él había vivido en esos tiempos de grandes imperios, palacios y monarcas; tiempos de princesas y hermosos poemas dichos a la luna llena.

Mi querida abuela dijo alguna vez que ese hombre había servido a una princesa durante su juventud y su tiempo como reina de aquel lejano pueblo. Me había contado que ella fué de esas mujeres que parecen quedar atesoradas en el tiempo más que en los libros que se escribieron sobre ellas y más en la memoria del pueblo que en los registros reales de lo que queda del palacio.

En concreto, una vez contó que esa joven nació en un día normal pero que con sólo su nacimiento, ese día se volvió uno de festivales y cantos con el paso del tiempo; mi abuela nunca se puso de acuerdo en cómo ella había sido ya que algunas veces me dijo que fué muy hermosa y otras que fue una rareza para la época en que había vivido; yo quiero creer que fué alguien que trajo grandes cambios a su pueblo más allá de la belleza con la que nació. Ya sabes, de esas personas que tienen un corazón inmenso y cálido como el mismo sol; ese sol que aún hoy en día sigue allí brindando su calor al mundo y que seguirá allí aún cuando el último de todos nosotros se vaya a la otra vida.

Quiero creer que fué ese tipo de princesas que cambia la historia y que ese ancestro mío había servido con tal devoción y entrega como para ser recordado también o al menos ser inmortalizado en un viejo libro de historia. Pero no estamos contando su historia, al menos, no por ahora...

Sentía la brisa fresca de la mañana lluviosa acariciar sus mejillas, oía el correr de aquella línea de agua hasta ese estanque donde la lluvia aportaba sus gotas; brillantes hojas de azules hortencias flotaban en el agua pintando aquella escena melancólica donde la mujer recordaba los tiempos viejos. Próximo a ella, había una pequeña mesa donde descansaba un libro y un poco de té para acompañar aquel fresco ambiente; también no muy lejos de ella un hombre aguardaba tranquilo con sus azules ojos contemplaba a la mujer, podia sentir la paz que ella irradiaba; después de todo era la madre de su mundo.

—Mi señora, ¿No debería usted estar en cama?.—preguntó con diversión.

—Es un hermoso día, no quiero que ella se pierda de la última lluvia de invierno.—respondió sin dejar de ver aquel estanque siendo llenado por la lluvia.

—¿Ella?, ¿No te gustaría que fuera un niño?.—volvió a preguntar con curiosidad.

La mujer río suavemente y procedió a acariciar su panza, estaba enorme y no dejaba de pensar en lo bendecida que se sentía.

—Si es un niño o una niña no importa, seré felíz sí nace con buena salud— expresó con sinceridad. —Tendrá un destino muy importante.

El hombre colocó con suavidad aquel abrigo sobre los hombros de su esposa, sonriendo con calidez pensaba en lo que saldría de aquella enorme barriga. Aún recordaba haber recibido la noticia del embarazo de su esposa, a pesar de no ser un hombre emocional, aquella noche sólo pudo llorar de felicidad.

—Entonces, mi señora, no pase frío.—finalizó diciendo.

Su señora esposa, la reina Leticia de los Toros era una mujer serena y de gran amabilidad; una noble que amaba la literatura y a quien no fue fácil conquistar, pero a quien era fácil abrirle su corazón. Tenía la presencia natural de una buena madre y era muy apreciada por los demás niños del palacio, las demás mujeres nobles siempre venían a pedirle consejo sobre la crianza de sus hijos y aunque aún era novata en su rol como madre siempre demostraba estar más que capaz para esa tarea. Su embarazo fué un milagro, más por que ella había nacido con un corazón un poco débil, pero debido a su fortaleza allí estaba cursando los últimos días y esperando con ansias el momento de conocer a quien tanto llevaba esperando.

Esos días fueron tranquilos debido a la lluvia que había cubierto al pueblo, los campos se encontraban un poco silenciosos; el mercado aún recibía a aquellos que buscaban surtir sus despensas y las tabernas estaban rebosantes de vida debido a las bebidas que rápidamente reconfortaban al cuerpo tras un poco de frío. El pueblo vivía en abundancia y eran tiempos de paz entre los reinos, pronto llegaría la primavera y el reino volvería a la vida tan pronto empezaran de nuevo con los trabajos.

Aquél bebé nacería para ver ese mundo en paz que su padre había creado, donde no habían distinciones y sobraba trabajo; la mujer siempre le hablaba a aquella personita en su vientre, le contaba sobre el mundo y lo maravilloso que era, le hablaba de los hermosos paisajes de los campos o de los bosques en otoño y más que nada le hablaba de la difícil tarea que tendría cuando ya fuera un adulto.

"Tendrás que entregarle tu vida al pueblo, más allá de todo dolor o felicidad y vendrá la pena; porque a pesar de ser sólo una estrella más, serás una estrella que cruce el cielo muy pocas veces en la vida."

Los cálidos rayos del sol comenzaban a salir en el horizonte, un enorme árbol de verdes y imponentes hojas se erguía sobre aquél casi infinito campo; con cuidado y delicadeza ambos caminaban hasta aquel lugar que había sido preparado bajo el árbol. El hombre no lo entendía, pero sabía que era una especie de ritual para su esposa; él iba primero guiando el camino, en los brazos de la mujer descansaba una criatura envuelta en unas blancas y abrigadoras mantas. Pronto esa pareja tomó asiento en ese lugar que la mujer días antes había preparado, el hombre solo la miraba y sentía su cuerpo llenarse de una increíble calidez a medida que veía como ella parecía llenarse de vida con sólo realizar aquello.

