Mónica lloró abrazada a Maco. Agripina aceptó, finalmente, le dijera lo que le había pasado a Jacinto.
- Es mejor que lo sepas de una vez\, Nicasio- apostilló seria. Pero Maco lo adivinó todo en los ojos de Mónica y sin contenerse\, chilló como un niño\, recostado al pecho de ella. Mónica jaló sus rulos y no atinó a decir nada. Se quedaron amarrados como chiquillos\, delante de Agripina que permanecía imperturbable\, mirándolos con la boca apretada. Maco se levantó con dificultad y sacó de su cuello una estampita colgada de pitas.
- Quería dárselo a Jacinto y ahora está muerto. Es una imagen del Señor de los Milagros. Yo lo pinté en la tela y está bendito. Ya no lo tendrá nunca. Quiero lo lleves tú- suplicó.
Mónica secó las lágrimas con la manga de su blusa e hizo fuerza para no seguir llorando. Maco recordó cuando aún pequeñuelos, los vio besándose en los arbustos del jardín, escondidos en la noche. Jacinto lo miró asustado como un perro sin escondite. Pensó en una violenta zurra y ella se ocultó tras la espalda del amado. Maco los miró un rato. Los faroles de sus ojos se encendieron más, como fogones y Jacinto gimoteó.
- No me pegues\, Pá' \, no me pegues Pá'- imploró\, mas el padre ni siquiera gruñó. Se acercó y tapó con su bufanda los hombros de Mónica.
- Te vas a resfriar\, mi hijita- susurró y los dejó solos. Ya en la mañana\, recriminó a su hijo con severidad.
- No ahora\, Jacinto\, no te apures. Ella estará siempre contigo. No debes apresurarte. Mañana serán grandes y ella será tuya. No ahora-
Ahora... él estaba muerto.
Mónica se puso la estampita, sobó sus ojos y salió cabizbaja de la casa. Cuando cerró el portón, oyó que Maco rompía a llorar otra vez, a gritos. - ¡Mi hijo está muerto!-, decía llorando a gritos.
Vagando igual a un papel que se lleva el viento, ella fue hasta el Parque de la Reserva. Lo llamaban así porque allí se juntaron los últimos hombres que quedaban para la defensa de Lima. Mónica acompañó esa vez a Jacinto. Lo ayudó a cargar la mochila, le acomodó la chamarra y puso en su sitio los chicotes. Jacinto estaba asustado porque imaginaba que su jefe lo recriminaría por estar con una mujer en las filas, pero Mónica se reía.
- Seré tu rabona-
Aunque ella le llevaba dos años, Mónica parecía más joven. Sus cabellos negros resbalaban formando moños en los hombros, como gráciles cataratas jugueteando con el velo y el chal, también negros. Los adornos de sus crines la volvían niña, cómplice de su risa traviesa y la carita angelical. Era muy delgada y los faldones simulaban campanas, ceñidas a su cintura. Hermosa, pálida, de ojos grandes y coqueta, era la codicia de los jóvenes del barrio. Jacinto rogó le fuera fiel.
- Jajajajaja tendrás que apurarte en llegar a Tarapacá- respondió divertida. Todo eso lo recordó junto a los árboles. Algunos carruajes paseaban elegantes\, crujiendo sus ruedas\, como espectros de una Lima prisionera. Pese a que era enero\, la mañana estaba demasiado gris. Una fina garúa lloraba y duchaba dulcemente las calles\, remojando el pasto y alzando un olorcito ensoñador. Mónica caminó lentamente\, cubriéndose con su chal\, con la imagen del ausente\, clavada en medio de sus pensamientos y el rugido de los cañones rompiendo el silencio\, el eco de las tarolas y el llanto de Maco ahuecando sus oídos. Lima había sido un caos. La debacle fue la mecha para el estallido de mil revueltas.
***¡Descarga NovelToon para disfrutar de una mejor experiencia de lectura!***
Updated 82 Episodes
Comments