Tan pronto como la mujer bajo con cuidado a la niña sobre esa manta, un rayo de sol cubrió su cuerpo, la pequeña hasta pareció sonreír todo el tiempo que duró esa luz en su cuerpo, el hombre notó quedándose sin aliento como los ojos de su esposa brillaban cual estrellas en una noche de luna creciente. Sabía que ella estaba felíz.

Comenzó a copiar lo que su esposa hacia, juntando sus manos la oyó decir una plegaria que aún en un murmullo él repitió. Era una plegaria antigua, proveniente del pueblo de la mujer, aquella frase se traducía como que el sol que te dio la vida te guíe a un corazón y una vida serenas.

La vio pronto sucumbir al cansancio y rápidamente la recostó contra su cuerpo, sus ojos a penas se mantenían abiertos y en su rostro había vuelto aquel pálido blanco.

—Deberíamos volver, tendrías que estar en cama descansando.—pronuncio viéndola.

—Mi abuela decía que el primer rayo de sol es muy importante para un niño—respondió la mujer.—No podía simplemente no hacerlo, además ella nació con la luna; necesitaba también la bendición del sol.

El hombre solo acaricio sus cabellos comprendía que quisiera hacer aquello, pero tan sólo esa noche anterior había dado a luz a la pequeña; jamás la había visto tan débil como en ese momento. Pero quizás y ella tenía razón, para él en su pueblo sí un niño nacía bajo la luna y el brillo de esta lo cubría significaba que sería un niño bendecido; ambos querían que su hija fuera una niña sana y fuerte.

Pero en aquel momento el hombre solo sonrió encantado, tanto su esposa como la niña habían caído rendidos al sueño a su lado y no podía desear más que ese momento durara para siempre. Atesoraba esos días en donde podía ser ese hombre del que ella se había enamorado y ahora aún más que tendría una niña al que debía enseñarle el mundo. Sólo temía que pronto debía volver a sus deberes como monarca y ya no podría pasar tanto tiempo con ambas.

Una lágrima cayó por su mejilla, llorando casi en silencio sin saber sí era por miedo o por esa felicidad que descansaba junto al amor de su vida.

Ya entrada la noche los veía dormir a ambos, mientras estudiaba aquellos libros, la noche silenciosa lo acompañaba mientras en el cielo la luna le recordaba silenciosamente sus días libre de aquel cargo. Dejó sus libros de lado, no deseaba más que pasar tiempo con su esposa y sentir el calor de ese pequeño cuerpito que se había ganado un lugar entre ambos; él era un gigante comparado a la pequeña, pero aún así se acercaba a ella con ternura buscando brindarle su calor.

Unos finos dedos rozaron su mejilla mientras él contemplaba a su niña, la mujer sonrió suavemente cuando sus ojos se encontraron, tomó con cuidado su mano sólo para dejar un beso en ella y colocarla de nuevo en su mejilla.

—Ten un buen descanso.—susurro ella viéndolo.

—Te amaba—respondio el hombre.—Y cuando creí que no podía hacerlo aún más, me diste una razón para hacerlo—agreg viéndola.

Sus ojos brillaban como perlas, antes de acompañarles en ese sueño, el hombre colocó un tierno beso en la frente de ambas; y se sumió en ese calor que más que abrigarle, le llenaba hasta el alma.

Un enorme mundo comenzaba para esa niña que recibía con alegría el calor y el amor de sus padres, una niña que veía a sus padres sonreír y sonreía también sin saber por qué lo hacían. Una niña a la que aquella mujer adoraba como sí de Dios se tratara, una niña a la que decidió tras mucho pensar, colocarle el nombre de quien más había influido en su vida. Entonces, la pequeña princesa fue llamada Adriana; en honor a quien había sido la abuela de su madre.

—Mi pequeña Adriana, tu vida será muy dura—dijo viendo a la pequeña dormir en su cuna.—Naciste con todos los lujos y privilegios, pero a cambio no tendrás nada que te de una vida serena; porque tu vida valdrá la pena sólo si haces que ese mundo fuera de este castillo sea próspero—pronunció con pesar.

"Cuando obtienes aquello que te da un poco de felicidad, siempre debes de perder algo. Sólo con las manos vacías puedes recibir lo que él destino tenga para ti."

La mujer escribía su diario mientras su pequeña hija descansaba, ese diario que esperaba le ayudara a su niña cuando la vida se tornara cruel con ella. Por ello le escribía aquello que ella no conocía aún y le dejaba sus mejores consejos, lo que ella había aprendido en su vida; todo lo que consideraba pudiera servirle en el mañana, cuando ella ya no estuviera allí para escucharla.

Quizás era triste y quizás no debería pensar en aquello, pero después de todo era el ciclo de la vida y la mujer lo aceptaba; ella ya no era una jovencita y su esposo tampoco, tenía sus obligaciones como la reina y pronto tendría que apartarse de esa niña. Más allá de todo eso, lo sentía en su cuerpo, en el paso de los días y llegaba a un pensamiento cruel pero a la vez motivador. Cada día que pasaba y su hija crecía sólo significaban otro día menos para compartir la vida a su lado.

"Por ello quiero hacerte la mujer más fuerte que podrás llegar a ser, porque mañana cuando seas monarca; habrán muchas personas a las que vas a perder, mi pequeña Adriana."

Más populares

Comments

Marmalin

Marmalin

Que hermosa historia 😍

2023-05-08

1

Total

descargar

¿Te gustó esta historia? Descarga la APP para mantener tu historial de lectura
descargar

Beneficios

Nuevos usuarios que descargaron la APP, pueden leer hasta 10 capítulos gratis

Recibir
NovelToon
Step Into A Different WORLD!
Download MangaToon APP on App Store and Google Play